—¡No puedo, y basta!
Siss se apartó. Un sinfín de pensamientos acudieron sin orden a su mente y todos fueron rechazados.
—¿Era esto lo que querías? —dijo, desamparada.
Unn asintió con la cabeza.
—Sí, sólo era esto.
Unn compuso una expresión de alivio, como si de alguna manera todo hubiera acabado ya. Para siempre. Siss también se sintió súbitamente aliviada.
Aliviada, pero, al mismo tiempo, en cierto modo defraudada por segunda vez esa tarde. Y, sin embargo, era mejor que tener que escuchar algo que quizá la hubiera asustado.
Permanecieron un rato sin hacer nada, como si estuvieran descansando.
Ahora preferiría marcharme, pensó Siss.
—No te vayas, Siss —dijo Unn.
De nuevo se hizo el silencio.
Pero ese silencio no era creíble, no lo había sido desde el principio. El viento allí dentro era una caprichosa ráfaga que cambiaba de dirección y que venía de otros lados. Se había apaciguado, pero ahora entraba con fuerzas renovadas, inesperado e inquietante.
—Siss.
—¿Sí?
—No sé si voy a ir al cielo.
Unn lo dijo mirando a la pared; mirar hacia otro lado habría sido imposible.
Siss se estremeció.
—¿Cómo?
No podía seguir allí; ¿y si Unn decía más cosas?
—Has oído, ¿no? —preguntó Unn.
—¡Sí! —respondió Siss, y se apresuró a añadir—: Ahora tengo que irme a casa.
—¿A casa?
—Sí, porque si no llegaré tarde. Tengo que estar en casa antes de que ellos se acuesten.
—Todavía es temprano.
—Tengo que irme a casa ahora mismo. —Hizo un esfuerzo y agregó—: Pronto hará tanto frío que la nariz se me helará por el camino.
En los momentos de desconcierto había que decir tonterías como esa. De un modo u otro tenía que salir de ahí. Para hablar claramente: tendría que escapar.
Unn rio, como correspondía, ante lo que Siss acababa de decir, mostrando su acuerdo.
—Pues tendrás que evitarlo. Me refiero a que se te hiele la nariz —dijo, contenta del cambio introducido por Siss.
De nuevo tuvieron la sensación de haber escapado de cosas que eran demasiado difíciles.
Unn hizo girar la llave en la cerradura.
—Quédate sentada —dijo en tono autoritario—. Iré a buscar tu abrigo.
Siss permaneció sentada, impaciente. Todo era inseguro. Unn podría decir lo que quisiera. ¡Ya estaba bien de Unn! Se lo soltaría antes de marcharse: Podrías seguir otro día. Cuando tú quieras, otro día. Por esa noche ya era suficiente, y ya era mucho. Parecía imposible continuar. A casa cuanto antes.
Si no, quizá se viese metida en algo que podía estropearlo todo. Hacía un rato se habían mirado la una a la otra con ojos centelleantes.
Unn entró con el abrigo y las botas, lo dejó todo junto a la estufa, que seguía emitiendo su sonido a madera quemándose.
—Conviene calentarlo un poco.
—No, he de irme —dijo Siss, poniéndose las botas.
Unn permaneció callada mientras Siss se abrigaba. Ya no servía de nada decir tonterías como que se le iba a helar la nariz, estaban demasiado nerviosas para eso. No se dijeron lo que suele decirse en las despedidas, como ¿volverás pronto? ¿Querrás venir a mi casa la próxima vez? No se les ocurrió. Todo era demasiado frágil y difícil. De ningún modo estaba destrozado, pero en ese momento, cara a cara, resultaba demasiado difícil.
Siss ya estaba preparada para salir.
—¿Por qué te vas?
—Tengo que irme a casa, ya te lo he dicho.
—Sí, pero...
—Lo he dicho, dicho está.
—Siss...
—Déjame salir.
La puerta ya no estaba cerrada con llave, pero Unn le impedía el paso. Las dos fueron a ver a la tía.
La mujer estaba sentada con la labor entre las manos. Se levantó, tan amable como antes.
—Bueno, Siss. ¿Ya te marchas?
—Sí, creo que es hora de que me vaya.
—Entonces, ¿ya no tenéis más secretos que tratar? —bromeó la tía.
—Por hoy no.
—No creas que no te oí cerrar la puerta, Unn.
—Claro que lo hice.
—Pues sí, nunca se tiene suficiente cuidado —dijo la tía—. ¿Pasa algo? —preguntó en un tono diferente.
—¿Qué iba a pasar?
—Parecéis un poco mustias.
—¡No estamos mustias!
—Bueno, bueno. Seré yo, que me estoy haciendo vieja y oigo mal.
—Gracias por todo —dijo Siss, deseando alejarse de la tía, que no hacía más que bromear sin entender absolutamente nada.
—Un momento —dijo la tía—. ¿No quieres tomar algo caliente antes de salir al frío?
—No, gracias, ahora no.
—¡Qué prisa tienes!
—Debe irse a casa —dijo Unn.
—Entiendo.
Siss se enderezó.
—Que les vaya bien y muchas gracias por todo.
—Lo mismo te digo, Siss. Gracias por visitarnos. Y ahora, echa a correr para no tener frío. La temperatura no para de bajar, y está muy oscuro.
»¿Qué estás haciendo, Unn? —prosiguió la tía—. Mañana por la mañana os veréis de nuevo.
—¡Es verdad! —exclamó Siss—. ¡Buenas noches!
Unn se quedó en la puerta después de que su tía hubiera vuelto a entrar en la casa. Permanecía quieta, sin pronunciar palabra. ¿Qué les había pasado? Le parecía prácticamente imposible que se separasen. Algo extraño había sucedido.
—Unn...
—Sí.
Siss se lanzó al frío. Por lo que a la hora se refería podría haberse quedado más tiempo, pero era peligroso. No debía volver a suceder.
Unn estaba en el hueco de la puerta, donde chocaban el calor y el frío. El frío pasó por delante de Unn y se metió en la casa. Unn no pareció darse cuenta.
Siss miró hacia atrás antes de echar a correr. Unn seguía en el hueco iluminado de la puerta, hermosa y tímida.
4. LOS LADOS DEL CAMINO
Siss corría camino de su casa. De repente, se encontró envuelta en una lucha ciega con su temor a la oscuridad.
Dijo la voz: Soy el que está a los lados del camino...
¡No, no!, pensó Siss al azar.
Ahora salgo, dijo la voz a los lados del camino.
Siss corría y notaba que le pisaban los talones.
¿Quién es?, pensó.
Salir de casa de Unn y meterse en eso. ¿No sabía que el camino de regreso sería así?
Lo sabía, pero...
Tenía que ir a casa de Unn.
Sonó un estallido en algún lugar. Un estallido que recorrió los campos de hielo y que luego desapareció como en un agujero. El hielo se espesaba y jugaba a romperse a lo largo de grandes distancias. Siss dio un respiro al oír el estallido.
Era como si perdiese el equilibrio. No se había sentido nada segura al emprender el regreso en medio de la oscuridad. No pisaba el camino con pie firme, como había hecho al ir a casa de Unn. Sin pensárselo, había echado a correr y ya no tenía remedio. En ese momento se había entregado a lo desconocido, a aquello que en noches como esa está a tus espaldas.
Lo desconocido lo llenaba todo.
La compañía de Unn la había alterado, y todavía más tras despedirse y salir.
Ya al dar los primeros pasos —grandes como saltos— tuvo miedo, y ese miedo fue creciendo como un alud. Estaba en manos de aquello que la acechaba a los lados del camino.
La oscuridad a los lados del camino. No tiene forma ni nombre, pero el que anda por aquí nota que aparece, que le persigue y le hace sentir arroyos corriéndole por la espalda.
Siss se encontraba en medio de eso. No entendía nada. Tenía miedo a la oscuridad.
¡Pronto estaré en casa!
No, no es verdad. Ni siquiera notaba el frío que le mordía el rostro.
Intentó aferrarse a la imagen del cuarto de estar de su hogar, iluminado por la lámpara.
Cálido e iluminado. Sus padres sentados en sus respectivos sillones. Y llega la única hija. Esa hija única a la que no hay que mimar, según se dicen el uno al otro, a la que se jactan de no mimar..., no, no sirve de nada, ella no estaba allí, estaba entre los que acechan a los lados del camino.
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