Gustavo Sainz - A la salud de la serpiente. Tomo II

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A la salud de la serpiente. Tomo II: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta violenta y convulsa historia del año 1968 está planteada como una aventura del lenguaje y la creación. Busca romper los límites estrechos y tradicionales de las formas narrativas a través de una mezcla de autobiografía, confesión, juegos de correspondencia y testimonios, una caprichosa estructura bajo la cual Gustavo Sainz entrega su visión y experiencia de un año fundamental para los mexicanos que sobrevivieron a 1968. Recuerdos imprecisos, dolidos, difuminados trastornan el retrato de la juventud (casi) feliz, ejercicio del placer y el poder de la escritura y recuento vivido de aquellos meses. Esta extraordinaria novela es el corte de caja literario de toda una generación.

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athanasio

O:

Periódico Tele/Express

Barcelona, España

Noviembre 20, 1968

el juzgado de orden público

ordenó la destrucción del libro

“los escritos del che”

Ayer, inspectores del Cuerpo General de Policía procedieron a la destrucción de los tres mil ejemplares, totalidad de la edición de la obra Los escritos del Che, de Editorial Lumen. Dichos ejemplares habían sido secuestrados semanas atrás y se encontraban a disposición del juez de Orden Público de Madrid. Los escritos del Che recogían una serie de originales de Ernesto “Che” Guevara. La obra no había llegado a ser difundida en nuestro país.

Y:

Querido amigo: Éste es pues el segundo episodio del “caso”. Guillotinaron los libros en la misma imprenta donde se encontraban sellados desde el secuestro. Los cortaron meticulosamente en cuatro partes simétricas, de 10 en 10, y a medida que los papeles iban cayendo al suelo, otros los recogían, los metían en sacos muy limpios, los cargaban en un camión y se los llevaban. El hecho es más que una pura formalidad, es un acto simbólico para nosotros, el impresor y todos los demás editores e impresores del país.

Todo eso se realizó por orden del Juzgado de Orden Público cuando todavía ningún juez había declarado que en la obra había “materia delictiva” y, por supuesto, cuando no había habido ni proceso ni sentencia. Un espléndido golpe de cojones, y perdone la palabra pero es la única adecuada.

Lo esencial ahora es no manifestar tristeza ni desmoralización. Seguir adelante con las quejas a través de las escasas vías legales que aún nos quedan. Pronto ya no las habrá y todo será más sencillo. La cosa va de mal en peor.

Le ruego divulgue al máximo la noticia entre sus amigos y en la prensa si es posible. Es un gran favor que le pido.

Cordialmente,

Beatriz de Moura

O:

Querido Gustavo: Un poco atrasado (la primavera) pero te respondo:

1. Gazapo irá a la imprenta en 15 días. Espero tengamos éxito.

2. Discos: contéstame haciéndome saber cuántos dólares te envío para cubrir la compra de los siguientes discos:

a) El banquete de los Rolling Stones (último)

b) El nuevo de los Beatles (doble, todo blanco y con los pósters chiquitos de ellos)

c) Uno plateado doble que han publicado los Cream.

d) Experiencias de Jimmy Hendrix, también doble y último.

e) Wilson Picket, long play que contiene Hey Jude, o en su defecto el simple.

3. ¿Será posible tener en Buenos Aires algunos de esos títulos porno o eróticos de que hablas?

4. Haz las crónicas de México todo lo agresivas que quieras y envíamelas. ¿Cuánto tardarás?

5. ¿Por qué no me hablas más de tu libro en proceso, de tus cuentos (cantidad de páginas, títulos, título), y de tu libro de ensayos (temas, longitud, ya sabes).

6. En la aduana postal que yo sepa no tendré problemas con tus envíos.

7. ¿No quieres que te envíe los libros a Iowa en vez de a México?

Espero tus noticias pronto. Un abrazo de Jorge Álvarez

Periódico El Mexicano

Mexicali, Baja California

Jueves 28 de noviembre de 1968

Página seis

Cartas de nuestros lectores:

Se nos pide publicar lo siguiente:

Señor licenciado don Rafael Martínez Retes

Ciudad

Muy estimado señor licenciado y fino amigo:

Desde las páginas de este periódico le envío un afectuoso saludo, necesario, porque hace muchísimo tiempo que no han coincidido nuestros caminos. Tengo el deseo, también, de hablarle acerca de un artículo suyo que apareció recientemente en un semanario local, y en el cual le carga a nuestro común amigo, don Cristóbal Garcilazo, algún milagrito que en mi concepto no ha realizado. En realidad, don Cristóbal se limitó a cumplir como un caballero de la pluma, con algo que consideró un deber a pesar de sentirse tal vez un poco oficioso. ¿La razón? La Familia y la Patria, señor licenciado, son algo demasiado sagrado para ser realmente oficioso cuando se tocan.

Sin embargo, algo sucedió, y tal vez me sea posible decírselo de este modo: aunque desde luego tengo la certeza de que no constituye su lectura habitual, por distracción habrá leído usted alguna vez esos cuentos de vaqueros hechos para niños y usados por adultos en ocasiones para conciliar el sueño.

Pues bien, un personaje muy usado y necesario en estos cuentecillos, lo constituye el “villano”, hombre más o menos listo, a cuya destreza añade el ser extremadamete ambicioso, soberbio y nulo en escrúpulos. Generalmente vive en algún pueblito del Oeste, casi siempre con pocas comunicaciones; los mejores negocios del pueblo son suyos, entre los cuales nunca falta el “saloon” en donde se reúne toda clase de gente.

Se rodea de pistoleros, asesinos a sueldo, abusivos y sin honor, dispuestos a causar, cuando menos, molestias a los vecinos del pueblo, como para que estos no olviden quién es el que manda allí. A quien le cae mal, le manda quitar su empleo o le molesta en sus propiedades. Si alguien muere y deja fortuna, no le falta manera de hacer que la venda, y si hay algún huérfano indefenso, en alguna forma termina por ser víctima. (Esto último es la especialidad de los “villanos”.)

Llega un momento en que, cuando dispara un salivazo sobre la escupidera, ésta se tambalea, y si no se voltea es porque él la sostiene con la fiereza de su mirada, pero el ruido producido hace salir a la carrera y con el rabo entre las patas a todos los perros del pueblo.

Para no cansarlo, este tipo, que en el fondo no es sino un cobarde, como todos los abusadores, termina por sucumbir ante el valor y la virtud de otro personaje de estos cuentos, a quien llamamos “héroe”. Desde luego esto sucede sólo en los cuentos.

Pues aquí, en el caso en que usted se refirió en su artículo, todo lo dicho por el señor Garcilazo es cierto, y aún otras cosas que no dijo, como por ejemplo que algún profesor dejó un trabajo a tres señoritas de unos trece años de edad, en el que debían investigar cómo la mujer puede tener relaciones sexuales y evitar el embarazo. ¿Pruebas? Cuando quiera puede usted pedírmelas.

¿Pero qué sucedió? Pues que hubo uno de esos personajes que aún escupen en las escupideras, que ordenó que se negara todo a como diera lugar, y todo se negó.

¿Y la Cultura? (Porque el lenguaje empleado en esas obras literarias es menor que castrense…) ¿Y la Cultura?, repetiré… Pues la C­ultura en la escupidera, gracias.

Lo saluda atentamente su afectísimo amigo,

Doctor Miguel Serafín Sodi

curioso pero la desgracia del Personaje que No Escupía en las Escupideras era - фото 4

curioso, pero la desgracia del Personaje que No Escupía en las Escupideras era que cuando menos lo esperaba, y generalmente cuando estaba a solas, su conciencia se inundaba inmediatamente de todo aquello en lo que menos le gustaba pensar, como por ejemplo y sin saber por qué, de pronto ya iba con Viviana durante mucho tiempo en un pequeño volkswagen rojo rugidor, el coche siempre en marcha, y las calles (si estaban él y Viviana juntos) debían ser de la ciudad de México, y en todo parecía bifurcarse en más de cinco secuencias, pero siempre volvía a la escena inicial, agobiante, en un coche pequeño, demasiado pequeño, él y Viviana tan alta, ella ejerciendo una extraña presión sobre él, y de pronto Viviana desa­parecía, él iba solo, no podía frenar ese coche ni bajar, la presión continuaba, la velocidad aumentaba, el coche carecía de frenos y él angustiado, tratando de frenar con motor, casi desesperado, sudaba copiosamente y su corazón latía con violencia, y de pronto ya no iba en el coche sino corriendo por las calles de México, por la colonia Roma, enajenado, buscando a Viviana, entonces curioso no es la palabra justa ni precisa, tendría que haber dicho increíble, absurdo, o incoherentemente, o de pronto y de súbito otra vez esa extraña, angustiante sensación de estar adentro de algo así como un círculo, pero más espeso que un círculo, algo como una tienda cilíndrica de campaña o un huevo alquímico, una celda de aislamiento o una cabina de algún vehículo espacial, no precisamente un coche, sino algo parecido a uno, y no a cualquier coche, sino a uno de esos volkswagen tradicionales, uno de esos bugs o beatles, una especie de círculo o coraza de la invulnerabilidad, algo que se manejaba, que ocasionalmente se podía manejar o podía intentarse dirigir como un coche, o quizás tendría que prescindir de una palabra como sueño, tan limitada, y en vez de eso decir un desasosiego, o una sensación, una confusa e indescriptible sensación, algo más difuso, intuido, sospechado, alucinado pero en medio de la bruma, en un coche una mañana neblinosa, la segunda o tercera vez que el maldito coche los ayudaba a resolver alguna situación complicadísima, como si él fuera el elegido, o el condenado, y lo aislaran dentro de una rueda, porque si había algo que predominaba en esa sensación era una forma oval, un espacio ahuevado, cóncavo, un círculo mal trazado, vivo, y en vez de un coche de un modelo determinado quizás debía tratar de precisar el año, 1967 a la mejor, o 1964, o 1968, aunque el 68 todavía no terminaba y ya estaba demasiado cargado de veneno y supuraba recuerdos demasiado iracundos y desagradables…, el año 68 estaba lleno de muerte y mugre y desgarramientos y chispas y gritos, de dedos que acusaban y políticos que sonreían, de frustraciones y lamentos, de confusión y autoritarismo, y también estaba demasiado cerca, inclusive no había terminado aunque su experiencia mexicana hubiera terminado, si es que podía terminar ¿podría llegar a terminar alguna vez?, faltaba poco para las celebraciones del año nuevo, y quizá por eso sobrevenía esa sospecha de que el 68 siempre estaría cerca, no importaba que terminara o no, no iba a importar que progresara el año 69, no importaba cuánto se alejara el 68, las calles del 68 permanecerían llenas de sangre, abusos y manipulación informativa, siempre iban a estar llenas de sangre, las lavarían y volverían a lavar, todos los días iban a ordenar lavarlas, todos los días generaciones y generaciones de priistas displiscentes y ocasionalmente enérgicos, restregarían y restregarían la sangre indeleble, la sangre que él no lograba olvidar, que no iba a olvidar, como tampoco podía olvidar a su inquietante Viviana, unida siempre a ese volkswagen rojo rutilante, siempre encerrado, encerado y pulido, y eso ni siquiera sabía por qué, eso quizás era lo que quería descubrir al empezar a mecanografiar esa noche, al pasar de su libreta verdosa de Santiago Galas a la máquina eléctrica de escribir, por ejemplo que en ese coche que de pronto se imponía con semejante violencia a sus sentidos, titubeaba asustado, tenso, atento a pisar en orden los pedales, a coordinar el clutch y las velocidades, a mantenerse derecho al centro de la calle, recto, sin rozar a los otros automóviles, frenando a tiempo, no de golpe sino suave, segura, firmemente…, atravesaba una mañana ¿o era una tarde?, bueno, una atmósfera neblinosa la primera vez que manejó (rojo brillante deslumbrante, casi irreal, recién lavado y todavía sin placas, con un permiso provisional para conducir, con su antena extendida), iba con Viviana que insistía en enseñarlo a conducir (todavía adolescente y muchos años antes de emigrar y desaparecer, segura de sí misma y de él, ineluctable, dicharachera, críptica, ondulante, imprevisible, fresca, extraña, frágil, joven, simpatiquísima), y recorrieron calles aprendidas de memoria durante las clases de manejo que siguieron, las avenidas tristes, sinuosas, grises, resquebrajadas, crepusculares, por donde Viviana se malhumoraba porque él no aprendía a soltar el clutch, ni a poner las velocidades, ni a ver hacia el frente o hacia los lados antes de atravesar las avenidas, ni a detener (con la firmeza o la violencia o la ambigüedad necesaria) el volante, y enfilaron, rodaron por la avenida Constituyentes, saliendo de la ciudad de México a cada vuelta de las llantas, y sea por impericia o por esos azares que le gustaban tanto a André Breton que se dice que los coleccionaba, no logró, el Personaje que No Escupía en las Escupideras no pudo dar la vuelta para regresar, para volver a la ciudad de México, a su punto de partida, y tuvo que seguir a fuerza y nervioso hasta Toluca, por una carretera ancha, ondulante y desconocida (gris y negra), polvorienta y confusa a la luz de la tarde… Viviana reía a carcajadas y regresaron casi de milagro, ella manejando, y los amigos (bueno, personas cuyo teléfono estaba anotado en una libreta que siempre cargaba consigo, y que años después al verla, muchos años después, ya no lograba recordar bien los rostros que correspondían a todos esos nombres con dobles apellidos, ni qué papel jugaron en su vida), y los amigos, decía, que se enteraron de ese viaje (crepuscular) ilusorio y vertiginoso, no dejaron de felicitarlos con afectuosos ­golpecitos en la espalda y sinceras sonrisitas de admiración, pues calificaron la carretera de “muy difícil”, y su salida de verdadero atrevimiento, más si apenas era su primer día de manejo (Viviana lo obligaba a encender el motor y a reconocer su frecuencia vibratoria, a man­tenerlo siempre en el mismo tono, y un día antes había roto en sanciones y lo amenazó con que él jamás, nunca aprendería, lograría, podría manejar, aunque luego le dieran licencia de primera mediante un incómodo cohecho), y del viaje siempre recordaría la atracción irresistible del abismo en esa carretera que subía y subía, pues en las curvas quería caer en la tentación de no librarlas y embestir el desquiciante y feroz, atrozmente desconocido y hermoso vacío que se presentaba siempre al frente, el regreso con el auto jadeante, el olor a quemado, trompicando, hasta que descubrieron que no había quitado el freno de mano (olía pegosteosamente y repugnantemente a hule quemado), y la presencia inquietante y desasosegadora de Viviana, siempre ahí, como si estar con ella implicara estar al borde del peligro, de cierto peligro, o allí porque quizás era de ella de quien quería hablar, de quien debía hablar para entenderla un poco más, hablar para empezar a entenderla, para tratar, para intentar entenderla, los dos sentados allí, en ese coche tan unido a su vida con ella, revisando un cuaderno escolar de Viviana pleno de anotaciones incomprensibles, casi jeroglíficos sobre la danza como lenguaje, la danza como expresión, algunas consideraciones teóricas, discurso de la danza, ejercicios, planos de movimientos y tensiones, y de pronto, entre tantas líneas técnicas, resaltaba un poema todo tinta y pasión como diría Paz (por cierto grandes árboles a ambos extremos de la carretera mecidos por el viento, pero de hojas negras que se movían como murciélagos, como millares y millares de pequeños murciélagos o cigarras o algo peor, un hervidero como de plaga bíblica):

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