Esta introducción tiene como objetivo contextualizar el conflicto vasco desde el nacionalismo, la violencia política y ETA. Mi trabajo también trata de explicar la importancia de usar la historia oral para poner caras, nombres y, aún más importante, experiencias de vida dentro del contexto de este conflicto. Esto nos da la posibilidad de entender, con una perspectiva analítica, el conflicto desde las percepciones personales de estos activistas en lugar de basarnos en teorías de científicos sociales que tratan constantemente de «buscar una solución al conflicto». El nacionalismo, con independencia de si es vasco o español, no fue construido solo a base de mitos. El nacionalismo que se proyecta sobre un imaginario necesita una base tangible o una realidad física donde sostenerse. Si la economía y las condiciones materiales de las personas son el sustrato básico del nacionalismo, también la violencia, en su sentido más físico, es la realización de un proyecto nacionalista. En este sentido, las siete historias de vida retratadas en este libro experimentaron diferentes formas de violencia. ETA y la Izquierda Abertzale moldean su imaginario nacional vasco sacando a la luz la violencia que han sufrido. Por otro lado, en sus narrativas políticas la violencia que los militantes de ETA han perpetrado es normalmente omitida u ocultada, en un intento de no ofrecer una excusa al Estado español para actuar. Esta manera de hablar en sus testimonios es, en parte, por el miedo que sienten los militantes ante la posibilidad de que las entrevistas puedan tener futuras consecuencias legales. Sin embargo, hay también una narrativa dentro de ETA en la que se les describe como freedom fighters y que les hace negar el sufrimiento causado. En los próximos capítulos, las historias de vida de los siete protagonistas son explicadas desde diferentes sistemas de poder (diferentes gobiernos españoles) que ha tenido el conflicto vasco, desde el nacimiento de ETA en 1959 hasta el final de su actividad armada en 2011.
Biografías de los entrevistados
Durante la construcción de la muestra que iba a utilizar en mi investigación, intenté que el resultado facilitase la comprensión del largo conflicto armado vasco. El capítulo II es el único de todo el libro que no está basado en una historia de vida. Este capítulo analiza la dictadura de Franco y la herencia cultural del fascismo sobre la actual democracia española. Esta introducción nos sirve para presentar las historias de vida condensadas en los siguientes capítulos que logran capturar una gran variedad de experiencias en los testimonios de los militantes.
La primera historia de vida es la de Fernando Etxegarai, protagonista del capítulo III. Nacido en 1952, Etxegarai nos cuenta la historia de su desencanto con el resultado final de la transición española. Su testimonio, al igual que el del resto de militantes que forman parte de este libro, es el producto de sus memorias con el actual conflicto vasco, aún no resuelto. En 1967, con 15 años, Etxegarai vio cómo su hermano y su primo (que formaban parte de un comando de ETA) eran detenidos por la policía franquista. Este episodio de la vida de Etxegarai evoca el alto precio que muchos vascos, en su lucha contra el fascismo, tuvieron que pagar durante la dictadura y las altas expectativas que tenían del inicio de la transición a la democracia. En otras palabras, durante la entrevista Etxegarai subraya el hecho de que los militantes de ETA que vivieron el periodo de la transición hacia la democracia terminaron este periodo sin obtener los beneficios esperados: el derecho de autodeterminación para el pueblo vasco.
La biografía de Etxegarai marca 1969 como el año en que empezó a estudiar derecho en Madrid, expandiendo su universo mental fuera de las fronteras del País Vasco. Durante este periodo conocido como «tardofranquismo» (1959-1975), una nueva clase trabajadora surgió en el País Vasco –así como en otras regiones de España como Cataluña– provocando, con sus movilizaciones, el final de la dictadura. En 1976, habiendo obtenido el título de abogado, Etxegarai fue testigo de la intensa huelga que tuvo lugar en la ciudad vasca de Vitoria, donde dos trabajadores murieron durante la manifestación contra el régimen. Etxegarai vivió la transición española (1975-1982) después de haber estado en contacto con estudiantes de derecho en Madrid y de haber participado en las intensas manifestaciones de Vitoria. En 1982, Etxegarai ya es parte de un comando de ETA. Este resumen de la biografía de este militante de ETA ayuda al lector a situar su historia de vida durante los turbulentos años de la transición, y así poder entender la desafección que sintió la Izquierda Abertzale con la democracia española que nacía por entonces.
Nacido en 1960, el militante de ETA Josu Amantes –que es ocho años menor que Etxegarai– fue un adolescente durante la transición hacia la democracia. En 1979 Amantes empezó a militar en ETA después de haberlo hecho en diversas organizaciones políticas de la Izquierda Abertzale que desempeñaron un papel predominante durante la transición. En 1983, a la edad de 23 años, Amantes emigró a Francia después de enterarse de que la policía le estaba buscando. Durante los próximos tres años, Amantes tuvo una vida relativamente normal en Francia, teniendo en cuenta que el gobierno de Mitterrand concedió asilo a los refugiados políticos vascos hasta 1986. Si lo relevante de la historia de Etxegarai se contextualiza durante los años de la transición, la historia de Amantes empieza precisamente con las secuelas que deja dicha transición y el terrorismo practicado por los GAL apoyado secretamente por parte de las elites del Estado.
En 1984, el compañero de piso de Amantes –que también era militante de ETA– murió delante de él como consecuencia de un disparo de un francotirador de los GAL. Unos años después, Amantes experimentó, también en sus manos, la violencia de los GAL cuando un sicario le disparó en los baños de un bar. Estos dos episodios hicieron entender a Amantes la vulnerabilidad de su propia vida y del resto de los refugiados vascos que se encontraban en Francia. Como podemos ver, las vidas de Amantes y de Etxegarai no son representativas en términos cuantitativos. Por el contrario, el desencanto de Etxegarai y el dolor físico que experimentó Amantes representan la no resolución del conflicto vasco en la actual democracia española.
Me llamo Gorka García Sertucha. Nací en Bilbao, en 1968. Soy de Algorta, Guecho, y tengo 47 años. He pasado veinte años en prisión [81].
Con estas palabras empieza la transcripción de la entrevista de la tercera historia de vida de este libro. Inmediatamente después de que Sertucha pronuncia estas palabras, yo le interrumpí pidiéndole que comenzase hablando de su infancia. Mi investigación, en la que la historia oral es una fuente de varias, revela –a través de diversas fuentes primarias más convencionales exploradas en archivos de organizaciones de paz como Elkarri o Gesto por la Paz– que la sociedad vasca ha transformado su percepción de la violencia desde que ETA empezó a ejercerla en la segunda mitad del siglo XX. Si las historias de Etxegarai y Amantes provienen de los setenta y los ochenta durante los cuales ETA disfrutaba de altos niveles de apoyo social entre los vascos, durante los noventa la organización empezó a encontrarse aislada. ¿Cómo se puede entender la biografía de Sertucha desde esta evolución histórica?
En 1995, Sertucha fue encarcelado y acusado de intentar matar al rey de España, Juan Carlos I. Toda la vida de Sertucha será marcada por aquel año. ¿Por qué Sertucha (a diferencia del resto de narradores de esta tesis) estaba dispuesto a hablarme de un acto de violencia? Durante este periodo que pasó en una prisión del sur de España, Sertucha recuerda las palabras de un funcionario de prisiones: «Es una pena que fallaras en tu intento de matar al rey» [82]. Este episodio, a pesar de ser simplemente la opinión de un funcionario de prisiones, revela una paradoja. A finales del siglo XX, cuando las organizaciones de paz tenían una alta presencia en sus demandas en contra de la violencia de ETA, la dimensión histórica del rey Juan Carlos I traspasaba la dimensión de violencia política. En otras palabras, no solo los militantes de ETA, sino también ciudadanos españoles podrían justificar la violencia contra el rey.
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