—Será mucho más fácil que la anterior —comentó Claudia—, aquí no hay espíritu de clase y supongo que Pedro me arrullará ante Magda si ella se decide a tontear con él. Además, ya conozco lo suficiente a varios y Angelina me cae fenomenal.
—A mí también. Será que tenemos envidia de su independencia.
—Marina, has hecho una buena descripción a trazos gruesos —intervino Pedro por fin—, has elegido a Magda conociendo su querencia por mí, creo que es un error que tendré que pagar. Claudia, ¿qué sucederá si no te arrullo? —Se rio y Claudia en chanza le contestó:
—¡Te perseguiría hasta llevarte a mi casa y me encerraría en ella nueve semanas y media como hace Rourke con Kim Basinger en la película Nueve semanas y media! —Nos volvimos a reír.
—¡Uy!, qué bien, tomo nota; yo me lo pasaría en grande así contigo. Solo que yo no te dejaría ir como hace Rourke, me quedaría sesenta años y medio contigo —retrucó Pedro con cariñosa malicia y yo respiré aliviada; me pareció que ya había cumplido con mi aceptada misión.
—Ya sabéis que será en el café Gijón donde os reunís vosotros, Pedro. He pedido que os reserven la mesa de los intelectuales —dije—, igual os encontráis con Valle Inclán para introducir el esperpento. Sería divertido.
Nos fuimos los tres juntos alegres por las tontadas que nos decíamos. Claudia y Pedro a Libertas, y yo a mi casa.
En la fecha convenida, principios de noviembre en su primer sábado, seguía un otoño con agradables temperaturas, aunque ese día amenazaba lluvia. Claudia y Pedro acudieron a la cita que yo les había organizado en el café Gijón. Ella, extrañamente, con escaso maquillaje, mejor decir: casi desmaquillada y vestida con unos vaqueros y cazadora del mismo estilo; estaba espléndida, pero con un estilo desconocido.
Ya me advirtió que no quería acudir sofisticada. Cuando fueron entrando los invitados, nos buscaron con la mirada y nos localizaron en la mesa del fondo. Habíamos llegado hacía unos minutos, estábamos tomando vino tinto y acababan de traer un par de platos de jamón que estaban sin tocar sobre la mesa. Vi como una malcarada Magda miraba a mi amiga después de entrar;� sus ojos no anunciaban nada bueno.
A medida que iban llegando los invitados, Pedro los fue presentando a su novia; y también lo hizo conmigo “mi prima y amiga íntima de Claudia”. Algunos ya nos conocían a Claudia y a mí.
Todos respondieron con alguna salutación. Ya sentados en esas típicas mesas de El Gijón, se sirvió vino y entonces, inopinadamente, Magda se levantó y dijo:
—Brindo por esta pareja tan chic —levantó su copa, y todos la seguimos en ese brindis, y continuó—: Pero aclaradnos, por favor, ¿es para haceros novios una temporada ante los amigos?, o ¿es un enamoramiento circunstancial?
Claudia casi se irrita, pero volvió a mostrar su temple cuando contestó:
—Mujer, no me conoces, ni a mí ni a otras muchas novias; para hacer una presentación de una pareja no se organiza tamaña velada, Magda, ¿tú eres la pintora?
—Sí lo soy; y sé quién es tu pretendiente; y, si no te importa, voy a describirlo —se dirigió a Pedro con una amplia sonrisa y ojos enamoradizos y chispeantes por el alcohol, vacilante comenzó—: Pedro, tú eres un hombre tan bien formado que pareces un Adonis. Ese Dios griego a quien las mujeres le rinden un culto especial... y sabes que lo eres, aunque seguramente Claudia no. Bien, excusadme, es que... Pedro, eres un hombre tan deseado por tan distintas mujeres que no sé cómo la has elegido a ella y no... por ejemplo... a mí, que no estoy para desmerecer... —Se rio con malicia—. Recuerda los lotes que nos dimos cuando íbamos al colegio, eran gloriosos.
—Menos gloriosos de los que te diste con gran parte de nuestros compañeros —matizó Pedro casi enfadado—. Pides muchas explicaciones, Magda, yo solo te reclamo una ¿has acudido aquí solo para reventarnos nuestra presentación?
—¡Nada más alejado de mí!; como te quiero, te deseo lo mejor —apuntó Magda.
—Qué claridad la tuya, Magda —añadió Claudia—. Pero somos dos; cada uno ha elegido libremente al otro y esto no es un mercado de esclavos.
—Perdón —Magda contestó dirigiéndose a Pedro—, es que yo ni me presentaría en una feria de esclavos; yo no lo soy e iría a tiro fijo, y lo sabes.
—¿Qué sé, Magda? Si fueras esclava no tendrías ninguna oportunidad. Exactamente igual que lo es hoy sin ese mercado ¡Mujer no voy a negar que siempre he percibido en ti una especial empatía conmigo, pero... no pasaba de ahí! Es lo que he sentido... no sé tú.
—Mal final Pedro, pues me invita a proclamar que envidio a Claudia, pues yo querría ser ella. No lo toméis en serio, pero dicho queda.
Para distender el ambiente con alguna tontería, Fernando le preguntó a Claudia:
—¿Eres muy habladora?
—No sé qué decirte Fernando, sí que hablo, pero no sé si mucho o poco —respondió ella tras sorber algo de vino.
—Para tu respuesta hubiese sido oportuno que hubieses recordado ese dicho en el que dos ancianos se encuentran sentados en un poyo tomando el sol en su pueblo; uno confiesa: “Mi mujer lleva tres días sin hablarme”, y el otro responde: “¡Cuídala! ¡Que mujeres así ya no se consiguen!”. —Fernando se rio solo—. Qué poco os habéis reído ¡parece que estéis anclados en un falso dolce far niente, sin molestar a nadie, cuando han sucedido unos indelicados episodios de los que yo, personalmente, me avergüenzo! Se supone que quienes estamos aquí hemos sido bien educados.
—Métete en tus asuntos Fernando; a los amigos se les trata con confianza que es lo que he hecho, ¿qué hay de malo? —respondió con afectada ingenuidad Magda. Tras esto se levantó, se acercó a Fernando y le besó en la frente—. ¡No te enfades conmigo, Fernando!
—Fernando, yo sí me he reído y mucho por lo bajini —comentó Pedro—; me recuerdan esos chistes que ahora están proscritos por ser machistas, según dicen.
—No me tomes por tal —respondió un sonriente Fernando— soy de quienes adoran a las mujeres; tanto, que casi elijo a todas... y por eso sigo soltero...
Angelina ahora sí se rio tanto que la acompañamos por mimetismo. Pero Mª José, al igual que Magda, también quería enredar:
—Seamos serios y no riamos por reír; aquí tenemos una pareja que nos dicen que se quieren o parecido; mi pregunta a Claudia, a quien conozco a través de muy buenas fuentes, es: ¿os casaréis solo por lo civil?
—Rotundamente no, será por la Iglesia.
—Me parece bien —retrucó Mª José—, pero no casa con tus expresos manifiestos de desarraigo no solo del catolicismo, también del cristianismo.
—Eso son cosas tan íntimas —Pedro salió al quite—, que hasta las protege nuestra constitución a pesar de que sirva para todo.
—Por favor —dijo Magda—, Pedro, no es momento de acudir a tan altísima instancia. Lo importante ahora es si os queréis, lo cual damos por supuesto, pero... ¿tendréis continuidad? ¿Cuánto tiempo? Pedro, conmigo sería hasta mi muerte, ¿me entiendes?
—Magda —Claudia se sintió obligada a intervenir—, no te conozco, pero oyéndote echo en falta la corrección entre unos contertulios que se suponen amigos o como tales se reúnen. Tú brindas al cielo tu entrega permanente, pero... ¿por qué me la niegas a mí? Le estás enviando un mensaje a Pedro sibilino; contigo sí, conmigo no. Explica el porqué.
—Magda —intervino Luis Eslava—, en castizo “t’as pasao ocho pueblos”. No nos hemos reunido para dirimir quién es la más bella o a quién debe elegir Paris como la más hermosa entre tres diosas. Claudia, esta gran mujer que nos honra con su presencia, nos dice que quiere casarse con Pedro. Creo que se merecen el uno al otro, démosles nuestra enhorabuena y nuestras felicitaciones. Tras esto nos concierne hacer una fiesta agradable brindando con los novios por un feliz porvenir.
Читать дальше