—Dios mío —susurró Tengel.
—Es la casa del guardia —dijo Silje—. Debemos ayudarlos.
—No —respondió Tengel. Estaba bastante pálido—. No es solo esa casa; la de Hanna también está en llamas. Y la granja de los Bratten… ¡Silje! —exclamó Tengel desesperado—. No sobreviviremos a esto. Es demasiado tarde.
—Oh, no —gimió Silje—. ¿Crees que Heming ha hecho esto?
—Sí. Lo han capturado de nuevo y nos ha traicionado para salvar su pellejo cobarde. Estaba destinado a buscar venganza desde que lo castigué con tanta violencia cuando te puso las manos encima. Debería haber escuchado mi instinto. Debería haberos escuchado a ti y a Hanna. Ella tenía razón. Soy un idiota. Oh, Dios, ¿qué haremos?
—La casa de Hanna —lloró Sol—. La casa de Hanna está en llamas. Debo ir.
Tengel tuvo que usar la fuerza para retenerla. Ella lo mordió, pero aquel no era el momento de enfadarse con él.
—Vimos muchos hombres en la puerta de hielo —comentó Dag—, y todos tenían sombreros brillantes.
Cascos de soldados. Finalmente, la mente de Tengel comenzaba a comprender lo que ocurría.
—¡Rápido! ¡Debemos irnos de aquí y escondernos! Todos saben que somos descendientes de Tengel, el Maligno. Al menos nuestra cabaña está en la cima de valle, así que irán allí al final.
—¿En qué dirección debemos ir? —preguntó Silje desesperada.
—Hacia el bosque. No hay otra opción. Pero ¿cuánto tiempo podremos ocultarnos allí?
—¿Y qué hay del paso montañoso?
Tengel se detuvo a pensar un instante.
—¿Salir a través de las montañas? Es casi imposible, pero tenemos que intentarlo. El bosque nos esconderá durante la primera parte del viaje. Prepararé el caballo. Tomad solo las cosas más importantes. ¡Llevad lo mínimo que podáis! Tendremos que pasar la noche al raso, así que trae las pieles y las mantas. Niños, debéis ayudar a vuestra madre.
Sol entendió que estaban en peligro así que no corrió hacia casa de Hanna. Pero aún lloraba y miraba con impotencia y angustia hacia el hogar de la anciana, que estaba completamente engullido por el fuego.
Todos corrían por doquier, pero había cierto orden en medio del caos. Le recordó a Silje cuando tiempo atrás huyeron de la granja de Benedikt. Pero ahora, la situación era mucho más desesperante.
—¡Mi gato! —gritó Sol—. ¿Alguien ha visto a mi gato?
Silje, quien también amaba los animales, comprendía la ansiedad de la niña.
—Busca en el granero y luego mételo en este saco.
Sol tomó la bolsa de manos de Silje y salió a toda prisa.
—Tenemos que avisar a nuestros vecinos —dijo Silje mientras se acercaba a Tengel con más cosas.
—No tenemos tiempo de hacerlo.
—¿Y su ganado?
—Los soldados se lo llevarán. El ganado es demasiado valioso para dejarlo abandonado. No, ¡esa muñeca es demasiado grande!
—¡No podemos irnos sin la muñeca de Liv!
Tengel había tallado la muñeca en madera y Silje le había cosido vestidos. Liv la adoraba.
—Tienes razón. ¿Ese era el último paquete?
—Eso creo. Debemos irnos… ¡de inmediato!
Llevaba el diario… y las prendas de Dag. Y el regalo de bodas.
—Eres tan sentimental con las cosas, Silje, y te adoro por eso. Pero has olvidado la vidriera.
—¡No podemos llevárnoslo también!
—Debemos hacerlo —dijo Tengel rápido—. ¡Sube a los niños al caballo!
Silje alzó a los dos pequeños sobre el caballo. Pensó que no era la única que se encariñaba con objetos inútiles. ¿Cómo rayos había pensado él que llevarían la vidriera de la ventana?
—Sol, Sol, ¿dónde estás? ¡Apresúrate, por Dios!
Sol apareció desde el granero.
—No encuentro al gato —dijo ella llorando mientras Tengel aparecía y amarraba la vidriera junto al resto del equipaje.
—¿El gato? Estaba cazando ratones detrás de la alacena hace un instante —respondió Tengel.
Sol corrió hacia la alacena y justo cuando todos estuvieron listos para partir, regresó alzando el saco con orgullo. La cola negra del felino se sacudía furiosa a través de la abertura del saco para demostrar cuán insensibles eran los humanos al haber interrumpido aquella gran cacería de ratones.
—Gracias al cielo lo encontró —suspiró Silje. Abandonaron la granja y pronto quedaron ocultos bajo el bosque de abedules.
—No hemos traído demasiada comida —le dijo Silje a Tengel, preocupada—. Grimar se comió todas las moras árticas y casi toda la comida que quedaba en la casa. Pensaba amasar pan mañana.
—No podemos hacer nada al respecto. De todos modos, supongo que tenemos un poco de comida, ¿no?
—Sí, pero no durará mucho.
El Valle del Pueblo del Hielo se estaba cubriendo de humo espeso. Detrás de ellos, el humo brotaba de varias granjas y podían oír los gritos de pánico.
Silje estaba aterrada por sus hijos y llena de compasión por los que acababan de dejar atrás. Tuvo que correr para seguirle el paso a Tengel, quien iba guiando al caballo. Tengel daba pasos muy amplios. Los tres niños se aferraban al lomo del animal. A Silje le costaba respirar y cargaba con muchas cosas. Había objetos que no podían colocar sobre el caballo, por no mencionar las cosas que tuvieron que abandonar.
Ella quería gritar que esperaran. Que ya no podía seguir. También tenía que pensar en su hijo nonato. Pero no dijo nada. Sabía que cada segundo era invaluable.
No podía pensar en una situación peor que en la que estaban en ese instante, corriendo arriba y abajo por las colinas con la amenaza de la muerte cerca, guiados por puro pánico, luchando por tener la fuerza de huir… sin ser capaz de hacerlo.
Por fin, Tengel notó que Silje se quedaba atrás así que se detuvo. Había un claro en el bosque y Silje apoyó el peso en Tengel mientras intentaba recobrar el aliento. Las piernas de la chica estaban a punto de ceder.
Ahora todas las granjas estaban en llamas, incluso la del líder, la que tenía aquellas tallas hermosas.
Y también… la suya. El hogar de la infancia de Tengel.
—Oh, Tengel —gimoteó ella.
—Debemos continuar avanzando —dijo él—. Rápido.
—¿Crees que nos estén siguiendo?
—Aún no, pero nunca se sabe. Continuemos.
Silje no pudo descansar demasiado. Tengel solo esperó hasta cuando ella lo alcanzó y luego prosiguió.
***
El sendero cuesta arriba era una pesadilla. Cada tanto, Silje miraba abajo, hacia la aldea . Y de pronto, vio algo que le erizó el vello de la nuca.
—¡Tengel! —gritó ella—. ¡Mira!
Él se detuvo y murmuró algo. Avanzando hacia ellos, desde su propia granja, un grupo de soldados perseguía a tres jóvenes de la aldea.
—Oh, pobrecitos —lloró Silje.
Silje corría a medias y tropezaba avanzando hacia Tengel y el caballo.
—No, no debes mirar hacia abajo —ordenó él mientras tomaba la mano de Silje y guiaba al caballo hacia adelante.
Un grito de angustia terrible llegó a sus oídos. Silje no quería volverse, pero entendió que la huida de los jóvenes había sido en vano.
Tengel miró por encima del hombro.
—Los soldados se han detenido a conversar. Si guardamos absoluto silencio, no nos verán aquí arriba.
Estar de pie sin poder huir, aun con los soldados a una distancia prudente, era casi insoportable. Silje miró hacia abajo, entre los abedules, mientras le dolían los pulmones. La fatiga le nublaba la vista. Vio soldados por todas partes, entre las casas. Una pequeña hilera de vacas se dirigía hacia el túnel de hielo, pero no vio rastros de ni un alma de la aldea.
Silje se estremeció.
—No sé qué pasó con los soldados que estaban detrás de nosotros —dijo Tengel incómodo—. O están subiendo la colina o han tomado otro rumbo. Debemos avanzar lo más rápido posible.
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