Nick Cave - Nick Cave - Letras
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Nick Cave, desde sus canciones para
The Birthday Party hasta muy aclamados álbumes como
Murder Ballads,
Henry's Dream y
Dig,
Lazarus,
Dig! hasta su último trabajo,
Ghosteen. De obligada lectura para todos los fanáticos de tan atormentado bardo y letrista. Prólogo de Will Self y conferencia del propio Cave sobre el arte de escribir canciones.
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Una persona en busca del amor verdadero que atisba lo divino. Eso no suele señalar el final de un problema, sino más bien el arranque de uno de inconmensurable magnitud, cometido, por otra parte, tan aterrador como regocijante. Su conferencia, «La vida secreta de la Canción de Amor», que precede al propio cancionero en esta edición bilingüe, versa sobre la extraña forma de tristeza que se manifiesta en la composición de canciones de amor. «La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, a la inspiración y, en última instancia, a Dios». Como tal vez no alcancé a transmitir antes con meridiana claridad, Nick ansía verbalizar y acercarnos a lo inimaginable, y esa misión es la que aguarda al artista prendado de amor, porque el amor es no solo esa brizna de suerte que a veces nos sonríe y parece iluminar nuestras vidas, sino que, a menudo, tórnase en una insufrible catástrofe que nosotros mismos propiciamos. Cuando pienso en el primer encontronazo con la escritura de Nick Cave, recuerdo aquella experiencia como una suerte de inesperado salvoconducto para comportarme, por fin, como un adulto: su modo de dignificar la tristeza, de teñir la melancolía con los colores de la existencia, liberándonos; mas no del dolor, sino concediéndonos la libertad de sentirlo y seguir viviendo. A no cejar en nuestro empeño por persistir en lo que él dio en llamar «el clamor del amor», esa es nuestra gran oportunidad y nuestra maldición a un tiempo.
Nada es más profundo que la tinta negra. Solo cuando se sumerge uno en la lectura de las letras del cancionero —y aquí ofrécesenos todo: la lucha por la tórrida ascensión, sin solución de continuidad, rumbo a la iluminación— alcanza uno a poseer una visión cabal de la singladura de esta mente apasionada con corazón ardiente. Nick Cave ha albergado siempre el alma de un baladista irlandés: “Lucy”, “Black Hair”, la litúrgica repetición sin pausa de las palabras, la llamada a la comunión con el oyente, la invitación a compartir la pérdida. Piensa en “Nobody’s Baby Now”— She lives in my blood and skin— y en el alma edificante de los despojados, experiencia en la que todos nos podemos reconocer, la lucha por doblegar al espíritu. En “Into My Arms”, oración moderna, canción de cuna para todos los amantes perdidos, todos los niños, acaso todos ustedes. Un gran letrista surca nuevas cartografías del alma y explora sus afluentes para dar cobijo a todos nuestros sueños, y cual ángel andante, toma tu mano, dándote la sensación, la ilusión, aunque solo sea durante la efímera duración de una canción, de que no estás solo.
Próximo al ocaso de sus días, di con John Peel en Nueva Zelanda. Ambos fuimos distinguidos con el dudoso honor de ser investidos, por poco tiempo, como representantes de la cultura británica. Nada más lejos de nuestras intenciones que objetar algo al respecto, los hoteles eran agradables y teníamos mucho de que hablar. Camino de la isla Waiheke, hablamos sobre nuestros discos favoritos, y yo le pedí que nombrara la mejor canción de amor. «Hay demasiadas», repuso, e imaginé que se refería a demasiadas bandas, demasiados damnificados letraheridos con mal de amores, incontables genios desconsolados evocando pataletas tardoadolescentes, sobredosis de Elmore James, White Stripes para dar y vender, un puñado de los Ramones, Joy Division y The Smiths. «No», sentenció, «demasiadas de Nick Cave».
Andrew O’Hagan
Londres, 2020
PRÓLOGO
Hará cosa de unos treinta años tuve una disputa con el crítico musical Barney Hoskyns acerca de las cualidades propias —y las presuntas (y relativas) virtudes— de los letristas de rock. Según Barney (y espero no tergiversar sus palabras), en la simplicidad está la clave. La estructura de las canciones pop —la mayoría de las cuales derivan del bendito mestizaje entre la forma de la balada inglesa y el blues de ocho compases—, así como la importancia de la melodía y la duración más bien breve —que parece imponer la tradición folclórica—, hacen que del recurso a las rimas fáciles, el relato sucinto y la franqueza sentimental broten las mejores letras.
A partir de esas premisas canónicas, Barney defendía las composiciones de Smokey Robinson hasta el punto de afirmar que era éste, indudablemente, el mejor letrista pop de posguerra. Puede que para llevarle la contraria –o quizá porque así lo creía, tan difícil es saberlo a veces—, disentí apasionadamente de sus tesis, arguyendo que un letrista como Bob Dylan conseguía ser experimental y profundamente poético por igual, sin dejar de poder propinar, por ello, certeros ganchos roqueros en las tripas del oyente.
Por cuanto se me alcanza, la discusión acabó centrándose en un pareado del tema dylaniano «Visions of Johanna»: «On the back of the fish truck that loads / While my conscience explodes» [En la trasera del camión que carga pescado / Mientras mi conciencia ya ha estallado]. Barney sostenía que se trataba de un ripio que no significaba nada en sí mismo y que, por tanto, debía contemplarse bien como un incontinente alarde de pirotecnia verbal, bien como puro relleno para marcar el tiempo al retomar el ritmo de la canción.
No me apetecía en demasía analizar la significación de aquel tropo ni, menos aún, empantanarme en la ciénaga psicobiográfica frecuentada por dylanólogos, dylanitas y dylanófilos, ni tampoco aspiraba a plantar pica en las áridas cumbres de esos académicos que se aferran a su cátedra sosteniendo, a capa y espada, que ciertos cantautores pueden considerarse tan «poetas» como sus homólogos sin acompañamiento musical. En lo que a mí respecta, este enfoque plantea inevitablemente la siguiente cuestión: si los letristas son poetas, ¿qué es, entonces, un poeta? ¿Acaso un hombre orquesta sin orquesta?
A lo largo de las dos últimas décadas, para mi satisfacción, me he topado con diversas interpretaciones plausibles del controvertido pasaje del camión del pescado. Sea como fuere, he acabado haciéndome una cierta idea de la naturaleza y propósito de las letras que me complace, en tanto que, de paso, me he ido explicando la defunción de la poesía como forma popular de arte. Actualmente, si nos da por imaginarnos a la musa de la poesía, se nos aparece cual cantante pop trasnochado sentado en el rincón de un café bohemio, llevándose la mano a la oreja y berreando cuatro mamarrachadas. Sea cual fuere la necesidad que sentimos por la síntesis armónica de sonido, sentido y ritmo que tradicionalmente aportaba el verso hablado, la hallamos ahora, en buena medida, en las letras cantadas.
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