—Gracias Luis —contestó Pedro—; acompaño el brindis deseándoos toda una felicidad semejante a la nuestra. Hasta tú, Angelina, la tendrás, si arrojas tus demonios.
—Mucho me conoces Pedro; pero sabes que la vida, cuando te da un puntapié, es difícil que te retorne al mismo camino. Pedro, me encantaría ser madre y... no sé si algún día querré fecundarme in vitro con esperma desconocido. Me veo imposibilitada para ser compañera o pareja de un varón. Pero sí me encanta la unión con alguno de ellos en una noche intranscendente en la que cuando te levantas ni te acuerdas del nombre de quien ha estado contigo. Eso, Pedro, alivia la conciencia. No haces daño a nadie; ambos hemos sido indiferentes, salvo al placer. Cuando sí hay sentimiento es cuando nos puede hacer daño; es la falta de una supuesta lealtad. Es mi experiencia.
—Angelina —el siguiente comentario de Claudia sorprendió hasta a Pedro—, una relación extramatrimonial puede ser positiva para el matrimonio, según avalan numerosos psiquiatras y psicólogos, especialmente los norteamericanos que suelen ir por delante de los europeos.
Me incliné hacia ella; en un susurro le conminé: “has metido la pata hasta el fondo, rectifica”.
—¿Lo dices en serio, Claudia? —aprovechó Magda—, si es así, yo que Pedro me repensaría esta presentación.
—Magda —contestó Claudia—, otra vez con tu cantilena. No digo que deba ser así, solo que puede ser.
Se produjo un silencio que afortunadamente interrumpió Luis Eslava, mientras Pedro intentaba asimilar las palabras de Claudia.
—Sabéis que me encantan las faldas... o los pantalones femeninos que tanto abundan ahora, pero no creo en esa simplicidad de Claudia. Con todo lo que soy yo y mi experiencia como matrimonialista, cualquier parte afectada acaba considerándolo como una traición; incluso entre parejas muy abiertas hay un momento en que alguno de ellos se pregunta ¿para qué y qué hacemos aquí? No nos equivoquemos, como me he repetido con frecuencia, cualquiera de las partes acabará pensando que no solo ha sido una aventura, lo calificará como traición. Y traición lo es en cuanto se incumple una promesa o juramento de fidelidad. Se equilibra cuando la traición es mutua. Pero, aun así, ambas partes se sienten agraviadas pese a que la ley solo lo contemple como cualificación y no como causalidad. El repudio de la Biblia está ahora presente también para las mujeres en nuestra legislación. Es más fácil divorciarte que echar a tu empleada del hogar. A mí me facilita mucho mi trabajo, pero reconozco que la sociedad no evalúa las perniciosas consecuencias de esta legislación. Por un simple cabreo coyuntural un matrimonio se va al garete. Cuando yo les sigo, muchas veces percibo que esa pareja podría haberlo superado, pero la maquinaria judicial ya es imparable y hay demasiados abogados pendientes de sus honorarios y no de su ética.
—No sabía que teníamos un obispo entre nosotros —comentó burlonamente Mª José.
—Esa es la estupidez que siempre se utiliza para ser progre. Las reacciones humanas en la convivencia pueden ser alimentadas por una religión o una idea, aunque sea utópica. Pero nuestras simpatías y antipatías las formulan nuestros sentimientos aun cuando tengamos miedo de manifestarlos. Mejor me callo; solo soy un profesional agnóstico. No es día de peroratas. Lo siento, Pedro, esto no ha salido como esperaba; tomaremos una copa juntos y nos daremos un abrazo. Claudia, eres una auténtica beldad que ha fijado sus ojos en una gran persona. Adiós a todos.
—Gracias Luis —contestó Pedro—. Tienes razón en que esto no ha salido como se esperaba. Será mejor que nos despidamos todos. Claudia, vámonos.
—No veo por qué —respondió Claudia claramente molesta—. Apenas hemos comido y tampoco hemos bebido. Por favor, Luis, quédate, por favor, eres una persona francamente interesante con esas experiencias que tanto te habrán enseñado. Rectifico lo que parece que tanto ha sorprendido antes. Yo soy defensora del “hasta que la muerte nos separe”. —Pero su voz se quebró.
—No sé tú Claudia —apuntó Pedro— pero yo no estoy a gusto; y disculpadme por haberlo dicho. Si seguimos así, acabaremos en un funeral.
Fernando intentó de nuevo remediar la situación:
—Os voy a contar una anécdota divertida... —Observó el ambiente—. Bueno veo que no queréis escuchar. Claudia te doy la bienvenida, pero lo siento, estoy con Luis. Ya tomaremos una copa juntos.
Luis y Fernando ya se retiraban cuando Pedro se levantó y dijo:
—Marina, estoy muy agradecido por tu interés y la preparación de esta reunión. Ahora no puedo evitar con tristeza recordar lo que te dije: ¿Amigos? ¡Si solo tengo uno!, lo digo con mis disculpas a los presentes. Creo, Marina, que habrás comprobado que estaba muy cerca de lo cierto. Os agradezco a todos vuestra asistencia; quedaos quienes queráis; la cuenta me la anotan a mí, full credit.
Se oyeron algunas palabras de protestas bienintencionadas y de despedida, desde la proclamación inquebrantable de amistad hasta disculpas de Magda. Claudia, Pedro y yo salimos del local y paseamos los tres cabizbajos. Angelina nos dio alcance, nos paró, se puso ante Claudia y la abrazó:
—Te comprendo Claudia; ha salido lo que yo esperaba. No te molestes ni en disculparles; son unos retorcidos envidiosos —y se dirigió a mí—: eres inteligente Marina, pero muy ingenua. Si me hubieses preguntado te habría dicho que al menos Magda y María José irían a degüello contra ellos, pero no por Pedro, sí por ti, Claudia. Odian a los de tu clase. Y encima te llevas a un buen partido.
—Ha sido un fiasco —le contesté a Angelina—, y más si la comparamos con la que tuvimos con los amigos de Claudia que sí nos parecía peligrosa; en fin, lo hecho, hecho está. Hace buena noche; propongo ¿por qué no nos sentamos en la terraza de El Espejo? Todavía es pronto y no hace mucho frío.
Pedro se apuntó a la idea, aunque indicó: “Pero esperarme allí un momento, vuelvo al café Gijón. He de firmar la cuenta y dejar una propina”.
Nos íbamos a sentar cuando Angelina se despidió de nosotras con un par de besos:
—Tengo que irme; Claudia, mi enhorabuena pues de lo que puedes estar segura es que Pedro es una gran persona, y también envidio tu amistad con Marina; a mí me hace falta una parecida.
—Cuenta con nosotras, ¡qué maja eres Angelina! —le contesté mientras la despedía con la mano. Solas ya las dos, le reconvine a Claudia:
—Claudia, has estado muy desafortunada ¿por qué has sacado a relucir uno de tus peores mantras?
—¿Mantras? —me preguntó ella.
—Sí, tus mantras. “Una aventura extramatrimonial puede mejorar la relación de una pareja estable”, y lo dices porque lo afirman numerosos psiquiatras, psicólogos, sociólogos y hasta sexólogos americanos y los que en Europa siguen a rebufo... Menos mal que no seguiste con tu variante “una aventura en un matrimonio no tiene ninguna importancia si ellos se quieren, y si no es que tienen que separarse ya” y tu añadido “flirtear o coquetear sin buscar algo más es divertido y si a tu pareja le molesta ¡qué se jorobe!”. Y tu más que desapego a sus creencias, me dijiste que no querías evidenciarlas ante él. Prometiste ocultar esas facetas tuyas. Si Pedro se entera de todo, estoy segura de que le da un shock. Cambiemos de tema. Pedro se está acercando con paso vivo.
Efectivamente. Pedro volvía acelerado del café Gijón. Nos dijo que amonestó a los invitados presentes que todavía permanecían allí. Pedro nos explicó lo que les había dicho:
—Siempre se aprende y hoy os conozco mejor y podéis contar conmigo como persona, pero no como amigo; no hago excepciones. —Me protestaron amistad, pero no quise seguir escuchándoles.
Читать дальше