VERGÜENZA
Abusos en la Iglesia católica
© Carolina del Río M. (Editora)
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
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ISBN libro impreso: 978-956-357-241-4
ISBN libro digital: 978-956-357-242-1
Dirección editorial:Alejandra Stevenson Valdés
Ditora ejecutiva: Beatriz García-Huidobro
Diseño interior y portada: Alejandra Norambuena
Imagen de portada: Eva, Auguste Rodin, 1881
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CONTENIDO
Presentación
Carolina del Río Mena
PRIMERA PARTE GRITOS
I. Es de noche y grito… ¡cómo grito!
Pbro. Eugenio de la Fuente
II. Las invisibles
Carolina del Río M.
III. El grito de Jesús, solidario con las víctimas
Jorge Costadoat, S.J.
SEGUNDA PARTE ABUSO¿DE QUÉ HABLAMOS?
IV. Sexualidad en la Iglesia: una mirada histórica necesaria
Cristián Barría Iroumé
V. ¿Servir al poder o servirse de él? La íntima relación entre abuso de poder y abuso sexual
María Paz Ábalos
VI. ¿Hacia una nueva narrativa sexual en el clero?
Pablo Astudillo Lizama
VII. La triada sombría del clero: narcisismo, poder y sexualidad
Camilo Barrionuevo
VIII. La conciencia: ¿dónde poner límites?
Tony Mifsud S.J.
IX. Abuso sexual eclesial: una trama de poder y silencio
Ana María Arón
TERCERA PARTE HORIZONTES
X. Autoritarismo y clericalismo: una reflexión desde la historia
Ana María Stuven
XI. Reformas que urgen. Factores sistémicos en la crisis de los abusos
Carlos Schickendantz
XII. Colegios alerta: construyendo ambientes seguros
Ana María Tomassini y María Soledad Cifuentes
XIII. Procesos canónicos en la búsqueda de justicia
Pbro. Francisco Javier Astaburuaga Ossa y Catalina Claramunt Irigoyen
XIV. Reparación integral: sanar las heridas y reparar (un poco) el daño
Judith Schönsteiner
AUTORAS Y AUTORES
Adentrarse en la oscuridad,
verla como propia,
como un lugar para estar,
para combatir,
para que así, de la nada
entremedio
aparezca la luz.
Realidad
Lafat Bordieu
PRESENTACIÓN
“En medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo que, tarde o temprano, produce fruto”. La frase es del papa Francisco, de la carta que escribió Al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, en mayo del 2018. A casi dos años de su diagnóstico hemos atravesado mucha oscuridad, mucho escándalo, mucho abuso y demasiado dolor. La Iglesia chilena —clero y laicado— no logra reponerse de la perplejidad, la vergüenza, la rabia y el sufrimiento que los escándalos de abusos sexuales, de poder y de conciencia han provocado en los creyentes. La Iglesia está adolorida, lo estamos todos, todas.
Nos cuesta mucho “permanecer” en la crisis para entender qué tiene que enseñarnos. Queremos dar vuelta la página, dejar de escuchar a las víctimas, dejar de ver a sacerdotes acaparando titulares de noticiarios, queremos dejar de hablar de la crisis. Pero si no permanecemos un tiempo en esta oscuridad, si no escuchamos a las víctimas con el corazón, no lograremos aquilatar el daño devastador que se ha hecho a la Iglesia y al pueblo fiel ni lograremos hacer un diagnóstico adecuado. No tenemos más remedio que sumergirnos en la crisis hasta lo más profundo para intentar descubrir algunas pistas que nos permitan explicar lo sucedido. Y, así y todo, no será suficiente. Pero será un intento. Hay que aprender a vivir en la crisis, no por un afán masoquista, sino aprendiendo aquello que la crisis nos enrostra, nos interpela, nos conmueve.
Y ¿qué es todo esto que la crisis nos enrostra? En primer lugar, que las autoridades religiosas, parte importante del clero y demasiados(as) en el pueblo fiel, no comprenden aún la gravedad de lo que estamos viviendo. Hay todavía una enorme incomprensión del drama existencial que significa ser víctima de abuso. Y la única manera de aprender es escuchando a las víctimas que quieren comprensión, contención, verdad y justicia. Cuando se escucha decir: “¿Para qué denunciar si fulano ya está muerto y no puede defenderse?”, no se ha entendido que la denuncia —justa y necesaria—, es por la víctima, para que como comunidad creyente legitimemos su sufrimiento. Aún no comprendemos que el abuso, en sus múltiples formas, es pan de cada día en nuestra sociedad y, también en la Iglesia, no solo desde el clero hacia menores o hacia un laicado vulnerable; también entre superiores y superioras de congregaciones y entre laicos y laicas clericalizados, con poder, que temen perder sus espacios de privilegio. Aún no entendemos que algunas prácticas como la confesión y el acompañamiento espiritual pueden ser fuente de enormes abusos y requieren ser revisados ¿En qué espacios estamos hablando de esto? ¿En qué espacios estamos buscando soluciones y maneras de prevenirlo?
Esta crisis también nos ha enrostrado nuestra ignorancia, nuestra falta de pensamiento crítico ad intra, hacia “adentro” de la Iglesia. Se nos enseñó a no dudar, a no cuestionar y ese silencio nos ha hecho comulgar con ruedas de carreta. En todos nosotros hay una formación —más o menos— deficiente, que no dialoga con las ciencias ni con la sociedad actual, que huye de cuestiones complejas. En el clero hay una tremenda ignorancia sobre la sexualidad, la fuerza del deseo, sobre cómo se construye socialmente una praxis sexual compartida. Desde Humanae Vitae le dimos la espalda a las ciencias sociales que han estado diciendo tanto sobre sexualidad estos últimos 50 años… y nosotros anclados en una moral sexual añeja y discriminadora.
Esta crisis nos ha mostrado la ausencia de las mujeres y de lo femenino. Ha puesto sobre la mesa —una vez más— no solo la ausencia de las mujeres en los niveles de decisión, en la participación plena, sino, también, en la falta de valoración de lo femenino. Decimos que la Iglesia es madre, pero no se ha preguntado a las madres reales cómo se cuida a los hijos. La Iglesia ha sido una madre que no cuida, que no ha estado atenta a sus hijos e hijas, que no genera espacios de encuentro profundo entre ellos —clero y laicado— manteniéndolos como hijos e hijas de primera y segunda categoría. Claramente no cuidó a las víctimas, pero ¿cómo cuida la madre Iglesia a sus sacerdotes, por ejemplo? ¿Cómo cuida de su soledad, de jornadas extenuantes de trabajo? ¿De la falta de acompañamiento y supervisión? ¿Cómo les enseña algo sobre el gozo y el placer, sobre su propia sexualidad, sobre la necesidad de intimidad o sobre el vínculo sano con las mujeres? ¿Cómo acompaña esos caminos? En la Iglesia sigue reinando un profundo desconocimiento, temor y falta de valoración hacia lo que las mujeres son y pueden aportar.
Por último, y no porque sea lo último que la crisis nos muestra, ha quedado claro que esta institucionalidad eclesial, su gobernanza y la relación establecida con el poder, no dan para más. El modelo imperial, jerarquizado, sin mecanismos de control, sin tener que dar cuenta a nadie, no puede continuar. No solo porque no nos guste, sino porque hace daño, porque mata. El alejamiento del sensus fidelium —el sentido de la fe de los fieles— ha producido un abismo casi insalvable entre jerarquía y laicado.
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