Todo verdadero discurso sobre el ser humano, hombre y mujer, debe originarse de una auténtica pasión por el hombre. Dicha pasión se nutre de una vivencia y de una convicción plenas de la grandeza humana y de la consecuente admiración hacia la humanidad, que todos portamos en nuestras personas. El motivo de esta admiración es el hecho de que nuestra humanidad da siempre de sí, permite más, crece continuamente en lo cualitativo, en una, es susceptible de permanente perfección.
A más de uno, las anteriores afirmaciones pueden parecer obviedades que no requieren explicitarse; sin embargo, en la actualidad, aparecen tantos y tan variados discursos que presumen verdadero interés en el ser del hombre, y hasta se postulan como auténticos emancipadores de antiguas ataduras que constriñen la libertad, pero, desgraciadamente, vistos de cerca acusan tener de fondo negras intenciones. Y el punto decisivo consiste, justamente, en el hecho de que la libertad esencial de la persona humana permite la formación de diversos códigos morales, formas de vida y la creación de cultura. Y es a partir de esa posibilidad plural que muchos en la actualidad, individuos y grupos, aprovechan para insistir en una radical transformación de la esencia humana.
Detectando esta última situación surgió el título de esta obra: De la deconstrucción a la confección de lo humano. Género y derechos humanos , indicando sin tapujos que, hoy en día, asistimos a un diseño del ser del hombre pensado desde los poderes globales, oculto bajo el tamiz de la emancipación, pero con claros intereses mercantiles. Característico del último siglo de la humanidad es la preponderancia del marketing en los negocios, esto es, la observación y el estudio de los intereses y necesidades de las mayorías en orden a detectar clientes potenciales; y si a dicho marketing se le asocia una buena campaña publicitaria, que no sólo divulgue contenidos, sino que principalmente cree mentalidad, las ganancias se recibirán por montones.
Así pues, con el término deconstrucción nos referimos en el título a la minuciosa y continua obra de desmonte radical, operada en el mundo de la vida de las personas, de toda idea que parezca aludir a la presencia en cada uno de una naturaleza humana común a todos, y que por lo mismo sea generadora de informaciones objetivas sobre lo que somos como especie y sobre lo que estaría o no permitido hacer. Como puede verse, detrás de esta primera obra de destrucción se halla la intención de derribar toda barrera que pueda detener el avance de intereses mercantiles a nivel global. ¿Los responsables? Básicamente, los hay en diversos niveles, esto es, unos más cerca de las mayorías, otros dirigiendo desde lejos las maniobras. Los primeros enarbolando banderas humanitarias o arropándose tras apariencias revolucionarias, acaso sin saber que se ponen al servicio de “global players” que operan a nivel mundial, y que poseen el capital y los medios para difundir poderosamente la ideología.
Precisamente por la clara dirección que llevan estos proyectos, el término confección hace referencia al diseño, bien cuidado y bien pensado, del nuevo ser humano que resultaría después de que la ola de ideología realice su devastación: un ser humano cuya apariencia superficial presuma respeto y tolerancia, libertad y diversidad, autorrealización y gozo, pero que, en lo más hondo, siga infeliz; mas ello no importa, porque ese “más hondo” no se ve , sólo se siente, y se siente a diario, aunque sólo pocos se atrevan a reconocer cuando ese “más hondo” existente en cada uno vive insatisfecho y clama por la verdadera libertad.
Ahora bien, por lo que toca a lo humano aludido en el título de esta obra nos referimos no a esa vastedad de mínimas diferencias existentes entre individuos, simplemente respetables y de naturaleza intrascendente, y que hacen que la vida sea para cada cual un conjunto de elecciones al gusto personal. Por el contrario, por lo humano de fondo en cada uno designamos a aquel conjunto de propiedades previas en cada cual que nos preceden incluso antes de irnos autoafirmando como personas conscientes y libres, y que nos asemejan a toda otra persona humana en capacidades y en dignidad. Nos referimos, pues, a todas esas cualidades de la persona sin las cuales no hay persona humana en cuanto tal y que, por lo mismo, son inmutables e imprescindibles para la auténtica realización personal.
Por lo mismo, la gravedad de nuestra era estriba en el hecho de que la pretendida confección, que hoy se promueve para la persona humana, se dirige hacia esas cualidades, esenciales a la especie, que nos anteceden como potencias que se pondrán al servicio de la felicidad de cada uno. Más aún, dicha confección promete falsamente poder cambiar las cualidades esenciales de las personas, especialmente aquellas con las que una determinada persona se sienta inconforme o insatisfecha. El error o, peor aún, la mentira, detrás de todo ello consiste en hacer creer que los individuos vienen, por así decir, imperfectos por naturaleza y es posible erradicar para siempre de ellos aquello que hace que sus vidas se sientan miserables, aunque ello incluya hasta eliminar partes del propio cuerpo o alterar el sexo mismo con el que la persona viene determinada a este mundo.
Ahora bien, a esa ingente cantidad de informaciones y promociones que difunden por doquier una mentalidad a favor de esta concepción del ser humano, la denominamos aquí ideología . El siglo XX se destacó por el perfeccionamiento de la propaganda y la publicidad, con el fin de imponer una mentalidad específica que congenie con los productos a ofrecer en el mercado del diseño humano global; la ideología de hoy en día se alza con aires de petulancia científica, pero atenta siempre contra el sentido común, con el que choca de continuo. El sentido común es entendido aquí, a partir de la tradición anglosajona, como ese cúmulo de experiencias recabadas por generaciones anteriores y por las experiencias de cada individuo, que se alista para cada cual como el trasfondo lleno de contenidos que se vuelve fundamento de cada nueva experiencia; es el respaldo que asistirá al individuo humano para sus rendimientos cognitivos y discursivos en la interacción social.
Pues bien, justamente contra ese respaldo fundamentador que es el sentido común chocan continuamente los mensajes y propuestas de la actual ideología de género , ya que ésta pretende diluir, por ejemplo, lo natural-previo de la sexualidad en lo confeccional-posterior de la sociedad mediante una especie de solución ácida que agita continuamente —con afán de disolver— todos los productos de la cultura, especialmente aquellos que se consideran tradicionales y/o naturales, es decir, los que anteceden a la persona de manera previa a sus realizaciones más elevadas, como son el conocimiento y la acción libre. Para esta ola ideológica, el sexo es menos determinante que el género, ya que éste implica la decisión que la persona toma sobre lo que quiere ser en sociedad. En la gastada sentencia “hombre —o mujer— se hace, no se nace”, se omite, cometiendo garrafal error, que para las realizaciones posteriores del individuo le antecede una determinación que es irrenunciable: su sexo.
Es verdad que en la citada sentencia se hace un subrayado de la libertad humana, condición que le permite a toda persona diseñar su existencia según su ingenio y arbitrio, pero jamás hay que olvidar que esa libertad es justamente humana, es decir, limitada. Y uno de los límites que de suyo trae la libertad humana es el sexo con y en el que el individuo se realizará a lo largo de su vida. Es verdad que hay una relación estrecha entre sexo, género y cultura, pero la hay en la medida en que esta última, precisamente porque advierte en el individuo su muy particular condición sexuada, lo reafirma como hombre o como mujer. Así pues, la tan fustigada cultura humana no hace otra cosa que reconocer lo que el individuo humano trae ya de manera previa. Hacer de ello una imposición o una falta a la libertad y dignidad del individuo nos parece claramente una exageración.
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