Esa es la explicación que leemos en muchos comentarios. Pero tengo un problema con eso: Pablo nunca dijo en 1 Corintios que la razón por la que quería que las mujeres se cubrieran la cabeza era para que no parecieran prostitutas. Si el apóstol dio una advertencia que nos desconcierta, creo que es una labor legítima para el intérprete bíblico examinar la “situación de la vida” en la que se escribió el texto.
Creo que nos ayuda a entender la Biblia si leemos sobre cómo era la cultura de la época y nos preguntamos: “¿Cómo entendieron las personas en el primer siglo este texto o esta advertencia?”. Ese es un método legítimo de interpretación bíblica. Sin embargo, dado que el apóstol dio una razón para su mandato, no es legítimo descartar su razón y reemplazarla con un razonamiento especulativo que extraemos de nuestro estudio de la cultura de esa época.
En 1 Corintios, Pablo no solo dijo que las mujeres debían cubrir sus cabezas, sino que también dio una razón. La razón es que cubrir la cabeza es una señal de la subordinación de la esposa al esposo en la familia (11:6-10). Además, cuando Pablo dio esta orden, no apeló a la cultura local en Corinto; apeló a la Creación (v. 8-9).
Por tanto, debemos ser muy cuidadosos antes de descartar un mandato de Dios argumentando que se trata de una costumbre local que no es vinculante para nosotros. Si podemos equivocarnos al diferenciar entre costumbre y principio, hay un principio bíblico para enseñarnos cómo decidir—el principio de que “todo lo que no proviene de fe es pecado” (Romanos 14:23). En otras palabras, la carga de la prueba cuando observamos un mandato en las Escrituras recae siempre sobre aquellos que dirían que es una costumbre en lugar de aquellos que dirían que es un principio. Si la Biblia me dice que haga algo que parece ser una costumbre, y soy muy escrupuloso y trato una costumbre como si fuera un principio, todo lo que estoy haciendo es ser demasiado escrupuloso. Pero si tomo un principio que Dios ha establecido para Su pueblo y lo descarto como si se tratara simplemente de una costumbre, soy culpable de subvertir la propia ley de Dios. Y si encontramos algo que está arraigado en la Creación, eso es lo último que deberíamos tratar como una costumbre, porque si hay algo que trasciende las consideraciones locales, son los principios establecidos en la Creación, porque tales principios se mantienen vigentes mientras la Creación perdure.
EL PACTO DE OBRAS
Como mencioné antes, el nombre más controversial del pacto de Dios con Adán es “el pacto de obras”. En la teología reformada histórica en particular, se hace una distinción entre lo que se llama el pacto de obras y el pacto de gracia. La Confesión de Fe de Westminster , un documento reformado del siglo XVII, señala: “La distancia entre Dios y la criatura es tan grande, que aunque las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, nunca tendrían disfrute alguno de Dios como bienaventuranza y galardón, a no ser por una condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual le ha agradado expresar por medio del pacto”. Luego agrega: “El primer pacto hecho con el hombre fue un pacto de obras, en el cual se le prometió la vida a Adán, y en él a su posteridad, bajo la condición de obediencia perfecta y personal” (7.1-2). 1
Aquí es donde entra la confusión. En la primera sección, los redactores de la Confesión de Westminster expresaron la idea de que no tenemos un programa de derechos a partir de la Creación. Cuando Dios nos hizo del polvo, Él no tenía obligación de darnos prosperidad, buena salud o vida eterna. La criatura no puede decirle al Creador: “Debes hacer esto y lo otro por mí”. Cualquier beneficio que recibamos del Creador no proviene de una necesidad divina o algún tipo de ley externa que se impone a Dios por naturaleza. Al contrario, cualquier beneficio que obtenemos como criaturas proviene de la disposición personal de Dios.
En el primer capítulo, discutí cómo los eruditos que tradujeron las Escrituras hebreas al griego se decidieron por la palabra griega diathēkē para traducir la palabra hebrea para “pacto”, berîyth . Mencioné que finalmente se escogió diathēkē porque tenía el elemento de la disposición soberana. Eso es muy importante, porque en la cultura moderna hemos sido condicionados a pensar en términos de programas de derechos. Pensamos que si no recibimos ciertas cosas, hay algún error en la justicia. Pensamos que el Estado nos debe una educación universitaria. Nos debe un cierto nivel salarial. Nos debe esto, nos debe aquello. ¿De dónde sacamos esa idea? ¿Quién dijo que cualquier gobierno alguna vez le debía a su gente algo más que simplemente gobernar?
Al final, creo que así somos como criaturas. Desafortunadamente, dejamos que esa tendencia influya en nuestro pensamiento con respecto a cómo Dios se relaciona con nosotros. Dios no nos debe nada. Cualquier bendición que Él nos da proviene de Él voluntariamente, por Su gracia. Y ese principio está firmemente enunciado en la Confesión de Westminster : “La distancia entre Dios y la criatura es tan grande, que aunque las criaturas racionales le deben obediencia como a su Creador, sin embargo, nunca tendrían disfrute alguno de Dios como bienaventuranza y galardón, a no ser por una condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual le ha agradado expresar por medio del pacto”.
Esta verdad está entretejida en la naturaleza misma de las cosas porque “Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos” (Samos 100:3b). Somos nosotros Sus deudores. Estamos en deuda con Él por nuestra propia existencia. Le debemos todo; Él no nos debe nada. Sin embargo, Él nos bendice abundantemente y, como dice la confesión, nuestra participación en la bendición proviene de la “condescendencia voluntaria de parte de Dios, la cual le ha agradado expresar por medio del pacto”.
¿No significa eso que el primer pacto no es un pacto de obras sino un pacto de gracia? No, la distinción entre el pacto de obras y el pacto de gracia no pretende decir eso. El punto de distinción entre el pacto de obras y el pacto de gracia es qué condiciones impone Dios a los que estamos en pacto con Él para que experimentemos Sus beneficios.
Pienso que todos estamos de acuerdo en que el simple hecho de que Dios entre en un pacto con nosotros es una muestra de Su gracia. Debido a ese punto, hay algunas personas que se oponen a la distinción entre el pacto de obras y el pacto de gracia. Piensan que tal distinción oscurece la realidad de que cualquier pacto que tenemos con Dios es solo por Su gracia. Es por gracia que Él hace cualquier tipo de pacto con nosotros. Esta distinción necesita un examen más profundo, y lo veremos en el próximo capítulo.
GUÍA DE ESTUDIO
DEL CAPÍTULO 3
INTRODUCCIÓN
El primer pacto hecho entre Dios y la humanidad tuvo lugar en el huerto del Edén. Se ha llamado de muchas maneras y hay tantas opiniones con respecto a este pacto como hay teólogos. Pero es esencial para nuestra comprensión de este primer pacto entender cómo se relaciona con el pacto de gracia que le sigue. Algunos eruditos sostienen que simplemente no hay una justificación bíblica para llamar a este acuerdo en el huerto un “pacto”. El Dr. R. C. Sproul sostiene lo contrario, y una comprensión básica de este acuerdo como un pacto es necesaria para entender la obra culminada del Salvador. En este capítulo, el Dr. Sproul discute y explica los diversos nombres dados a este pacto.
LECTURA BÍBLICA
Génesis 2:17; Romanos 5:12-21; 10:5; Gálatas 3:10-14
OBJETIVO DE APRENDIZAJE
1. Reconocer y entender los diversos nombres del pacto de Dios con la humanidad en el huerto del Edén.
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