Todo el pueblo observaba el estruendo y los relámpagos, y el sonido de la bocina, y el monte que humeaba; y viéndolo el pueblo, temblaron, y se pusieron de lejos. Y dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos”. Y Moisés respondió al pueblo: “No temáis;....” Entonces el pueblo estuvo a lo lejos, y Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios. Éxodo 20:18-21
¿No es interesante que Moisés les diga a las personas que no tengan miedo? La gracia de Dios había obrado poderosamente en su corazón, ¿no es así? Si usas tu imaginación, no tendrás mucho problema para entender por qué los israelitas respondieron de la forma en que lo hicieron. Sus sentidos estaban saturados con los truenos, los relámpagos, las ruidosas bocinas, el humo, la tierra temblando bajo sus pies. Si hubiera sido uno de ellos, posiblemente me hubiera ido a toda prisa también. Las personas tenían miedo de Dios y decidieron que sería mejor dejar que Moisés tratara con Él a solas. Entonces Moisés les podía dar el reporte a ellos. Este Dios, Jehová, era demasiado escalofriante e incontrolable para ellos. Como lo dijo el escritor C. S. Lewis sobre el león Aslan, que representa a Jesucristo en la serie de libros de Lewis, Las Crónicas de Narnia, “Él no es un león manso.” 8Este miedo servil que sentían hacia Dios engendraría más miedo, pecado y el ocultarse de Él. Sería la fuente de múltiples tristezas y fracasos.
En el capítulo 9 voy a hablar sobre la clase correcta del temor de Dios—la clase de temor que nos atrae hacia Él en vez de alejarnos. Lo que llamaremos temor piadoso se manda en muchos lugares en la Biblia, como veremos. El temor piadoso es también uno de los pasos claves para vencer lo que llamaremos de aquí en adelante temor pecaminoso . Por favor recuerda que al llamarle a nuestro miedo pecaminoso , no te estoy condenando. Más bien, estoy tratando de ayudarte a ver con claridad el plan de Dios para cambiarte y liberarte. Este cambio comienza con que reconozcas tu necesidad de un Salvador... y realmente ninguna de nosotras hacer eso hasta que veamos que todas somos pecadoras necesitadas del perdón y la gracia.
Ayudarte a ver la pecaminosidad de tu miedo puede parecer cruel. Después de todo, ¡tal vez crees que no necesites algo más qué temer! ¿Deberías ahora temer a la ira o a la desaprobación de Dios? Una de las metas de este libro es ayudarte a diferenciar entre el temor que es bueno o piadoso y el temor que es malo o pecaminoso. Quiero fomentar en ti la buena clase de temor—aprenderás que esta clase de temor, junto con el amor y la gracia, es el que romperá las cadenas que te atan tan fuerte hoy. Así que, por favor, no tengas miedo de considerar tu temor pecaminoso porque al hacer esto encontrarás la ayuda fuerte y amorosa que necesitas.
“Temí al Pueblo” —Saúl
Al principio de la historia de la nación de Israel, un hombre llamado Saúl se convirtió en el primer rey. Desde el principio la vida de Saúl estuvo marcada por el temor. Cuando el sacerdote Samuel fue primero a ungir a Saúl como rey, ¿puedes adivinar dónde estaba? ¿Estaba Saúl en oración, humillándose ante Dios? ¿Estaba sirviendo a pueblo al que iba a dirigir? No, Samuel encontró a Saúl ocultándose por miedo entre algunos carros y carretas.
Saúl tenía miedo de hacer lo que Dios lo había llamado a hacer. Sentía que no estaba a la altura de la tarea. Ciertamente, asumir una posición de gran responsabilidad puede ser intimidante. Pero Saúl se había encontrado con Dios. Samuel también le había dicho a Saúl que esto era idea de Dios... y aun así Saúl se ocultó. Tal vez como Adán, neciamente pensó que podía ocultarse de Dios e ignorar Su plan.
Más tarde, cuando Saúl fue a la guerra contra los enemigos de Dios, otra vez cedió a su temor pecaminoso. En una ocasión se impacientó porque Samuel no llegaba para ofrecer las oraciones y los sacrificios por la victoria del pueblo en la batalla, así que quebrantó la ley de Dios y él mismo ofreció los sacrificios. En otra ocasión, cuando se suponía que tenía que matar a todos los enemigos de Dios, incluyendo el ganado, desobedeció a Dios porque tuvo miedo del desagrado de los israelitas. He aquí cómo se justificó cuando Samuel lo confrontó:
• “Porque vi que el pueblo se me desertaba...me esforcé, pues, y ofrecí holocausto” (1 Samuel 13:11-12).
• “Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos” (1 Samuel 15:24)
Saúl desobedeció dos veces los mandamientos de Dios porque temió al pueblo. Al ceder a sus temores, Saúl estaba representando sus verdaderos pensamientos sobre Dios —si podía confiar, obedecer o depender de Él. Saúl nunca dijo que pensaba que Dios era un mentiroso o alguien en quien no se podía confiar; no, sólo actuó como si así fuera. El relato de la vida de Saúl es una de las historias más tristes de toda la Biblia. Al final se suicidio porque temía lo que sus enemigos le pudieran hacer.
Saúl luchó con muchos tipos de miedo, pero sobre todo con el temor al hombre . Este miedo es un problema muy común casi para todos. Es la razón por la que sentimos “mariposas” en nuestro estómago cuando tenemos que hablar frente a una multitud. Es la razón por la que nuestras manos sudan y nuestra boca se seca. Es la razón por la que olvidé mi diálogo y avergoncé a mis compañeros de clase. El temor al hombre es un problema común que muchos enfrentan, incluyendo muchas personas de la Biblia. Tomemos un momento para ver otro ejemplo que involucra al apóstol Pedro.
“¿Jesús?... ¡No Conozco al Hombre!” —Pedro
De todos los personajes del Nuevo Testamento, Pedro es con quien más me identifico. Siempre listo para dar su opinión, hablar antes de pensar y confiar en su fidelidad, puedo ver que estamos cortados con la misma tijera. Cometió muchos errores, pero hubo un incidente en particular que probablemente nunca dejó de entristecerlo cuando pensaba en él.
Cada día Jesús se volvía más y más popular entre las multitudes. Parecía que lo amaban tanto que lo harían su rey. Por otro lado, los líderes religiosos de Israel estaban más y más resueltos en su odio y envidia hacia Él. Estaban decididos a matar a Jesús—todo lo que tenían que hacer era encontrar la manera.
En la noche que Jesús fue traicionado, Jesús y sus amigos iban de camino a orar al Huerto de Getsemaní. “Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche,” Él dijo. Pedro, típico de su carácter, protestó, “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré... aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré,” (Mateo 26:33, 35).
Todos sabemos cómo se desarrolló esta historia, ¿no? Esa noche Jesús fue arrestado y enviado a la casa del sumo sacerdote para ser interrogado. Mientras Pedro trataba de calentarse afuera en el fuego, una pequeña criada lo acusó de ser uno de los seguidores de Jesús. Vencido por el miedo, Pedro dijo, “No sé lo que dices.” Más tarde lo vio otra criada y dijo: “También éste estaba con Jesús el nazareno,” pero él negó otra vez con juramento: “No conozco al hombre.” Poco después, acercándose los que estaban por ahí, dijeron: “Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aún tu manera de hablar te descubre” (Mateo 26:73). Esta vez Pedro estaba decidido a detener el cuestionamiento así que entonces comenzó a maldecir, y a jurar: “No conozco al hombre” (Mateo 26:74). El miedo de Pedro fue tan fuerte que lo llevó a negar al Salvador que amaba.
La oscuridad de esa noche y su fracaso sin duda extendieron su tristeza como una mortaja sobre el corazón de Pedro por tres días hasta que escuchó sobre la resurrección. ¿Puedes imaginar el tormento de su alma al recordar la bondad de su Señor y la vergüenza de sus horrendas acciones? ¿Puedes imaginar cuántas veces debió haber repasado sus palabras cobardes en su mente— ¡No conozco al hombre! ¡No conozco al hombre!? Y después allí estaba la mirada que se cruzó entre él y Jesús después de la tercera negación. La Biblia registra este significativo intercambio de una manera muy simple, “Vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lucas 22:61). Pedro experimentó toda la fuerza de las consecuencias de su miedo y, si no hubiera sido por la resurrección, el perdón y la restauración de Jesús, nunca se habría recuperado. Pero sí se recuperó y fue a predicar ante miles y a enfrentar la muerte de mártir con gran valor. ¿Qué pudo cambiar a un hombre miedoso que maldijo en uno que pudo descansar, confiar y actuar con gran heroísmo? Sólo una relación con el Dios viviente.
Читать дальше