Carlos Bernatek - El hombre de cristal

Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Bernatek - El hombre de cristal» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El hombre de cristal: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El hombre de cristal»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Con '
El hombre de cristal' finaliza la '
Trilogía de Santa Fe', el ciclo de novelas que Carlos Bernatek iniciara con '
La noche litoral' y prosiguiera con '
Jardín primitivo'.Independientes como unidades narrativas, los textos están vertebrados centralmente por la voz coloquial que los atraviesa y unifica. El lugar -una ciudad de Santa Fe real y paródica a la vez- excede la condición de marco y deviene protagonista, condicionando, como los antiguos Hados, la historia de Ovidio Balán, actor principal de las dos iniciales, que en 'El hombre de cristal' cede esa centralidad a un peculiar Jota, en muchos aspectos su contracara, con quien establece el vínculo de un espejo invertido. Los hechos de ese presente continuo discurren sin evitar la evocación del pasado, causa difusa y persistente de lo que sucede, donde lo verídico se superpone a la ficción. Bajo esas claves abiertas la novela se dispara hacia un desenlace de oscuro sarcasmo

El hombre de cristal — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El hombre de cristal», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

2

A Marijú, cuando la extrañaba, prefería asignarle el rol de astro rutilante, pero cuando recordaba con odio su actitud de haber movido la bóveda estelar con el poder de una cabrona diosa griega, la degradaba a cometa errático, de esos que aparecen cada tanto, crean temores entre los mitómanos y se disuelven sin consecuencias.

Marijú siempre le reprochó haberle hecho “perder el tiempo”, tal vez porque los hombres no terminan de entender que la fertilidad de las mujeres tiene un plazo. Por su parte, Jota, le recordó que nunca había prometido nada al respecto, muy por el contrario, siempre le había dejado en claro que no deseaba chicos, ni ser padre de nadie, con la crueldad que estos términos implican, nunca tan definitorios como para arredrar a una mujer que apuesta a revertir esas opiniones con un trabajo constante, sutil, una orfebrería de arañita hacendosa que apunta silente a convertir a un adolescente eterno, o a un solterón incombustible en un hombre común, sensible a la sonrisa de un bebé más que a sus llantos nocturnos y a sus pañales cagados. Mujeres como Marijú diagnostican en los hombres –con bastante fundamento– una larga infancia obstinada que desaparece, únicamente, en el momento que alzan a su bebé en brazos. Y hombres como Jota, conociendo esa inferencia femenina, insisten deliberadamente, hasta donde pueden, con permanecer en esa eterna puerilidad. Por una cosa o por la otra, Marijú había puesto un término a su tolerancia, le había comunicado su decisión –no la fecha puntual en que “ese algo” iba a ocurrir–, y con lo que le quedaba de dignidad, no sin dolor ni decepción, había dejado las llaves sobre la mesa y cerrado definitivamente la puerta de Jota con un portazo sin siquiera darle a Jota el argumento tonto de escuchar de sus labios, los de ella, un previsible “andá a la puta que te parió”. De todos modos, cuando se hicieron las once de la noche de aquel día, Jota la llamó al celular sabiendo qué era lo que había ocurrido, pero mintiendo mal, de modo muy poco creíble, con la excusa de que temía que le hubiera pasado algo. Sabía perfectamente que ella se había marchado, lo había sospechado en las últimas semanas cuando, al intentar tocarla, extender una caricia sobre su piel, Marijú lo rechazaba como si ese contacto le transmitiese una descarga eléctrica, una súbita eczema insoportable, no la inducción placentera de dos cuerpos que se atraen y se repelen sino la falta total de magnetismo, el empiojado relampagueo de un cometa menor que va saliendo de un campo gravitatorio, en este caso acotado, del modesto departamento de Jota.

–Si miraras el placar te darías cuenta... así que te pido que no me llames más. Ni siquiera si llegaras a leer en el diario que tuve un accidente y necesitara sangre... ni se te ocurra. Y te quiero aclarar algo, por las dudas: yo a vos, en mi agenda, siempre te tuve anotado con lápiz... ahora te borro. –Y le cortó.

3

De este modo comenzó, en realidad recomenzó, la vida de soltero sempiterno de Jota, en una ciudad chica como Santa Fe, donde todo se sabe, al menos en los lugares en que se supone que debe saberse, circuitos de radios cortos, ámbitos de pertenencia que jalonan el itinerario de las personas un poco más acá o más allá del río Salado, del riacho Santa Fe o de la laguna Setúbal, o definitivamente lejos de esos periplos que describe el agua en una ciudad que es, en la práctica, una península baja, estrecha y húmeda, hundida en el sistema litoral; circuitos que podrían ser de afinidad amistosa o de una asfixia pregnante hasta la angustia, según la ocasión, el tono, el tempo de esos vínculos que los años esmerilan volviendo romos los dientes de sus engranajes.

El caso es que Jota, convaleciente de una operación de cierta importancia, está en la cama doble, la que fuera matrimonial y ya no, amenazado por una paloma que, aunque no puede hacerle nada, cuestiona desde su actitud agresiva algo que no le gusta de él. Piensa en un momento Jota que podría congraciarse con el ave, tirarle unas migas para que picotee, pero su estado no da para ese tipo de esfuerzos: a duras penas puede llegar con el andador que le trajo Mona Mancuello hasta el baño a hacer sus necesidades más urgentes, lo que el médico ha considerado una franca evolución, sin que eso le quite a Jota la sensación íntima de humillación que le sobreviene al hacer fuerza, la impresión de que se le van a saltar todos los puntos de la sutura, como si se tratara de una camisa apenas hilvanada.

Maneja con el control remoto el televisor, pero se cansa pronto de lo que ve y apaga. Lee dos libros a la vez: los ha elegido bien distintos uno del otro. Once de Patricia Highsmith, y Mon dernier soupir, la biografía de Buñuel en edición francesa que compró hace tiempo en una librería de usados, más por curiosidad que por interés. ¿Quién podría tener ese libro en Santa Fe, existiendo una edición española, y para colmo venderla, descartarla, cuando debe ser el único ejemplar de la provincia? Para colmo, hay un ex libris de sello pretencioso, con guirnaldas y corolas de flores que subrayan el nombre de su anterior propietaria: Norma Tiva, alguien que no conoce ni jamás oyó nombrar, y hasta parece un seudónimo, alguien muy apegado a las reglas, una abogada quizá en una ciudad tapizada de abogados dedicados por ese mismo exceso a las más variadas tareas ajenas al derecho. Conoció a un abogado vendedor de lotería, otro mecánico y, en el paroxismo del oficio, uno dedicado a la cetrería en el aeropuerto de Sauce Viejo, para evitar que las palomas se metan en las turbinas de los aviones, cada vez más escasos, que llegaban a la ciudad cordial.

Pero todo eso es historia antigua, el presente de Jota es la convalecencia y el dolor, la inutilidad para valerse solo, sobre todo esto que lo deposita en un lugar para él desconocido, el de la dependencia, cuando toda su vida anterior estuvo basada en la autonomía. Por eso también cree haber superado la separación de Marijú, porque no la necesitaba para vivir, para resolver cuestiones básicas. Sí la necesitaba para otras cosas, sobre todo para conversar, o discutir; ese era su combustible para todo lo otro: desvestirla, rozarla con las yemas de los dedos, o subir el tono en los disensos hasta llegar al silencio, a transitar la casa como dos extraños que se evitan, se están midiendo todo el tiempo, pero no se hablan, como el castigo que cada uno le inflige al otro, un modo de decirle “no te merecés siquiera una pelea”. De esos pequeños gestos, muchas veces circunstanciales, Jota piensa que se fue construyendo la partida final, ya que nada, ningún detalle de esa persistente construcción destructiva se olvida del todo, y queda como recidiva fermentando en algún lugar de la cabeza para que un día cualquiera, sumado a otros enconos, a cosas tal vez más graves, o insignificantes, estalle, se derrame y precipite, aunque entre ellos no haya sucedido ni tenga posibilidad alguna de ocurrir en algún improbable futuro.

No quiere pensar en Marijú ahora; se alegra en cierto modo de que no haya tenido que ser precisamente ella su enfermera. Es más prudente y menos oneroso pagarle a Mona Mancuello, piensa. Pero en el mismo momento que lo piensa, salta la analogía con la prostitución: hay hombres que prefieren pagarle a una puta, y no sólo para tener relaciones sexuales, también para hablarles, para contarles sus desdichas. Al menos es lo que dice la mayoría de las prostitutas, que presumen de psicoanalistas de hombres frustrados. Jota se arrepiente de la comparación: él nunca equipararía a Marijú con una puta, y tampoco conoce nada de ese mundo porque nunca frecuentó algo semejante. A lo sumo, una noche que caminaba cerca de la Terminal de colectivos, se le ofreció una mujer enorme que seguramente era un travestido por el tamaño llamativo de sus manos y sus zapatos. Le dio miedo y apuró el paso sin responder; aquel era un sitio con leyes que ignoraba. ¿Qué hace un travesti, una travesti, de día? Se los/las imaginaba como murciélagos, una especie de hábitos exclusivamente nocturnos. ¿Y qué se hace con un travesti, o una travesti? ¿Se supone que los tipos que buscan eso quieren ser penetrados, o al menos manosear a otro hombre con pechos y verga, pero con aspecto de mujer? No lo sabe ni lo quiere saber; no entra en la caravana recurrente de sus fantasías, sino más bien en las de su rechazo. Nunca degradaría a Marijú asimilándola a una prostituta, pero ser prostituta, ¿es siempre degradante o esos son los prejuicios de su clase y su educación? Tampoco lo sabe, a excepción de los casos de flagrante necesidad. De pronto recuerda una película antigua, en la que llevan a un joven a debutar a la isla Maciel, cerca de la cancha de San Telmo, cerca del Riachuelo. Recuerda perfectamente la escena en la que la mujer hace entrar al pibe a la casilla, y está su marido presente, que toma el asunto con naturalidad y resignación. Nunca se le borró la escena.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El hombre de cristal»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El hombre de cristal» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El hombre de cristal»

Обсуждение, отзывы о книге «El hombre de cristal» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x