Subieron más alto a ritmo constante y a medida que lo hacían, su progreso era cada vez más lento. Silje quedó relegada otra vez. Sintió dolor en el estómago y comenzó a preocuparse por la vida diminuta cuya existencia había intentado negar con todas sus fuerzas. Tenía un leve dolor de cabeza. Las piernas le dolían y cada respiración era dolorosa. Pero Tengel no esperó. Llegaron al límite del bosque de abedules. Ahora tendrían que continuar a través del campo abierto, donde serían claramente visibles. El crepúsculo veraniego no tenía la oscuridad suficiente para esconderlos de ojos vigilantes.
Y allí, en el claro del bosque, Silje colapsó. Abrumada por las náuseas, desapareció detrás de un roca grande donde vomitó sin control. El calambre en su estómago era más intenso de lo que podía soportar.
Luego, enderezó la espalda, limpió el sudor en su rostro, inhaló hondo un par de veces y avanzó tambaleante.
Tengel se aproximó a ella.
—Amor — dijo él con dulzura—, ¿hay algo que hayas olvidado contarme?
Silje sentía que sus piernas eran de gelatina y no fue capaz de dar otro paso.
—Sí —lloró ella.
Tengel rodeó a Silje con un brazo y la ayudó a llegar al lugar donde el caballo esperaba.
—Pequeña boba —dijo él con ternura—, ¿y no te atreviste a decirme nada?
—No —respondió ella, limpiando su nariz—. No estamos de acuerdo al respecto.
—Es verdad, no lo estamos. Pero no pensemos en eso ahora. No me temas, cariño. Necesitas ayuda.
—Caminabas muy rápido —sollozó ella—. No podía seguirte el ritmo.
—No lo noté. Estabas detrás de mí y estaba tan preocupado por los niños que no presté atención. Discúlpame, amor mío. ¡Sol y Dag! Bajad del caballo. Mamá necesita descansar.
Comenzaron a andar de nuevo, pero su avance fue mucho más lento porque los niños debían caminar. Silje se sentía culpable, pero apenas tenía fuerzas para sujetarse al caballo. Liv estaba montada detrás de ella, aferrada a su falda con sus manitas.
Miró a los otros. Los niños y Tengel vestían túnicas y capuchas que cubrían sus hombros. Habían bajado las capuchas porque comenzaban a tener calor debido a la caminata veloz cuesta arriba. Los niños lucían lúgubres y Silje se preguntó cuánto comprendían de la situación. El gato siseó furioso dentro de la bolsa, lo cual solo hizo que Sol la aferrara con más fuerza.
Silje no pudo evitar mirar por encima del hombro.
—Pueden vernos, Tengel. Nosotros podemos ver el valle entero.
—Hay demasiado humo allí.
—Pero ¿y si uno de ellos ha subido por encima del humo a buscarnos?
—Solo continúa avanzando. —Fue todo lo que Tengel dijo.
Pero se detuvo abruptamente. Silje se dio la vuelta para ver que hacía él y quedó asombrada. Tengel estaba de pie al borde del precipicio, mirando al valle debajo, con ambos brazos extendidos frente a él, las palmas hacia adelante, como si intentara bloquear a alguien.
Parecía rodearlo una autoridad extraña, un aire majestuoso.
Silje rara vez lo había visto hacer uso de los poderes que decían que él poseía, pero comprendió que eso era lo que hacía y verlo le causó escalofríos.
Luego, para su horror, Sol se aproximó a Tengel, lo miró un instante e hizo lo mismo que él.
Silje temía interrumpirlos, ni siquiera se atrevía a moverse. Dag y Liv también los miraban asombrados. Nadie podía negar que Tengel y Sol, de pie allí, erguidos y dominantes, con su extraño poder interior, le imponían algo poderoso, pero indefinible a su entorno.
Luego, Tengel bajó los brazos y exhaló bruscamente. Sol hizo lo mismo. Luego ambos regresaron junto a los otros para continuar su camino.
—¿Qué estabais haciendo? —preguntó en voz baja Silje después de un rato—. ¿Nos hicisteis invisibles para ellos?
Tengel sonrió con diversión, pero tenía la mirada seria.
—Nadie puede hacer eso. Fue algo menos drástico. Los… he obligado a apartar sus pensamientos de nosotros para que no alcen la vista.
Aquello era difícil de concebir.
—¿Cómo telepatía?
—En cierto modo. O hipnosis. Dirigí sus mentes… algo así.
—¿Crees que funcionó?
—No lo sé. —Tengel río con cierta incomodidad—. No conozco mi poder; solo hice mi mayor esfuerzo.
—¿Sol sabía lo que hacía?
Tengel también se estremeció.
—Estoy seguro de que sí. Había una conexión muy fuerte entre los dos, hecha de compasión y cooperación. Esa niña, Silje… Tengo miedo.
La respuesta de Silje fue lenta y firme.
—Lleva un bolso grande oculto entre el equipaje.
—Lo sé. Hanna se lo dio.
—¿Le vas a permitir conservarlo?
—¿Tú sí?
—Es algo que tú debes decidir. ¿Crees lo mismo que yo? Has pensado alguna vez si es de Hanna todo lo que… ¿cómo debería llamarlo? ¿Si Sol comparte la herencia de Hanna?
—Estoy seguro. Noté hace mucho tiempo que Hanna había escogido a Sol como su sucesora. Una vez, hace muchos años, intentó que yo fuera su sucesor, pero me negué. Me ha odiado desde entonces. Sol fue la respuesta a sus deseos y sin duda hay cosas valiosas en ese bolso. Ungüentos y recetas que de otro modo hubieran sido olvidados y que no deben abandonar la protección de la familia. Hanna probablemente se ha mantenido con vida el tiempo suficiente para encontrar a quien legárselos. Así que aún no le quitaré el bolso a Sol.
—Tienes razón. ¡Rápido, niños!
Comenzaron a caminar más rápido. Estaba más oscuro, pero nunca oscurecía del todo, lo cual agradecían porque ahora ya casi habían llegado al desfiladero.
—¿Crees que podremos atravesarlo con el caballo? —preguntó Silje. Su voz la traicionó y expuso una nota de duda mientras observaba la montaña amenazante sobre ellos en la fisura que debían cruzar.
—Debemos intentarlo. Si no, tendremos que dejarlo aquí.
—¿Aquí? ¿Solo en un valle desierto sin salida? ¡Claro que no!
—No me refería a eso, Silje.
Ella lo miró, agresiva y desafiante. Sabía perfectamente bien a qué se refería.
—El caballo tendrá que pasar —dijo ella, tensa—. Lo necesitamos, ¿no?
—Sin duda.
—Y él nos necesita.
Tengel apartó la vista, ocultando el rastro de sonrisa ante su determinación, que hacía que las mejillas de Silje se tiñeran de un rosado rojizo. Ella lucharía hasta la muerte por su caballo de ser necesario. Él lo sabía.
Una vez más, el gran afecto que Tengel sentía por su joven esposa lo abrumó tanto que sus ojos se llenaron de lágrimas. Luego, parpadeó rápido y limpió las gotas en su rostro.
Paso a paso, avanzaron con dificultad sobre las rocas puntiagudas e irregulares. Intentaron avanzar, quedaron atascados y se vieron obligados a probar otro camino. El caballo sin duda era su mayor problema, pero ahora todos tenían muy claro que iba a ir con ellos.
Luego, llegó el momento inevitable en el que se detuvieron y miraron melancólicos el valle desierto del Pueblo del Hielo.
Apenas podían verlo ya. Sabían que su hogar estaba en alguna parte bajo la espesa manta de humo que cubría el valle. Era un hogar y un valle al que nunca regresarían.
Permanecieron en silencio un largo tiempo. Dag lloraba, pero intentaba ocultarlo porque no quería demostrar cuánto comprendía de la situación. Tengel lo abrazó.
—Echaré de menos el valle —sollozó Silje—. Nuestra familia fue feliz allí.
—Sí.
—Es mejor no guardarle resentimiento a los niños que molestaban a los nuestros. Cuando no tienes nada de lo que estar orgulloso, necesitas un chivo expiatorio para sacar tu furia. Los descendientes de Tengel, el Maligno, son una opción obvia.
—Tienes razón, Silje.
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