Ángel Morancho Saumench - Marina escribe un libro

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Marina escribe un libro: краткое содержание, описание и аннотация

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Es así como recurre a sus íntimos amigos, Claudia y Pedro, un matrimonio de vida intensa y compleja. En la narración de sus avatares tropieza con diferencias de clases, disputas de elevado tono, una relación con idas y venidas donde Marina encuentra la trama que llevaba tiempo buscando.Ángel Morancho expone ante los ojos de Marina las diferentes caras del amor con su fuerza y efecto imparable sobre una pareja de enamorados.

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—Bien, prima, te has salido de lo que teníamos concertado, no puedo agradecerte todo lo que me has dicho. Has hecho méritos para que yo también te dé un pescozón. —Hizo un amago, pero no me asusté y me eché a reír de nuevo—. Solo colaboras a que mis cargos de conciencia sean mayores tras un trauma que deberíamos haber superado ambos. Ella no es católica; rectifico, bautizada pero despegada; la nulidad del matrimonio ni la considera. En el altar solo se sentía protagonista como una novia bellísima y envidiada, que deslumbró a los invitados tanto a pie del coche que la trajo, como en el pasillo de la iglesia camino del altar. Ni siquiera comulgó, lo cual sabía que me iba a molestar, y me tuvo a su lado con un papel de comparsa. Entonces entendí que ella había empezado a marcar su territorio, y lo ha defendido como no lo hicieron nuestros antepasados� Perdona, Marina, no quise ponerles de por medio.

Me levanté, él también y le di un abrazo. Me acompañó hasta la puerta, que abrió él mismo. Entonces, y ante todos, ahora fue él quien me abrazó y me besó una mejilla mientras me decía:

—A pesar de todo, te quiero. Adiós celestina, y cuídate.

—Adiós Pedro, ya me dirás algo sobre lo que menos me importa: Rumanía y, si me solucionas al menos lo de Claudia, hasta me olvidaré de mi país de origen como regalo de reconciliación, —él se rio—. Claudia me importa mucho más y estoy convencida de que te pierdes una gran felicidad con una mujer asombrosa... ¿por qué no la llamas para ver a vuestro hijo? Termino. No quiero ser impertinente, gracias por todo, mi querido primo.

Me alejé de la puerta, recordé algo y retrocedí:

—Vuelvo, como pesada que soy —le dije antes de que cerrase la puerta del despacho—. A Claudia le ha parecido bien que haga un relato sobre vuestra relación. Te agradecería que tú también me lo permitieses; ya te lo comenté antes. Así, con vuestras aportaciones seré más ecléctica y...

—Sé que te gusta escribir; con nosotros tienes un relato sustancioso. Pregúntame siempre que quieras y —riéndose— responderé no lo que tú quieras, sí lo que sea mi verdad.

Cómo se conocieron

Se casaron hace menos de dos años. Fue un enlace tan rápido que ni yo, ni nadie, pensamos, que aquello pudiese suceder. Se conocieron en el despacho de abogados y asesoría financiera Libertas&Cía. Pedro ya llevaba cuatro años trabajando en él y había conseguido una notable aceptación entre los socios del bufete. Antes de comenzar su idilio, sus relaciones con Claudia fueron discordantes con frecuencia, casi en permanente suspicacia y a veces, para ambos, o uno de los dos, irritantes. Fue así en un largo principio hasta que se maceró lo que fue un gran amor.

Claudia le había pedido a su padre que la dejase trabajar como abogada y traductora en cuestiones extranjeras en el despacho que él controlaba.

Cuando su padre, el marqués de Gonzaga, por fin accedió a los deseos de su hija, la llevó personalmente a la oficina un 18 de abril. Allí ya le explicó que tenía unos 450 metros cuadrados; sobre un plano le indicó por dónde se iban a mover. Los tres despachos principales dan a Recoletos. El mayor, de unos 30 metros cuadrados, es el del CEO (el director ejecutivo) y a su lado está el de su padre al que acude muy pocas veces, por eso lo ocupa otro de los cuatro socios. El despacho vecino es simétrico al del marqués; se llega a ellos desde la puerta de entrada, tras un espacioso hall por un amplio pasillo. A la izquierda, la gran sala de reuniones con una mesa para que cómodamente se sienten doce personas. En vertical a aquel pasillo se inicia otro. En él hay dos despachos tabicados; uno de ellos lo ocupa Pedro. El otro, le explicó el padre a su hija, es el que ocuparás tú de momento:

—Si ampliamos a otra planta, lo tendrás mejor —le animó. El resto del personal se distribuía entre titulados primero y luego ayudantes diversos y los archivos de empresa con un despacho muy pequeño para el encargado.

El marqués —aunque ya la conocieran—, la presentó primero ante su CEO, Mariano Juste, y sus otros dos socios. Luego fue de despacho en despacho; así el marqués pudo conocer a gran parte del personal, que hasta entonces él desconocía; todo lo dejaba en manos de Juste. Cuando le enseñó a Claudia la biblioteca y sala de juntas, el padre se quedó perplejo viendo que allí había un joven que desplegaba documentos por gran parte de la mesa de consejo. Le preguntó con acritud:

—Y usted, ¿qué hace aquí?

—Pues ya ve señor, estoy jugando a barajar papeles —dijo con humor Pedro.

—Usted es un impertinente, ¿sabe quién soy yo?

—Dado su tono no sé si me interesa mucho.

—¡Pues entérese, yo soy el mayor socio de este despacho! Soy el marqués de Gonzaga —y con tono insolente—, ¿cómo se llama usted y qué es?

—Soy un simple abogado del Estado que trabaja en su propiedad, perdón, en Libertas&Cía; me llamo Pedro Amilibia Ionesco.

—¿Amilibia? ¿No será usted hijo de Jorge Amilibia, el industrial?

—Pues sí, algo que me ufana; ¿le conoció usted?

—No solo le conocí; además es el único hombre que me hizo perder millones en su tiempo.

—No le voy a decir que lo siento. ¿Debo entender que le molesta que un hijo suyo le preste a usted un buen servicio en su despacho?

—¡Qué impertinente es usted! Dese por despedido... Aunque... no, no debo precipitarme, antes tengo que hablar con

D. Mariano Juste, su CEO.

—Aun así, no hay nada que hablar; si usted es el socio principal, recojo estos papeles en su orden y se los dejaré a D. Mariano para que se los entregue a mi sucesor.

—No se acelere usted. Solo he respondido a un impetuoso impulso. Usted es un atrevido, pero el funcionamiento del despacho es misión de su CEO. No voy a interferirle, pero ya ha conocido mi escasa simpatía por usted.

—Presiento que es un sentimiento mutuo.

Entonces el marqués hizo un amago de agresión, pero se contuvo; al fin le presentó a su hija.

—Aquí, Claudia, tienes a este descarado trabajador que es hijo de un veterano adversario mío; con él solo nos unió nuestra mutua enemistad; huye de él, hija. Amilibia, esta es mi hija Claudia que también es abogada además de filóloga en inglés, francés y alemán. Hija, no te juntes con él; la mala sangre se hereda, además, ¡no es más que hijo de un nuevo rico!, con estudios, pero en su familia no son más que eso� nuevos ricos, unos parvenus.

—Marqués, le recuerdo que estamos en el siglo XXI.

—Pero hay cosas que no mueren, y yo no tolero a los arribistas a mi clase. Tendré que hablar seriamente con el señor Juste, su CEO.

Y se despidió con un adiós muy seco, mientras Claudia ni se atrevió a abrir la boca. Permaneció todo el tiempo con cara de circunstancias no exenta de una indisimulada incomodidad.

Así me lo contó ella, casi divertida, pues era la primera vez que vio a su padre en dificultades.

*****

Mal principio para una pareja que todavía no lo era.

¿Cómo lo consiguieron?

[1]Zeta-Jones es una actriz galesa, cantante y bailarina británica, nacida en 1969. Tiene un largo cabello, de color castaño muy oscuro; con su redondo rostro y su impresionante figura hizo que en 2008 se la eligiera la mujer más bella de todos los tiempos; tras ella Giselle Bündchen y Brigitte Bardot.

[2]Cyd Charisse bailarina de ballet clásico que se integró en los musicales americanos; junto a Marlene Dietrich se dice de ellas que son las actrices con mejores piernas de la historia del cine.

CAPÍTULO II

El noviazgo de Claudia y Pedro

Tras cerrar las galerías, mi marido Javier y yo habitualmente acudíamos primero a Riantxo, marisquería y bar de tapas, donde confluíamos con varios amigos casi fijos; tomábamos algo, chismorreábamos un rato y más tarde regresábamos a Somosaguas.; ahí es donde residimos, justo en el chalet contiguo con el palacete del padre de Claudia. Pero hoy no ha sido así. Después de dejar a Pedro fui pronto a casa para seguir escribiendo y corregir mis primeros borradores.

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