Los fines de semana se acercaba la peonada a distraerse. Era momento de empilcharse, sacar a relucir las facas y los brillos, el mejor apero, la bombacha y la bota. Truco y bochas eran los juegos elegidos. Lo infaltable: lo folclórico, el vermut, la cerveza fresca y alguna copa de vino. “Se quedaban hasta altas horas de la noche”, recuerda Pedro. Tiempos de gloria, épocas felices. Hasta el sol brillaba mejor.
De todo aquello, a partir de 2015, Pedro logró rescatar lo mejor. Queda el espíritu de estar en un lugar donde la gente acude a hablar, disfrutar una copa o comprar lo necesario para vivir. El alma de esa alegría y la despreocupación de vivir sin apuros se sienten en las paredes y se cuelan por las rejas. Es un lugar verdaderamente feliz. Sorprende, de entrada, el grado de meticulosidad con la que se presenta la naturaleza. El césped está siempre bien mantenido. El color de las paredes, que solo se puede lograr por el paso de los años, es otro fundamento que tenemos para explicar por qué la pulpería es especial. El piso de tierra quizás sea un recuerdo familiar para todos. 1840, 1900, 1980, 2030: el tiempo no pasará, la pulpería es imbatible.
El paraje Campodónico incluye un establecimiento educativo que está a cargo de los salesianos. Pulpería y escuela, unidas. Ambos educan y los dos son centros de desarrollo cultural y social. Viven 20 habitantes en este pedazo de tierra que atrae la tranquilidad. El horizonte pampeano se muestra puro. El siglo XXI no ha llegado, por suerte, a este solar.
“La alegría de estar, la tranquilidad de poder seguir manteniendo el lugar y la historia. Ha estado en mi familia desde hace tantos años. Tener el lugar abierto da tranquilidad”, sostiene Pedro y nacen los sentimientos que le produce trabajar detrás del mostrador que conoció tres siglos. En estos días, este lugar mítico atrae a motoqueros, ciclistas y aventureros de los caminos rurales. Para los pocos habitantes del paraje es el centro del mundo. Un mundo calmo, silente y criollo. Lo vital aquí es llegar sin la necesidad de volver a ese otro mundo ruidoso que dejamos atrás. En San Gervasio el ritmo es lento, nada nos apura. La máquina del tiempo aparece sola. + info:se puede acceder a la pulpería por la ruta provincial 50 (de tierra), ya sea desde Tapalqué por la ruta 51 o por Cacharí, por ruta 3. En ambos casos son 25 kilómetros de tierra. Los días lluviosos se aconseja consultar para conocer el estado del camino que se informa por las redes sociales de la pulpería. Facebook: pulpería san gervasio / Instagram: pulperiasangervasio
La pulpería vende aquellos artículos de almacén imprescindibles para la vida rural, pero es recomendable aceptar la tentación y pedir la picada completa que ofrecen. Es sencillamente sublime: diferentes clases de quesos, salames y chorizos secos, jamón crudo, bondiola y la clásica galleta de campo. Fiambres de la zona, productos de alta calidad. Alta en cielo, la tabla concentra la atención. Para completar, solo basta dirigir la mirada a la esquina del mostrador donde están las botellas de los clásicos aperitivos.
El naturalista estuvo en Tapalqué y, cuando llegó al arroyo homónimo, halló muchos fósiles de gliptodontes (mamíferos acorazados extintos). Estos hallazgos dieron fundamento para escribir su obra máxima sobre la evolución de las especies. También en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo cita la avanzada de los malones sobre los fortines de la zona.
Tapalqué es una ciudad cabecera con espíritu de pueblo. Muy pintoresca. Vale la pena visitarla. Es uno de esos lugares en los que se puede pensar en un cambio de vida. El Balneario Municipal es precioso. Muchos árboles en ambas orillas del arroyo que dan abundante sombra y son ideales para proyectar comidas al aire libre y paseos. Muy familiar. Aquí también hay un camping. Tapalqué tiene oferta de hoteles y restaurantes.
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