Gustavo Sainz - Muchacho en llamas

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Tribulaciones, aventuras y desventuras, proyectos y planes de un escritor joven, un adolescente tan enfermizo como impaciente que pretende escribir o vivir una primera novela tan compleja, energética, desesperada y obsesiva como sus propias experiencias. Todo lo revisa con atención de entomólogo, páginas de su diario personal y casi secreto, anuncios radiofónicos, párrafos subrayados en diferentes libros, letreros urbanos, canciones, apuntes de sus clases universitarias, recortes de periódicos. Nos invita así a sus ensayos de representación, a las pruebas de fuego a las que somete al realismo y a otras escuelas literarias en boga. Lo acompañamos a sus dudosas victorias y a sus innumerables, enriquecedoras y desconcertantes derrotas.

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Empezar como lobo y terminar como perro es una realización penosa, una resignación tal vez inevitable. Escribe Sofocles de sí mismo en la tercera persona, como objeto del narrador: “Le arrancaron las patas al lobo y dijeron: —Ándale, a ver, camina... Me ­rompieron el hocico y dijeron: —Muérdenos, infeliz... Me sacaron los ojos y dijeron: —Ahora míranos si puedes... Me destrozaron las orejas y dijeron: —Ahora escúchanos, pendejo... Me enjaularon y dijeron: —Pinche lobo...” (221). Ya no es Sofocles. Es sólo Alejo Díaz. Acaba prefiriendo, como su padre, la prosa de Séneca a la literatura experimental. ¿Volverá alguna vez a ser Sofocles u otra encarnación de su imaginación? Sólo sabemos que quiere seguir escribiendo, no como antes, sino a la sombra benéfica del Iztaccíhuatl. Ruffinelli observó que Compadre Lobo, otro ejercicio autobiográfico de Sainz, es una novela sin concluir. También lo es Muchacho en llamas.

El éxito de Gustavo Sainz, entre otras cosas, se debe a la novedad, para México, de haber abandonado en gran parte la cultura libreril tradicional, consagrada, pero de actualidad problemática, y de haberse unido a una vasta literatura de consumo, irreverente e iconoclasta, pero impulsada por el desbordamiento vital, urgente, del protagonista adolescente (Gunia 152-153). Proporcionó así un eslabón que faltaba.

1

Publicado en Indiana Journal of Hispanic Literatures, núm. 10-1, 1996, pp. 248- 337.

Obras citadas

Bishop, Morris, Petrarch and his Work, Bloomington, Indiana University Press, 1963.

Gunia, Inke, ¿Cuál es la onda?, Madrid, Iberoamericana, 1994.

Ruffinelli, Jorge, “Compadre Lobo, de Gustavo Sainz: un ejercicio de autobiografía”, Hispamérica núm. 10, 1981, pp. 3-13.

Sainz, Gustavo, Muchacho en llamas, México, Grijalbo, 1987.

Todorov, Tzvetan, Introduction à la littérature fantastique, París, Seuil, 1970.

Este mi séptimo ensayo narrativo es para Alessandra

Luiselli, quien tenía siete años cuando Sofocles

(y no Sófocles) terminó su primera novela;

para Claudio Sainz, quien tenía siete años mientras yo escribía

las desventuras y las felicidades de Sofocles (no Sófocles),

y para el pequeño Marcio Sainz, quien cumplió siete meses

el día que la terminé.

En el fuego del deseo los dados están cargados

y las cartas marcadas.

Françoise Dolto

Tiempo soy entre dos eternidades

Antes de mí y luego de mí, la eternidad.

El fuego: sombra sola entre dos claridades.

Carlos Pellicer

Los ruiseñores cautivos

sólo cantaban en la noche.

Para crearles eterna oscuridad,

les quemaban los ojos.

El origen del mundo es de ceniza.

Cuando no puedo cantar,

recuerdo el fuego.

Eduardo Langagne

Así pasaron los meses. Cada día una chispa de fuego,

las semanas un zarzal ardiente. Lenguas líquidas me

salpicaban, me salivaban a lo largo de las venas. Saliendo

de casa, vacilaba como un borracho: ardía, atizado por

el sol, y me creía inmortal.

Gesualdo Bufalino

Me hubiera gustado decirles que mi cuaderno

era más útil que ellos, pero entonces habrían sabido

que escribo y ya no estaría a salvo.

Alessandra Luiselli

Invencible, extraordinario y poderoso Tlacaélel, ayúdame; Aquiauhtzin de Ayapanco-Amecameca, antiguo cantor de los dioses y el erotismo, atiéndeme y dame sin tardanza tu auxilio y favor; Chimalpopoca, ruega por mí; Escuela Nacional Preparatoria Uno, en el viejo edificio de San Ildefonso, abre mis labios y anunciaré tu alabanza; bella y encerrada Sor Juana Inés intercede por mí; Benito Juárez, desde tu carroza negra y austera ruega por mí; Francisco I. Madero, ruega por mí; Popocatépetl e Ixtlaccíhuatl, protéjanme con sus cumbres deslumbradoras; Castillo de Chapulte­pec, ten misericordia de mí; Emiliano Zapata, ruega por mí; José Clemente Orozco, despierta; Diego Rivera, dame tu fuerza e ironía; Octavio Paz, ayúdame; Lázaro Cárdenas, dame la mano; Tongolele, mueve tus caderas y vibra con violencia para que me aleje de especulaciones que todo lo complican; granizada de verano sobre el Palacio de Bellas Artes, arrástrame lejos; río atronador bajo las bóvedas del Chontacoatlán y el San Jerónimo, llévenme más lejos aún; noche de piedra en Cacahuamilpa, cúbreme…

¿ME OYES, PAPÁ? ¿Estás despierto? Acabo de llegar, fui a dejar a Tatiana. ¿Me oyes? Hubieras ido con nosotros, fuimos a Xochimilco y compré una orquídea. ¿Me estás escuchando? Los aztecas no concebían una fiesta sin flores. Fuimos con ese muchacho que vive en la calle Temístocles, el que tiene un ojo de vidrio, en su coche, y de regreso manejé yo, porque bebimos pulque y a él se le subió. No me gusta el pulque ¿sabes? Es pegajoso, dulce y pesado, por no decir que parece esperma. ¿Crees que exagero? Tú tampoco bebes pulque ¿verdad? En fin, estábamos sentados muy tiesos arriba de una chinampa, o creo que chinampas son nada más esas balsas de caña cubiertas de tierra, algas y flores cuyo olor no logra resaltar, bueno, pero estábamos en una trajinera, creo que les dicen trajineras, o chalupas, o como les digan, Tatiana y yo tomados de la mano, y una banda de mariachis acompañándonos durante buena parte del paseo, y a Temístocles se le salió el ojo. Hubieras oído el aullido que se aventó, hasta se encimó al falsete de los músicos. Siempre he querido poder gritar así, me gustaría realmente, un día lo voy a conseguir, ya verás. Pero Temístocles traía un ojo de reserva, y le dijo algo a Tatiana que la hizo reír, y yo escribí en el fondo de una cajita de cerillos que si ella quería ser mi novia, y cuando empezamos a fumar le extendí la cajita y ella leyó la pregunta y sonrió para mí, y me miró también con complicidad, y hasta con una muequita giocondesca, lo que interpreté como un Sí displicente, enorme y prometedor. Sí. ¿Me oyes? Aparte de esto lo único que me gustó fue la abundancia de flores. Las bugambilias se enredan en los postes del teléfono y corren por los cables. El agua era espesa y negra, casi lodo, y había muchos niños semidesnudos y panzones en el mercado, un perro muerto, y zopilotes sentados en las ramas más altas de los árboles. Temístocles siempre carga dos ojos de reserva en una bolsita de terciopelo. Y se podían ver los volcanes. ¿Hace cuánto tiempo que el Popocatépetl ya no echa humo? ¿Tú estabas en el volcán? ¿Fueron al Popocatépetl o al Ixtla? ¿Cuándo me vas a llevar al cráter? Y los limosneros se acercaban cada vez que parábamos el coche, tan desvalidos como amenazadores. O más bien conminatorios, pero ajenos a nosotros. Una viejita vendía orquídeas. Hubieras visto qué colores más extraordinarios, casi extraterrestres. No pude resistirlas y compré una para Tatiana. Los tres veníamos en el asiento delantero y de vez en cuando Temístocles le acariciaba las piernas a Tatiana sin importarle nada que yo estuviera manejando y, por evitarlo, la segunda o tercera vez, de regreso, atropellamos a una serpiente, es decir, la atropellé, pero fue sin querer, y todo el camino nos siguieron los zopilotes, pesados, negros, malévolos y como apáticos. Afuera deben todavía estar esperándome, estoy seguro, si es que no hay uno posado en la cabecera de mi cama. ¿Me oyes? Es como si tuvieran serpientes como señaladores de caminos. Y Temístocles dijo que eran animales que estaban del lado de Dios. Tatiana se molestó por eso. Y yo dije que me hubiera gustado más un Dios del lado de Adán y Eva. ¿Me entiendes? Dios del lado de las serpientes. ¿Tú qué crees? Y ¿fuiste al volcán? ¿Cómo te fue en tu excursión?

¿De veras no te habías dado cuenta de que Temístocles usa un ojo de vidrio?

En el periódico se lee que Fidel Castro prometió liberar a 1 197 sobrevivientes del asalto a Bahía de Cochinos a cambio de una indemni­zación consistente en 500 tractores. Las fuerzas del gobierno cubano derrotaron a los invasores en una batalla que duró 72 horas. Aparece la fotografía de tres jefes de la fallida invasión que lograron escapar y regresar a Miami.

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