Donna Hicks - La dignidad

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Todos hemos vivido humillaciones en distintos momentos de nuestras vidas, cuando papá, mamá, un profesor, nuestra cónyuge, o un jefe nos recriminó duramente por algo que habíamos hecho o, peor, que no habíamos hecho; cuando un grupo de compañeros de colegio se burló de nosotros en el momento en que tropezamos y caímos; cuando revelamos nuestros sentimientos más íntimos a alguien, y luego descubrimos que él o ella había traicionado nuestra confianza y se los había contado a otros. En esas y otras ocasiones similares, nos hemos sentido insignificantes y no amados, hemos experimentado nuestra vulnerabilidad de la manera más angustiante posible, sentido el desesperado deseo de alejarnos y escondernos.
En este aspecto crítico de la experiencia humana que la distinguida sicóloga Donna Hicks aborda con brillantez y sensibilidad en este extraordinario libro. Con profunda comprensión de las raíces neurobiológicas, sociales y culturales de las actitudes y del comportamiento humano, la doctora Hicks brinda al lector una valiosa oportunidad para entender cómo y por qué podemos ser tan profundamente dañinos unos con otros, como con frecuencia somos, y un enfoque altamente persuasivo, que ella ha llamado el Modelo de la Dignidad, para aprender a evitar ser causantes de nuevas heridas, y a sanar las que ya hemos causado.

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La segunda parte del libro introduce las diez tentaciones: trampas que nos han puesto ciertos aspectos de nuestro legado evolutivo que nos colocan en riesgo de violar nuestra propia dignidad y la de otros. Los diez capítulos en esta sección se refieren a cada una de las tentaciones separadamente, explican la naturaleza de cada una y cómo manejarlas con efectividad.

La tercera parte ilustra cómo usar el poder de la dignidad para reconstruir relaciones que se han roto y cómo promover la reconciliación. Cuenta la notable historia de cómo dos hombres de un lado y del otro del conflicto en Irlanda del Norte se reconciliaron después de que uno casi mata al otro. Ofrece una alternativa al perdón para promover la reconciliación, que permite que las partes de ambos lados reparen su relación a través de brindarse, mutuamente, dignidad.

Aunque requiere esfuerzos aprender acerca de la dignidad y de cómo convertirla en un modo de vida, no puede haber mejor retorno sobre una inversión. He presentado el modelo a un suficiente número de personas en el mundo político internacional y en las comunidades de negocios, de la educación y religiosas como para saber que a todos nos preocupa ser tratados bien; cuando nos maltratan, sufrimos. Aprender a estar en relaciones en las cuales ambas personas sienten que se las ve, escucha, comprende, incluye y concede el beneficio de la duda puede volver fuerte una relación débil y hacer que una que funciona bien funcione aún mejor.

Es difícil de articular la sensación de bienestar que una persona deriva de comprender el poder de la dignidad y de poner en práctica esa comprensión – se tiene que experimentar. Los beneficios de saber cómo brindar dignidad a otros y cómo mantener nuestra propia dignidad no son fáciles de computar. Conocemos su valor total cuando vemos nuestra propia dignidad reflejada en los ojos de los demás.

AGRADECIMIENTOS

Escribir este libro demandó más de lo que yo era capaz por mí misma. Innumerables personas han tenido algo que ver en ello, generosamente brindándome percepciones, aliento y apoyo y, tal vez lo más valioso, compartiendo mi fe en el poder de la dignidad.

Tengo deudas de gratitud con las escritoras profesionales que me han ayudado en el camino – Rebecca Edelson, Patti Marxsen, Lisa Tener y Martha Murphy. También agradezco a amigos y colegas que han leído y releído múltiples versiones del libro. Sousan Abadian, José María Argueta, Susan Muzio Blake, Steven Bloomfield, Brian Butler, Carolyn Lazar Butler, Lisa Chambers, Amanda Curtin, Richard Curtin, Rebecca Dale, Wendy Denn, Paula Gutlove, Susan Hackley, Maria Hadjipavlou, Linda Hartling, Evelin Lindner, Rhoda Mergesson, Susan Colin Marks, Leonel Narvaez, Dave Nicoll, Win O’Toole, Tim Phillips, Jeff Seul y William Weisberg. De no haber sido por mis dos pasantes, Alesandra Molina y Catherine Smail, no estoy segura de que la idea del libro hubiese despegado. También tengo una enorme deuda de gratitud con Adam Levy por su asistencia en las investigaciones.

Sería imposible agradecer adecuadamente a mi agente, Colleen Mohyde, por todo lo que ha hecho. Durante casi tres años, ha permanecido a mi lado, con frecuencia sosteniéndome cuando el peso del proyecto parecía demasiado grande. Nunca puso en evidencia la menor duda, ni de mí, ni del libro. Sharon Hogan, mi editora independiente, también merece mi profundo agradecimiento. Con sus abundantes habilidades de escritora y su sensibilidad al tema, me ayudó a convertir el manuscrito en algo de lo cual estoy inequívocamente orgullosa. Brindo un especial agradecimiento a Jean Thomson Black y a Mary Pasti, mis editoras en Yale University Press, cuyas contribuciones mientras preparaba el manuscrito final fueron invalorables.

Permítaseme también brindar un especial agradecimiento a Herbert Kelman, no solo por su apoyo a mi trabajo en el libro sino por haber hecho posible que me convierta en la profesional en resolución de conflictos que soy. Su sabiduría, guía e indeclinable dedicación a encontrar caminos a la paz me han inspirado desde el inicio de mi carrera y siguen haciéndolo hasta el momento actual. También estoy agradecida con el Arzobispo Emérito Desmond Tutu por su generoso apoyo a mi trabajo. Durante mucho tiempo, él comprendió lo que yo quería hacer, no solo porque cree en el poder de la dignidad, sino porque para él, la dignidad es un modo de vida. Estaré siempre agradecida con su colega Dan Vaughn. A Shulamuth Koenig, con su pasión por la dignidad, le estaré siempre agradecida por haberme iniciado en el camino. Agradezco a mi familia —mi madre Wanda Hicks, mis hermanas, Linda Hicks, Debi Cascio, Brenda Browdy y Sherri Barbour— por su amor y aliento. Y le agradezco infinitamente a mi esposo, Rick Castino, quien ha leído y comentado cada palabra que he escrito acerca de la dignidad, ha dejado todo, más de una vez, para ayudarme a superar dificultades, y me ha proporcionado la seguridad económica, emocional y espiritual que me ha permitido realizar el deseo de toda una vida, y de haberlo hecho en favor de la dignidad.

INTRODUCCIÓN

UN NUEVO MODELO DE DIGNIDAD

La dignidad en un estado interno de paz que viene con el reconocimiento y la aceptación del valor y de la vulnerabilidad de todo ser viviente.

Una húmeda mañana en el año 2003, ingresé a una habitación llena de dirigentes civiles y militares en un país latinoamericano. La tensión en la habitación era tan opresiva como el calor exterior. Había tanta hostilidad que las partes en conflicto no se miraban entre ellas, ni me miraban a mí. Aunque el conflicto en el cual se me había invitado a intervenir giraba en torno a la incapacidad de estos dirigentes para trabajar juntos, las décadas de guerra civil que había experimentado el país no podían sino haber contribuido a las tensiones que ahora sentía.

Mi colega, el embajador José María Argueta, y yo habíamos sido invitados a dirigir un taller de “habilidades comunicativas” entre este grupo de dirigentes de élite, con la esperanza de que pudieran mejorar sus deterioradas relaciones, que ahora podía observar de primera mano.

El presidente del país ingresó a la habitación. Había venido solo para presentarnos y tenía la intención de irse luego, para asistir a una reunión en la capital. “Doctora Hicks”, dijo, “gracias por haber venido a dirigir este taller sobre comunicación con mis colegas. ¿Puede decirnos algo acerca de lo que tiene previsto para los próximos dos días?”.

“Señor Presidente”, respondí, “con el mayor respeto, tengo la sensación de que un taller de comunicación no es lo que se requiere acá. Las brechas en las relaciones al interior de esta habitación son profundas. Mi experiencia con partes en conflicto es que cuando las relaciones se quiebran en este grado, ambos lados sienten que su dignidad ha sido violada. Con su permiso, me gustaría cambiar el enfoque del taller para que podamos afrontar este tema más profundo de la dignidad”.

Con expresión de sorpresa, pero manteniendo su compostura, el presidente se volteó hacia un asistente y le dijo, “Cancele mis reuniones en la capital. Me voy a quedar para este taller”.

Con su anuencia, pude finalmente poner a prueba ideas que venía desarrollando durante varios años. Se basaban en mis investigaciones inter-disciplinarias y en mis dos décadas de experiencia trabajando con partes en guerra en todas partes del mundo. Pero, ¿resonaría con estos poderosos y altos funcionarios en América Latina el concepto de la dignidad, y su aplicación para la recomposición de relaciones?

Al final del taller, obtuve una respuesta. Uno de los generales en la habitación, que se había mostrado muy resistente, hacía muy difícil acercarse a él, y se había negado a mirarme a los ojos durante los dos días, se me acercó y dijo: “Donna, quiero agradecerle. No solo ha ayudado usted a mejorar las relaciones en esta habitación… creo que también ha salvado mi matrimonio”.

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