Charo Vela - Atada al silencio

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Ya en su tercera edad, Lucía se ve obligada, ante la insistente petición de su nieta Alejandra , a narrarle los hechos más relevantes y dolorosos de su vida. Sin duda, esta confesión hará temblar los cimientos de unos sentimientos y recuerdos muy bien guardados bajo llave en su corazón.No podrá negarse a dicha súplica, aunque sea lo último que ella desease. Tendrá que desenterrar el secreto que pensaba se llevaría a la tumba. Bajo la atenta mirada de su nieta, Lucía comienza a relatarle su juventud , ahondando en los motivos que la llevaron a meterse a monja durante muchos años, y confesando sus secretos: su gran amor, su embarazo, su dedicación, sus viajes y sus inquietudes. Es la historia de una triste y dura decisión; de una serie de dramas y consecuencias que harán cambiar toda su vida, alejándola de la gente que más quiere.

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—José, te quiero con toda mi alma, como nunca antes he querido a nadie. Mi cuerpo te desea con ansia reprimida, pero me da mucha vergüenza. Yo nunca he estado con ningún hombre. También me da mucho miedo que pueda quedarme embarazada —le confesaba aturdida, mientras en su interior libraba una dura batalla. No sabía si obedecer a su mente o a su corazón.

—Cariño mío, no temas, te amaré con dulzura y suavidad. No te haré daño, no te preocupes, sabré cuándo retirarme a tiempo para no preñarte. Confía en mí, Lucía. Déjame hacerte mía, te lo ruego. ¡Te necesito tanto…!

Él continuaba besándola por todo el cuerpo. Ella poco a poco fue perdiendo los sentidos. Se estaba volviendo loca de deseos. No podía negarse más, que Dios la perdonase, lo quería demasiado. Él le confirmó que la amaría con cuidado de no dañarla. Era su primera vez y pondría medios como le había dicho. Lucía se rindió ante lo prohibido. Se entregó en cuerpo y alma a su amado José y tendidos en el césped del parque, tras unos arbustos, perdió su virginidad junto al hombre que amaba.

Ella se sorprendió al ver su hombría al desnudo. Notó por primera vez el vigor y la virilidad de su amado. Sintió miedo al verlo tan excitado, temía que esa dureza le hiciese daño al penetrarla. Él la poseyó con cuidado, ella gimió de dolor con la primera embestida. Fue un dolor fuerte, un desgarro, pero tras unos segundos, lo podía soportar. Después de un instante, se alivió y disfrutó del momento. Él parecía poseído, se movía igual que un loco, como quien gana su trofeo, su premio y lo celebra al máximo. Bebió hasta el último trago de la botella, para saciar la sed contenida. Lucía disfrutaba con cada movimiento de José. ¿Qué tenía este hombre que la hacía sentirse tan bien y tan feliz?

José seguía dentro de ella, la poseía con movimientos acompasados, primero con embestidas suaves, después más rápido, hasta que la hizo ver las estrellas como le prometió. Ambos disfrutaron y bebieron de sus cuerpos como sedientos en el desierto, hasta culminar en la cima del deseo y el éxtasis. En el último momento, cuando estaba al límite, él no quiso retroceder o no pudo retirarse a tiempo, al final la inundó con su semen.

Ya recuperados del momento, ella, aunque satisfecha y feliz, temblaba nerviosa al descubrir que él había eyaculado dentro ¿Y si la preñaba? José al verla preocupada la consoló quitándole importancia.

—No temas, mi amor, eso en la primera vez no pasa, es muy difícil. Además, si no te quedas tendida y si te pones a caminar, es casi imposible que eso suceda.

Lucía era inexperta en esto, asustada dio un salto y se puso en pie de repente. Él soltó una carcajada al ver la rapidez de ella en levantarse. Un rato después, subieron en la moto y se dirigieron hacia la barriada de Lucía. José la acompañó a una esquina donde se despidieron. Él relajado y feliz, le dijo que al día siguiente la esperaría cerca del trabajo para verla de nuevo.

Era ya de noche cuando Lucía entró en su casa.

—Hija, es muy tarde. ¿De dónde vienes a estas horas y tan sonrojada? —le preguntó la madre muy seria al verla con las mejillas ruborizadas.

—Mamá, se me ha hecho tarde, he tenido que ayudar a la señora a preparar todas las maletas —le mintió a su madre, no tenía otra salida—. Cuando me he dado cuenta había anochecido y he venido corriendo por las callejuelas, vengo ahogada.

Rosario, su madre, la notó rara, diferente, con un brillo distinto en los ojos. Si bien, lo achacó a los nervios del viaje. Su madre la abrazó con cariño y le dio las buenas noches. Ambas se fueron a intentar dormir, cosa que ninguna de las dos consiguió esa noche. La madre pensando en su hija, que se le iba más de dos meses de su lado. Era la primera vez que se separaban tanto tiempo.

Lucía tampoco pudo conciliar el sueño, en su cabeza se repetía una y mil veces los momentos vividos con su amado. Había sido tan bonito todo lo que había sentido. Tanto amor en la entrega mutua y había disfrutado mucho de él. ¡Ojalá, Dios la perdonara por haber pecado! Había sucumbido por amor. Ya casi al amanecer quedó rendida por el cansancio.

A media tarde, Lucía salió de prepararle las maletas a la señora Dolores. José la esperaba en una esquina.

—Hola, morena mía. Tengo una sorpresa. Los dueños de la casa donde estoy ahora trabajando no están, no vuelven hasta dentro de dos días y me han dejado las llaves. Ven, vamos a subir y estamos allí un rato tranquilos —le contaba mientras le cogió la mano y tiraba de ella hacia el portal.

—José, ¿y si vuelven y nos ven en su casa? No voy a estar cómoda —le dijo Lucía inquieta por la propuesta.

—No te preocupes, no vuelven hasta el domingo. Confía en mí, me han pedido que les cuide la casa.

—Bueno, si estás seguro, pero solo un ratito. Aún no he terminado de preparar la maleta para mañana.

Subieron al piso. Lucía quedó maravillada al ver el mobiliario. Los muebles eran de madera tallada. Las cortinas bordadas y las lámparas de perlas de cristal. Estaba claro que los dueños eran una familia muy pudiente. Todo estaba reluciente y olía bien. No sabía dónde mirar, todo era precioso y lujoso. José la invitó a un refresco, él se tomó un par de cervezas que había traído en un macuto. Sentados en el sofá de cuero, charlaron de varios temas, sin embargo, ella se sentía incomoda, fuera de lugar, con tanta riqueza a su alrededor.

José no dejaba de besarla y acariciarla. Lucía al sentirse excitada se relajó y se dejó llevar. Todavía tenía el agradable recuerdo en su cuerpo de la noche anterior. Él empezó a besarle los pechos, ella volvió a disfrutar de la pasión contenida. Acariciaba el torso de José y lo encendía más en deseos. Él bajó la mano y le quitó sus bragas, Lucía protestó y se puso tensa, pero él siguió acariciándole el pubis y ella se cansó de luchar contra su propio deseo. Así, volvió a entregarse a su amado y ambos disfrutaron de sus cuerpos ardientes. Él le cogió la mano y la llevó hasta su pene. Ella se desinhibió, perdió la vergüenza y se atrevió a acariciarle su miembro erecto. Disfrutaron al unísono del fuego que les quemaba las entrañas, hasta llegar al orgasmo.

Con la respiración entrecortada, Lucía volvió a notar qué por segunda vez, él no había puesto medios, nerviosa volvió a levantarse deprisa.

—Lo siento, cariño, es que tu cuerpo me hace sentir el hombre más feliz de la tierra y me olvido de todo —le confesó José un poco molesto, por no haberse retirado otra vez a tiempo—. Me concentro en que disfrutemos al máximo y me despisto. Me vuelves loco y soy incapaz de retirarme antes. Si no dejas de moverte no pasará nada. Lucía, mírame, estás preciosa con tus mejillas sonrojadas por el deseo satisfecho, quiero grabarte así en mi memoria. Voy a atarte a mis recuerdos, como si fuese a pintarte en un cuadro, para recordarte estos dos meses. Contaré los días y las horas que me quedan para volver a verte.

—¡Ay, qué largo se me va a hacer el verano sin ti!

Al rato, ya relajados, ella le dijo que debía de marcharse, pues al día siguiente viajarían temprano. Él le prometió esperarla, Lucía le dio un papel donde había anotado la dirección de la playa. José se la guardó en el bolsillo del pantalón de trabajo que llevaba puesto. Quedó en escribirle e intentaría ir a visitarla algún día libre, pues últimamente, tenía mucho trabajo pendiente y dada la ajustada situación económica, trabajaba hasta los domingos. Tras besarse varias veces, se despidieron y cada uno se fue para su casa.

Lucía estaba en una nube, recordando todo lo que había disfrutado en estos dos días.

José había despertado un fuego y un deseo nuevo en ella que la embargaba y la hacía muy dichosa. Nunca antes lo había sentido con tanta intensidad. Hasta se olvidaba de que había pecado a los ojos de Dios, solo pensaba en su amado. ¡Cuánto lo iba a echar de menos!

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