A través del samadhi , el yogui se ha sumergido en su purusha (mónada espiritual), de acuerdo al Samkhya; de acuerdo al Vedanta, en el Brahman (el Ser); o de acuerdo al budismo, en el shunya (vacío). Aunque se regrese del samadhi , la sabiduría hallada durante la experiencia no se perderá, pues representa un profundo insight o «toque de supraconsciencia», algo muy transformativo, aunque no se alcance una evolución total que convierta a la persona en un jivanmukta (liberado-viviente) o un arahat (despierto) o un kevalin (emancipado). Así, el samadhi siempre transforma, siendo uno de los logros reales del yoga no solo el encontrar bienestar físico o paz interior, sino la transformación que permita desempañar la consciencia para que esta pueda percibir lo que antes estaba oculto, o sea, para traspasar la nesciencia, que es causa del sufrimiento propio y ajeno.
La sucesión de experiencias samádhicas van purificando la mente, esclareciendo la visión, transformando al yogui y abriendo el ojo interior que ve lo Real y ayuda a superar todos los condicionamientos internos, deshaciéndose de obstáculos e impedimentos. Mediante la experiencia samádhica, los sucesivos «golpes de luz» van rasgando la densa niebla de la mente causada por la ignorancia, permitiendo vislumbrar o aprehender una Realidad que pasa desapercibida para la persona que permanece en un estado de esclavitud mental.
Solo a través de la concentración y la meditación, apoyadas en la virtud y el renunciamiento a lo ilusorio, así como en el esfuerzo adecuado y la firme motivación, se alcanza la elevada y transformativa experiencia del samadhi . La concentración o unificación mental es un medio para ir escalando a estados más elevados y clarividentes de la consciencia, hasta que al final se traspasa la consciencia ordinaria y se obtiene una supraconsciencia que puede ver lo que está vedado a dicha consciencia común, sometida al pensamiento ordinario. La concentración o unidireccionalidad de la mente se convierte así en un medio para ir más allá de sí misma. La energía se reorienta hacia planos superiores, y aun si no se llega a la meta, en la medida en que uno se aproxima a ella se adquiere otro tipo de visión, una realmente transformadora, como quien asciende por una colina y con cada paso amplía la visión del panorama. Así, se dice en los antiguos textos: de la meditación brota la Sabiduría.
Muchos de los obstáculos en esta ascensión-interiorización los encontrará el yogui en su propia mente, y serán causa de libertad o servidumbre según los utilice. Parte de estas dificultades las examinaremos en el apartado de radja-yoga , pero es indudable que solo a través del trabajo interior la mente puede ser liberada. Al respecto, en el Vivekachudamani se dice:
La libertad se gana por la percepción de la unidad del yo con lo eterno, y no por las doctrinas de la unión o de los números, ni por los ritos ni por las ciencias.
El conocimiento ordinario es absolutamente insuficiente. Esto ha sido reconocido por todas las psicologías de la realización de Oriente, instando por ello a buscar otra forma de conocimiento más fiable y verdaderamente transformativo. El saber que no transforma ni libera no es apreciado en el yoga.
Es mediante el estado especial denominado samadhi que la mente puede aprehender esa sabiduría liberadora, donde los contrarios conceptuales, que tanto frenan el progreso interior, son resueltos. Se produce entonces una unificación mental cuya naturaleza es por completo distinta a la del estado de vigilia o consciencia ordinaria. El samadhi representa una inmersión en la Totalidad que se constela en uno mismo, en la mente abisal y quieta, y que conlleva una explosión (o implosión) de la consciencia, facilitando una experiencia más allá del ego y de la máscara burda de la personalidad. Es como si la ola, que nunca dejó de ser independiente del océano, recuperase la percepción oceánica y saliese de la alucinación de que era distinta del océano en el que estaba contenida. Una autorrevelación tiene lugar. El cesar de todos los procesos ordinarios de pensamiento, aunque sea por segundos, desarticula la burocracia del ego. Se produce la experiencia «enstática» y el ser se vive en toda su pureza o, en términos zen, uno ve su rostro original. Es una experiencia inigualable que trasciende todo lo fenoménico y provoca un sentimiento omniabarcante de plenitud. En tales momentos o incluso en posteriores, se quiebra la ligazón con los objetos físicos, se movilizan fuerzas internas larvadas y se entra en conexión con «vibraciones» que no están al alcance de la mente ordinaria. Ese «trance» yóguico, inducido por un adiestramiento muy intenso en las prácticas de concentración, meditación e introspección, permite una comprensión hasta entonces insospechada, que incluso produce modificaciones manifiestas en el organismo de quien la experimenta.
El samadhi puede durar una fracción de segundo o varias horas, incluso días, pero después de haberlo experimentado la persona ya no volverá a ser la misma. Se ha producido una mutación en las estructuras profundas de su psique. El yogui ha captado la sabiduría perenne que los grandes maestros han perpetuado a lo largo de milenios. A través de esta experiencia de naturaleza transtemporal y transespacial, el yogui se desconecta de la dinámica de sus órganos sensoriales, se desplaza a la fuente del pensamiento y conecta con un tipo de mente suprarracional, al margen de todas las categorías y conceptos mentales.
Seguramente, desde los mismos orígenes del yoga, ya hubo practicantes incansables que se percataron de la posibilidad de asomarse a estados superiores de consciencia para ver y conocer lo que la mente ordinaria, con sus muchas limitaciones, no permite. Entre estas limitaciones se encuentran los samskaras (que luego abordaremos a fondo), cuyos impulsos debemos agotar para poder degustar el inconfundible y confortador sabor de la libertad interior. Aquellos yoguis de tiempos remotos fueron los primeros grandes exploradores de la consciencia, negándose a asumir los límites y engaños de la mente ordinaria.
El samadhi en el que todavía persiste la vivencia de individualidad es conocido como savitarka . Por el contrario, aquel en el que todo sentimiento de individualidad cesa y, por ende, es el estado más elevado, es conocido como nirvitarka , durante el cual la persona se funde con el cosmos. Tras el nirvitarka , el yogui entra en otra condición de consciencia: aunque esté en este mundo ya no es de este mundo; se convierte en un liberado-viviente o jivanmukta , sustrayéndose a toda ilusión o apego y pasando de ser actor a espectador o testigo incólume.
Cada experiencia samádhica aporta un «golpe» de comprensión y va labrando la liberación espiritual de quien la experimenta, eliminando de su mente la ofuscación, la avaricia y el odio, y haciendo posible lo que se ha denominado el «despertar de la consciencia». Por eso, a quien alcanza esa condición especial supramundana se le conoce como un «despierto» o que «ha despertado».
De acuerdo con el yoga hindú, el liberado-viviente ya no está condicionado por la ley de causa y efecto ( karma ), habiendo escapado a la rueda de reencarnaciones ( samsara ), traspasando los velos de la ilusión ( maya ). Según el Samkhya, la persona se desliga de su cuerpo-mente y se establece en su impoluta mónada espiritual o purusha . Según el Vedanta, el espíritu o Atman de la persona se funde con el Espíritu Cósmico o Brahman . Así Shankaracharya explicaba:
Libre de duda. Grande, imperturbable, donde cambio e inmutabilidad se funden en el Ser Supremo, eterno, alegría que no se disipa, inmaculado: este es el Eterno. Tú eres eso.
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