Es difícil negar que los temas de acceso, permanencia, graduación, calidad y pertinencia, investigación, regionalización, articulación de la educación media con la educación superior, formación para el trabajo, nuevas modalidades educativas e internacionalización son motivo de serias preocupaciones (CESU 2014, 90-112); pero lo cierto es que estos temas no son los únicos que deben ser considerados. Permítasenos aclarar las cosas. Lo siguiente es algo que todo el mundo sabe, pero también es un lugar común que no parece tomarse realmente en serio: no se puede hablar del asunto de las finalidades morales, las necesidades financieras y administrativas, el sentido y las justificaciones políticas de la universidad sin correr el riesgo de enfrentar el vacío abisal en el que esta ya no tendría otro destino que convertirse en una empresa más dedicada a reproducir el mundo así como es (cfr. Derrida 1997, 135-138). Digámoslo una vez más: el debate sobre los horizontes de sentido de la universidad no puede llevarse a cabo sin tener en cuenta la posibilidad de comprender y cuestionar el carácter procesual y polémico de las identidades laborales, los contextos institucionales y los escenarios normativos de la educación superior. Al menos no sin el riesgo de minimizar y hacer superfluo el debate sobre la calidad de la educación y sin correr el riesgo de que la universidad sea el escenario de reproducción de la injusticia social, de la segmentaciones políticas, de los malestares anímicos, etc. 2
Pues bien, en el marco de esas problemáticas complementarias instalamos la presente investigación, cuyo objetivo central es elaborar un modelo conceptual que permita aprehender el hecho de que la Universidad de La Salle es una institución en peligro de incorporar ciegamente la autoridad abstracta de indicadores y estándares, así como la jerarquización académica y administrativa de las organizaciones centralizadas y endurecidas, y descuidar, de este modo, la discusión académica y ético-política sobre la calidad de la educación. 3Todo, con el efecto de asegurar las semillas fértiles para la incidencia de competitividades, agresividades, individualismos, iras, medidas cada vez más sorprendentes, dogmatismos y fundamentalismos.
En La Salle, esto de querer aparecer en los rankings y ajustarse a los esquemas organizacionales allí supuestos no hace más que proporcionar las semillas favorables a las crudas competencias universitarias de estos tiempos. No hay que juzgar rápidamente. El asunto, en el fondo, es la expresión de los intestinos y convulsivos procesos y dinámicas que las comunidades hoy enfrentan ampliamente en las instituciones de educación superior. De allí que sea importante acentuar el hecho de que es terriblemente peligroso basar los horizontes de sentido y las orientaciones normativas de las instituciones en ilusiones trascendentales y abstractas. 4Hablamos del riesgo de moldear la comunidad según prescripciones genéricas y atendiendo solamente la operación jerarquizante de cobijar las diferencias con la mismidad. En el terreno de la educación y la vida universitaria es importante subrayar que los indicadores y los estándares relativos a modelos de medición y las estructuras de organización vertical y centrada tienen una profunda tendencia a reducir lo diferente en el plano cualitativo a lo mismo en el plano cuantitativo. 5
Por otra parte, vamos a insistir en que las valoraciones extrínsecas de las mediciones y los criterios de centralización administrativa, en sus consabidas reducciones, se traducen en el complejo de la paranoia, en cierto despotismo de las comparaciones (ranking), en la ultraburocratización y otros modos de rigidez estructural en la praxis universitaria, lo que representa un precio muy alto que debe ser calibrado y cuestionado propositivamente.
En los debates sobre la calidad de la educación nunca está de más percatarse y reflexionar sobre el impacto emocional y político de la problemática de las mediciones, los estándares y las jerarquías; reflexión que se justifica sencillamente en la necesidad de saber qué es lo que hace crecer o disminuir las comunidades académicas y las capacidades institucionales de la universidad. Si puede mostrarse que los indicadores, los estándares y las jerarquías administrativas son menos absolutas, inevitables y autofundamentadas de lo que normalmente se acepta, cabe preguntar con toda legitimidad cómo evitar los decisionismos centralizados y el formalismo abstracto de los criterios gerenciales y los sistemas de evaluación construidos a partir de indicadores genéricos.
Quizá podamos alcanzar mayor precisión si lo decimos así: ¿cómo evitar que las consideraciones normativas de la universidad obedezcan únicamente a la racionalidad de los estándares y la competitividad institucional, sin desconocer, al tiempo, el escenario donde los procesos y las actividades de la universidad requieren medición y valoración? Además, ¿cómo evitar que la universidad no obedezca más que a la voluntad de medición y organización administrativa jerarquizada? En el vocabulario de la filosofía: ¿cómo matizar los procesos molares de formación y estructuración de las organizaciones para poder garantizar y fortalecer la heterogeneidad de los modos de existencia en la universidad?
Evidentemente, la respuesta a tales interrogantes no es sencilla de construir. De hecho, puede que cada institución universitaria deba elaborar sus propios protocolos a la hora de resolver tales asuntos. Nosotros hemos optado por señalar aquí, en la Universidad de La Salle, el siguiente punto de vista como paso metodológico previo a la formulación de estrategias y planes de desarrollo: lo político y lo social lejos están de constituir esferas aisladas entre sí. Aceptamos que la discusión normativa sobre la visión y misión de la universidad no puede quedarse en planteamientos tercamente internos y sitiados. Simplemente, no podemos pensarnos por fuera del mundo. Pero, al revés, tampoco es deseable que la universidad asimile, sin reflexividad, los condicionamientos externos bajo la creciente necesidad de responder a las exigencias sociales de internacionalización, sostenibilidad financiera, estandarización administrativa, clasificación, etc.
Al recordar este último punto de vista pragmático junto a la preocupación sobre la ampliación de los horizontes de sentido de la universidad, defenderemos la concepción de una comunidad abierta, múltiple y duradera que crece en la conectividad multinivel y dinámica de la comunidad. Trabajamos, pues, en el sueño de aceptar que el mundo de la educación no es tan homogéneo y nivelado como los modelos muestran. Trabajamos en el sueño de debatir la concepción de la universidad según argumentaciones de amplio alcance, cuyo léxico no puede ser excesivamente cuantitativo ni exclusivamente técnico y burocrático. Trabajamos en el sueño de entender que las dinámicas colectivas y el trabajo inmanente de las comunidades es fuente de desarrollo, en oposición a la mirada paranoica sobre lo superior como principio general.
Un comentario más: ¿defender la multiplicidad y el devenir inmanente de la comunidad universitaria de La Salle contra todo gesto paranoico unificador, iracundo y totalizante es lo mismo que defender la esterilidad nihilista de la creencia de que no existe ética interesante o significativa para los posmodernos seres humanos de los tiempos actuales? ¿Defendemos una especie de eclecticismo universitario indiferente a criterios, miradas externas, exigencias materiales, pertinencia social, ordenamiento administrativo, vigilancia y control interno, etc.? ¿Queremos una universidad aislada del compromiso con proyectos de transformación social? ¿Nos anima la idea de la Universidad de La Salle como nicho de narcisismos académicos y engalanada de altos conocimientos inservibles y decorativos? ¿Nos gustaría ver la universidad como una comunidad autogestionada sin más potencia que la de su propia construcción aleatoria? Definitivamente no. No es cierto que la afinidad por las multiplicidades conduzca necesariamente a la anulación de la ética de la responsabilidad social ni a la renuncia de la deliberación ético-política sobre cómo orientar la praxis universitaria de La Salle hacia los problemas sociales y los requerimientos culturales de la actualidad. La defensa de la multiplicidad comunitaria tampoco excluye la necesidad de administrar y seguir procesos. Resulta algo fastidioso pensar que cualquier aproximación a la heterogeneidad de lo real, a la diferencia como rasgo ontológico constitutivo y al pluralismo de las conexiones es lo mismo que dedicarse a la empresa de validar una especie de “todo vale”, sazonado con la victoria del punto de vista de la persona privada egotista o, en el otro extremo, de las comunidades “libres”.
Читать дальше