R. C. Sproul - Las promesas de Dios

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¿CUÁLES PROMESAS PUEDES CREER?En la actualidad, escuchamos mucho sobre promesas. La mayor parte del tiempo nos enfocamos en las promesas que nos hacemos unos a otros en lugar de en las promesas de Dios. Como sabemos, las promesas humanas fallan una y otra vez. Pero Dios siempre cumple Sus promesas.Desde su inmenso trasfondo teológico, el Dr. R. C. Sproul explora pactos específicos del Antiguo Testamento a través de Cristo para contestar preguntas como:¿Cómo sabemos que Dios cumplirá Sus promesas?¿Qué podemos aprender de la fidelidad de Dios al cumplir Suspromesas?¿Qué acuerdo tenía Dios el Padre con Jesús antes del comienzo del mundo?¿Qué significa el pacto de Dios con Adán para nosotros?¿En cuál pacto con Dios participan los incrédulos?¿Cómo se relaciona el pacto de Dios con el perdón de nuestros pecados hoy?¿Por qué Jesús tuvo que morir para cumplir el pacto de Dios con nosotros?Las promesas de Dios a través de la historia son el fundamento de tu relación con Él. En
Las promesas de Dios, observarás cómo y por qué Él cumple Sus promesas, desde ahora y hasta la eternidad. Cada capítulo incluye una guía para grupos de estudio o meditación individual.

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5. ¿Es el pacto de redención inconsistente con la idea de que tenemos libre albedrío para elegir de acuerdo con nuestros deseos? Explica tu respuesta.

6. En el pacto de redención, ¿aceptó el Padre invitar a categorías (es decir, a cierto grupo de personas) o a individuos al servicio del Hijo?

7. ¿Puedes definir o describir perspectivas erradas que hayas escuchado o leído sobre este tema? ¿Cómo responderías a la persona que sostiene que la idea de este pacto es pura especulación?

8. ¿En qué sentido está subordinado Jesús el Hijo a Dios Padre?

9. ¿Qué partes de las Escrituras muestran que Jesús asumió voluntariamente Su tarea (para empezar, Juan 10:18; Filipenses 2:8)?

LECTURAS SUGERIDAS PARA ESTUDIO ADICIONAL

• Robertson, O. Palmer. The Christ of the Covenants [El Cristo de los pactos], p. 3-25, 91-92.

3

EL PACTO DE LA

CREACIÓN (PARTE 1)

El primer pacto que Dios hizo con la humanidad es conocido por diversos nombres. A veces se le llama simplemente “el pacto adánico”. En otras ocasiones, se le llama “el pacto de la Creación”. Finalmente, a veces se conoce por el controversial título “el pacto de obras”.

El primer pacto se llama el pacto adánico por una razón obvia: fue hecho con Adán. Sin embargo, debemos recordar que el nombre Adán significa “hombre” en el sentido genérico, humanidad. La Biblia confirma, especialmente en el Nuevo Testamento, que cuando Dios hizo este pacto, no fue simplemente entre Dios y un individuo histórico en particular. En vez de eso, Adán representaba a toda la humanidad. Eso es muy importante para nuestra comprensión de la historia de la redención, porque Adán fracasó como nuestro representante. En consecuencia, cuando Cristo vino al mundo, una de las responsabilidades que el Padre le dio fue ser el “postrer Adán” (1 Corintios 15:45). Vemos este contraste mencionado varias veces en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Pablo escribió: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos” (1 Corintios 15:21). Así que el Nuevo Testamento enfatiza el contraste entre el Adán original y Cristo como el segundo Adán, porque ambos funcionaron no como individuos privados sino como representantes.

Dado que Adán representaba a toda la raza humana en el pacto que Dios hizo con él, todos los seres humanos que descienden de Adán participan en el pacto adánico. Como hijos de Adán, estamos necesariamente involucrados en una relación de pacto con Dios. Ese es un punto que a menudo se pasa por alto y se oscurece. La gente dice: “Bueno, no soy judío y no soy cristiano; por lo tanto, no tengo ninguna relación de pacto con Dios”. Algunas veces dicen: “Ni siquiera creo en Dios, por lo tanto, no hay manera de que pueda estar en una relación de pacto con Él”. Sin embargo, la visión bíblica es que todas las personas están en una relación de pacto con Dios, incluso si lo niegan. No podemos escapar de esta relación de pacto que se forjó entre Dios y nosotros en Adán. Pablo se refirió a la representación de Adán en su epístola a los Romanos, donde señaló que todos pecamos en Adán (5:12), a pesar de que no estábamos allí en el huerto del Edén cuando Satanás tentó al hombre y la mujer.

De modo que ninguno de nosotros está fuera del pacto. La pregunta es si somos guardadores del pacto o quebrantadores del pacto. Todos somos lo uno o lo otro, pero ninguno de nosotros está fuera del pacto. El pacto de la Creación fue incorporado al orden de las cosas antes de la caída, y las estipulaciones que Dios le dio a Adán en este pacto fueron, por extensión, dadas a toda la humanidad.

¿Las estipulaciones que Dios impuso a Adán en este primer pacto alguna vez fueron abrogadas o anuladas? A veces las personas argumentan que los mandatos que Dios dio a través de Moisés en el Antiguo Testamento ya no aplican para nosotros, o que los mandatos de Jesús aplican solo para los cristianos. Sin embargo, hay poco margen para discutir sobre los mandatos que Dios instituyó en la Creación. Cualquier ley introducida por Dios en el pacto de la Creación se extiende hasta donde la Creación se extienda. Por ende, dado que Dios santificó el matrimonio en la Creación, la santidad del matrimonio aplica a todas las generaciones. Ninguna cultura tiene el derecho ante Dios de prescindir de la santidad del matrimonio y decidir que las parejas pueden simplemente vivir juntas. La iglesia reconoce las ceremonias civiles de matrimonio y no restringe el matrimonio a la iglesia, lo que otorga al Estado el derecho de regular el matrimonio debido a la convicción de que el matrimonio se otorga no solo a judíos o cristianos, sino a todos los seres humanos. Es un estado que Dios bendice y santifica para toda la raza humana. Está incorporado en la Creación. Es por eso por lo que las cuestiones éticas con respecto a la naturaleza de la familia, las relaciones sexuales y el matrimonio trascienden a las consideraciones de las culturas contemporáneas. Estas cosas están arraigadas y fundamentadas en la Creación, por lo que nunca se pueden tratar como una cuestión de costumbre.

COSTUMBRE Y PRINCIPIO

En mi libro Cómo estudiar e interpretar la Biblia , incluí un capítulo sobre la difícil pregunta interpretativa de las costumbres y los principios. Leemos ciertas advertencias y exhortaciones en la Biblia, y preguntamos: “¿Estas cosas son obligatorias para los cristianos de todos los lugares y de todas las épocas, o eran simplemente costumbres contemporáneas de una cultura o era en particular, destinadas a desaparecer con esa cultura o era?”.

Sabemos que ciertas cosas son susceptibles de cambiar con la cultura. Por ejemplo, cuando damos nuestros diezmos, no le damos siclos a Dios. El principio de que debemos ser administradores de nuestra propiedad y apoyar la obra del reino de Dios permanece intacto, pero la forma particular de la moneda que usamos cambia de una cultura a otra y de una generación a otra.

Además, ciertas cosas están determinadas culturalmente. La Biblia llama a los cristianos en todos los lugares y en todas las generaciones a vestirse con modestia. Pero lo que es modesto en una cultura puede considerarse provocativo y obsceno en otra. Si nosotros en Occidente nos vistiéramos con poca ropa como algunas de las tribus primitivas del mundo, sería escandaloso. De modo que hay diferencias en la forma en que las personas se visten en distintas generaciones y culturas. Eso es algo que cambia; es fluido. Por esta razón, no exigimos que las personas usen túnicas y sandalias en la cultura occidental del siglo XXI simplemente porque eso es lo que usaba Jesús. El vestido es una cuestión de costumbre. El principio tiene que ver con lo que trasciende las costumbres locales y aplica a todos los cristianos en cualquier lugar y en todo momento.

A veces es muy sencillo entender la diferencia entre un principio y una costumbre. Tomemos el ejemplo del mandato de Jesús a Sus discípulos de salir pero sin llevar calzado con ellos (Mateo 10:10). ¿Significa eso que tenemos un mandato universal de Cristo para hacer evangelismo siempre con nuestros pies descalzos? Por supuesto que no. La forma en que las personas cuidaban sus pies en el primer siglo difiere de la forma en que lo hacemos en nuestras culturas contemporáneas. Pero no todas las cuestiones son tan simples. Consideremos el tema de la estructura de autoridad en el hogar o en el matrimonio. ¿Es la idea del liderazgo masculino en la casa una cuestión de costumbre o una cuestión de principio? Esa pregunta es debatida tenazmente en nuestros días.

Pensemos en un tema relacionado: el requisito de Pablo de que las mujeres cubran sus cabezas en la adoración (1 Corintios 11:4-6). Casi nadie hace eso en nuestros días, en gran medida porque se considera que es un mandato cultural. Si buscas diez comentarios sobre 1 Corintios, obtendrás diez opiniones diferentes sobre lo que Pablo esperaba, pero casi todos señalarán que cuando Pablo escribió 1 Corintios, la ciudad de Corinto era conocida por su inmoralidad y sexualidad, y era posible identificar a una prostituta porque andaba con su cabeza descubierta. Por tanto, se dice que a Pablo le preocupaba el decoro de la comunidad cristiana; es decir, no quería que las mujeres cristianas de Corinto parecieran prostitutas, por lo que les dijo que se cubrieran la cabeza.

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