Mateo 22 nos cuenta la ocasión cuando Jesús estaba enseñando en el templo de Jerusalén y un grupo de líderes judíos se acercaron para desafiarlo. Ahora bien, este no fue un encuentro accidental. Estos líderes habían planeado todo; incluso, la historia comienza diciendo que los fariseos “consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra”. También querían que fuera en público, así que ellos se acercaron mientras Jesús estaba enseñando en el templo, probablemente se abrieron paso entre la multitud y lo interrumpieron.
Ellos comenzaron adulándolo. “Maestro” , farfullaron, “sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres” . Tú te puedes dar cuenta de lo que están haciendo—tratan de forzar a Jesús a responder implicando que, si él no lo hace, es un charlatán y hablador.
Así que, con el escenario listo, le hacen la pregunta: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?”12 Ahora bien, esa es una pregunta que, para planearla, les debe haber llevado bastante tiempo, debido a su exquisita precisión. Pretendía arriesgar a Jesús y, de una u otra manera, terminar con su influencia, y quizás, incluso hacer que lo arrestaran. Y esta es la razón: En esos días, la opinión predominante entre los fariseos—y es lo que enseñaban a todas las personas también—era que en realidad era pecaminoso dar cualquier honor, incluyendo los impuestos, a un gobierno extranjero. Hacer eso, pensaban, era deshonrar a Dios inherentemente. Así que piensa en esto: ¿cómo querían los fariseos que Jesús respondiera a su pregunta? ¿Estando de acuerdo con ellos públicamente en que pagar los impuestos era ilícito e inherentemente deshonroso para Dios—o no?
La verdad es que a ellos no les importaba como respondiera. Pensaban que lo tenían atrapado sin importar su respuesta. Por un lado, si Jesús decía, “Sí, es lícito pagar los impuestos”, la multitud hubiera estado furiosa y la influencia de Jesús se hubiera terminado. Pero por el otro lado, si él decía, “No, no paguen los impuestos”, se arriesgaba a exponerse a la ira de los romanos por estar incitando públicamente a una sedición, y probablemente ser arrestado—en cuyo caso su influencia también se hubiera acabado. De cualquier modo, eso era lo que los fariseos buscaban—el fin de Jesús como una fuerza cultural. Pero Jesús evade la trampa, voltea la pregunta por completo, y los deja a todos, de nuevo, asombrados.
“Mostradme la moneda del tributo” , Él dijo. Así que ellos le dieron una. Jesús la miró y la levantó hacía la multitud. “¿De quién es esta imagen, y la inscripción?” preguntó. Era una pregunta fácil. “De César” respondieron. Y ellos estaban en lo correcto. Justo allí en la moneda estaba el rostro y el nombre del emperador Tiberio César. Era el dueño de la moneda. Le pertenecía a él. Tenía su rostro en ella, era creada en sus casas de la moneda, y los judíos obviamente estaban felices de utilizar esas monedas para su propio beneficio. Dado todo esto, ¿porque no deberían de dar al César lo que obviamente era suyo? Así que Jesús les dijo, “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”.13
Ahora bien, esta parece una respuesta bastante sencilla, ¿no? Es la moneda de César; paga los impuestos. Y aun así la Biblia dice que cuando la gente lo escuchó, se maravillaron. ¿Por qué? Por lo siguiente, Jesús acababa de redefinir la manera en que los judíos debían pensar acerca de su relación con los romanos y al mismo tiempo devaluó la enseñanza de los fariseos. Sin importar la forma en que lo vieras, en ninguna manera era una deshonra a Dios, dar a César lo que le pertenecía, legal y obviamente.
Pero también hay algo más profundo en lo que Jesús dijo, y eso es lo que dejó a la gente boquiabierta en asombro. Piensa de nuevo en la pregunta que hizo Jesús cuando le mostró a la multitud la moneda. “¿De quién es esta imagen?” Él preguntó, y cuando ellos respondieron que era de César, Jesús tomó eso como una prueba de propiedad. Era la imagen de César en la moneda, y por lo tanto le pertenecía, y por lo mismo tú debías de dar a César lo que es de César. Pero, —aquí está lo inesperado—tú también debes dar a Dios lo que Dios. Eso es, tú le debes de dar a Dios aquello que tiene su imagen grabada. ¿Y qué tiene grabada su imagen?
Todos en la multitud, por supuesto, lo supieron de inmediato. Jesús estaba hablando de Génesis 1:26 en dónde Dios anunció sus planes de crear al hombre al decir: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. . . Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó”. ¿Lo ves? Jesús estaba hablando a la gente de algo mucho más profundo que la filosofía política. Él estaba diciendo que justo como la imagen de César está en la moneda, así la imagen de Dios está reflejada en la misma esencia de tu ser. ¡Y por lo tanto le perteneces a Él! Sí, existe cierto honor que se le da a César cuando tú reconoces su imagen y le regresas su moneda. Pero un honor infinitamente mayor es dado cuando reconoces la imagen de Dios en ti y le das tu ser—tú corazón, alma, mente y fuerza—a Él.
Espero que alcances a ver lo que Jesús le estaba diciendo a su audiencia. Una cuestión mucho más importante que cualquier discusión sobre filosofía política o la relación de una nación con otra, es la cuestión de la relación de cada ser humano con Dios. Jesús estaba enseñando que todos nosotros fuimos creados por Dios, que en efecto tú fuiste creado por Dios. Tú fuiste creado a su imagen y semejanza, y por lo tanto le perteneces y debes rendir cuentas a Él. Y por eso, Jesús dijo, es que debes dar a Dios lo que es legítimamente suyo—nada menos que todo tu ser.
Nadie hizo cosas como estas
No nos debemos de sorprender de que la gente estuviera tan maravillada de la enseñanza de Jesús. Con solo algunas palabras había sido capaz de moverles el tapete a los que lo desafiaban, redefinir la teología política predominante de su época, y al mismo tiempo penetrar hasta el hecho más fundamental de la existencia humana. ¡Ese tipo de enseñanza hubiera sido suficiente para atraer a una multitud por si misma!
Sin embargo, también estaban los milagros. Cientos y cientos de personas vieron con sus propios ojos a Jesús hacer cosas que ningún ser humano es capaz de hacer. Él sanó a la gente de enfermedades, convirtió instantáneamente el agua en vino fino; le dijo a los paralíticos que caminaran, y ellos caminaron; les dio sanidad a personas consideradas como locos sin esperanza. Él incluso hizo que personas que estaban muertas regresaran a la vida.
No es que la gente de esos días fuera crédula de esas cosas. Sí, vivieron hace mucho tiempo, pero eso no quiere decir que fueran primitivos o estúpidos. Ellos no andaban por allí diciendo que veían milagros cada día. En realidad, es por eso que cada vez que lees otro párrafo en la Biblia, verás a alguien que se queda con los ojos abiertos sorprendido por lo que acababa de suceder. ¡Estaban sorprendidos de ver a Jesús haciendo estas cosas! Aún más, precisamente porque mucha gente estaba intentando hacerse famosa como gurús religiosos, los judíos del primer siglo se habían vuelto increíblemente buenos en identificar charlatanes e impostores. Ellos eran unos maestros en desenmascarar las ilusiones de los magos y reírse burlonamente mientras se alejaban de uno más que intentaba hacer pasar un truco como un “milagro”. Jamás hubieras clasificado como ingenuas a estas personas.
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