Cuentos rusos
(y otros textos)
Selección y traducción de Nadia Smirnova
© de la edición, Taugenit S.L., 2020
© de la traducción e introducción, Nadia Smirnova, 2020
Diseño de cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
ISBN digital: 978-84-17786-24-3
1.ª edición digital, 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra ( www.conlicencia.com).
www.taugenit.com
INTRODUCCIÓN. Desde el borde del camino Por Nadia Smirnova
Nikolái Gógol
El arte es una reconciliación con la vida
Noches en la villa
Maxim Gorki
El descubrimiento
Aleksandr Herzen
Fue el 22 de octubre de 1817
Hacía un día bochornoso...
El herido
Los encuentros
Iván Turguénev
Una correspondencia
Basta
Introducción. Desde el borde del camino
Pudimos, tú y yo, del viaje fatigados,
al borde del camino un instante descansar
al dirigir los ojos al espacio lejano
nos ha cubierto una sombra de pesar.
El tiempo sigue su transcurso, su corriente inflexible
separa todo, marca el final
el hombre, bajo el látigo de una fuerza invisible,
se sume, triste, en el cosmos sepulcral.
Y ahora, ¿qué nos queda de aquella vida?
¿Acaso queda algo de la amistad?
Despojos de miradas, rasgos, miras,
¿existió alguna vez si ya no está?1
FYODOR TYUTCHEV
Iván Turguénev, Maxim Gorki, Aleksandr Herzen y Nikolái Gógol son considerados como algunos de los escritores más célebres de Rusia, auténticos pilares que sostienen el peso de la catedral de las bellas letras rusas. Sus creaciones ocupan un lugar trascendental en la historia, moldeando las maneras de percepción de la literatura de su país, así como los modos de creación literaria universal.
Existen conexiones directas e indirectas entre estos autores; tres de ellos coexistieron en el entorno cultural de la Rusia decimonónica: Turguénev mantenía correspondencia con Gógol y Herzen; este último tenía un gran aprecio por las Almas muertas de Gógol, mientras este no aprobaba las inclinaciones políticas de la generación de Herzen. Gorki, algo posterior, daba conferencias sobre Gógol y admiraba profundamente a Turguénev.
Los cuatro se desenvolvieron en coyunturas diferentes, tanto en términos vitales como en lo que se refiere al pensamiento y a la ideología. No obstante, existen factores que permiten aunar estas cuatro figuras. Mientras que la grandeza, la trascendencia y la coetaneidad son los más evidentes, el más relevante quizá sea el hecho de que en todos ellos la creación se impuso como una necesidad, una llamada interior que engendra una expresión sincera de lo que se agita en lo más profundo del alma humana. Como escribió Platón, «Pero no es en virtud de una técnica como hacen todas estas cosas y hablan tanto y tan bellamente sobre sus temas [...], sino por una predisposición divina, según la cual cada uno es capaz de hacer bien aquello hacia lo que la Musa le dirige»2.
Así, una afinidad anímica, un sentimiento análogo suscitaba en estos autores las mismas preguntas, las mismas preocupaciones: el amor, la soledad, la muerte, la libertad, la comunicación… «En suma, de arriba abajo, encontrarás las mismas cosas, de las que están llenas las historias, las antiguas, las medias y las contemporáneas, de las cuales están llenas ahora las ciudades y las casas»3. Son las vías de expresión las que difieren, pero la esencia de la sensibilidad es la misma. Sus obras se ven marcadas por profundas diferencias estilísticas y temáticas; no obstante, subyacen las mismas ideas, las mismas inquietudes sobre el mundo interior del ser humano y su posición frente al destino.
En medio de un mundo heterogéneo, lleno de contradicciones y tensiones, los humanos oscilan entre la desesperación, el abatimiento y el tedio, por un lado, y la felicidad, la esperanza y la ilusión por el otro. No es otra cosa que la balanza del destino, sacudida tanto por sí sola como por el alma que está en su platillo: «cada uno crea su destino, y el destino crea a cada uno», como expresa Alekséi Petrovich en «Una correspondencia» (relato de Turguénev que el lector encontrará en este volumen). Los artistas y los escritores sienten con más intensidad el desequilibrio que existe entre los dos extremos, son los que mejor saben expresar las sutilezas, los matices de los estados del alma. Su obra posee un carácter universal gracias a esa sinceridad frente a las eternas preguntas del ser humano, inherentes a la esencia de cada individuo. Así, lamentándose por la corrupción del mundo y el estado inerte de la multitud, y al mismo tiempo entonando cantos de alabanza al amor, a la belleza, al ideal, los escritores dan forma a los grandes sentimientos y describen la existencia de manera verídica.
Al mismo tiempo, como toda manifestación artística, la escritura precisa de unos requisitos creativos frente al autor y frente al público. Así, se plantean otra serie de interrogantes: ¿cuál es el lugar que ocupa el arte en la vida? ¿Cuál es su función, cuáles son sus formas? ¿Cómo transmitir el sentimiento en su estado más puro? ¿Cómo tener seguridad en sus propias capacidades de expresión y confianza en el entendimiento de los demás? ¿Trascenderá la obra? ¿Tendrá un efecto benefactor?
Como afirma Andréi Tarkovski en su Esculpir en el tiempo, «Si fuéramos capaces de asumir las experiencias del arte, los ideales que en él se expresan, hace tiempo que, gracias a ellos, seríamos mejores. Pero el arte, desgraciadamente, solo a través de la conmoción, de la catarsis, está en condiciones de capacitar al hombre para lo bueno»4. La tarea de un artista consiste en hallar la forma más exacta, la palabra más lúcida para una expresión verdadera, para establecer una comunicación con el lector. En esa constante búsqueda, la intención no es otra que la de encontrar y transmitir el equilibrio, la reconciliación de los opuestos y el encuentro del arte con la vida. Todo ello, mediante la esencia artística, no el adoctrinamiento.
Según Gary Saul Morson, la totalidad de la literatura rusa se sitúa entre la metaficción y la ficción didáctica, rompiendo los límites entre el arte y la vida5. Tal fenómeno se expresa claramente en «El arte es una reconciliación con la vida» de Nikolái Gógol, escrito que sirve de prolegómeno para esta selección de obras. Creado el 10 de enero de 1848, en su origen fue una carta dirigida a Vasili Zhukovski (1783-1852) donde Gógol atisba la totalidad de su obra literaria, arrojando luz sobre la esencia de la escritura, sus fines y sus errores. Según Gógol, la labor del escritor consiste en «hablar con imágenes vivientes», ilustrar mediante la creación en vez de aleccionar. El resto de las obras se adscribe al género narrativo, convirtiéndose precisamente en una aplicación de esa fórmula, una ilustración estilísticamente variada que se extiende desde lo autobiográfico hasta lo poético y manifiesta las múltiples formas de transmisión artística. Todas están atravesadas por un único eje vertebrador: esa búsqueda de la expresión más adecuada que se sitúa en el equilibrio entre lo ético y lo estético.
Читать дальше