¡Slurp!
—Por eso tendremos que empezar a ahorrar, hasta que encuentre un nuevo trabajo.
¡Slurp!
—Les pido que apaguen las luces, que se duchen corto y que no desperdicien la comida. Tenemos que cuidar cada peso a partir de ahora.
¡Slurp!
—Por ejemplo, dejaremos de tener televisión por cable e internet.
¿Slurp?
Ahora entendí lo de apretarse el cinturón.
¡Uf! Se me fue hasta el aire. Quedé desinfladito.
De más que ahora necesito cinturón.
ESA SEMANA fue realmente extraña (más aún).
Rara.
Mi papá se paseaba en pijama por la casa, mientras mi mamá iba a trabajar a su revista. Había conseguido escribir más para recibir más monedas, por lo que decía “chaíto” en la mañana y llegaba bien tarde, con una cara de súper agotada.
Mientras tanto, mi papá ordenaba y cocinaba hasta que nos íbamos al colegio. Y cuando no estábamos, lo visitaban sus amigos jurásicos para ver cómo estaba con la falta de pega y para tener unas reuniones algo climáticas. Mi papá les decía “tormentas de ideas”, y era cosa de ver una pizarra donde, parece, llovían esas ideas de sus amigos.
Por ejemplo, decía “fortalezas”. Y debajo ponían:
—Bueno para comer.
—Cocina decente.
—Tose mucho (broma).
—Escribe entretenido.
—Sabe de restaurantes.
Después decía “debilidades”:
—Tose mucho (no, es broma).
—No le gusta la grasa.
—Cocina con poca sal.
—Es demasiado honesto.
Esto último sí que es raro. ¿Es una desventaja ser “demasiado honesto”?
¿Es tan cruda la verdad?, ¿como un sushi? Pobre papito mío de mí. ¡Snif!
●11
DESPUÉS DE LA TORMENTA
FUERON COMO DOS o tres días con los amigos de mi papá invadiendo la casa. Se comieron todo y se tomaron todos los vinos caros que mi papá tenía como “inversión” (¡ja, ja, ja!).
Hablaban, hablaban, hablaban. Uno le recomendó fundar una universidad de la comida. Otro le dijo que escribiera sus memorias. Uno le señaló que hiciera libros de cocina.
Con Beltrán los veíamos hablar y comer, hablar y tomar, y no se iban nunca.
Mi mamá estaba hecha una furia. Solo hacía grrr (como la pantera del zoológico a las 9 a. m., antes del bistec de desayuno).
Beltrán ponía rock y había que cerrarle la puerta, porque o si no, los viejos no se escuchaban entre ellos. Y, además, la María podía despertarse.
En eso estuvieron, hasta que se terminó el pan, la mantequilla, el jamón, el queso y el vino. Entonces dijeron “chao”, todos al mismo tiempo, y se fueron (se acabaron hasta el papel del baño).
Mi papá quedó lleno de ideas, con la pizarra llena de frases y el refrigerador vacío.
Entonces, mi mamá, suave y cortante (es una pantera), le preguntó:
—¿Alguna idea buena?
—Sí.
—¿Muy buena?
—Sí, mi amor.
—Pero no estás muy convencido.
—Sí, lo estoy, pero es un cambio profundo en nuestras vidas.
¡Glup! ¿Iremos a vivir a una cueva? ¿Daremos la vuelta al mundo en un velero? ¿Iremos a colonizar la Antártica?
…
—Ya, Julio, dime.
—Poner un restaurante en nuestro garaje.
What?
¿Ponerse del lado del enemigo? ¿Un crítico de comida cocinando?
Mejor me voy a estudiar.
Parece que algún día tendré que ser yo el que mantenga esta casa, creo. Y ser el nuevo Super Mario Cabello.
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