Seguí rememorando lo que había hablado con Pedro y volví a recordar a nuestros antepasados. Estaba convencida de que no se lograría nada, pero al menos me sentiría libre de lo que para mí era una gran obligación: No renunciar, intentar defender y recuperar lo que perdió mi familia por la aniquilación de la monarquía. Fue en el año cuarenta y siete del siglo pasado. Es mi deber. Dudo que Pedro llegue a ningún sitio; pero tenerle a él me alivia el peso y me inspira confianza. Es el mejor amigo varón que he tenido, por no decir el único. Entre nosotros no hay problemas de relación hombre/mujer; mi experiencia me hace conocedora de que un amigo, supuesto o no, lanza indirectas para lograr alguna aproximación; ¡ni que supusiesen que por ser galerista y artista he de ser promiscua! Muchos creen que mi marido Javier Bores y yo no nos llevamos muy bien; es falso; lo único que ocurre es que me gustaría que fuera más cariñoso; solo el sexo no me vale, y él, por el contrario, piensa que con eso cumple como amante esposo; pienso: ¿Amante?, sí. ¿Cariñoso o enamorado?, bastante menos.
Me despedí de mi primo bastante inquieta. Intuí que algo le había molestado. Claudia es una gran mujer, pero no una gran persona. Pedro me insinuó un día que se sentía traicionado por mí. Me criticó que no le hubiese advertido de muchos rasgos importantes de la personalidad de Claudia que él no conoció hasta que se casaron. Y la cara oculta de Claudia no es precisamente amable. Durante su matrimonio ella le hizo mucho daño. Por duro que fuere el maltrato público al que sometiera a su marido, Pedro casi que ni la recriminaba; en un principio él contestaba con agudeza hasta que notó que ella se sentía molesta si la superaba en ingenio. Por su amor por ella renunció a contestarle. Así Claudia comenzó a perder su compostura hasta caer en una imparable desmesura. Además, ella era una gran figuranta; quería y quiere a Pedro y durante el noviazgo pensó que debía ocultarle rasgos de su carácter que seguramente no le gustarían; ella estaba muy enamorada y no quería perderle. Claudia me lo expresó así y me rogó que fuera discreta; me dijo: “es suficiente con que contenga mis malos modos”.
Así su noviazgo fue una romántica espera para llegar al altar con una muy dulce Claudia seduciendo a su novio.
Mejor que pensar, empiezo a contar mis recuerdos.
Dos años antes de mi encuentro con Pedro en su despacho, Claudia me citó con voz misteriosa por teléfono un 18 de septiembre:
—Necesito hablar contigo en algún lugar en el que apenas nos conozcan.
—¡Qué enigmática estás! ¿No querrás gastarme una broma de esas que a veces me dan ganas de flagelarte?
—¡Desconfiada, yo que quería invitarte a comer en el Txistu...! ¡Me lo voy a pensar! —se rio.
—No seas guasona; sabes que me gusta mucho su jamón, y su comida norteña en ese ambiente que te sumerge en un caserío vasco casi real. De cuando en cuando voy con Javier. Me parece muy bien, y más si invitas tú.
—Entonces, ya sabes. Quedamos a las dos en la terraza. Ya he reservado mesa.
Llegué en taxi a las dos en punto; en cuanto puse un pie en la acera vi a una flamante mujer sentada sola en una mesa. Tenía que ser ella; efectivamente, lo era. Me saludó con un abrazo y me quedé mosca. ¡Claudia huye del contacto físico incluso conmigo! Nos sentamos y le dije:
—¿Cuál es la sorpresa? Me tienes intrigada, a no ser que sea solo por el abrazo. ¡Que ya sería muchísimo!
—Por lo pronto traerán un plato de jamón. —Se hizo la desentendida—. Y un tinto rioja Ardanza de 2001; sé que te gusta su acidez. ¡Fíjate, ya lo traen!
Un camarero trajo una enorme ración de jamón que me hizo exclamar: "¡No somos tan carnívoras!", y eso hizo reír a quien nos servía. El sumiller se acercó con el vino y con el clásico protocolo nos enseñó la botella con su añada. Descorchó con facilidad. Examinó el corcho y lo olió por si el vino estuviese oxidado o bien se hubiese contaminado por fugas de alcohol. Tras su teatral representación, vertió una pequeña cantidad en el vaso de Claudia para que lo catase, y puso el corcho en la mesa frente a ella.
—¡Oh, no! —Claudia se expresó con vehemencia—. Es mi amiga la experta, presénteselo a ella. —Yo probé el vino bajo la atenta mirada del sumiller.
—¡Estupendo! —dije, y él se retiró. Entonces retomé la conversación con Claudia—. Ya llevo dos sorpresas Claudia; el tamaño de la ración de jamón, e insólito que sepas que la cosecha de Ardanza en 2001 fue excelente. A ti te gustan bebidas más alcohólicas, no eres aficionada a los vinos. Vamos ¡cuéntame ya! ¿De qué va esta película? —Yo ya no podía disimular mi gran curiosidad. Muchas veces habíamos estado juntas, pero nunca así; las dos solas, en un restaurante nada habitual en nuestro grupo, invitando ella y hablando de necesidad..., en fin, realmente todo me resultaba muy intrigante
En ese momento se acercó hasta nuestra mesa un hombre con muy buen porte. Yo le había entrevisto en la barra; me puse en guardia. Pero no, no era ningún atrevido. Él saludó con un "¡Hola, buenos días, ya casi tardes!". En seguida Claudia se levantó, le saludó y nos presentó:
—Pedro Amilibia y Marina Ionesco. —Un cheek to cheek entre nosotros dos y nos sentamos a requerimiento de la «sargento» Claudia. Mientras, ella le hizo una señal al maître para que pusiera otro cubierto y una silla más. Ya sentados todos, rápidamente le sirvieron vino al recién llegado quien observó la botella, probó el vino y preguntó:
—¿Quién ha elegido este magnífico vino?
—He sido yo, pero la entendida en vinos es Marina.
—Marina, bonito nombre; ya tenemos dos cosas en común; la afición al vino y el apellido; Ionesco es mi segundo apellido; es por parte de mi madre, Andra Ionesco.
—Mi padre se llamaba Antonov Ionesco. —Empecé a estar segura que la sorpresa estaba en ese hombre; conociendo a Claudia, seguro que creyó que me había encontrado un pariente, así que empecé a indagar—. ¿Cómo se llamaba su abuelo? ¿Era rumano?
—¡Oh, sí!; toda la que fue mi familia materna era rumana, también mi madre que afortunadamente vive. Mi padre no; él era español. Y mi abuelo se llamaba Alin Ionesco.
—¡Alin! —Me sorprendí y con turbación le pregunté—. ¿No tendrá usted un tío abuelo que se llamara Grigore? Y... su abuela ¿no se llamaría Andrea?
—Así es.
—Pues entonces somos primos. —Levanté los brazos con manos y dedos haciendo la V—. ¡Grigore fue mi abuelo, hermano de Alin, quien se casó con... ¡Andrea Vasilescu! ¡Dios mío! —Como un resorte y gozosa me levanté y me acerqué a Pedro—. Tú eres un primo mío, segundo, pero primo. ¡Qué felicidad, encontrarme con un primo y además tan guapo! Creí que yo era la última y única Ionesco tras la caída de la monarquía y la no muy lejana muerte de mis padres. Déjame que te coma a besos.
Ambos muy conmovidos nos fundimos en un cariñoso abrazo.
—Dios mío, Marina. Mi madre apenas me habla de nuestra familia; ella también cree ser la única rumana que queda de los Ionesco. Ahora mismo la llamo. —Excitado y nervioso, Pedro sacó el móvil del bolsillo y llamó a su madre—. ¡Madre, no te lo vas a creer! ¡¡¡Estoy con una sobrina tuya!!! Marina Ionesco. —E intercambiaron exclamaciones de alegría—. Estamos comiendo en un restaurante que se llama Txistu; está en la calle Orense esquina Rosario, detrás del Hotel Meliá —se dirigió a nosotras—: ¿No os importará que venga a los postres? —nos preguntó y le respondimos que naturalmente nos parecía muy bien—. Coge un taxi, el taxista seguro que sabe dónde está. Te esperaremos aquí...
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