Pero sí se acordó de preguntar por los hermanos.
—¿Tienes hermanos, Siss?
—No, soy hija única.
—Entonces encajamos bien —dijo Unn.
Siss se dio cuenta de lo que entrañaban las palabras de Unn: ella estaría siempre allí. Su amistad se desplegaba delante de ambas como un camino maravilloso. Algo grande acababa de suceder.
—Claro que sí. Así podremos seguir viéndonos.
—De todos modos, nos vemos en la escuela.
—Sí, es verdad.
Rieron. En adelante todo sería más fácil. Todo estaría bien. Unn descolgó de la pared un espejo que había junto a la cama, se sentó y se lo puso sobre las rodillas.
—Ven aquí.
Siss no sabía qué pretendía, pero se sentó a su lado en el borde de la cama. Cogieron el espejo cada una de un lado, lo levantaron hasta sus caras y se quedaron inmóviles, mejilla contra mejilla.
¿Qué vieron?
Antes de saberlo apartaron la mirada.
Cuatro ojos centelleantes bajo las pestañas. Sus rostros ocupan todo el espejo. Las preguntas asoman y vuelven a esconderse. No lo sé: centelleos y rayos, centelleos de ti a mí, de mí a ti, y de mí a ti solo hasta ocupar el espejo y de vuelta, y nunca una respuesta a lo que es esto. Jamás una solución. Tus labios, rojos protuberantes; no son los míos. ¡Cómo se parecen! Y lo mismo ocurre con el pelo, centelleante. ¡Somos nosotras! No podemos remediarlo, viene como de otro mundo. La imagen empieza a volar, los contornos, a desvanecerse, vuelven a juntarse, no, no se juntan. Es una boca que sonríe. Una boca de otro mundo. No, no es una boca, no es una sonrisa, es algo que nadie sabe..., no son más que unas pestañas abiertas sobre rayos y centelleos.
Aturdidas, bajaron el espejo y se miraron, sonrojadas y radiantes. Fue un momento increíble.
—Unn, ¿sabías esto? —preguntó Siss.
—¿Tú también lo has visto? —preguntó Unn.
De repente, ya no resultaba tan fácil. Unn dio un respingo. Tras ese extraño suceso necesitaban algo de tiempo para recuperarse.
Al cabo de un rato, una de ellas dijo:
—Supongo que no fue nada.
—No, no fue nada.
—Pero raro sí fue.
Claro que había habido algo y seguía allí, pero ellas intentaron olvidarlo. Unn volvió a colocar el espejo en su sitio y se sentó con gran sosiego. Las dos permanecían calladas, esperando. Nadie llamó a la puerta o intentó entrar. La tía las dejó tranquilas.
Mucho sosiego; pero no era sosiego. Siss vigilaba a Unn, la veía esforzarse. Siss se estremeció cuando Unn dijo, con voz tentadora:
—Venga, ¡ahora vamos a desnudarnos!
Siss la miró por un instante, boquiabierta.
—¿Que nos desnudemos?
Unn daba la sensación de estar centelleando.
—Sí, nos desnudamos, eso es todo. También resulta divertido, ¿no? —Se puso manos a la obra de inmediato.
—¡Claro!
A Siss también le pareció una idea divertida, y rápidamente se puso a quitarse la ropa, compitiendo con Unn para acabar antes que ella.
Unn, que llevaba ventaja, ganó. Permaneció de pie, radiante.
Al segundo, Siss se mostraba igual de radiante. Se miraron durante un breve y extraño momento.
Siss estaba a punto de armar un gran escándalo, el adecuado, suponía, para la situación. Buscaba alrededor cualquier cosa con que empezar. No lograba ponerse en marcha. Advirtió unas rápidas miradas de Unn y notó cierta tensión en el rostro. Unn no se movía. Por un instante estaba todo, y al instante siguiente todo había desaparecido. El rostro de Unn se volvió más alegre; mirarlo resultaba mucho más fácil.
—Ay, no, Siss. Hace mucho frío —dijo Unn, contenta y un poco seria a la vez—. Creo que será mejor que volvamos a vestirnos, ahora mismo. —Cogió su ropa.
Siss permaneció inmóvil.
—¿No vamos a armar escándalo? —Estaba dispuesta a dar saltos en la cama y hacer esa clase de tonterías.
—No, hace demasiado frío —respondió Unn—. Las casas no acaban de caldearse cuando fuera hace tanto frío. Al menos esta.
—Pues a mí me parece que aquí hace calor.
—No, hay corriente. ¿No lo notas? Si lo intentas, lo notarás.
—Quizá.
Siss intentó notarlo. Quizá fuera verdad. Tiritaba levemente de frío. El cristal de la ventana estaba cubierto de escarcha. Helaba desde hacía mucho.
Siss también cogió su ropa.
—Se pueden hacer otras muchas cosas en lugar de ir por ahí desnudas —dijo Unn.
—Por supuesto —dijo Siss. Tenía ganas de preguntar a Unn por qué estaba haciendo eso, pero no sabía por dónde empezar. Lo dejó correr. Volvieron a vestirse, sin prisa. A decir verdad, Siss se sentía, de algún modo, un poco estafada: ¿eso era todo?
Volvieron a ocupar los únicos asientos que había en la habitación. Unn miraba a Siss, y Siss comprendió que a pesar de todo había algo que no había salido bien. Tal vez resultara emocionante de todos modos. De pronto, Unn no parecía tan contenta, lo de antes no había sido más que un instante pasajero.
—¿No vamos a inventarnos algo que hacer? —preguntó Siss, nerviosa, al ver que Unn no tomaba la iniciativa.
—¿Qué podría ser? —dijo Unn, como ausente.
—Si no, me iré a casa.
Sonó más bien como una amenaza. Unn se apresuró a exclamar:
—¡No tienes que irte a casa todavía!
No, Siss no quería irse. Al contrario, estaba deseando quedarse.
—¿No tienes un álbum con fotos de donde vivías antes?
Había dado en el clavo. Unn se acercó a toda prisa a la estantería y sacó dos álbumes.
—En uno de ellos solo estoy yo. Soy yo desde siempre. ¿Cuál quieres ver?
—Los dos.
Se pusieron a hojearlos. Las fotos eran de un lugar muy lejano y Siss no conocía a nadie, excepto cuando aparecía Unn, lo que ocurría en casi todas. Unn no daba muchas explicaciones. Era un álbum como los demás. En una hoja emergió una joven radiante.
—Es mi madre —anunció Unn con orgullo.
La miraron durante un buen rato.
—Y este es mi padre —dijo Unn poco después. Era un chico normal, que se le parecía un poco, junto a un coche—. El coche es suyo —agregó.
—¿Dónde está ahora?
—No lo sé —contestó Unn en tono de rechazo—. Da igual.
—Sí.
—Nunca lo he visto, como ya te he dicho, ¿recuerdas? Solo lo conozco por foto.
Siss asintió.
—Si hubieran encontrado a mi padre —añadió Unn—, a lo mejor yo no estaría aquí con mi tía.
—Claro.
Miraron una vez más el álbum en el que solo aparecía Unn. Siss decidió que Unn siempre había sido una chica muy guapa. Por fin, también acabaron con lo de las fotos.
Y, a continuación, ¿qué?
Estaban expectantes ante algo que emanaba de Unn, de su forma de comportarse. Siss esperaba con tanta emoción que se sobresaltó cuando por fin llegó. Salió como de un saco. Tras un largo silencio, Unn dijo:
—Siss.
Siss se estremeció.
—¿Sí?
—Hay algo que quiero... —dijo Unn, sonrojándose. Siss estaba preparada.
—¿Sí?
—¿Me notaste algo... antes? —se apresuró a preguntar Unn, mirándola fijamente.
Siss se sintió aún más apurada.
—¡No!
—Hay algo que quiero contarte —dijo Unn con una voz irreconocible.
Siss contuvo el aliento.
Unn guardó silencio. Por fin, añadió:
—Nunca se lo he dicho a nadie.
—Se lo habrás dicho a tu madre, supongo —balbuceó Siss.
—¡No!
Silencio.
Siss vio el desasosiego en los ojos de Unn. ¿No iba a contárselo?
—¿Quieres contármelo? —susurró.
Unn se enderezó un poco.
—No.
—No.
De nuevo el silencio. Deseaban que la tía hubiera acudido a tirar la puerta abajo.
—Pero si... —dijo Siss.
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