Gustavo Sainz - A la salud de la serpiente. Tomo II

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A la salud de la serpiente. Tomo II: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta violenta y convulsa historia del año 1968 está planteada como una aventura del lenguaje y la creación. Busca romper los límites estrechos y tradicionales de las formas narrativas a través de una mezcla de autobiografía, confesión, juegos de correspondencia y testimonios, una caprichosa estructura bajo la cual Gustavo Sainz entrega su visión y experiencia de un año fundamental para los mexicanos que sobrevivieron a 1968. Recuerdos imprecisos, dolidos, difuminados trastornan el retrato de la juventud (casi) feliz, ejercicio del placer y el poder de la escritura y recuento vivido de aquellos meses. Esta extraordinaria novela es el corte de caja literario de toda una generación.

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Prendidos de la mano corríamos

y te veía

entre ojo y mirada

fugaz embebecida

Andaba sola y te buscaba

ayer en tu casa

hoy en tu sonrisa

es que sentía tus pasos en mis pies

y tus dientes en mi boca…

Te pedía la sed

y lloraste el desierto

comiendo tu hambre

tragaba nuestras lágrimas

Prendidos de la mirada

la cambiamos

y te fugabas

ya no te veía

entre ojos apretados

Ahora queremos preguntarte

si rechina mi carcajada entre tus dientes

O

si te reías con mi boca

luego venía el cumpleaños de la hermana del Personaje que no Escupía en las Escupideras, la misma noche que bazuquearon la puerta de San Ildefonso, y entonces quedaba de nuevo enfrentado al estrépito de esos días, los granaderos a caballo saltando sobre su coche para ir a reprimir una manifestación, los eternos embotellamientos de tránsito, muchachos y muchachas asustadísimos, iracundos y asustadísimos, el desquiciamiento del orden, los gritos, las bardas pintadas, gente que corría, miedo, inscripciones sobre las bancas de Paseo de la Reforma, especialmente aquella que decía la juventud estará tranquila cuando esté colgado el último gra­nadero con las tripas del último gorila, a la mañana siguiente despertando con un tremendo dolor de cabeza y buena dosis de melancolía y confusión, o de confusión melancólica e ira sulfurante, no quería salir pero tampoco quería prestarle el coche a Viviana, era peligroso, de pronto se salía de sí misma y era capaz de soltar el volante y dejar que el volkswagen siguiera solo, aunque también le gustaba que Viviana saliera, que se enfrentara a los perdón y los compermiso y los buenos días y los ¿me da su hora por favor?, o ¿sabe dónde queda tal calle?, de todos los días, y la soledad realmente le gustaba, y le gustaba en aquella época aún más, pero ella mostraba el lado oscuro de su temperamento, la inconsistencia de su comprensión (la cara engarruñada), su carácter confuso y egoísta (carajo), y terminaba encerrándose en el baño, abrumada, llorando la injusticia, y el Personaje que no Escupía en las Escupideras hablaba con Lourdes por teléfono y se pasaban horas platicando, o tomaba un libro, Giles Goat Boy digamos, y trataba de leerlo, pero no pasaba de las primeras páginas, adonde los editores le decían a John Barth lo mal que escribía y la porquería de novela que había hecho, y el resto del tiempo se quedaba balanceándose en su mecedora, sin hacer nada, oyendo de vez en cuando a los Beatles y mirando hacia afuera, por las ventanas que daban a un patio amplio lleno de basura, escuchando a lo lejos el vocerío de los manifestantes que de vez en cuando, rítmicamente, frecuentemente, se organizaban, ponían de acuerdo y le mentaban la madre a los funcionarios públicos, luego otra imagen, como en los sueños, con luz crepuscular un anochecer en el Distrito Federal, es decir, nubes bajas, polvo, ruido, contaminación, Lourdes saliendo con su mamá a comprar el pan y al volver con la bolsa agradablemente caliente y olorosa a bolillos recién horneados en las manos fueron detenidas y subidas a un camión escolar (bueno, un camión pintado color naranja, pero utilizado para transportar parapolicías y llevarse a multitud de detenidos), que se puso en marcha poco después atiborrado de adolescentes azorados, de modo que no verían las señales luminosas en el cielo (como en Vietnam), ni a los soldados, ni a los miembros del Batallón Olimpia cargar contra la multitud tan desprevenida como desarmada, ni los tanques, ni los helicópteros, ni las ametralladoras, ni los guantes blancos, ni los gritos, ni la sangre, ni los heridos, ni los cadáveres, ni las carreras, ni las órdenes de exterminio, ni las caídas, ni los innumerables zapatos perdidos, ni las quejas, ni las mentadas, ni supieron adónde las habían llevado, una celda angosta que compartían con otras mujeres, de lejos venía cierto olor a establo y entendieron todavía menos cuando empezaron a pasar los días y no las dejaban salir, tampoco las enjuiciaban ni abusaban de ellas, la comida era mala y con un candor inigualable pensaron que una dieta no les vendría mal, pero empezaron a perder el equilibrio físico y mental cuando supusieron que habían estado allí, que las habían mantenido allí no dos o tres meses, sino quince o veinte meses, imposible saber qué día era, de qué mes, de que año, de qué planeta, de qué Historia, asimila tu largo latido óseo y desarticula el jadeo en sus detalles, decía Viviana, la tarde del pan caliente y la detención tan injusta como sorpresiva, el papá de Lourdes no podía llegar a su casa, los semáforos no funcionaban, estaba lloviznando, venció toda clase de dificultades, pasó barricadas, se identificó ante el cordón policial (¿o eran soldados vestidos de civil?), y empezó a sospechar algo malo cuando comenzó a subir los escalones llenos de agua, encharcados a cada paso (el elevador no funcionaba), y lo peor, cuando una luz de linterna eléctrica en el segundo piso lo llevó a dudar y alargó la mano para tocar el agua del suelo y era demasiado espesa y pegosteosa y sobre todo demasiado guinda ¿o roja?, y corrió hasta su departamento y encontró la puerta derribada, pedazos de estuco por todas partes, porciones de la pared desprendidas, como arrancadas con zapapicos, los muebles rotos, los vidrios rotos, todo revuelto como si hubieran ido a buscar algo, histéricamente hubieran buscado algo demasiado importante o valioso o peligroso, los cajones desprendidos de los armarios y los escritorios, volcados hacia abajo, y en el cuarto de baño, en el pequeñísimo cuarto de baño había sangre, una como mano de larguísimos dedos rojos embarrada en la pared y que al parecer pertenecía a un cuerpo que había sido arrastrado por la sala y el comedor y el quicio de la puerta y las escaleras afuera, y además el sonido de las sirenas policiales, o de las ambulancias, luces rotatorias, luces tintineantes, luces rojas y blancas y azules y blancas, y las órdenes allá abajo, varios pisos abajo, y los soldados en retirada, o reorganizándose a marchas forzadas, pateando con fuerza el suelo de su patria, los cláxones y él enmarañado, tratando de sentarse en el suelo de lo que había sido la recámara conyugal, y tratando de ponerse a llorar, de abandonarse a un llanto convulso y estéril, luego el insomnio y la búsqueda desesperada por hospitales y delegaciones y cárceles y cruces y cuarteles, hospicios, casas de beneficencia, asilos, clínicas privadas, casas de amigos y amigas, de conocidos, redacciones de periódicos, estaciones de radio y tv, las centenas, millares de llamadas de teléfono a otros amigos y otros conocidos, las visitas a funcionarios que podían ayudarlo, que prometían ayudarlo a encontrar a su mujer y a su hija, los anuncios ofreciendo recompensas por sólo datos sobre su paradero, las noches de insomnio y las llamadas equívocas, no se sabe si bien o mal intencionadas, pues lo arrojaban a nuevas esperanzas delirante y enloquecido, pero pasaron meses y meses, y entonces en la máquina del Personaje que no Escupía en las Escupideras ya era 1970 o 1988, había soñado con su vieja máquina mecánica y habían pasado 22 meses de la noche del 2 de octubre de 1968, y allí (arriba de esa página que estaba escribiendo dentro del sueño) estaba un padre desesperado porque ni su hija Lourdes ni su esposa Lourdes habían aparecido, y entonces él invitaba a una compañera de trabajo consoladora y de bonitas piernas para que vivieran juntos, y si todo funcionaba, que pronto se casaran, por qué no, y esa mujer tenía una hija, más o menos de la edad de Lourdes pero con los senos más grandes, y esta hija se quedó con la recámara de Lourdes y hasta empezó a usar ciertas prendas de ropa de Lourdes, de manera que la noche que Lourdes y su mamá regresaron, muchos meses después, probablemente 22, casi dos años después, con la sensación de haber resucitado pero más bien asustadas y desubicadas y anonadadas y estragadas, y encontraron a esa chica de senos desorbitados con una piyama de Lourdes que la tía de Lourdes le había regalado precisamente a Lourdes cuando cumplió dieciocho años (y la verdadera Lourdes no se inmutó)…, sí…, respondió Lourdes y trataba al mismo tiempo de no escuchar, vuelta hacia la pared, terminando de vestirse, el Personaje que no Escupía en las Escupideras abrazándola un poco por costumbre, un poco para impedir que se volviera, un poco porque sí, un poco por conmiseración y otro poco por complicidad y amor, ajustando su mano derecha a uno de sus senos suave y firme y denso, ¿quién dijo eso de que el amor se gasta y de que amamos para terminar con el amor?, no sé murmuró, pero ya no era Lourdes sino Viviana quien lo miraba escribir esa frase, la leía en voz alta y se respondía a sí misma, los ideogramas se dibujan tirando las brujas del sol sobre los apéndices con mayor o menor fuerza, y eso los hace colmar de sentido…, y él tenía que entender otra cosa, siempre así, porque de otra manera no podrían entenderse, entonces él rompía la página y ella lo miraba extrañada, un resoplido de envenenados poco ortodoxos sobre los dogmas fríos, sobre la fuente sagrada de lechería siseando, sellada, erígete sobre el periplo y separa en pulsaciones de doble esfera y arco porque ya nadie quiere saber las cuitas del infecto ingrato ínclito bucólico, y le arrebataba los pedazos y conminaba a distribuirlos por varias partes de la ciudad alborotada por las Olimpiadas, pero no era el relato de Lourdes el que quería contar, porque Lourdes al llegar el echeverrismo salió de la prisión (y por lo tanto el Personaje que no Escupía en las Escupideras lo supo mucho después, aunque ahora, después de tantos años, las fechas se fundían o confundían, y no sabía si estaba escribiendo una noche de invierno de 1968 en Iowa City, o si estaba reescribiendo otra noche de invierno en Albuquerque, New Mexico, 20 años después, o si volvía a reescribir todo otra mañana de invierno en Bloomington, Indiana, 32 años después), la mamá de Lourdes un poco jorobada y disminuida (por no decir desquiciada), Lourdes con una arruga en el entrecejo que antes no tenía, y un mechón de canas que le quedaba muy bien, en medio de su sueño, una vez Viviana le había enseñado viejas cartas que el Personaje que no Escupía en las Escupideras le había escrito a Lourdes y él las rompió en cuadritos más o menos de regular tamaño, y luego contaban que los habían ido a abandonar en distintos sitios, uno por ejemplo lo dejaron en las bodegas de Aurrerá por Ciudad Satélite, a la entrada, otro frente al restorán Passy, otro en un escalón del Hotel del Prado, otro frente al mural de Diego Rivera Un domingo en la Alameda, como si se le hubiera caído a la muerte catrina, otro en una butaca del cine Roble, otro en un sobre que membretaron y timbraron para The Interamerican Foundation for the Arts, 35 West 44 Street, New York, New York, y depositaron en el correo, otro en quién sabe dónde diablos, o en quién sabe qué apestosa cantina, burdel o miscelánea, y luego el caso es que trataron de recuperarlos y no encontraron ni dos, por lo que ya no pudieron reconstruir las cartas, algo indispensable para ese juego que apenas y rebasaba su nivel de pretexto para estar juntos y recorrer la ciudad, discutir su posible futuro, que Viviana declinaba “futuridad”, ¿es que no tenemos futuridad?, decía, y gozar a brazos abiertos su compañía, porque Viviana a veces hasta podía llegar a ser domesticable, o parecer, pero pasaba demasiadas horas dentro del volkswagen, como si fuera un cuerpo con cuatro llantas y dos portezuelas, que bebía gasolina y comía calles, avenidas, periféricos, pasos a desnivel, callejones, cerradas, glorietas, esto en otro lugar para seguir un orden sucesivo, en quinto lugar, por ejemplo, el primer día que le pidió aventón una pareja, él de barbas existencialistas, ella con los cabellos largos, lacios, sueltos, sucios, cada quien con una manta enrollada debajo del brazo, urgidos de que los sacaran de allí, mirando hacia todas partes para comprobar si los seguían, y los detuvo un Tamarindo, ¿qué hice?, nada, dijo, ¿pero cuánto me van a dar para que los deje ir?, y la noche que nos desbarrancamos con todo y volkswagen por el estado de Guerrero…, o se había quedado atrapado entre las calles de Manuel González y San Juan de Letrán y vio cómo docenas de muchachos detenían una patrulla y una camioneta de la Dirección General de Tránsito y les prendían fuego, otro camión de la línea San Rafael y Anexas y lo incendiaban también, le pidieron permiso para sacar la gasolina del tanque del volkswagen para fabricar bombas molotov, y en eso un hombre semidesnudo y enchapopotado subió jadeando, venían muchos detrás de él, y el Personaje que no Escupía en las Escupideras al mismo tiempo que el tipo éste le pedía ayuda, ponía en marcha el motor, metía reversa, derribó el garrafón adonde vaciaban su gasolina, y salió a gran velocidad y rugiendo de ese lugar, pero dos coches lo empezaron a seguir, no tenía mucha gasolina, y fue como si el hombre, que era un agente secreto al que habían tusado, hubiera movido la carretera, la sacudió como si fuera una alfombra y se desbarrancaron sin remedio, o la vez que no conseguía regresar del aeropuerto y llamó por teléfono a Viviana para que lo dirigiera, y volvía a perderse y volvía a llamarla, y luego todas esas noches lluviosas que llevaba a Arquímedes Kastos a su casa más allá de Tacuba cuando se dispersaban las manifestaciones, vaya olorcito, cómo te quejas decía él, es el olor de la Refinería, el olor de pleno siglo xx, estamos en una sociedad industrial, y no es lo mismo atrás te huele que tengo un tubo metido, o como se diga ese chiste, y luego frente a su casa recién pintada de rosa mexicano, ésa es la fachada para no insultar a los pobres, es de utilería, porque detrás están mis jardines otomanos, la alberca, los perros, y las risas, aunque el regreso hasta casa de Viviana era por calles siniestras franqueando un panteón del que sobresalían impresionantes mausoleos, frente a palacios españoles posteriores a Hernán Cortés, convertidos ahora en accesorias o tendejones de mala muerte, y el cielo rojo por las llamaradas de la Refinería de Atzcapotzalco, las calles llenas de baches y parejas que volvían el rostro para que la luz de los faros de su volkswagen no les diera en la cara, ay, esas noches, y una vez fueron a comprar unas zapatillas de baile y detuvo el volkswagen en una calle de ésas en las que en cualquier momento se les podía aparecer Drácula para preguntarles la hora, y el coche no arrancaba, sólo tosía, hasta ellos llegaba el barullo del Casco de Santo Tomás, se rumoraba que el ejército iba a entrar allí, en el Instituto Politécnico, el Personaje que no Escupía en las Escupideras paró un camión de pasajeros y le pidió al chofer que lo auxiliara, y el chofer nada más de mirar el coche y como olisquearlo diagnosticó su coche está ahogado, no quería empujarlos, le rogaron mucho, lo forzaron y al primer ­empujón tronó la defensa y se rompieron las calaveras, tenían miedo de permanecer allí y de repente verse envueltos en una persecusión con soldados y agentes secretos, temían dejar el coche abandonado, temían quedarse allí, y ahora, de lejos, sabía que no podía dejar a Viviana abandonada, pero también temía quedarse allí con ella, así que prendía el radio y ponía al máximo el volumen, pronto se encendieron luces y de una vecindad salieron unas niñas y se acercaron, había una especialmente deleitable, y el Per­sonaje que no Escupía en las Escupideras comprobó que en las colonias proletarias descubría siempre mujeres preciosas, como Donají, y Lucía, y Luly, y Beatriz, y Patricia, y Marcela, y Viviana, en la esquina un grupo más rijoso quemaba una llanta, luego de esa noche se inscribió en la ama y un mecánico arregló el problema en cinco minutos mientras él hojeaba un periódico adonde se hablaba de la subversión comunista… sólo que el coche anduvo tres calles a tropezones y volvió a detenerse, su relación tampoco andaba bien, Viviana se negaba a hacer el amor, a mostrarse desnuda, no aceptaba dormir a su lado, llevaba días sin bañarse, no quería que la tocaran, que la miraran, yo te soy escuchando tu voz soy tu queja decapitada atenta al silencio continuo del infierno igual al vengador yo puedo vuelta ignorancia y deseo porque sólo lo real es posible y secreto por eso subo hasta tu yo, y lo decía con naturalidad, pero también incomprensiblemente y como reclamando su compañía, como si dijera quédate conmigo, no te vayas, es peligroso, como si no creyera del todo en su militancia por participar en cuatro o cinco marchas, tres mítines, reparto de propaganda, carreras y escaramuzas pintando bardas, bancas de cemento y paredes de edificios públicos, ni que dijera la verdad cuando afirmaba que iba a una marcha con el grupo de la Facultad de Filosofía y Letras, como en los sueños, el mecánico lo había acompañado hasta la distribuidora, lo que pasa, lo conminó, es que usted no sabe cómo se maneja este coche, ¿y cómo se maneja?, carburándolo, forzando las velocidades, empezó y siguió con un vocabulario incomprensible describiendo acciones igualmente sin sentido, el Personaje que no Escupía en las Escupideras pensando en deshacerse del vehículo con el pretexto de que chorreaba aceite, pero por milagro todo se compuso cuando rodaron hasta el taller de un amigo de Lourdes, al volkswagen no tuvieron que hacerle nada y lo invitaron a brindar, y al calor de los bocadillos y de las copas invitó a Lourdes a dar una vuelta para que le trajera suerte con el coche, y fueron hacia la carretera a Cuernavaca, hartos por su incapacidad de verdadera acción política, tanta confusión estudiantil, tantos rumores de represión fascista, y repetían sin convicción que si no iban a poder hacer la revolución social por lo menos harían su revolución en la recámara, se sentían cansados y pararon frente a un cine sin espectadores, la gente temía salir a la calle, pero Jacques Perrin y Emma Penella no lograban interesarlos y Lourdes se quitó sus anteojos y comenzó a besarlo con desesperación, con ansiedad y hasta cierto miedo, interrumpiéndose sólo para los quizases y los talveces y los ojalases, porque según ella se debía haber casado con ella y no con Viviana, pero si no estoy casado reclamaba él, y luego más besos y varios porqués, y muchos nuncamases y tampocos y hasta jamases y hasta para siempres septiembremente hasta que consideraron todo en corto circuito, voy al baño dijo Lourdes lloriqueando, toma, y le tendió los lentes, no te vayas a meter al de hombres, o la histeria de Viviana que le negaba el coche cuando él hacía compromisos que no podría cumplir sin el volkswagen, y la depresión, el desaliento que los invadía cuando se acercaba la fecha en que deberían pagar la letra de 1 400 pesos y no tenían ni los 150 de un artículo publicado esa semana, y un golpe en el guardafangos derecho, y un rayón en la portezuela de su lado porque había cruzado frente al issste y una docena de estudiantes tiraban piedras, bombas molotov y agua hirviendo desde las ventanas, y varios granaderos los urgían a salir de allí y les lanzaban gases lacrimógenos, y cada vez más histéricos disparaban sus lanzagranadas, apenas se podía respirar y un hombre le arrojó por la ventanilla un pañuelo empapado en vinagre y le indicó a señas que se lo pusiera en la cara, y la vez que dejó las llaves adentro y no pudo pasar por Lourdes a tiempo y ella se enojó, aunque después le hablaba por teléfono y lo llamaba Inmundo, con afecto, y volvía a llamarlo, el amor no podía surgir así, ella vivía tan lejos, el amor es coito, decía Renzo Rosso, en millones de formas, invertebradas o pensantes formas de coito, dualismo de órganos recíprocos que hunde sus raíces en el inescrutable azar de células, fibras, vasos y recuerdos complementarios, pero esto era literatura y la realidad era muy distinta, la realidad estaba llena de obstáculos y veladuras, y era más cruel y ácida que lo que mostraba La dura espina, y luego la vez que Polo Duarte le dijo que en la Librería del cine Manacar un cuate suyo había visto una copia de El río de las aguas dormidas, y era como si el Personaje que no Escupía en las Escupideras no se hubiera comunicado nunca con los funcionarios de la Fundación Ford en la calle de Río Nilo en la ciudad de México, y no hubiera volado a Iowa City el 26 de septiembre de 1968, era como si se hubiera quedado en México, y todos esos días de Iowa, esa agitada cotidianidad que tanto le gustaba en compañía de Ambrosia fuese precisamente un sueño, una posibilidad, y en realidad, precisamente el 2 de octubre por la tarde, Viviana y él se hubieran entretenido curioseando en las librerías del centro, calcu­lando que la circulación por Paseo de la Reforma estaría cerrada, por lo menos en las primeras horas, porque se había anunciado una gran concentración en la Plaza de las Tres Culturas, se creía que esa tarde más de medio millón de personas iba a tomar parte en ese mitin al que asistirían muchos periodistas extranjeros, de los que estaban en México para cubrir las Olimpiadas, lloviznaba y apenas lograban mantenerse unidos bajo un paraguas, compraron dos libros de Conrad en la librería del señor Botas, era apenas el mediodía y calculaban llegar a Tlatelolco como a las cinco de la tarde, o cinco y media, había dejado de llover y entraron en Zaplana en San Juan de Letrán, adonde no se pudieron contener y compraron las novedades de editorial Lumen, El hombre invisible, Una nueva vida, Una chica como tú, Los cachorros, Izas, rabizas y colipoterras, no era fácil bajar al centro en esa temporada, y miraban las carátulas de los libros sobre las mesas medio urgidos de salir pronto para llegar temprano al mitin, pasaron muy de prisa por la Librería del Prado, y Carlos Hernández les regaló un Harper’s Bazaar y un Creepy, y hasta entonces se dirigieron al cine Manacar, histéricos, porque no se podía ir demasiado rápido, con la premura de no desperdiciar demasiado tiempo, conscientes de su cita en la Plaza de las Tres Culturas, Viviana lo esperaba bajo el paraguas y él corría por el auto y la recogía, o al revés, él se llevaba el paraguas y ella se quedaba bajo un quicio, pero total, cuando llegaron a esa librería, una vez vencido el tráfico, estaban cansados y mojados, como dicen los novelistas decimonónicos hasta-los-huesos, les quedaba un billete de veinte pesos todo arrugado, Viviana quería esperarlo en el auto, ya no podía más, pero el Personaje que no Escupía en las Escupideras no aceptaba, de ninguna manera, ella lo había presionado para ir hasta allá, y él no sabía todavía lo que eso implicaba, dejaron el paraguas en el asiento de atrás y se fueron cantando y brincando un poco como Gene Kelly en Cantando en la lluvia, esquivando charcos, encaramándose en las bases de los postes y alzando la cara para recibir el agua plena y apasionadamente, irresponsables, tan felices que hasta dejaron el cambio del billete de veinte en la librería, el libro sólo había costado 9.90, ruidosos y cada vez más eufóricos, ahora sí a la manifestación, a exigir cuentas de una vez por todas al pinche gobierno, ya encarrerados los ratones que chingara a su madre el gato, habían dejado el coche en una callecita lateral llama­da Asturias y no estaba, ¿cómo?, no habían tardado ni diez minutos y no acababan de creerlo, desandaron el camino una y otra vez, incrédulos, hasta acabar de nuevo en la librería para usar el teléfono y llamar a la Compañía de Seguros, a la policía, a los padres de Viviana y los suyos, para que los recogieran y llevaran a la Delegación para levantar la demanda, y luego a la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas, pero en la Delegación el caos era total, aunque lograron solidarizarse con un matrimonio que se había presentado también para reportar el robo de su auto, el Agente del Ministerio Público pasándose de listo, ¿están seguros de que no se los llevó la grúa de Tránsito?, ¿no se los habrán embargado por exceso de pago?, en fin, no sabían nada de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, adonde no pudieron llegar, Viviana lo consentía, lo mimaba, besaba y acariciaba por todas partes y murmurabaque bueno, piensa que Amón, Cabeza de Carnero reinaba con una estrella sobre el Olimpo y tú, yo que contaba con las espiras en forma de media luna y los novillos castrados jadeando en la encrucijada, tan desasosegado había quedado de ver a Lourdes, pero no pudo pasar por ella, hacía una semana que no sabía de ella, Manuel Rivera lo acompañó a levantar un acta al Servicio Secreto, los periódicos hablaban de cadáveres en Tlatelolco, como si hubieran levantado su autocensura, describían vehículos volcados e incendiados, columnas de humo en el Campo Marte, y era como si toda la ciudad tuviera miedo, se temía incluso que se cancelaran las Olimpiadas, pero se inauguraron los Juegos Olímpicos y su volkswagen apareció por Contreras sin cristales, sin volante, sin asientos, sin llantas, sin portezuelas, sin motor, sin defensas y sin placas, ¿destruido como la juventud de su país?, ¿devastado como su ciudad?, la Compañía de Seguros tardó tres semanas en reconstruirlo, y ellos una semana más para poder circular de nuevo, mientras Sócrates Campos Lemus y muchos otros empezaban la redacción de La novela oficial, los periódicos con listas de desaparecidos, con la supuesta identificación de los líderes de la conjura comunista, días de frustraciones, de discusiones domésticas, en las librerías, en las calles, en el supermercado, y en los suplementos entrevistas con los intelectuales detenidos, Obsesivos días circulares, el Personaje que no Escupía en las Escupideras redactando fichas, la infancia de Lourdes, porque no podía hacer la infancia de Viviana, un poco desesperado, inquieto, ¿por qué tenía esa propensión a numerar, a gobernar lo ingobernable, a narrar lo inenarrable?, la juventud de México dormida, se había dormido, parecía dormida, y el coche que no podía estacionar en ninguna parte, apenas entraba en el cine o en alguna fiesta y ya quería salir para ver si los manifestantes no le habían pasado por encima, o los grana­deros, o si todavía estaba allí adonde lo había dejado, muchas noches de insomnio se levantaba, o a media película y salía para ver si su volkswagen permanecía tal y como, o por lo menos donde lo había dejado, le puso alarmas de todo tipo y trampas que algunas veces funcionaban en su contra, los del Servicio Secreto le demostraron cómo se lo habían robado en siete segundos, se roban de 15 a 20 volkswagen por día le dijo alguien en la Delegación de policía, ¿y por las noches?, y allí iba en zonas olvidadas del Periférico a 140 kilómetros por hora, a todo lo que daba el motor, como para confrontar al vendedor que le entregó el coche y le dijo que no corriera mucho, hasta que supiera manejarlo bien, aunque a veces sentía que el coche lo manejaba a él, la ciudad amenazante ahí afuera, la ciudad antropófaga, carnívora, él manejando casi a la defensiva, como si fuera a una batalla, volvía a su departamento con la camisa empapada en sudor, se tiraba en la cama y sentía que la cama también lo llevaba a toda velocidad por una carretera, no podía escribir, su guión de cine resultó un bodrio, una historia informe y sin sentido como esos juegos mecánicos que montan algunos niños y los adultos que pasan escar­necen, orinan, arrojan bolsas de supermercado llenas de basura maloliente, y siempre llovía y era de noche o parecía de noche, y bajaba la temperatura el día que salió para ir a buscar a Viviana a la escuela de danza y el coche no estaba, ¿se lo habría llevado ella?, pero entonces por qué le había pedido que la recogiera, no estaba, ¿o no había pedido que fuese por ella?, no se lo iban a creer en la Compañía de Seguros, ni en la Delegación, ni los del Servicio Secreto, no podía ser, caminó hasta un teléfono público y no se animó a llamar a nadie, o era que no servía, se pasó las manos por el cabello, por la cara, por todo el cuerpo, la llovizna ligera pasó a tormenta tropical y empezó a correr en busca de refugio, corría para llegar a un lugar seguro, estaba corriendo sin saber a dónde ir, corría desesperado, asustado, imposible distinguir si esa agitación física producía esa carrera, o si esa carrera en la que de pronto volaba a grandes zancadas no era más que un sueño intranquilo producido por su cena ordálica, tenía miedo de no poder ir a encontrar a Viviana, tenía miedo de separarse de ella, jamás podría acortar la distancia que lo separaba de ella, y en eso estaba, un poco arrepentido y un poco intranquilo, mejor si lograba escribirlo todo, ya escrito lo vería menos complicado, y hasta se animaba a intentar interpretar esa relación, porque no entendía por qué le gustaba tanto Viviana, por qué se arrojaba con tanta fuerza hacia ella, ¿sería porque era incomprensible?, ¿o a él le faltaba el “descodificador” adecuado?, ella siempre cifrada, quizás un poco loca, hermosa y agradablemente ajena, como la Nadja de André Breton, como la Maga de Cortázar, pero estaba más cerca que ellas, podía tocarla, dura y suave a un tiempo, delgada y grácil, alta y joven y fresca, una frescura de fruta madura, casi comestible, y lo escuchaba y se comprometía con casi todas sus preocupaciones, se solidarizaba con sus proyectos, o quizás no podía oponerse, quizás la manera de hablar de él, para ella, era tan críptica como la de ella para él, ¿por qué iba a comprenderlo?, porque estaba seguro de que le gustaba, ¿por qué no iba a gustarle?, ¿o le temía?, ¿o le gustaba lejos, en quién sabe qué lugar, aunque no demasiado lejos de su vida?, ¿encontrable?, sí, encontrable, real, en el futuro inmediato, insomne y despierto podría hacer un café y tratar de relajarse para pensar con serenidad, todavía intranquilo y frustrado, quizás más intranquilo que nunca, inseguro, vulnerable, más frustrado que nunca, desasosegado, Viviana no estaría en ningún hospital, no se sabía dónde estaba, ni siquiera sabía si estaba viva, alguien le dijo que su cabello había encanecido, que la vieron en el aeropuerto de Montreal, viva, y por lo menos no sentía el apremio de salir a buscarla inmediatamente, ni la necesidad de interpretar sus acertijos, sus fascinantes trabalenguas, asustado, o más bien aterrorizado por descubrirse todavía dependiente, todavía fascinado por ella, todavía inquieto…

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