Por esta razón la televisión colombiana, a diferencia de otras televisiones del mundo, incluso las peores y las más comerciales, no permite incluir al cine como parte esencial de su esquema. Por eso mismo no ha contribuido nunca a una capacitación del espectador en el lenguaje cinematográfico más elemental, antes bien, ha destruido el conocimiento de ese lenguaje que generaciones anteriores poseían sin ningún problema. El esperanto repetitivo de las series americanas, la primitividad absoluta del lenguaje de las telenovelas y la manipulación histérica de la publicidad no tienen aquí alternativa (a no ser la ocasional del cine de los “puentes”, con una selección de películas aleatoria, saltuaria, desorganizada e inútil en todo sentido).
El resultado de este sistema es visible y preocupante: en un teatro de la ciudad pude observar cómo la gente se enfurecía frente a Full Metal Jacket de Stanley Kubrick porque en determinadas ocasiones la cinta hace pausas y usa muy tradicionales fundidos a negro, que la gente toma como una falla en los proyectores. La hipotética exhibición de una cinta como Stranger than Paradise, con sus largas pausas en negro, podría motivar el incendio del teatro. Es el retorno a etapas anteriores al tren de Lumière. El teórico cinematográfico soviético Lotman, en su artículo “Cine y problemas de la estética cinematográfica” (citado por Sight and Sound a propósito de El Espejo de Andréi Tarkovski), hace una consideración que tiene mucho que ver con esta situación: “El arte no solo transmite información, sino que rearma al espectador por medio de la percepción de dicha información, creando su propio público. Una estructura compleja del ser humano en la pantalla hace a las personas en el público intelectual y emocionalmente más complejas. Y, al contrario, una estructura primitiva crea un espectador primitivo. Este es el poder del arte cinematográfico y en ello está su responsabilidad”.
Creo que al considerar el cine colombiano, o latinoamericano y sus eventualidades, no está bien limitarse solo a problemas de producción y de distribución, e incluso de estética y lenguaje y descuidar el estado de conciencia del público, las capacidades de recepción alteradas por los medios que ese público consume. La política estatal de comunicación, en la cual debe estar comprendido el cine, no solo debe ocuparse con que tal o cual cine, conveniente, adecuado y útil para los colombianos deba ser impulsado, sino intentar captar qué tipo de cine los colombianos están en capacidad de ver, en su actual estado de conciencia.
Lo que pretendía decir a este propósito es que, en este esquema de televisión, no puede haber un lugar natural, constante e integrado para el cine colombiano, ya que ni siquiera lo hay para el cine en general. Si se exceptúan los mediometrajes producidos por Focine y presentados en un programa “para iniciados” (aficionados al cine y no la gente común, interesada en lo que estas películas puedan contarle), solo uno que otro largometraje nacional ha encontrado el camino a las pantallas caseras y esto solo porque los programadores encontraron en ellos algún elemento asociable con el material que el televidente está acostumbrado a ver, por ejemplo actores familiares en telenovelas.
Películas como Cóndores no entierran todos los días, Canaguaro, Visa USA, El día que me quieras o Carne de tu carne y, mucho menos, viejos “clásicos” como El río de las tumbas o documentales independientes como Nuestra voz de tierra, años después de su producción, no han aparecido jamás en los televisores. Y siendo Tiempo de morir (the movie!) un subproducto del video televisivo, la versión en celuloide no obtendrá nunca la oportunidad de ser confrontada por los televidentes. Es posible que los programadores hayan buscado presentarlas alguna vez, pero es obvio que si los productores se plegaran a las ridículas ofertas de dinero que aquéllos les hacen, esa exhibición sería más una intolerable humillación que un servicio al cine.
La pregunta es, entonces, si es necesaria o siquiera posible una industria cinematográfica en cuanto tal, en un país donde no ha existido antes y no se ha contado con la debida infraestructura o si, en su lugar y sin tener que quemar etapas ya superadas, puede partirse de un esquema diferente para la producción de imágenes en movimiento. Que estas sean necesarias basta deducirlo de su constante utilización y consumo, aunque en esta avalancha de imágenes el cine en cuanto tal, en su forma tradicional, representa solo una proporción muy pequeña. Se trataría de reemplazar esa industria por una estructura abierta de producción donde las opciones técnicas sean diversificadas, de acuerdo con las intenciones y posibilidades de cada proyecto y con el público al que se pretenda dirigirlo.
A esta estructura es necesario que corresponda una, igualmente abierta, de distribución y difusión, una multiplicidad de canales donde lo que se realice encuentre sus destinatarios naturales, no necesariamente masivos. La ventaja de las nuevas tecnologías es, precisamente, que eliminan el concepto de comunicación masiva y permiten un acceso selectivo a los diversos sectores e intereses. Pero no se trata ahora de diseñar este esquema, sino de recordar que es deber del Estado reflexionarlo y proponerlo y no seguir permitiendo, como hasta ahora, que las nuevas posibilidades mediales —el video, el satélite, el cable, la técnica láser, la fibra óptica— invadan el país de modo totalmente turbulento y caótico, sin prestarle a la nación el verdadero servicio que de ellos puede reportar y permitiendo que se pongan, finalmente, al servicio de intereses privados astutos y orientados por la ganancia.
Colombia fue uno de los primeros países donde el video casero invadió los hogares y, hasta ahora, no existe prácticamente ninguna utilización educativa, cultural o informativa que se sirva del medio. Focine no ha sido capaz, hasta ahora, de crear una distribución propia y organizada en casetes de los propios productos creados con su financiación. La proliferación de antenas parabólicas, instaladas sin criterios y contra todo derecho, no ha hecho más que multiplicar el flujo de las peores telenovelas, intensificando los más negativos esquemas de recepción y en nada ha promovido alternativas o enriquecido la información y la cultura.
Es notorio ver el estado de abandono en que el país tiene a la televisión educativa, mientras que las programadoras comerciales inflan su nulidad con inversiones millonarias. Y, sin embargo, en buen número de los programas de esa televisión educativa uno siente una creatividad, un aliento, una inteligencia y un potencial que están ausentes de la programación principal y que no se despliegan como es debido solo por la pobreza de recursos a la que se los somete. Algo semejante podía observarse en el canal regional de televisión de Antioquia en su primera época.
El fomento de ese talento, de esa creatividad, de esas ideas debe ser el objetivo de una institución que, en mi opinión, debe dejar de centrarse exclusiva y estrechamente en el cine-celuloide y comenzar a promover intensamente una actividad audiovisual que tenga objetivos culturales y relevantes. Culturales porque, a diferencia del cine comercial, la televisión comercial no requiere fomento sino control y organización.
Claro que la apertura a una concepción más amplia de la actividad audiovisual no la limita a aquellas cosas que aparecen “importantes”, “didácticas”, “artísticas” o culturales. Tal vez por insistir en lo urgente de ese uso de la imagen no he recalcado suficientemente el otro, en el cual está incluido “el cine nuestro de cada día”, el que nos permite disfrutar del lenguaje cinematográfico en creaciones que producen placer, que activan nuestra emoción, que nos hacen reír y llorar, que concentran nuestra entusiasmada atención en el antiguo goce de escuchar historias e identificarnos con ellas y sus personajes.
Читать дальше