Al modelo de Economía Social y Ecológica de Mercado se agrega la propuesta de un “humanismo digital”, que a su juicio une dos conceptos contradictorios u opuestos: “Humanismo digital es el paradigma que ampara el desarrollo tecnológico para determinar su compromiso humano como vehículo de bienestar integral y aprendizaje social continuo y significativo. El humanismo digital representa el credo que preserva para el hombre la rectoría frente a la tecnología y no su subordinación”.
Termina con unas consideraciones sobre la necesidad de más y mejor democracia, con una visión política “desde la legitimidad de un centro que aisle los extremos y cope el espacio de la afirmación, una sociedad ciudadana que incluya a los sujetos sociales marginalizados”.
Dejo en manos del lector esta obra para que disfrute su riqueza. Y agradezco a Juan Alfredo Pinto la invitación para prologarla.

olibio fue un historiador griego que intentó comprender y explicar la hegemonía del imperio romano y los procesos de auge, descenso y degeneración de la democracia. Para ello construyó la teoría de la anaciclosis según la cual el ejercicio del poder responde a un ciclo de seis fases. La monarquía deviene en tiranía y el grupo más beneficiado dentro del circuito inmediato del monarca se autodefine como noble para conformar una aristocracia que concentra la fortuna y la decisión hasta la decrepitud. Es en esa etapa cuando el grupo de aristócratas se tornará en una oligarquía que agota todas las reservas morales y lleva a sectores sociales a rebelarse, clamando por la participación y el relevo dando lugar al establecimiento de la democracia que conoce períodos de esplendor hasta producir un alejamiento político, económico y moral de sus principios rectores por vía de lo que modernamente conocemos como lumpenización de variadas capas sociales, lo cual da lugar a una de las formas primitivas del populismo llamada en aquel entonces oclocracia, el gobierno de las muchedumbres.
La ciencia política, las ciencias sociales en general y la economía, se han ocupado de asignar nombres y crear categorías que acotan los conceptos y precisan las diferentes formas de distorsión de la democracia. La concentración de la economía y los agudos problemas de distribución de la renta y de la propiedad en América Latina han popularizado la categoría plutocracia, también de origen griego, para hablar del gobierno del poder económico, de los ricos, poseedores del capital y de su capacidad manipuladora. A la alteración a profundidad de la percepción, expresión y participación de la ciudadanía en virtud de la incidencia y el control de la formación de opinión a través de los medios de comunicación y, más recientemente, de las estadísticas de predicción y de los algoritmos de alta complejidad propios del big data se le denomina democracia mediática.
Otra categoría en boga, la cual encontraría variopintos ejemplos en Latinoamérica, sería la llamada kakistocracia, un vocablo acuñado por el profesor de la Universidad de Turín, Michelangelo Bovero, autor de “Una Gramática para la Democracia” quien le dio como significado el de gobierno de los peores, recientemente redefinido como el gobierno de los incompetentes.
La política latinoamericana ha conocido de otras manifestaciones sobre las cuales las ciencias políticas y la sociología se han pronunciado para aclarar el alcance de las denominaciones Polarización y Fragmentación. Básicamente refieren a la manera como las fuerzas políticas se comportan de cara a las elecciones. En la polarización aparecen dos bloques que aglutinan las fuerzas políticas. En la fragmentación el voto se reparte entre diversas tendencias o grupos partidarios y se altera la correlación de fuerzas. Aunque la polarización ha ido variando con los cambios en los métodos políticos, el caso prototípico es el de los radicalismos izquierda-derecha de los cuales no ha escapado nuestro terruño, honrando tristemente la frase que define a Colombia como un país “a la penúltima moda”. Como en los tiempos de la Alemania pre hitleriana el nazismo y la izquierda radical crecieron a expensas del centro, dentro de lo que algunos señalan como el momento previo al colapso de la democracia. En el caso de las elecciones presidenciales la aglutinación de fuerzas en torno a Duque y Petro, redujo la opción para Fajardo y cuando el electorado reaccionó era tarde, la suerte estaba echada. En el caso de las últimas elecciones territoriales en Bogotá, la división entre el centro galanista y el centro derecha, y la fractura de la izquierda, despejó el camino para un centro progresista encarnado por Claudia López, haciendo evidente la fragmentación que ha caracterizado el comportamiento electoral en las elecciones locales de la última década.
Pese a la laboriosidad de sociólogos y politólogos dedicados a encontrar caracterizaciones que identifiquen el comportamiento político y la manera de ejercer el poder por los gobernantes, dentro de las categorías que hemos reseñado, no encontramos una que identifique los casos de mandatarios y gobiernos que han tenido dificultad en la aceptación y comunicación de la tarea de los mandatarios, estimulando el hartazgo que se plasma en un rechazo popular a la acción gubernamental, con mucho énfasis en el anti y mucha menor capacidad en el pro. Y ahí estamos, en plena encalladura, permitiendo que el lumpen se empodere, destruya nuestra descaecida infraestructura y muestre al mundo el escenario de un resentimiento fermentado en variadas expresiones de una cruel desigualdad. En el caso de Colombia, vándalos y resentidos chocaron con el escuadrón anti motines una y otra vez, mientras los estudiantes, trabajadores y las clases medias realizaron a lo largo del año 2020, jornadas de protesta legítimas, llenas de imaginación, que nos dejan advertir posibilidades de reencuentro y sanación colectivas.
Dentro de la evolución de Colombia en materia política y en el proceso del posacuerdo que avanza pese a los tropiezos en la consolidación de la paz, estos fenómenos muestran notables particularidades. El Presidente Duque es un mandatario con legitimidad, de eso no hay duda. Cuesta mucho calificar a Colombia como una tiranía después de la Constitución de 1991. Nuestra democracia tiene graves imperfecciones en sus poderes públicos, muestra en ocasiones un sesgo oligárquico en la conformación de las decisiones y padece niveles de corrupción que descalifican al estado en su conjunto y han dejado sin credibilidad a las instituciones. Aún así Colombia se esfuerza por superar el ciclo de conflicto y configura logros de mejoramiento en la calidad de vida, en la instrucción general, las telecomunicaciones, y en variados aspectos del orden social como la producción artística, el deporte, el avance de la mujer en el proceso hacia la equidad o la mejora en la expectativa de vida al nacer. Al parecer la intención del Presidente y su equipo de obrar modificaciones al Acuerdo de Paz firmado y protocolizado legalmente, al estrellarse con una extensa oposición ciudadana, parlamentaria y de la corte Constitucional, restó credibilidad al mandatario. Otro tanto ocurrió con el proyecto de reforma tributaria presentado como una ley de financiamiento que en su versión original incluía la extensión del IVA a los productos de la canasta familiar mientras aliviaba la carga tributaria al sector empresarial, debiendo ser ajustada en dos rondas parlamentarias. Produjo una sensación de poco compromiso con los más vulnerables que impactó negativamente el respaldo ciudadano a la labor del Gobierno.
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