Lo cierto es que tanto si usted ha sido gordito de pequeño como si no, podrá imaginarse lo que supone lidiar con el sobrepeso a edades tempranas. Todo empieza después de la edad en la que unos carrillos rojizos y blanditos y unos muslos rollizos y poco efectivos para correr dejan de considerarse señales adorables. A partir de ese momento, los estudios indican que los niños y adolescentes con sobrepeso tienen mayores probabilidades de sufrir ansiedad y depresión, y presentan menores índices de autoestima, relaciones sociales y satisfacción con su cuerpo. Y tienen sus razones para que esto ocurra, porque normalmente no están en los primeros puestos de los «preferidos» entre sus compañeros, más bien al contrario. Así lo indican algunos estudios, en los que los niños peor valorados (respecto a si «gustan» o «no gustan») son los obesos, por debajo de todos los que sufren todo tipo de discapacidades. Para colmo, sus amigos y compañeros también los suelen considerar los principales responsables de su problema (22).
Este entorno tan poco amistoso provoca que estos niños crezcan con un mayor grado de vergüenza y de miedo al ridículo, que probablemente se extienda hasta gran parte de su vida de jóvenes y adultos. Unos sentimientos que se suman al cúmulo de barreras que supone conseguir adelgazar, ya que les dificulta el poder ser firmes con posibles cambios de hábitos dirigidos a combatir su sobrepeso, ante el constante e incluso obsesivo temor de verse ridiculizados mediante bromas y comentarios por parte de sus amigos y otras personas de su entorno, incluidos profesores. Pues, en efecto, tampoco los profesores se libran de estigmatizar a los pequeños, de modo que los expertos que supuestamente más deberían ayudarlos parece que no siempre son todo lo profesionales que deberían. De hecho, los estudios indican que los profesores de educación física infantil presentan una elevada cantidad de prejuicios antiobesidad (23).
Volviendo al mundo de los adultos, otros estudios también han confirmado el estigma en muy diversas y variadas situaciones, algunas bastante curiosas y poco conocidas. Por ejemplo, se sabe que el sobrepeso es un factor poco apreciado en el proceso de elección de pareja para relaciones sexuales, pero resulta chocante que también impacte (negativamente, claro) en los procesos de selección y contratación de personal o en la valoración del rendimiento académico. Y también en la elección del candidato político al que se piensa votar, como muestran los estudios sociológicos realizados sobre el tema. O hasta en las relaciones que se desarrollan en las redes sociales, con comportamientos y lenguaje estigmatizantes (24).
El caso quizá más extremo (y, por qué no decirlo, el más extraño) se dio a conocer en un estudio en el que se permitía olfatear diversos elementos a los sujetos de experimentación, mientras visualizaban imágenes de personas. Resulta que esos elementos les olían peor cuando se les mostraban imágenes de personas con sobrepeso (25).
Otras investigaciones nos muestran las situaciones paradójicas a las que da lugar la existencia del estigma hacia la obesidad y los obesos. Por ejemplo, las propias personas con sobrepeso muestran casi las mismas actitudes negativas ante otras personas que sufren el mismo problema que ellos. Sorprendentemente, el hecho de sufrir exceso de peso no parece ser útil para inmunizarse contra la posibilidad de engendrar prejuicios sobre el tema (26).
Pero mucho más impactante resulta la confirmación de que también los profesionales sanitarios de todos los niveles y ámbitos, es decir, aquellos que deben tratar a estas personas y velar por mejorar su salud, se ven gravemente implicados en este tipo de comportamientos. Un ejemplo se pudo comprobar con el revuelo que se formó tras un desfile de moda de bañadores femeninos, organizado en el verano de 2017 por la revista Sports Illustrated y protagonizado por modelos XXL, es decir, que sufrían obesidad. «Esto puede ser tan peligroso como sacar a modelos fumando en la pasarela», afirmó rotundamente el presidente de la Asociación de Médicos de Australia, sin aportar una sola prueba que validara tal aseveración (27). Y sin mencionar que lo que realmente está demostrado es el daño que provoca la falsa idealización del cuerpo femenino representada en eventos como los desfiles de modelos «normales».
Dada la relevancia de esta situación, que podría afectar a los cuidados y a los tratamientos de algunos pacientes, existe una importante cantidad de investigación al respecto, centrada en todo tipo de profesionales: médicos, enfermeras, auxiliares, etc., y de diferentes disciplinas, tanto en su época como estudiantes como en su posterior práctica clínica, tras conseguir la titulación. Y los resultados son realmente desesperanzadores, pues todos ellos muestran actitudes y creencias prejuiciosas y, en ocasiones, de elevada intensidad, ya que en algunos casos los sujetos entrevistados (estudiantes de Medicina) presentaron más prejuicios contra las personas obesas que contra los homosexuales o las personas de color. Y esto llegaba a ocurrir en tres de cada cuatro sujetos (28).
Incluso los más expertos, como los médicos especializados en sobrepeso, los dietistas y nutricionistas y los profesionales de educación física, muestran un marcado estigma y abundantes pensamientos contra sus pacientes con más peso. En efecto, aquellos que más deberían conocer el problema y empatizar con quienes los sufren no solo no se libran, sino que incluso se ven especialmente afectados (29).
Menudo panorama, ¿verdad?
Para que se vea hasta dónde puede llegar la complejidad de este fenómeno y sus posibles implicaciones en el mundo sanitario, vamos a darle una vuelta de tuerca más con otra situación muy específica y concreta: ¿y qué pasa cuando los médicos y otros sanitarios sufren sobrepeso?, ¿se los considera peores profesionales?
En realidad, no ocurre con frecuencia que encontremos un dietista-nutricionista o un preparador físico con sobrepeso, pero tampoco es una rareza, ni mucho menos. Sin embargo, entre los médicos esta circunstancia es algo más corriente. Y, siendo honestos, suelen ser la diana de muchos comentarios irónicos y reproches, lo cual sin duda no será nada fácil de sobrellevar.
En principio, deberíamos considerar que simplemente se trata de un tema de deterioro de su imagen, ya que sus observadores podrían considerar que «no da ejemplo». He sido testigo de encendidos debates en este sentido, en los que sanitarios delgados acusan a sus colegas con sobrepeso precisamente de eso, de no dar ejemplo, por lo general argumentando que esa falta de coherencia genera una pérdida de credibilidad en el paciente que puede afectar a la adhesión al tratamiento. Y la cuestión sería especialmente preocupante si se demostrara que el sobrepeso es un indicador fiable sobre su falta de capacitación profesional. O para prever que, con probabilidad, los resultados obtenidos serán peores que los conseguidos por sus colegas más delgados.
La evidencia definitiva que nos permitiría aclarar toda esta cuestión sería la que nos indicara con datos objetivos si los dietistas o médicos sin sobrepeso obtienen mejores resultados con sus pacientes, pero no existe ninguna investigación sobre el tema. Así que criticar la profesionalidad de un médico o dietista concreto basándose en su peso corporal o exigirle coherencia no tiene demasiada justificación, a la vista de la falta de pruebas científicas concluyentes que relacionen ambas variables. Además, y esto lo añado yo por lo que he podido ver con frecuencia, las críticas del tipo «no da ejemplo» a menudo suelen ir acompañadas de animadversión hacia el implicado o deseo de desprestigiarlo a toda costa.
De cualquier forma, hay estudios que han analizado sistemáticamente la percepción sobre el tema por parte de pacientes y colegas. Por un lado, se confirma que las posturas más radicales y la mayor intolerancia están presentes entre los propios sanitarios, que son los primeros en pedir coherencia y en exigir aplicarse en carne propia aquello que se predica. Por ejemplo, en una investigación en la que se entrevistó a médicos de atención primaria, los que tenían un peso normal o eran delgados opinaron con más frecuencia que los pacientes confiaban menos en los consejos para adelgazar que viniesen de un médico obeso. Además, el grupo de los delgados fue el que con mayor firmeza pensaba que el médico debía dar ejemplo en temas de buenos hábitos (30).
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