—Eso dijo ella.
—¿Y qué tiene de fascinante? ¿Qué puede tener de importante esa tal Septiembre para protagonizar una novela?
—Bueno… —rumié, aturdida—. Para mí era fascinante.
Y lo seguía siendo. Pero Héctor parecía estar a punto de quedarse dormido.
—Yo tengo una teoría sobre eso de escribir —dijo entonces, tras una breve pausa.
—¡Oh, no! Tus teorías no, Héctor. Ya sé de qué me vas a hablar. Y hoy no, por favor, hoy no me apetece.
Con el cigarro sujeto entre los labios, levantó los brazos en señal de inocencia. No pude evitar soltar una risotada ante ese gesto y él también rio. Fue un momento breve pero delicioso. Se me relajó la tensión, me acomodé en su pecho, que comenzó a vibrar cuando Héctor empezó a relatar su hipótesis.
—Creo que las artistas en general y las escritoras en particular tienen la capacidad de apreciar cosas, vivencias, llámalo equis, desde la cuarta densidad. Desde esa cuarta densidad, pueden recordar vidas suyas que están teniendo lugar en otras dimensiones. Es decir, hechos que su yo perteneciente a otra de las infinitas dimensiones ha vivido. De ahí surge esa creatividad, ese desasosiego por contar historias ficticias, esa locura, esa enfermedad. Un método similar es el que usan los extraterrestres para viajar por el espacio.
Héctor era un fanático de los extraterrestres y todo lo que ello implicaba. Casi era su forma de vida, su religión. No se basaba, simplemente, en la idea de que seres de otros planetas existían o nos habían visitado en alguna ocasión. Tenía un conocimiento pormenorizado de diferentes razas, colonias espaciales y constelaciones. Esto venía acompañado de la más absoluta teoría conspiratoria. Según él, la Tierra y los seres humanos eran una especie de zoológico para dichas razas superiores, casi como sus juguetes. Había una facción llamada «de luz » que velaba por nuestra seguridad y bienestar; sin embargo, también existía una raza malvada y demoníaca: los draconianos o reptilianos. Reptiles gigantescos que se camuflaban entre nosotras, que controlaban los gobiernos y la realeza. Para más perturbación, dichas criaturas tenían sus bases bajo tierra. Y se alimentaban de niñas.
Cuando no bebía, fumaba o nos acostábamos, Héctor hablaba constantemente de dicho tema. Cualquier tipo de conversación era idónea para tal fin: la política, el arte, la familia, la vida, el trabajo. Lo que fuera. De hecho, ese era su secreto para estar poseído por esa calma permanente. Nada le creaba ansiedad ni nada parecía perturbarle. Sus días, sus semanas, transcurrían inmersos en internet y en su búsqueda de La Verdad .
—Sé que todo esto te suena a chino, pero algún día despertarás y lo verás como yo. Hablando de idiomas, ¿sabes que el euskera tiene su origen en una raza alienígena?
—Tengo que irme a casa, estoy cansada, es muy tarde y Letra está sola —tercié, molesta.
—Endemoniada gata. ¿Qué tal está?
—Bien.
—Al final, entonces, ¿no me vas a contar nada más sobre tu profesora?
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