ARRAIANOS
XOSÉ LUÍS MÉNDEZ FERRÍN
TRADUCCIÓN DE LUISA CASTRO
SENSIBLES A LAS LETRAS, 1
Título original: Arraianos
Primera edición en Hoja de Lata: abril de 2013
© Xosé Luís Méndez Ferrín, 1991
© de la traducción, Luisa Castro, 1994
© de la imagen de la cubierta, Jamino, el de Felipín, Eladio Begega
Fototeca del Muséu del Pueblu d’Asturies, Xixón
© de la fotografía de la solapa, Zaldi Ero, 2001
© de la presente edición, Hoja de Lata Editorial S. L., 2012
Hoja de Lata Editorial S. L.
Avda. Galicia, 21, 4.º E, 33212 Xixón, Asturies [España]
info@hojadelata.net/ www.hojadelata.net
Edición: Hoja de Lata Editorial S. L.
Diseño de la colección: Trabayadores culturales Glayíu
Corrección de pruebas: Tania Galán Álvarez
ISBN: 978-84-16537-69-3
Producción del ePub: booqlab
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Lobosandaus
Medias azules
Lino
El Exclaustrado de Diabelle
Botas de elástico
Un castillo en los páramos
Ellos
Adosinda horrorizada
El militante fantasea
Quinta Velha do Arranhão
A los que hacen posible A trabe de Ouro A J. Viale Moutinho
… ¡es preciso tener cuidado con estos arraianos!
M. RODRIGUES LAPA
Está poblado este libro de gentes transgresoras que se mueven entre montañas y por navas y eriales en las que el poder político pusiera un día una Raya imaginaria que nunca logró separar totalmente al pueblo que llamamos portugués de su Norte gallego, y viceversa. Los hombres y las mujeres de La Raya fueron llamados «arraianos», y lo siguen siendo a su paso por los cuentos aquí reunidos.
15 de septiembre
Mi querido tío:
De acuerdo con sus instrucciones, me dispongo a ponerle al corriente de las particularidades de mi llegada a este término municipal de Nigueiroá y, más exactamente, al villar de Lobosandaus, donde radica tanto la capitalidad del concejo cuanto la escuela unitaria a la que accedí en propiedad gracias a la paternal protección y munificencia de Ud.
Sito en la ladera de la llamada Serra Grande, Lobosandaus es un núcleo de población de cien vecinos que me ha producido una fuerte impresión. Silencioso, el sol oblicuo de este final de verano le da un carácter mediterráneo, seco, lúcido. Su campo de feria es una dehesa de robles varias veces centenarios: se asienta sobre un bancal y le hace contorno una verja de fundición con dos florones fabricados por Malingre, a imitación de los de la Alameda de Ourense, lo que resulta un excelente belvedere sobre los llanos en los que culebrea un río mínimo que allí se llama Das Gándaras y que en las cartas geográficas reza como Lucenza por pasar en su curso alto por la feligresía de tal nombre. Al otro lado de aquel espacio de carquesias y matorral bajo, en cuyas ondulaciones los dólmenes no son raros, se yergue un murallón oscuro coronado de agujas de formas caprichosas, como extrañas esculturas parecidas a fantásticas tuberías de órgano. Es la Serra, contraria a la llamada Grande, denominada de O Crasto. En sus más altos cuetos están plantados los marcos de Portugal. Ahora mismo, mientras le escribo esta carta, momentos antes de ir a personarme a la escuela para el acto de posesión, estoy viendo desde mi cuarto tan sobrecogedora extensión de baldíos, en la que pastan las vacadas de estas gentes pastoras y en la que los albares producen la miel clara y pesada que le ha venido dando tan merecida fama al concejo de Nigueiroá. Porque es el caso, mi señor tío, que tan pronto como llegué fui rogado de aposentarme en casa Aparecida y quedé altamente satisfecho de tal alojamiento.
Tengo un amplio cuarto, con escritorio, que da a una galería con la que también comunican otras habitaciones. Desde allí, viendo al fondo las cumbres de la Raya, iré escribiéndole a Ud. sobre las pequeñas cosas que vayan constituyendo mi vivir en Lobosandaus, lugar que yo siento, apenas a una hora de poner pie a tierra de la yegua que me ha traído desde Bande, después del interminable viaje en diligencia, como un final del mundo conocido, recogido en sí mismo aunque soleado, amable y hospitalario. Aparecida, la patrona de la posada, y su marido Luís no pudieron ser más atentos, ceremoniosos y cálidos en la recepción que me hicieron. Con ellos tendré que vivir sabe Dios cuánto tiempo y ellos serán los que me introduzcan en la convivencia y conocimiento de las gentes de Lobosandaus, de las que yo soy, desde ahora, vecino, aunque privilegiado a causa de la función docente y pública que aquí me trae.
Deséeme, por lo tanto, mucha suerte mi señor tío, a quien beso la mano con filial reverencia.
20 de septiembre
Señor tío:
Después de la mía anterior, y no esperando la respuesta de Ud., me apresuro a enviarle una segunda misiva desde Lobosandaus con el fin de relatarle un acontecimiento en grado sumo infortunado.
Hoy, de madrugada, los que primero se levantaron en el villar hallaron ahorcado en la rama de un cerezo, mediante nudo corredizo hecho con una soga, el cuerpo de un hombre de cincuenta años que resultó ser el del señor Nicasio Remuñán, capador de oficio y vecino de aquí al lado, de Lucenza. «Siempre llevaba espuela mexicana de plata y era hombre campante», me había dicho el criado viejo de la posada, de nombre Hixinio. Me impresionó lo sucedido porque, al día siguiente de mi llegada a Lobosandaus, tuve ocasión de verlo entrar al tal Nicasio en casa Aparecida con su gran sombrero de ala caída, zamarra hasta media pierna, desabrochada para dar permiso de lucimiento a la leontina con tres esterlinas del caballito tintineantes. Tenía una risa franca en la que relumbraba una abundante dentadura de oro y hablaba muy alto, como haciéndose anunciar por una corneta. Grandes mostachos pardos le adornaban la nariz como si llevara dos escobas contrapuestas debajo de la trompa roja y patatuda.
El caso es que el bueno del capador me resultó simpático. Tan pronto me extendió la mano, me clavó una mirada muy intensa y me dio la bienvenida a las tierras de Nigueiroá. «Por donde no pasó Jesucristo», dijo con un guiño de ojo que me pareció misterioso y algo así como un aviso de peligro.
Por otra parte, quiero que sepa que, según Ud. me ordenó, he acudido a la rectoral a visitar a don Plácido Mazaira. Le entregué su carta de presentación y, francamente, no me gustó la manera que tuvo de recibirme. Me pareció una persona fría y poco dada. No mira de frente y ni siquiera me mandó sentar ni me ofreció compartir con él el chocolate con roscón que tenía como merienda. Tampoco se interesó por la salud de Ud. De modo, señor tío, que si Ud. me lo permite, no daré ningún paso más de acercamiento hacia ese clérigo antipático que, evidentemente, no quiere tratos con personas desconocidas por muy sobrinas que éstas sean del señor Penitenciario de la Catedral de Ourense. Por otra parte, me ha dado la impresión de vivir muy aislado de las gentes de su parroquia.
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