Al recordar todo esto, pienso en el importante avance social en la atención sanitaria que hemos tenido la suerte de vivir desde aquellos años. En ese momento, los medios de comunicación con Gorliz eran malos, el número de ambulancias escaso; si se producía un accidente grave en la zona, el tiempo de respuesta era enorme comparado con la atención actual: hospital en Urduliz, red de ambulancias medicalizadas, e incluso el helicóptero de Osakidetza que ocasionalmente veo volar sobre mi casa.
En relación con estos cambios sociales y sanitarios, se fue haciendo evidente de forma progresiva la necesidad de trasformación del sanatorio. Desde su origen, en el año 1919, como pionero para tratar la tuberculosis ósea infantil, siempre había sabido adaptarse a la demanda sanitaria, pasando a tratar las secuelas de poliomielitis, las deformidades osteoarticulares severas y, posteriormente, la parálisis cerebral. El centro había ayudado a paliar las secuelas de la malnutrición por efecto de cada uno de los momentos difíciles de la historia de nuestro país. Incluso para garantizar su auto abastecimiento de comida de gran calidad para los niños, desde sus orígenes la Diputación contaba con una granja en la zona.
En 1985, cuando la titularidad del Hospital de Gorliz se trasfirió de la Diputación de Bizkaia a Osakidetza, puede considerarse que el centro estaba en crisis. Fue la época en la que su objetivo sanitario chocó con la realidad social. La patología infantil estaba remitiendo en el conjunto de la población. En ese momento, Gloria Quesada fue nombrada directora gerente, para efectuar los cambios.
Hubo protestas de varios padres, incluso algunos se subieron al tejado y aparecieron en prensa las imágenes; también de los cirujanos ortopedas que fueron trasladados a otros hospitales de Bizkaia. En la plantilla quedamos los médicos rehabilitadores, y se contrataron internistas. Se iniciaron las obras de remodelación de todo el hospital. Casi sin darme cuenta, empecé a colaborar con Gloria, sobre todo en las tareas que tenían que ver con la modernización del archivo clínico, el inicio de los sistemas informáticos, la farmacia y la creación del Servicio de Admisión.
Se establecieron los criterios de admisión de pacientes, ya no había limitación de la edad y debían ser potencialmente susceptibles de mejoría con tratamiento rehabilitador. Durante varios años yo fui la responsable de aplicar estos criterios. Existía un riesgo claro de que el hospital se convirtiera en una residencia asistida, y eso no era lo que se esperaba que hiciéramos. Recuerdo cómo los primeros pacientes que ingresaron venían a quedarse, y sus familias también coincidían con esa pretensión. En muchas ocasiones la severidad de la incapacidad funcional, con escasa mejoría hacía que el alta fuera un momento complicado y era necesario el apoyo de la asistencia social para hacerlo posible.
El hospital seguía en proceso de reconversión y, durante años, fue preciso un seguimiento continuado para mantener la misión que se le había encomendado. En 1993 el Gobierno Vasco aprobó el plan Osasuna Zainduz. Estrategias de cambio en la sanidad vasca. Gloria Quesada lo explicó y compartió con nosotros en desayunos de trabajo que se sucedieron hasta que conseguimos integrarlo en nuestra dinámica de trabajo. Términos como calidad y eficiencia pasaron a formar parte del vocabulario.
En el año 1994, Gloria me pidió que asumiera la Dirección Médica. Así empezó mi etapa profesional en la gestión. Me formé durante dos años en un curso de EADA.
Desde que me encargué de la admisión de pacientes, empezó la relación con los profesionales de los Servicios que nos derivaban desde otros hospitales, sobre todo del Hospital de Cruces, el traslado de personas con déficits funcionales severos, que no precisaban estar en un hospital de agudos. Se facilitaba así su gestión de camas y a nosotros nos llegaban los pacientes que se beneficiaban de nuestra atención específica.
Al asumir la dirección, comencé a acudir como parte del equipo a los “controles de gestión” con las altas jerarquías de Osakidetza, donde se hacía un seguimiento pormenorizado de nuestra actividad asistencial dentro de la red sanitaria, como hospital de media y larga estancia.
Recuerdo el día en el que el consejero de Sanidad, el doctor Iñaki Azkuna, vino al centro y nos encargó crear una Unidad de Cuidados Paliativos. Hicimos todo lo necesario para poder organizarla. Se creó con personal voluntario y fueron los Dres. Pedro Sagredo y Valentín Riaño los responsables médicos. Desde el principio fuimos conscientes de que nuestra Unidad debía atender a cualquier paciente susceptible de cuidados paliativos sin limitarnos al paciente oncológico que, de alguna manera, era el paciente tipo de esas unidades.
De esta forma ingresaron un número importante de personas en estado vegetativo persistente. La mayoría eran jóvenes, con familias muy afectadas psicológicamente. En ese momento contamos con la ayuda del doctor José Mari Ayerra, médico psiquiatra, quien organizó unos grupos de apoyo dirigidos a familiares de pacientes ingresados, abiertos al personal y a los que acudí desde el inicio. Dentro del grupo y bajo su dirección surgían también los temas que podían ser motivo de conflicto. Desde la dirección, yo tenía la oportunidad de incidir en ellos.
Desempeñé la dirección médica durante diez años, hasta mayo del 2004, cuando me nombraron directora gerente. Aunque hubo, cómo no, aspectos mejorables en las herramientas de gestión de las que disponíamos, durante aquellos años el hospital se consolidó como centro de media y larga estancia, y en la Unidad de Paliativos siempre había pastas o bombones de los familiares de los pacientes ingresados. También se siguió ampliando la red de consultas y gimnasios de rehabilitación ambulatoria que, además de cubrir las necesidades del propio hospital, se extendió de forma progresiva a la Comarca Uribe y a Comarca Interior.
ETAPA PROFESIONAL EN LA COMARCA INTERIOR
Mi plan de jubilarme en el Hospital de Gorliz se malogró cuando me nombraron directora gerente de Atención Primaria en Comarca Interior. Fui nombrada en diciembre del 2005 y salí de mi área de confort, en todos los sentidos.
Yo no conocía la Atención Primaria. Hice una inmersión completa en una comarca muy dispersa geográficamente, que abarca, en la costa, desde Bermeo hasta Ondarroa, y confluye hacia el interior por el linde con Gipuzkoa hasta llegar a territorio alavés donde se ubican las Unidades de Laudio y Aiara. Dividida en diecisiete Unidades de Atención Primaria, cada una de ellas con un jefe de Unidad. El equipo de dirección estaba incompleto pues faltaba la figura de la dirección médica, a la que se incorporó el Dr. José Luis Balentziaga, JUAP de la Unidad de Durango.
La estructura fundamental estaba consolidada, pero existían retos como: mejorar la relación con el hospital de Galdakao, dinamizar el Consejo Técnico como órgano de asesoramiento y participación de los profesionales en la gestión de la comarca, revitalizar y dar continuidad a las comisiones, certificaciones ISO, consolidación de la historia clínica informatizada Osabide, mejora de las infraestructuras.
Empezó a hacerse evidente el déficit de médicos, tanto de pediatras como de médicos de familia. La gestión de los cupos, de los tiempos por consulta y, sobre todo, la cobertura de las suplencias resultaba ser una tarea muy compleja. La gran dispersión de la comarca añadía un punto de complejidad muy importante.
Con respecto a las infraestructuras, había que tener en cuenta que el número de centros era cuarenta y cinco, ya que cada Unidad abarcaba varios pueblos con su centro asistencial; la Unidad de Gernikaldea abarcaba diecisiete.
La necesitad de nuevos edificios o acondicionamiento de los existentes formaba parte de la rutina de trabajo. Para todo ello había que contar con los ayuntamientos, con Osakidetza, con dotación presupuestaria del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco, y con la colaboración de la Dirección de Arquitectura.
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