Esther Bendahan - Si te olvidara, Sefarad

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¿Qué sabemos los españoles de Sefarad? Dice la autora de este ensayo, que "en muchas ocasiones junto a las preguntas que se hacía en diferentes edades, sobre todo en épocas de crisis, como: «¿Quién soy?» además, ha debido responder a la de: «¿Quién eres?», o para ser más precisa: «¿Quiénes sois?». Sentía que en ese sois había exclusión y diferencia.Durante mucho tiempo se sintió en la obligación, sin que nadie se lo pidiera, de responder. Y al hacerlo tenía que explicar el judaísmo y Sefarad como patrimonio de todos nosotros, aunque muchos lo ignoren. Al escribir este libro, Esther Bendahan ha pretendido traer al presente una forma de ser español, una nación de España sin territorio. Porque hoy, que tantas dudas suscita la idea de España, es bueno recordar.

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EN BUSCA DE NOBLES ANTEPASADOS

En una reciente entrevista, Eduardo Mendoza comenta: «La idea de escribir unas memorias la descarté de entrada. Nadie me aburre tanto como yo mismo. En cambio, creo que he tenido la suerte de vivir una época y de ser testigo de unos fenómenos históricos y culturales interesantes». Aunque diría que la mayoría de los sefarditas que he conocido no se aburren demasiado hablando de sí mismos, sí creo que tienen la sensación de vivir un periodo interesante. Nuevo desde luego. Nunca como hoy ha habido un reconocimiento por parte de las autoridades españolas, tanto gubernamentales como culturales, de un fenómeno de exilio que de la mano de Muñoz Molina se ha convertido en metáfora de otras querencias y memorias.

Al escribir la cita, recuerdo que conocí a Eduardo Mendoza en un programa de televisión catalana sobre Albert Cohen a quien dediqué mi tesis. Fue una experiencia curiosa, me gustó su humor. Coincidimos en algunas ocasiones más, pero me queda de ese encuentro la sensación de principio. Yo iniciaba mi tesis, que tardé muchos años después en terminar, y carecía de contexto literario, de entorno. Así que apreciaba, como hoy, los encuentros con escritores, como si con ellos, todo lo demás desapareciese, y fuéramos ciudadanos del mismo territorio de la ficción. Aprecié por lo tanto cada gesto y palabras de ese día. Siempre me sentía ajena, alguien empujando a patadas para existir. Existir entonces era reconocer en la mirada del otro una afirmación del encuentro. Eso bastaba.

Volviendo a la cita, el ser testigo forma parte esencial de mi educación judía. Heredamos la conciencia de la importancia del testigo. La memoria es memoria en tanto que somos testigos, así el: yo Salí de Egipto , se convierte en una manera trasformadora e impulsora del ser. En ese sentido también creo que he participado como testigo de ese retorno del que habla Pierre Assouline. A veces parece una parodia, otras, algo profundo y esencial. Hay lugar para la reflexión y el conocimiento, no únicamente de lo particular, sino que permite una visión amplia que se adentra en Europa y en la cultura occidental.

Antes de continuar vuelvo a la palabra que da comienzo a mi memoria compartida. A mi llegada a España. Por ahora no sé bien cuándo tropecé con ella por primera vez, pero está allí, tres sílabas susurrantes: Sefarad. Sefarad es la traducción de España al hebreo. A muchos les sorprende que cuando dicen de dónde vienen en el aeropuerto de Tel Aviv descubran que vienen de Sefarad. Pero cuando yo digo soy de Sefarad no es lo mismo que cuando lo dice otro español nacido en Madrid, Málaga o Barcelona. Él dice soy español como otros dicen soy francés o italiano. Cuando lo decimos nosotros, decimos en una sola palabra, vivamos o no en España, que nos reconocemos como descendientes de los hispanohebreos que vivieron en España y fueron expulsados hace más de quinientos años. Y en su diáspora estuvieron sobre todo en tres grandes regiones, además, cada una de ellas supuso un desarrollo diferente. Pero se reconoce un origen común. Hay por lo tanto un pacto de origen. Un lugar de partida. La Hispania cristiana o la musulmana. Mi padre, que es ya un señor mayor, siempre me hace preguntas inteligentes. Me descubre ángulos que yo no había pensado aún. Como su cuestión sobre que esa Sefarad también musulmana se llevó o mantuvo, sin embargo, el español. Y por eso debemos suponer que en realidad se mantuvo una memoria, un apego. Pero seguramente no palabras exactas, sino que fue esculpiéndose el lenguaje con el paso del tiempo. Parto de la paradoja de la feria del libro de Casablanca. Durante años ignoré mi lugar de nacimiento, no exactamente ignorar, escribí sobre Tetuán, lo narré, atrapándolo como espacio infantil, pero creo que no profundicé en lo que supuso estar allí, el complejo sistema de vínculos que se pusieron en marcha. Pero somos también lo que ignoramos.

3

EL OTRO

No puedo desligar mi identidad de la escritura, soy lo que deseo escribir y seré lo que escribo. Es el texto donde aparece y es en otros escritores donde reconozco esa absoluta pertenencia. Cada uno lo figura a su modo. Entre los sefarditas hay quienes se descubren en la música reviviendo las canciones, o investigan la historia o paseando por España de pueblo en pueblo, ambulantes, con su narración. La mayoría, simplemente sefardíes sin demasiada preocupación identitaria, son afortunados, no deben nada, no necesitan demostrar ni cuestionar. Privilegiados en su serenidad viven en la misma tradición o en los ritos inmersos en lo natural sin necesidad de grandes demostraciones.

En mi caso: la escritura. Oración diría Kafka, espacio de trascendencia. Sin la obligación de llegar a millones basta con la presencia del libro. Con la alegre certeza de mirar al futuro. Con la esperanza de ese alguno , alguien que como hacemos nosotros hoy, en su tiempo nos encuentre. Certeza de eslabón, de continuidad. Allí nos vamos encontrando los unos con los otros. Esa es mi idea de nación, el ser futuro en la medida de que somos testigos.

Reviso textos que ya he escrito, y en muchos están claves que he ido descubriendo, exponiendo. Siempre con la esperanza de encontrar el texto, el libro, quizá sea este el que me libere de esa necesidad de explicarme desde niña. Si Albert Cohen escribía para convencer a un Camelot , vendedor ambulante, de la grandeza de su pueblo, si se dirigía a ese Camelot que le gritó en público, cuando quiso ser amable, cuando le iba a comprar su mercancía, el día de su décimo cumpleaños, «judío, vete a tu país», en una calle de Marsella en 1905; yo quizá me justificaba en cada página con el sacerdote que daba clase de religión en mi colegio, el Liceo Sorolla. Me liberaba de gimnasia, no sé por qué, y de la clase de religión. Y el sacerdote, un día, al salir, en el umbral de la puerta me dijo: «Pobrecita, no tienes la culpa». En la España de entonces, claramente la realidad, era una verdad ajena para mí. Como Philip Roth, que preguntaba a su madre si los judíos creemos en la nieve. Esa pregunta es una metáfora de lo que sentimos; hay una realidad externa y en minoría se vive la sensación de reinventar la realidad, de darle una forma, que se enfrenta a otra verdad, que por ser general parece más auténtica, pero uno se esfuerza en mantener el equilibrio. En mi caso yo le dije a una niña que me explicaba que su madre cada mes tenía manchas rojas, que nosotras las judías no, que eso debía ser cosa de las cristianas. Esa posibilidad me resultaba creíble. Estaba tan arraigado en mí ese sentimiento de diferencia que no había frontera entre algo cultural y algo físico. La menstruación, tan natural y femenina, supe después con sorpresa que la teníamos también las mujeres judías.

Ese sacerdote me liberó evidentemente de la culpa que caía en mis padres. Pero yo los quería. Tanto que tras un accidente de coche que tuvimos en Tetuán, me pasaba el día temiendo por ellos. Vivíamos en España, en Europa, pero como invitados. Acogida generosa, pero estábamos obligados a estar atentos, no debíamos descuidarnos, sentir que podríamos ir en zapatillas y cómodos, siempre alertas, cuidadosos y amables, para que no se dieran cuenta de que estábamos allí. Así se fue conformando la comunidad. Buenos huéspedes para no alarmar a nuestros anfitriones. Siempre me pregunto qué hubiera sucedido de ser Dreyfus culpable. ¿Acaso no tenemos el mismo derecho de otros pueblos a que el delito de los espías, los corruptos, las malas personas, no culpabilice a los demás que son inocentes? Pero es que además él era inocente. Y quienes asistieron asombrados al juicio descubrieron que Europa, esa Europa que deseo unida, con una moneda única, con proyectos culturales trasversales, tiene también la enfermedad endémica del odio. Allí Teodoro Herzl tuvo una iluminación, Israel era el lugar. Nunca dejó de haber presencia allí, pero no era un estado. Quizá pensó que era la solución. Pero antes mucho antes, Gracia Mendes, sefardí, pensó lo mismo. Esta mujer que admiro, organizó en el siglo XVI una emigración a Tiberíades donde se creó un asentamiento con importantes cabalistas como Isaac Luria. Y es que se puede afirmar, y no soy historiadora ni académica pero tengo la licencia de la creación, que las dos líneas esenciales del judaísmo, vienen de España: del pensamiento racional que representa Maimónides y de la mística que parte del Zohar.

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