El concepto más elaborado de “Dios”, el de la filosofía, es no-mundano, eso significa que Dios no es parte del mundo ni es comparable con lo mundano sino, precisamente, distinto a él. Así se concibe también a Dios en las grandes religiones monoteístas.
La noción teísta de Dios es distinta a la noción no teísta. En la primera, Dios es sujeto y por eso las religiones teístas tienen culto. En la segunda, en cambio, Dios no es sujeto y por eso no tienen culto. En la versión teísta se acentúa la diferencia Dios-mundo y en la segunda, no: lo absoluto es o parte del mundo o tiene mezcla con él, forma parte del todo.
Ateísmo puede significar: (1) la negación del teísmo, que es la negación del Dios-sujeto de las grandes religiones. Este significado de ateísmo es infrecuente, muy filosófico, pero se da. En este sentido, el budismo, p.ej., puede considerarse ateo porque no habla de Dios sino de un estado ideal de ausencia de sufrimiento que se alcanza por ejercicios o prácticas de parte del hombre. (2) Puede significar también la negación de toda forma de absoluto y en consecuencia también de la religiosa, como se da en el monismo materialista que sostiene que lo único que hay, e.d., que toda la realidad, es materia. (3) Puede ser también una negación solo y específicamente religiosa, no una general de toda forma de absoluto, como se da, p.ej., en la expresión coloquial “Dios no existe”.
Concepto y realidad de Dios
Dado que no es posible referirse a realidades abstractas sino por medio de conceptos de ellas, debemos comenzar por el nivel conceptual de aproximación a la realidad Dios. Y como los conceptos se comunican por términos, debemos tomar en cuenta las palabras que empleamos para traer a la inteligencia esos conceptos. Deberemos atender al nexo entre realidad, concepto y palabra para que nuestro interlocutor proceda en sentido inverso: de la palabra, al concepto y de este a la realidad que estamos refiriendo. El recorrido debe hacerse en los dos sentidos. Si el nombre no dice para el auditor lo mismo que para el que habla, no hay comunicación. El nombre “Dios” dice realidades en sí (ónticamente) distintas y relacionalmente (=religiosamente) distintas, según el contexto humano en que se esté.
Nivel conceptual : Cuando se niega o se afirma, se niega o afirma algo. Por esto, para ser ateo hay que tener un concepto de Dios que es la referencia de la negación. Hay que examinar la negación directa: qué está pensando como Dios el que niega su realidad. Solo conociendo esto puedo entender lo que está negando. Tanto la afirmación como la negación de Dios dependen de la comprensión que el sujeto tiene de lo que afirma o niega. Por esto, las distintas concepciones de Dios son importantes. Qué significa —por ejemplo— que se conciba a dioses sectoriales como Neptuno o Poseidón para el mar; Vulcano o Hefesto para el fuego y los metales; Plutón o Hades para el mundo subterráneo de los muertos, etc., y, por eso, múltiples y también, por otra parte, a Dios que no es sectorial y uno. ¿Qué se entiende entonces por “Dios”? La Biblia dice que los ídolos no son dioses (salmo 135,15-17), la consecuencia es que los que los adoran son ateos sin saberlo, a pesar de considerarse religiosos. Lo que separa a los yavistas de los idólatras parece ser una concepción de Dios porque diciendo el mismo nombre genérico, e.d., “Dios”, se refieren a realidades distintas. Esto nos trae al siguiente nivel de consideración.
Nivel real u óntico: qué es Dios. Aquí se distinguen la perspectiva filosófica y la religiosa. En la primera es entidad (ser) 43, en la segunda, sujeto máximamente valioso. Estos son dos niveles de consideración de la realidad. Si no hay el primero, no puede haber el segundo. Pero pueden darse los dos, simultáneamente.
Afinar una explicación supone mantener siempre la diferencia entre la explicación y lo explicado, entre la teoría y la realidad sobre la que trata la teoría. Una explicación nunca agota la cosa explicada, siempre se puede progresar en la explicación. A veces se desliza, inadvertidamente, una identificación entre la explicación (científica o teológica) de algo y lo explicado (aquello que es objeto de la explicación, e.d., la realidad misma). Esto último es permanente, siempre habrá que explicarlo. Lo primero, en cambio, es transitorio, porque las teorías que explicaron ayer hoy son reemplazadas por otras mejores. Cuando, por inadvertencia, hay identificación de lo explicado con su explicación, fácilmente el rechazo de una explicación por deficiente lleva consigo el rechazo de lo explicado, como si eso no tuviese consistencia o realidad.
Nivel vivencial : Nos queda todavía otro aspecto. En un nivel más personal o existencial, puede uno preguntarse desde qué experiencia vital piensa una persona lo que dice sobre Dios. Cuál es la motivación existencial para afirmar o negar a Dios; si fue la vivencia negativa de la religión o fue una concepción filosófica acerca de la realidad la que lo llevó a negar a Dios. Este nivel explica los dos anteriores que, por eso, son más superficiales que el vital en cuanto son dependientes de este. Los diálogos rara vez llegan a este nivel, sobre todo cuando adquieren tono polémico que no debieran tomar. Cuando los diálogos llegan a este nivel, se profundizan mucho.
El ateísmo como cuestión filosófico-ontológica
El ateísmo es, directamente, una afirmación filosófica y no religiosa, pero con consecuencias religiosas. Es filosófica porque es un juicio de realidad , e.d., lo que se afirma es que no hay la realidad llamada “Dios”. Es, por lo tanto, un juicio ontológico, la negación de una realidad extramental. La afirmación religiosa, en cambio, es directamente un juicio de valor y no uno ontológico: ella dice que Dios es más valioso que todo el resto de la realidad y que, por ese motivo, la afecta a toda ella. El juicio de valor supone la realidad ontológica de ese valor y, por lo tanto, supone un juicio de realidad positivo, pero este último no es en sí mismo un juicio religioso. La afirmación filosófica no supone ni implica, necesariamente, la religiosa.
Por otra parte, el planteamiento ontológico no es epistemológico, no se plantea el modo de conocimiento de tal realidad. En esto se diferencia el ateísmo del agnosticismo, ya que este último es una cuestión epistemológica: consiste en decir que no sabe sobre Dios y no formula una negación ontológica de su realidad.
Hay entonces una relación entre la cuestión filosófica y la religiosa, pero una distinción clara entre ellas. Un juicio negativo de realidad cierra la posibilidad de un juicio positivo de valor, pero uno positivo de realidad no incluye el juicio de valor en el sentido religioso, e.d., afirmar la entidad Dios no implica que sea valioso en el sentido religioso como se ve, por ejemplo, en el deísmo.
El discurso ateo también es teología
Podría parecer contradictorio examinar el ateísmo en el capítulo titulado “La Cuestión de Dios” considerando que el ateísmo niega que haya Dios. Solo debieran entrar en ese capítulo los que afirman que hay Dios. Sucede que hablar de Dios es siempre teología. La afirmación “no hay Dios”, por ser una afirmación sobre Dios, es una afirmación teológica en cuanto a su materia e implica una concepción del Dios que se niega. El ateísmo debe explicar dos cosas. La primera: qué Dios es el que no hay, e.d., qué concepto de Dios niega, y la segunda, cómo sabe que no lo hay o, lo que es lo mismo, por qué no lo hay. Responder a estas preguntas es hacer teología.
Ateísmo y nociones de Dios
Es claro que declararse ateo tiene sentido solo con relación al Dios cuya realidad allí se niega, o de otro modo, el que niega piensa en el Dios que niega y lo concibe de algún modo. Es absolutamente determinante para el ateísmo aclarar los modos en que puede concebirse a Dios.
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