Ramiro Castillo Mancilla - Peones de hacienda

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Una novela campirana escrita en lenguaje coloquial, que narra las vicisitudes de los trabajadores agrícolas de las haciendas de San Luis Potosí, tomando como referencia la del Pozo del Carmen. Los estilos de vida, la brutalidad de los capataces, las tiendas de raya, la miseria y el trabajo, siempre, desde muy jóvenes y hasta que se agote la vida.

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—¿Por qué tan enmuinada , Fidela? —preguntó la mamá— Mire nomás el regadero de maíz que está haciendo con la mano del metate, ¿se le metió el chamuco o que traye ? No habla, nomás puje y puje, anda bien enchilada , yo no sé qué traye —la muchacha no contestaba.

La vieja estaba sentada en un tronco de mezquite, dentro de la pequeña cocinita de techo de zacate y piso de tierra, rascándose los pies descalzos “uno con otro”, porque no usaba calzado. Fidela molía el nixtamal en una esquina del reducido jacal, hincada en el suelo, frente al metate y a al lado del fogón con tres negros tenamastes que sostenían un comal de barro, en el que cocía las blancas tortillas de maíz.

—Yo se rebién cuando anda josca porque luego, luego se pone muda, pos qué traye —le volvió a decir la mamá.

—¡Yo no estoy enchilada ! —al fin contestó la muchacha al tiempo que movía la cabeza envuelta en un humilde rebozo

color negro.

—Pues mire cómo tira el nixtamal —respondió la madre mientras le daba de comer unos granos de maíz cocido a una pájara que tenía en el delantal sobre la sucia falda del vestido.

—Ya le dije que no estoy enmuinada .

—Pues no creyo , porque hasta parece tejón encovachado .

Afiguraciones suyas —dijo con una mirada de angustia.

En el patio del jacal, unas gallinas jabadas picoteaban los restos de nixtamal que se habían colado en el nejayote. Un perrillo flaco estaba parado en la pequeña puerta de la cocinita, pelando los vivarachos ojillos color café, a la espera de la gorda de maíz cocido que le hacía Fidela cada vez que torteaba .

En esos años, en la hacienda del Pozo del Carmen tenían dos sirvientas: Epigmenia Tovar y Eulogia Silva, y se encargaban de asistir al administrador Arturo Ichante y a su familia. Los dueños de la hacienda no asistían ahí por lo regular. En ocasiones pasaba hasta un año sin que ellos pusieran un pie en la finca, por ello el administrador era visto como si fuese el hacendado y también le llamaban amo.

Esa mañana, una de las sirvientas fue a recoger las tortillas que le encargaba a Fidela, para darle de comer a los trabajadores que habían traído de fueras, por órdenes de don Arturo, para hacer la compostura del piso de la hacienda. Ese día llegó a la humilde casita de doña Mica más temprano que de costumbre, con una canasta de carrizo vacía.

—Buenos diyas; ¿cómo amanecieron? —saludó Epigmenia cuando entró al jacal. Doña Mica respondió el saludo, porque Fidela ni siquiera levantó los ojos para verla—. Y ora que trayen .

—Pues aquí peliando con esta muchacha caprichuda, mire nomás arriende a ver el regadero de nixtamal que tiene.

—¿Qué traye , Fidela, por qué peleya ? —preguntó y puso la canasta arriba de una áspera mesa de mezquite que estaba clavada en el piso.

—Cómo ve, Pimenia . ¿Verdá que no es cosa buena esta muchacha? —preguntó doña Mica mientras se sacudía el delantal parchento.

—Sí, la veo un poquito enchilada . ¿Qué le pasa, Fide?, ¿no será la luna?

—Vaya usté a saber, pero ya tiene diyas que anda de un genio que no hay quién la aguante, ahorita ya hubiera acabado de hacer las gordas , pero mire nomás el batidero que tiene, ¿cómo ve?

—¿Qué tiene, Fide?, ¿por qué anda tan josca ? Si quere le ayudo a echar las gordas . Al fin que ahorita terminamos, ¿cómo ve?

—¡No, pa qué ! —al fin contestó sin levantar la cara y con el rebozo deshilachado tapándole la cabeza.

—Ay, Fide, Fide. ¿A poco anda josca porque a Sauro lo tienen encerrado? —preguntó la criada mientras acomodaba unas tortillas en la canasta.

—A mí qué me interesa si lo tienen encerrado o no; eso no es asunto millo .

—¿Entonces por qué se pone asina ? Yo creyo que ya pronto lo van a dar libre, porque anda el ruido que en estos diyas va venir el amo don Rafail , que por eso están componiendo el guayín grande.

Al escuchar eso Fidela levantó sus ojos negros muy abiertos.

—¿Y pa cuándo llegan los amos a la casa grande?

—No se sabe, pero dicen que pronto, ¿cómo ven? Por eso dice don Arturo que quiere presentarle trabajo, y ya anda quitando el empedrado adentro, en todos los patios de la hacienda, para cambiarlo por cantera.

—Con razón dice don Fabián Núñez, el caporal, que ahorita trayen todo el ganado en el cerro del Ojo Malo pa ver si se repone, pienso que es por lo mesmo —dijo doña Mica y trató de ponerse de pie con ayuda del horcón de mezquite seco que se acomodaba en el sobaco.

Güeno , yo ya me voy porque me mandaron de priesa , mañana platicamos, ya se me hizo tarde.

Cuando la mujer llegó a la puerta de la hacienda, estaban formadas tres carretas llenas de piedras de cantera labrada, que eran descargadas por los peones. Para meterlas a los patios usaban unos mecapales de cuero que se apoyaban en la frente y transportaban las pesadas piedras en la espalda.

Cuando Epigmenia pasó entre ellos con su canasta de tortillas, se agarró las largas enaguas que le llegaban a los tobillos, y sin decir nada agachó la cabeza cubriéndose la cara con un deshilachado rebozo negro.

Pasó tan rápido que parecía trotar y se metió rápidamente en la finca.

Así era como caminaban los peones de aquellos años porque era la costumbre caminar aprisa, apoyándose en las puntas de los pies.

IV. Elisa Hernández, “Lichita” © Ramiro Castillo Mancilla © Gilda Consuelo Salinas Quiñones, (Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.tropicodeescorpio.com.mx 1ª Edición, marzo 2019 ISBN: 978-607-8773-00-8 Diseño de portada y formación: Montserrat Zenteno Retoque fotográfico de portada: César Daniel Lobolópez Cuidado de la edición: Gilda Salinas Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de su autor. HECHO EN MÉXICO Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva

Una airosa mañana, la luz del sol se asomó atrás del cerro entre unas nubecillas color miel, que convertían las amarillas espigas de cebada en un mar de oro arrullado por el viento.

Afuera de la puerta principal de la hacienda, estaba una muchacha que tenía la cara cubierta con un rebozo que el aire le descubría en su violento giro. Llevaba una canasta de tortillas y la acompañaba una anciana descalza, que se apoyaba en un bastón de mezquite, y llevaba consigo una zalea de borrego bajo el brazo, que el aironazo le zarandeaba.

En esos momentos, una parvada de palomas blancas pasó volando hacia el palomar, que tenían en la parte interior del alto edificio de cantera rosa de la hacienda. La joven se distraía observándolas con curiosidad, para pasar el tiempo. Solo dejó de verlas cuando escuchó rechinar los goznes de la alta puerta de la finca; al abrirse se asomó un peón, después de saludarlas de forma atenta, con una leve inclinación de cabeza, preguntó:

—¿Algún recado para el preso? —dijo y recibió la canasta y una zalea de lana que le entregaron las mujeres. La señora grande no pudo articular palabra, porque en ese rato sus ojos de llenaron de lágrimas y solo la muchacha habló:

—Dígale que estoy rezando mucho por él, nomás —y volteó la cara para otro lado, para evitar que le viera una lágrima que de repente se asomó a sus ojos tristes.

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