© Ramiro Castillo Mancilla
© Gilda Consuelo Salinas Quiñones, (Trópico de Escorpio)
Empresa 34 B-203, Col. San Juan
CDMX, 03730
www.tropicodeescorpio.com.mx 1ª Edición, marzo 2019 ISBN: 978-607-8773-00-8
Diseño de portada y formación: Montserrat Zenteno
Retoque fotográfico de portada: César Daniel Lobolópez Cuidado de la edición: Gilda Salinas
Este libro no puede ser reproducido total o
parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico
o electrónico sin el consentimiento de su autor.
HECHO EN MÉXICO
Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva
Prólogo © Ramiro Castillo Mancilla © Gilda Consuelo Salinas Quiñones, (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.tropicodeescorpio.com.mx 1ª Edición, marzo 2019 ISBN: 978-607-8773-00-8 Diseño de portada y formación: Montserrat Zenteno Retoque fotográfico de portada: César Daniel Lobolópez Cuidado de la edición: Gilda Salinas Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de su autor. HECHO EN MÉXICO Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva
La novela relata la vida de los peones en los tiempos gloriosos de la hacienda del Pozo del Carmen como una mirada a su pobre vida; “todo lo que hay debajo del cielo en este lugar es del amo.” Vaya manera de vida.
El lenguaje coloquial en el que está escrita hace que se saboree mucho más, palabras que ya no se utilizan o que siguen vigentes en las comunidades rurales, algunas de ellas las traduce el autor a manera de glosario al final de la novela, para que el lector las contextualice.
Ramiro [el autor] escribe sobre la vida de los empleados de la hacienda, de los peones, de las trabajadoras domésticas, del mayordomo y los caporales, y lo hace con mucho sabor, nos enseña sus costumbres y formas de vida.
Temas como el castigo, la confesión, el hacendado, los indígenas de la zona, la dotación de maíz, la tienda de raya, la pepena, el temporal, las yuntas, el capataz, los peones, la venta de la hacienda y el ahogado, son algunos de los títulos de los capítulos, relacionados directamente con la vida y el trabajo en el campo; nos enseña cómo se vivía y trabajaba en esas grandes extensiones de tierra conocidas con el nombre de haciendas.
El autor nos lleva por las milpas y su producción del maíz; nos hace sentir el granizo y ver el manantial —que fue el origen de la hacienda— y su caja distribuidora del agua, junto con los canales y túneles; los paisajes y su belleza; la venta de la hacienda y el sistema de producción y administración que implementó el nuevo propietario.
Retrata muy bien a los personajes como don Tano, Epigmenia, Celedonio, Isauro, Basilio, don Ciro, Eulogia, Arturo, Fidela, Mica, Lichita, Mago, Polino, Melesio, Nato, Gume, Irineo, Sebastián, Abundio, Ceferino, Altagracia y a don Rafael “el patrón” que dan vida a la novela.
Se hace mención de la indumentaria de los protagonistas: el paliacate, el delantal, el rebozo y los huaraches; habla de los enseres domésticos: el petate, los jarros, los cántaros, las ollas de barro y el colote; de los utensilios de labranza: el arado y el yugo; las plantas medicinales: la ruda y la yerbabuena; de los productos del campo: el frijol, el maíz, el chile y la calabaza; de los animales: las vacas de ordeña, los bueyes, los caballos, los burros y las gallinas, que recuerdan la vida en el campo.
La figura que tiene el cura en la comunidad es de suma importancia, sobre todo en la confesión, en la capilla de la hacienda, que investiga la vida privada de los empleados para beneficio y control del hacendado.
Señala los lugares de la hacienda en donde se desarrollan las historias, como la Noria de Gámez; el panteón, la Sierra del Durazno, el Cerro de la Cantera; el Tanque de Zamarripa en Tierra Blanca y las milpas del Palo Blanco; el Paso del Águila, el templo con su retablo barroco y las anécdotas que tenían lugar en ellos, los que hacen de esta novela una delicia para el lector.
Sobresalen los temas de la llegada del amo a la hacienda, la novia depositada, la venta de la hacienda, la pepena y las yuntas, que convierten la novela en un rico registro novelado de la historia de estos latifundios, que fueron unidades productivas en el campo.
Felicito al autor, por su capacidad de retención de datos y su espléndida exposición.
Doctor Jesús Victoriano Villar Rubio
Director general del Patrimonio Cultural
Secretaría de Cultura,
Gobierno del estado de San Luis Potosí
A Víctor Manuel Flores Guajardo
porque en tu bonita hacienda me nació la idea de hacer esta humilde novela.
Que el cielo azul de nuestra amistad sea cada día más luminoso.
A usted, don Chevito Méndez, del Pozo del Carmen mi eterno agradecimiento, donde quiera que se encuentre.
I. El castigo © Ramiro Castillo Mancilla © Gilda Consuelo Salinas Quiñones, (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.tropicodeescorpio.com.mx 1ª Edición, marzo 2019 ISBN: 978-607-8773-00-8 Diseño de portada y formación: Montserrat Zenteno Retoque fotográfico de portada: César Daniel Lobolópez Cuidado de la edición: Gilda Salinas Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de su autor. HECHO EN MÉXICO Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva
El látigo ladró en el aire, y al caer sobre el cuerpo inerte del peón su espalda escupió sangre; el hombre semidesnudo estaba hincado con las manos sujetas con un áspero mecate, que en el otro extremo lo amarraba a una estaca alta clavada en el centro del cercado. A su alrededor, los demás peones de la hacienda —algunos sentados en la cerca de piedra que circulaba el amplio corral y los otros parados adentro—, observaban atónitos el desagradable espectáculo. El sol aún iluminaba todos los caminos y llenaba de luz las extensas milpas de tierra negra que rodeaban la imponente finca llamada la hacienda del Pozo del Carmen.
A cada latigazo un estremecimiento, pero sin quejarse, solo pujaba mudo de dolor. La finalidad del castigo era que sirviera de escarmiento a los demás. Algunos solo cerraban los ojos, otros volteaban para otro lado; no faltaban los que prefirieron retirarse a sus jacales, pero la orden del capataz había sido tajante: “¡Deben ver cómo se castiga aquí a los ladrones!”
Nuevamente el látigo rasgó el aire dibujando una culebra antes de caer implacable sobre la espalda desflorada de ese peón, como un zarpazo. El verdugo sudaba copiosamente, solo se retiraba un poco para limpiarse los ojos con el dorso de la mano. Para ver mejor, y en seguida tomaba vuelo para propinarle, con más fuerza, otros certeros latigazos en la espalda sangrante. El peón castigado comenzó a temblar y humedeció el calzón de manta trigueña, de su frente empezó a manar un sudor frío, al tiempo que se estremecía rechinando los dientes.
De pronto, una mano abierta se levantó para darle al espectáculo una pausa: “Como un César que con el pulgar hacia arriba, perdonaba la vida a un gladiador”. Esa mano milagrosa era del administrador de la plantación, que hacía las veces de hacendado. Un hombre alto de piel blanca que poco se daba a ver con la peonada. Pero era conocido por su carácter poco amigable. Se sabía que cuando andaba de malas se ponía rojo de coraje. Y ese color lo delató ante los trabajadores de la hacienda cuando se le acercó al peón castigado, con sus largas botas de montar: no era el administrador, era un tomate maduro.
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