Pablo Melicchio - El lado Norita de la vida

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La acción pública de Nora Cortiñas como Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora es bien conocida. Desde la desaparición de su hijo Gustavo Cortiñas el 15 de abril de 1977, Norita lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Gustavo sigue desaparecido, pero la militancia de su madre nunca se detuvo y se fue multiplicando a infinitas causas. Allí donde se produce una injusticia, está ella, arrastrando los achaques de la edad, pero con la misma fuerza de siempre. Detrás de ese personaje público en el que se ha convertido -mediático y viralizado en las redes, referente moral de miles de jóvenes-, el psicólogo y escritor Pablo Melicchio busca la mujer que lo encarna. A través de entrevistas en profundidad se van revelando el espíritu y la fortaleza de una Madre de Plaza de Mayo que no se rindió ante nada. Nora reflexiona sobre su vida, el proceso de destrucción de una familia que supone la desaparición de uno de sus miembros, el miedo, las dudas y finalmente la decisión de salir a la búsqueda de su hijo en compañía de otras madres como ella. A través de un repaso de su trayectoria vital, el libro refleja «el lado Norita de la vida»: pasar del dolor a la lucha como única salida.

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Nora regresa con la bandeja con el termo y el mate. Me levanto de mi sillón y la ayudo. Nos sentamos. “Sigamos”, me dice. Está entusiasmada. Quiere seguir haciendo memoria, pensando, hablando y dejando testimonio de su recorrido personal, que también es recorrido histórico. Me siento parte de esa historia y un testigo privilegiado de una mujer referente de la ética, de la resistencia y de la lucha por la defensa de los derechos humanos.

–La familia, Norita, ¿cómo siguió luego de la desaparición de Gustavo?

Nora se queda un instante reflexionando. De fondo, la radio, una canción. Desde la calle llegan los sonidos del barrio: un ladrido lejano, las ruedas de un changuito rebotando en las baldosas de la vereda, voces que se pierden, una bocina. Preparo el mate, tomo el primero, “el del tonto”, como decía mi abuela, y le cebo uno a Norita.

–No todo fue tortura, está el matiz de una reunión de familia. No darles el gusto a los torturadores de que han vivido torturándonos. Uno pudo rehacerse. Ellos no pudieron darse el gusto de volvernos locos a todos –dice y se queda en silencio.

Toma el mate, despacio. Mientras, en el silencio, en la pausa, mis pensamientos se van rearmando, buscando la comprensión que muchas veces resulta imposible.

–El amor y la lucha quizás impidan caer en la locura –le digo.

–Sí, eso mismo, Pablo. Este sistema que emplea Macri ahora, por ejemplo, esto que va haciendo Macri día por día, es para llevar a la gente a la alienación. La gente se queda sin trabajo, unos compañeros sí y otros no. Y el compañero que permanece en el trabajo sufre tanto como el que fue despedido, ¿por qué? Por el miedo a perder el trabajo también, lo tienen agarrado ahí. Eso es perverso. El que regresa a su casa después de que echaron a un compañero se preguntará: “¿Mañana me dejaran entrar a mí?”. Están minando la salud con el silencio, con no decirles qué van a hacer con ellos –dice y me devuelve el mate.

–La desaparición y ese silencio al que hacés referencia tienen raíces similares, no saber qué pasó, qué va a pasar –señalo.

–El silencio también es alienante. El ocultamiento es alienante. El no decir y el negacionismo son alienantes.

El silencio de lo ocultado. El silencio de lo no dicho. El silencio perverso. El silencio de la verdad no dicha. El silencio que enloquece. Formas de la violencia, muchas veces sutiles, pero que van desgastando también, quebrando la paz de la gente. Vuelvo a llenar el mate. La mateada es parte del diálogo. Van y vienen los mates, llenos, vacíos, como palabras, como silencios. Nora busca en su memoria única e infinita, va respondiendo mis preguntas y se va metiendo en el relato, en la resignificación de lo vivido. Mientras tomo un mate, pienso, escucho, existo.

–No busquen testimonios sobre mí, sirve lo que yo viví. No lo que la gente cuente –dice, sentencia.

–¿Y qué viviste?

–La vida y la locura. Hay madres que se murieron locas. Hay una hija que viviendo en Holanda volvió a Buenos Aires para escribir un libro y rescatar la figura de su madre que terminó en un psiquiátrico.

–Escribir para deshacer el diagnóstico y rescatar a la madre, a la mujer sin etiquetas.

–Así es, Pablo. Yo quisiera saber cómo es ese proceso para volverse loca. Nadie se vuelve loco porque quiere, sino que enloquece cuando sus posibilidades de encajar en un espacio no se le dan. Porque se le hace insoportable el afuera, tiene que meterse adentro.

–Hay personas que tienen una estructura psicótica, pero que necesitan de determinada situación para brotarse, para que aflore esa locura. Y hay quienes, sin contar con una base psicótica, enloquecen ante la confrontación con algún suceso insoportable. Volverse loco, elegir la locura porque el afuera es intolerable, también es una posibilidad. ¿Vos sentiste en algún momento que podías volverte loca?

–Sí, te querías volver loca, porque es inaguantable una situación de dolor y de pena… Cada uno en su medida. Una cosa es una persona que sufre la tortura en su propio cuerpo y otra cosa es una persona que sabe que a su familiar lo torturaron, o que lo van a torturar si lo agarran.

Le cebo un mate. La memoria se riega, se rehidrata la tierra de los olvidos, crecen los recuerdos. Nora me devuelve el mate y retoma el diálogo:

–No quisiera que el relato sea siniestro. Tu libro, Las voces de abajo, en un momento te lleva a lo siniestro. Cuando el personaje se conecta con los desaparecidos. Esa ficción es verdadera. Yo, o cualquiera de las Madres, hemos sentido cuando entrás en un lugar que fue un campo de concentración, que volvés a ese mundo que vos quisieras descubrir… ¿qué hay ahí? ¿Qué tengo que descubrir ahora?

–Las memorias que conservan los lugares. O los lugares que despiertan a la memoria.

–Muchas Madres nuestras se volvieron locas. Algunas se mataron en un momento límite. Es la alienación que provoca esta situación.

–Quizá enloquecieron o se suicidaron las que se quedaron solas, encerradas con su dolor.

–Seguramente. El encuentro de las Madres, cuando Azucena propuso ir a la Plaza de Mayo a encontrarnos, a compartir información. ¿Qué conseguiste? ¿Adónde fuiste? ¿Qué buscás? Ese mecanismo de comunicarse. La conexión entre nosotras dentro del drama.

–Los encuentros entre las Madres y las rondas, compartiendo información, pero también el dolor y la lucha, resultaron ser la mejor forma para no enloquecer en soledad –agrego.

Nora cierra los ojos. Me cebo un mate. Nos quedamos un instante en silencio. La dejo ir. Me dejo ir. Estoy entusiasmado, pero también siento un nudo en la garganta. Nora me habla, le habla al hombre que soy, al escritor y al psicoanalista, pero también se habla a sí misma. Como en una terapia, el psicólogo muchas veces no es más que el pretexto, el espejo donde el paciente se busca.

–A medida que vaya hablando con vos, cuando te vayas, mañana, lavando los platos, tendré que seguir caminando mi memoria, no puedo meterme de golpe. El pensamiento te viene de pronto, lo relacionás con un hecho… –dice Nora y deja la frase inconclusa. Y yo me quedo detenido, como ante una pintura sumi-e en la que el artista dejó espacios en blanco con el propósito de que el observador complete la obra con su imaginación.

De pronto suenan las campanadas del viejo reloj de madera marcando la hora que regula el mundo cronológico. Desde la radio, unas propagandas, una música suave, la voz de una periodista. Nora regresa de algún recuerdo y se queda mirándome, sé que espera una pregunta. Sobre la mesa ratona, mi cuaderno con mil preguntas. Busco una. Elijo un camino entre tantos. Pregunto:

–¿Cuáles eran tus miedos antes de que desapareciera Gustavo?

–Antes de que se llevaran a Gustavo teníamos miedos porque era militante. Miedo a que se lo llevaran y lo torturaran. Ya habían desaparecido algunos compañeros. Teníamos miedo de que se expusiera. Cuando desaparece Gustavo todavía no había desapariciones masivas, muy a la vista.

–¿Y hablaste con él acerca de esa posibilidad?

–Yo le pedí: “Gustavo, no vayas adelante en las movilizaciones”. Y él me respondió: “Y, mamá, ¿querés que vaya el hijo de otra madre? Es lo mismo, todos somos iguales”. Y después me dijo: “Prometeme que si me pasa algo no vas a sufrir”. Y yo le contesté: “No, eso no te lo puedo prometer”. Todas esas escenas terribles fueron pocas porque él no quería demostrarme que corría peligro, entonces eran escenas fugaces, cortas, de esas respuestas rápidas.

–No se puede prometer no sufrir. Te pidió un imposible.

–Claro, eso no se puede prometer. Todas las madres tienen miedo. Hay miedos primarios, de que le pase algo a un hijo por lo que sucede en la vida misma, en las grandes ciudades. Pero como él era militante político estaba más expuesto a que le sucediera algo… Hay chicos que salen y las madres no duermen. Antes de que militara, Gustavo, y Marcelo, que nunca militó, iban a bailar y todo eso, entonces teníamos el miedo que hoy tiene toda la gente. Ahora, cuando están militando en política, hay otra situación, sabés que lo pueden estar vigilando, que lo pueden estar siguiendo –dice, y me devuelve el mate.

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