Esperanza Fujigaki - La agricultura, siglos XVI al XX
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La interrogante básica en este ensayo es el papel que la estructura agraria y sus cambios han desempeñado en el proceso del crecimiento del sector y por consiguiente en la historia económica del país.
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Este último fue el más importante a través de las capitulaciones y mercedes de tierras otorgadas por el monarca español o sus delegados, las cuales "fueron una recompensa, una donación graciosa que tenía por objeto premiar a los descubridores y estimular el arraigo de los conquistadores", 13 así se crearon propiedades enormes. Posteriormente, la adjudicación del dominio privado sobre tierras baldías fue por medio de subastas públicas que se otorgaban al mejor postor. En esta forma, el erario real incrementaba sus ingresos y los particulares la extensión de sus haciendas. Otro medio de consolidar el latifundio fue a través del mayorazgo, al que muchas veces se aunaba la solicitud de un título nobiliario. Los mayorazgos proliferaron a fines del siglo XVI y a lo largo del XVII. 14 También grandes órdenes religiosas, como los jesuítas, empezaron a concentrar enormes propiedades territoriales. Asimismo, la extensión de la ganadería impuso cambios en el uso de la tierra y surgieron dotaciones llamadas "asientos", "sitios" y estancias de ganado mayor y menor. Todas estas transformaciones, junto con el avance del peonaje "encasillado" o "acasillado" (o sea la presencia de trabajadores, llamados peones, sujetos a la hacienda, donde residían, se reproducían y trabajaban, con escasa o nula libertad de movimiento), permitieron el avance de la ganadería y la agricultura españolas, además del surgimiento de nuevos propietarios privados, los hacendados.
LA HACIENDA, EL RANCHO Y LA PLANTACIÓN
Con el paso del tiempo, la hacienda dejó de ser una mera "tierra de labor" o "estancia de ganado", tal y como la documentación del siglo XVI y principios del XVII la menciona, para transformarse en una unidad de producción independiente. En adelante fue un territorio permanentemente habitado, con zonas de barbecho y cultivo, trojes donde guardar los productos de las cosechas, viviendas para los propietarios y administradores, chozas para los trabajadores e instalaciones para las herramientas y pequeñas artesanías.
Podemos plantear, en consecuencia, siguiendo los lineamientos de la mayoría de los autores, que la hacienda, considerada como la unidad fundamental de la estructura agraria mexicana por más de tres siglos, tenía una matriz básica, compuesta de una serie de elementos esenciales —como la propiedad privada sobre la tierra, el control de la fuerza de trabajo y los mercados—, a partir de los cuales se desplegaba un amplio abanico de combinaciones probables, que variaban según el tiempo y el lugar.
Para la apreciación de esa matriz y sus elementos esenciales, diferentes autores han descrito modelos o tipologías de las haciendas. Así Herbert J. Nickel la considera como "la institución social y económica cuya actividad productora se desarrolla en el sector agrario", y que tiene como características constitutivas primarias el dominio de los recursos naturales, de la fuerza de trabajo y de los mercados regionales y locales, además de la "exigencia de una utilización colonialista" de esos dominios. La posición de sujeción la representaban los indígenas y sus pueblos, los pequeños productores agrarios y, en general, la población rural. Para que ese dominio pudiera ejercerse era necesario que la hacienda tuviera cierta extensión territorial y un determinado volumen de actividad económica. La hacienda presentaba diferenciaciones temporales y regionales debidas a la combinación de varios factores, entre ellos, la extensión ocupada por la explotación, los recursos de que disponía y las relaciones de competencia en el mercado. 15
Siguiendo a Nickel, la hacienda tenía también características estructurales secundarias, como eran la extensión de sus tierras, la elección del cultivo y volumen de la producción, el origen del capital, el ausentismo de los propietarios, la presencia del arrendamiento, el nivel de autarquía económica adquirido, la producción autoconsumida, el grado de división del trabajo, el equipamiento de la explotación y las técnicas de trabajo empleadas. La combinación de las variables primarias y secundarias daba lugar a diferentes tipos de haciendas.
Para Marco Bellingeri e Isabel Gil Sánchez la hacienda dividía sus tierras en tres áreas, la explotada directamente, tanto para cultivar la producción mercantil como la de autoconsumo; la otorgada en arrendamiento, mediería o aparcería; y la de reserva, para hacer frente a los cambios en los precios y en la demanda:
De acuerdo con la mayoría de los autores, podemos definir a la hacienda como una unidad de producción agrícola con posesión privada sobre la tierra, fundamentalmente mercantil, aun si su producción se basa en la articulación del autoconsumo y de una verdadera producción para el mercado, [...] se distingue por tener un núcleo estable de trabajadores fijos que viven en ella —los peones acasillados— y por emplear trabajo estacional o eventual. 16
Para otra pareja de autores, Juan Felipe Leal y Mario Huacuja, la hacienda nunca fue una institución estática, dado que sufrió cambios y modificaciones a lo largo de su existencia, y su historia fue diferente en el centro, en el norte y en el sur del país. Las haciendas adquirieron una creciente especialización en su producción, pero aun así tenían "una matriz básica, constante y característica".
En efecto, la hacienda era una propiedad rústica que cumplía con un conjunto específico de actividades económicas —agrícolas, pecuarias, extractivas, manufactureras—, que contenía una serie de instalaciones y edificios permanentes, que tenía una administración y un sistema contable relativamente complejos, que mostraba cierto grado de autonomía jurisdiccional de facto respecto del poder público, y que se fundaba en el peonaje por deudas para el desempeño de sus funciones. Este último era, sin duda, el rasgo crucial de estas unidades productivas. 17
A diferencia de otros autores, destacan el papel del acasillamiento; y resaltan, lo mismo que Bellingeri y Gil Sánchez, cómo la racionalidad económica de las haciendas se apoyaba en la existencia de tres sectores en la producción, que estaban bien diferenciados, y a pesar de ser contradictorios, eran complementarios. Un sector de explotación directa, otro de explotación indirecta y uno más de reserva. El primero tenía las mejores tierras, húmedas o irrigadas, bien comunicadas, explotadas directamente por la administración y cuya producción se orientaba tanto al mercado como al autoconsumo.
El segundo sector era de tierras pobres y sin infraestructura, que el hacendado daba en arrendamiento, aparcería o colonato, del que obtenía rentas en dinero, en especie o en trabajo, y cuya existencia estaba determinada por la necesidad de contar con trabajadores en ciertas fases del ciclo agrícola. El tercer sector era el de tierras de reserva.
Ante los cambios del mercado o de los precios, los hacendados respondían con la variación de la extensión de cada uno de estos sectores. Por eso, las haciendas eran "unidades económicas fundamentalmente mercantiles", ya que la producción para autoconsumo estaba subordinada a la de mercancías. A fines del siglo XIX, durante el porfiriato, con mayor integración del país, el crecimiento de las ciudades y la mejoría del transporte gracias a los ferrocarriles, fue posible la salida de los productos a áreas lejanas del mercado nacional e, incluso, la exportación de muchos cultivos; por lo que se acentuaron los rasgos mercantiles de las haciendas.
En la bibliografía sobre la hacienda abundan los estudios de caso, que van desde las haciendas coloniales y jesuítas hasta los grandes latifundios y las modernas haciendas porfirianas; en ellos se intenta una cuantificación de las variables económicas —como valor y volumen de la producción, tipos de productos y monto de los pagos a los trabajadores—, según los datos encontrados. En muchas ocasiones los archivos de las mismas haciendas se estudian dentro del ámbito regional para resaltar sus vínculos con los mercados locales y con zonas urbanas o regiones más alejadas. También hay estudios sobre los hacendados y otro tipo de propietarios, que incursionaban en distintas actividades, entre ellas las agropecuarias. Se ha avanzado en el estudio de los orígenes del capital productivo; en ocasiones, el capital acumulado en las haciendas se invertía en otras actividades económicas o, por el contrario, las ganancias obtenidas en el comercio, la minería, la industria o la especulación se canalizaban a la compra de haciendas; también se ha destacado la importancia del desarrollo del crédito, tanto eclesiástico como civil, y su empleo en las actividades agrícolas. 18
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