—Marina, estaba tan apocado que fui yo quien tuvo que dar el primer paso —interrumpió Claudia—. A partir de ahí ya hemos hecho planes de futuro, —y Claudia siguió contando, con un cómplice Pedro cogido de su mano—. Cuando mi padre se enteró, aparentemente no se enfadó. Solo me recordó que cuando me lo presentó hacía tiempo, me dijo que no me acercase a él. Ahora solo me ha dicho: “está visto que no me haces ningún caso” y, casi en un susurro: “no debí hacer caso al CEO; teníamos que haberle echado”. Creo que mi padre pensó que lo habitual es que, vale con que te opongas, para qué más sólida sea la relación. Debe ser por eso que se limitó a ignorar el hecho y dejar pasar el tiempo.
—Para mí sí que es una gran alegría. Este mozo. —Y me reí por la palabra—. Es de muy buen ver y educado. Al estilo de tu madre Andra, voy a decir. Pedro, tienes una belleza increíble; Claudia, alabo tu gusto por fijarte en él. —Y de nuevo nos carcajeamos los tres. Y volvimos a brindar. Se acabó el champagne y el sumiller nos invitó a un combinado de orujos. Todos elegimos el gallego.
—Antes de que empecemos a tartajear con tanto alcohol
—yo razoné—, si vais en serio, y con tan corto plazo para cumplir vuestro deseo, debéis programaros; contad conmigo para aquello en lo que creáis que os pueda ayudar. En principio pienso que será bueno que tú, Pedro, conozcas a los amigos más frecuentados por Claudia. Os interesa relacionaros con todos ellos; formamos un grupo de amigos casi fijo y no es fácil que acepten a alguien nuevo.
—¿Pero a quiénes? —replicó Claudia—. Nuestro grupo es muy numeroso y demasiado elitista; no tanto como mi padre, pero sabes que estamos en círculos muy cerrados. La condición para aceptarle sería que Pedro perteneciera a ese grupo que se autodenomina la crème de la crème o ser un gran triunfador social. Y también sabes que las relaciones son endogámicas; a ti te aceptaron muy bien por tus antecedentes monárquicos rumanos. Pedro no está en esos estadios. Y a mí hasta me gusta que sea así; estoy harta de que seamos tan exquisitos y excluyentes, por no decir que seamos tan gilipollas.
—No exageres, Claudia. Ya sabes que no podemos renunciar a ellos; se nos cerrarían muchas puertas..., en el golf, en la hípica, en el tiro, en el VIP de las discotecas... toda nuestra vida está con ese grupo y tampoco debemos quejarnos, lo pasamos muy bien con ellos.
—Pero quizás los amigos de Pedro sean más agradables. En cualquier caso, debemos conocerlos también.
—Ya me encargo yo, Claudia. Y creo que ya debemos irnos; los camareros parecen inquietos.
—Me parece bien; pero antes hay que abonar lo que hemos tomado. Invito yo —decidió mi primo.
—No te dejo —protestó Claudia—, la idea y la invitación ha sido mía.
—¿No querrás que sea nuestra primera bronca de enamorados? Soy machista, así que pago yo. —Nosotras nos reímos ante el machista, y Pedro hinchó su pecho desafiante y riéndose—: Aquí tenéis al macho ibérico, pero sin jamón. —Luego pidió la cuenta.
Se la trajeron y el camarero nos advirtió:
—La señora que estuvo con ustedes les invitó a todo lo consumido. Solo les resta por abonar la segunda botella de champán.
Pedro sacó una tarjeta de crédito exclamando:
—¡Caray con mi madre! —Dejó una generosa propina y, mientras salíamos, continuó—: Hoy, día de noticias venturosas falta la de Pedro. Sabed que ya he comprado ese chalet en la Colonia El Viso que tanto te gustó a ti, Claudia; aunque es un apareado, solo me pusiste las pegas de que hay que hacer mucha obra. Ya tengo a un arquitecto amigo trabajando en ello, quien también tendrá en cuenta tu opinión, Claudia.
—Ay, Pedro —exclamó ella—, ¿y si nos equivocamos? Perdón ¿y si tú te equivocas? Ya que tú eres el comprador.
—Cuando yo lo vi, Claudia, me gustó mucho. Y recuerda que es para los dos; vivienda compartida. Querida, por supuesto que ¡el Palacio de Linares en la Cibeles, realmente es mucho mejor! —Se rieron juntos.
Pocos días después nos juntamos los tres a comer en el Restaurante próximo a la galería de mi marido en la calle Alcalá, la que yo regento de cuando en cuando. Allí disfrutamos de un simpático y muy agradable restaurante en un sitio espectacular; con una terraza sorprendente por sus olivos en pleno centro de Madrid y, también, por los cócteles que sirven. Ya estábamos en octubre, el tiempo amenazaba lluvia y habían bajado las temperaturas, pero todavía era agradable sentarnos en la terraza en una coqueta mesa. Claudia y yo pedimos unos margaritas y Pedro su preferido, según nos dijo, dry Martini. Ya hicimos la comanda; les recomendé la tortilla abierta y el tartar de atún, exquisito; son las especialidades de la casa. Ya servidos y degustando el margarita, les conté lo que les había preparado. A Pedro le dimos unas pinceladas de los invitados como amigos de Claudia. Cuando terminé, aprovechando que ella fue a lavarse las manos, le dije a Pedro a solas:
—Además de lo que te he dicho delante de Claudia, debes saber que Miguel Vallejo, el psiquiatra, es casi un hermano para ella; es una gran persona. También son muy buenos amigos Marta y Gonzalo Apala; ella es una gran cocinera y ama de casa, pero muy cotilla; por eso debes prevenirte ante ella. —Pedro me escuchaba con mucho interés pues iba a ser la primera prueba social de su noviazgo y seguí—: Más deberás hacerlo con Joan Gisbert, pariente de los Gonzaga, primo segundo de Claudia; sus familias están muy vinculadas entre ellas. Cuando Claudia tenía quince años y él diecisiete, en vacaciones en Jávea, siendo ella una cría la acosó y manoseó tanto, incluso casi con intento de violación, que le generó a Claudia su fobia que tantos malos ratos le ha hecho padecer para disimular su problema. No le digas nada a ella, me detestaría. —Pedro reaccionó con cara de perplejidad y aire vengativo, como si estuviese deseando enfrentarse con ese monstruo—. Joan os jorobará todo lo que pueda, la sigue deseando. —Luego pensé que me quedé muy corta; le había descubierto la fobia de Claudia, pero no le dije nada de otras facetas suyas. “Es mi primo”, pensé, “debo protegerle, pero Claudia es más que una hermana para mí, ¡qué dudas tan inoportunas!”.
Ya Claudia con nosotros, nos levantamos y entramos en el comedor. ¡Vimos una botella de vino riojano Ardanza en la mesa! La pareja se echó a reír.
—Nos parece que eres algo más que una clienta eventual, ¡qué bien te conocen!
Comimos hablando mucho de los preparativos de la boda; Claudia quiso que fuera yo quien la acompañase para elegir el traje de novia. Se justificó:
—Si viene mi madre, todo le parecerá poco y acabaremos en París haciendo el tonto; en Madrid encuentras lo que quieras.
Me felicitaron por la elección del menú; realmente es un lugar muy recomendable; lo único nada sabroso es la cuenta. Pedro pretendió pagar de nuevo, y le jorobó que lo hiciera yo.
—Pedro, a mí me lo cargan en cuenta; vengo con mucha frecuencia con clientes a quienes les hace falta un empujoncito para terminar una costosa adquisición. Ya me dijisteis que soy más que una clienta circunstancial —les recordé con picardía.
Ya de regreso hacia la galería Bores, caminando por la calle Valdeiglesias hacia Alcalá, les fui comentando dónde creía que debíamos ir con los amigos de Claudia y también míos.
—Claudia, he pensado que, más que cena, sea un piscolabis a base de las tapas de la taberna de José Luis que tú conoces tan bien. Me ha parecido que esos rincones que tiene a la derecha del pasillo propiciarán un ambiente acogedor sin preocuparnos de lo que oigan nuestros vecinos. Con su estilo castellano, mesas de madera apenas pulidas y un barniz casi desaparecido, y cadieras como asientos, cabremos los doce con holgura y estaremos cómodos recordando las tabernas de hace siglos.
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