—Fátima, esa es una creencia que los medios de comunicación, las superproducciones americanas, algunos literatos y un marketing incentivado por determinadas industrias están poniendo de moda, pero, según pienso, no pasa de ahí…
—Eso díselo a Borja, siempre fue partidario de seguir las enseñanzas de supervivencia más avanzadas que se difunden. Desde que lo conozco nunca ha dejado de creer en el catastrofismo.
—No es más que pose, afición, una forma de pasar el tiempo.
—No, Borja hace de esa creencia su meta, su religión. No le importa el dinero que le cueste, gastó una verdadera fortuna haciendo un bunker en una casa que tiene en Navarra, en Bétera empezó a hacer el primero, que dejó inacabado cuando le recordé que aquella era mi casa y que no estaba dispuesta a dejar que hiciera allí todo lo que pretendía, no por la construcción en sí, sino por todo lo que conllevaba consigo, entre otras cosas que los niños manejaran armas.
—¿Armas auténticas?
—Sí, tiene una colección en Eugi.
—¿Cuenta con licencia de armas?
—Que yo sepa, no, pero a él eso no le importa, para esas cosas es muy peculiar, piensa que el mundo debería medirse a partir de un patrón universal, que no es otro que su forma de pensar. Al principio me pareció una pose y, como tal, hasta resultaba simpática hasta que me di cuenta de que se había convertido en su suprema norma, la que rige su vida y la que quiere que rija la de los que le rodean. Piensa que debe tener armas y las tiene.
—¿Alguna vez te ha amenazado con ellas?
—No, nunca, y además cree que solo conozco una de ellas.
—Y, sin armas, ¿te ha amenazado?
—Bueno… amenazarme como tal… no se puede decir que me haya amenazado… simplemente habla de lo que puede ocurrir si no seguimos sus normas, nunca ha dicho que nos vaya a hacer nada. Nos advierte de lo que nos pasará cuando la gran catástrofe asole la tierra, por no querer seguir sus orde… sus consejos. Sobre todo, acostumbra a decir que los niños no llegarían a ninguna parte con la educación que reciben… —Un llanto, manso y abundante, la hace callar. Trata de ocultarlo tras las manos abiertas que cubren su rostro.
Basilio le acerca una caja de pañuelos de papel y le deja tiempo para que se sosiegue. El llanto de Fátima ha conseguido emocionarle, se le ha erizado el vello y nota un nudo en la garganta que sube y baja sin motivo aparente. A pesar de la cantidad de llantos que ha contemplado en ese despacho, se levanta, se aproxima a ella y apoya las manos en sus hombros tratando de infundirle ánimo mientras trata de consolarla. Ella se volvió en la silla y apoyó su rostro en el pecho de Basilio, que mesó su cabello mientras trataba de imbuirle valor, se notaba emocionado también él, pero, sobre todo, deseaba besarla; y a punto estaba cuando, bruscamente, ella volvió a su posición disculpándose.
—Perdona Basilio, pero hace tan poco de lo de Fernando… Borja me echa a mí la culpa de lo que le pasó. Por eso me extraña que él, que tanto ha especulado con la educación de sus hijos, ceda de buenas a primeras, él que siempre estaba en posesión de la verdad. Me resulta extraño. Ojalá tengas razón.
Basilio se reafirmó en su impresión, la forma en que había accedido Borja a traer al muchacho, según creía él, no escondía engaño alguno. Lo que admitía era que la forma en que Borja acogió la petición de divorcio denotaba condescendencia, como una tontería que se le hubiera ocurrido a su mujer, que estaba dispuesto a tolerar.
Decidieron concederle un voto de confianza hasta el próximo lunes, cuando concluía el plazo que se había fijado para traer al niño.
Se centraron en los distintos apartados que habrían de integrarse en el posible convenio que regiría el divorcio, los concretaron con suma rapidez a excepción de la pensión de alimentos que Borja habría de pagar para su hijo Guillermo, la cifra que pidió Fátima escandalizó a Basilio, pero los argumentos que expuso Fátima sobre las necesidades que se le habían creado al menor y los ingresos que aseguraba obtenía Borja, lograron que el letrado accediera, aun estaba convencido de que sería motivo de controversia.
En cuanto al régimen de visitas, era el clásico de un fin de semana cada dos y la mitad de las vacaciones que tuviera el menor. Los inconvenientes surgieron en cuanto a la seguridad de si Borja devolvería a Guillermo tras haber pasado el fin de semana con él, o las vacaciones. Fátima quería que se le impusieran todo tipo de cautelas a los periodos en que Borja disfrutase de su compañía, quería que se le impidiera salir de Valencia con el menor y si eso no era posible que, al menos, no pudiera llevarlo al extranjero, que se le impidiera llevar al menor a los cursos de supervivencia. Basilio la pudo convencer de que debían partir de la idea de que Borja cumpliría lo pactado, especialmente porque una vez se le adjudicara a ella la guarda y custodia, Borja, de realizar cualquiera de las conductas que la atemorizaban, incurriría en el delito de sustracción de menores, el cual le podía acarrear hasta cuatro años de prisión.
Dejaron el divorcio y entraron en el capítulo que posiblemente resultaría más complicado: ambos consortes habían realizado diversas operaciones mercantiles con capital de ambos por medio de sociedades en las que eran socios, solos o junto a otros asociados. Fátima aportó la documentación de que disponía sobre esos negocios. La relación de sociedades y sus cifras eran las conocidas por Basilio.
El resumen de Fátima sobre sus aspiraciones en relación a ellos era muy sencillo: solo pretendía un bien, la exclusiva propiedad de una sociedad radicada en la República Dominicana. Quería que esa mercantil pasara a ser de su entera propiedad. Los bienes que tenía vinculados la sociedad consistían, entre otros, en una gigantesca pastilla de terreno costero sito en el municipio de Sosúa, en la provincia de Puerto Plata, al este del aeropuerto de Gregorio Luperón.
La adquisición la habían podido realizar en inmejorables condiciones gracias a la impaciencia de unos herederos aragoneses. Fueron sorprendidos por una herencia que ni conocían ni esperaban, provenía de un familiar del que habían oído hablar a sus padres en términos muy poco edificantes. Previendo que la herencia podía causarles disgustos, plenamente ignorantes sobre las cualidades de su herencia, tuvieron mucha prisa en venderla.
El representante de una sociedad de la que eran titulares Fátima y Borja supo antes que los herederos de la existencia de esa herencia. La sociedad de Fátima poseía un pequeño terreno que lindaba con el que acababan de heredar los maños. Su representante se lo hizo saber a Borja antes de que los tramites testamentarios desembarcasen en la península y Borja le ordenó que tratara de saber a quién se le encargaría tasar dicho predio. La respuesta no se hizo esperar. En aquel paraje tan solo había, por aquel entonces, una persona que se encargara de esos menesteres. Posiblemente se la encargaran a alguien de la capital, pero de no ser muy incentivados económicamente no aparecerían por allí, se lo subcontratarían al único tasador de la zona.
Borja apostó por esa posibilidad y acertó. Dio orden a su representante de que estableciera contacto con el tasador y que le adelantara que iba a ser contratado para tasar un terreno gracias a él y que tenía interés, mucho interés, en que la tasación fuera muy baja, entregándole a continuación un borrador del dictamen de la tasación y un buen puñado de dólares americanos.
Borja se quedó esperando y su paciencia le dio el triunfo, los nuevos dueños de la finca habían pedido que se tasara aquella tierra y la petición había ido directamente a las manos de quien fue objeto de su apuesta que, agradecido no solo por los dólares recibidos, sino por los que recibiría de los nuevos propietarios y los que le caerían de Borja una vez cumpliera, completó el borrador que le habían entregado y lo mandó para España, junto a su minuta, cobrada por adelantado y una nota en la que se ofrecía para encontrarles un honesto corredor de terrenos que pudiera vendérselos, si así lo deseaban.
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