EL PAPEL CENTRAL DE LA PALABRA DE DIOS
La predicación debería ser siempre (o casi siempre) expositiva porque la Palabra de Dios debería estar siempre en el centro, dirigiéndola. De hecho, las iglesias deberían tener la Palabra en el centro, dirigiéndolas. Dios ha decidido usar Su Palabra para dar vida. Ese es el patrón que vemos en la Escritura y en la historia.
En una reunión social a la cual asistí alguna vez, terminamos hablando acerca de un libro que había sido publicado recientemente. Yo lo había leído porque estaba a punto de dar un discurso acerca del tema del libro. Mi anfitrión, un católico romano, también lo había leído —porque estaba escribiendo una reseña de ese libro. Le pregunté qué pensaba.
«Ah, el libro es muy bueno», dijo, «lo único que lo estropea es que el autor reproduce el antiguo error protestante de afirmar que la Biblia creó la Iglesia cuando en realidad todos sabemos que la Iglesia creó la Biblia».
Bueno, yo estaba en un dilema. Él era el organizador del evento y yo era un invitado. ¿Qué debía decir? ¡Vi pasar toda la Reforma protestante como un relámpago enfrente de mis ojos!
Decidí que si él podía ser tan abiertamente despectivo de una manera cortés, entonces yo podía ser tan directo y honesto como quisiera. Así que fui directo y dije: «¡Eso es ridículo!». Tratando de contradecirlo de la forma más agradable posible, añadí: «El pueblo de Dios nunca ha creado la Palabra de Dios. ¡Desde el principio mismo la Palabra de Dios siempre ha creado al pueblo de Dios! En Génesis 1, Dios literalmente crea todo lo que existe, incluyendo a Su pueblo, por Su Palabra; en Génesis 12, Dios llama a Abraham de Ur por la palabra de Su promesa; en Ezequiel 37, Dios le da a Ezequiel una visión para que la comparta con los israelitas exiliados en Babilonia acerca de la gran resurrección que sucedería por la Palabra de Dios; el mensaje supremo de la Palabra de Dios es Cristo Jesús, el Verbo hecho carne; en Romanos 10, leemos que la vida espiritual viene por la Palabra —Dios siempre ha creado a Su pueblo por Su Palabra. Nunca ha sido al revés. El pueblo de Dios nunca ha creado la Palabra de Dios».
Ahora bien, no recuerdo exactamente cómo fue el resto de la conversación, pero recuerdo esa parte muy claramente porque ayudó a cristalizar en mi mente la absoluta centralidad de la Palabra.
Sigamos este camino a través de las Escrituras y veamos lo que nos dice acerca de la centralidad de la Palabra de Dios en nuestras vidas, y luego consideremos cómo eso nos muestra la naturaleza e importancia de la predicación en nuestras iglesias. Quiero enfocarme en cuatro puntos: el papel de la Palabra al darnos vida, el papel de la Palabra de Dios en la predicación, el papel de la Palabra en nuestra santificación y, como consecuencia, el papel que un predicador de la Palabra de Dios debería tener en la iglesia.
EL PAPEL DE LA PALABRA DE DIOS AL PRODUCIR VIDA
Comencemos por el principio, donde la Biblia comienza. En Génesis 1, vemos que Dios creó el mundo y toda la vida por Su Palabra. Él habló y fue así. En Génesis 3, vemos la historia nefasta de lo que sucedió después: la caída. Ahí vemos que nuestros primeros padres pecaron, y que cuando pecaron fueron echados de la presencia de Dios. Ellos literalmente perdieron de vista a Dios. Pero por la maravillosa gracia de Dios ellos no perdieron toda la esperanza. Aunque Dios había desaparecido de su vista, Él les envió de forma misericordiosa Su voz para que escucharan la palabra de promesa. En Génesis 3:14–15, Dios maldijo a la serpiente. Le advirtió que la simiente de la mujer la destruiría. Esa es la primera palabra de esperanza que Adán y Eva recibieron después de su propio pecado.
En Génesis 12, vemos que fue por la Palabra de Dios que Abraham fue llamado a salir de Ur de los caldeos. La palabra de la promesa de Dios, registrada en los primeros versículos de Génesis 12, fue la fuerza de atracción, la promesa que sacó a Abraham, literalmente llamándolo fuera de Ur para seguir a Dios. El pueblo de Dios fue creado —adquirió visibilidad como grupo— al escuchar esa palabra de promesa y al responder a ella, al salir tras ella. El pueblo de Dios fue creado por la Palabra de Dios.
Abraham nunca organizó un comité para elaborar la Palabra de Dios. No, él fue hecho padre del pueblo de Dios porque la Palabra de Dios vino especialmente a él y él la creyó. Él confió en lo que Dios decía. Luego leemos acerca de cómo los hijos de Abraham aumentaron en la Tierra Prometida, y después fueron a Egipto, donde eventualmente cayeron en esclavitud y sufrieron durante siglos. Y cuando parecía que ese yugo era permanente, ¿qué hizo Dios? Él envió Su Palabra. En Éxodo 3:4, Dios comenzó con Moisés, hablándole a él. Ver una zarza ardiendo era algo extraordinario, pero solo una zarza en llamas no le comunicaba nada a Moisés. Aun los más estudiados eruditos no se ponen de acuerdo acerca del simbolismo de la zarza ardiendo. La clave es que Dios habló desde la zarza. Él dio Sus palabras a Moisés. Él lo llamó por medio de Su Palabra. La Palabra de Dios no solamente vino a Moisés y a sus descendientes, sino que también vino a toda la nación de Israel, llamándolos a ser Su pueblo.
En Éxodo 20, vemos que Dios dio Su ley a Su pueblo, y que al aceptar la ley de Dios ellos llegaron a ser Su pueblo. Fue por la Palabra de Dios que el pueblo de Israel fue constituido como el pueblo especial de Dios.
Continuando a través del Antiguo Testamento, vemos que la Palabra de Dios juega un papel tanto formativo como discriminatorio, pues algunas personas escuchan esa palabra y otras rehúsan escucharla. Considera, por ejemplo, la historia de Elías en 1 Reyes 18: «Y sucedió que después de muchos días, la palabra del SEÑOR vino a Elías […] diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y enviaré lluvia sobre la faz de la tierra» (v. 1 LBLA). La frase «la palabra del Señor vino» o sus equivalentes aparecen más de 3 800 veces en el Antiguo Testamento. La Palabra del Señor venía para crear y dirigir a Su pueblo. El pueblo de Dios eran aquellas personas que escuchaban las palabras de promesa de Dios y respondían en fe. En el Antiguo Testamento, la palabra de Dios siempre venía como un medio de fe. Esta era, en un sentido, un objeto secundario de fe. Dios, por supuesto, siempre es el objeto primario de nuestra fe —nosotros creemos en Dios— pero eso no significa mucho si ese objeto no es definido. Y ¿cómo definimos Quién es Dios y qué nos llama a hacer? Podríamos inventar nuestras propias ideas, o nuestro Dios puede comunicarnos la verdad. Nosotros creemos lo que Dios nos ha dicho. Nosotros creemos que de verdad Dios mismo ha hablado. Debemos confiar en Su Palabra y descansar en ella con toda la fe que pondríamos en Dios mismo.
Así que, vemos en el Antiguo Testamento que Dios dirigió a Su pueblo por Su Palabra.
¿Puedes ver por qué la Palabra de Dios es esencial como instrumento creador de fe? Nos presenta a Dios y Sus promesas —incluyendo todas las promesas individuales del Antiguo Testamento y del Nuevo, hasta llegar a la gran promesa, la gran esperanza, el gran objeto de nuestra fe, Cristo mismo. La Palabra nos muestra lo que debemos creer.
Para el cristiano, la velocidad del sonido (la Palabra que escuchamos) es en cierto sentido mayor que la velocidad de la luz (las cosas que podemos ver). Por así decirlo, en este mundo caído percibimos el futuro por nuestros oídos antes que por nuestros ojos.
En la gran visión de Ezequiel 37, vemos de manera extraordinaria que la vida viene al escuchar la Palabra de Dios:
La mano del SEÑOR vino sobre mí, y me sacó en el Espíritu del SEÑOR, y me puso en medio del valle que estaba lleno de huesos. Y él me hizo pasar en derredor de ellos, y he aquí, eran muchísimos sobre la superficie del valle; y he aquí, estaban muy secos. Y él me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y yo respondí: Señor DIOS, tú lo sabes. Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles: «Huesos secos, oíd la palabra del SEÑOR. Así dice el Señor DIOS a estos huesos: “He aquí, haré entrar en vosotros espíritu, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, haré crecer carne sobre vosotros, os cubriré de piel y pondré espíritu en vosotros, y viviréis; y sabréis que yo soy el SEÑOR”» (v. 1–6 LBLA).
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