La exposición fue concreta, básica, lógica:
“Tengo un poco de bronca. Me venían agarrando, yo intenté sacarlo para poder seguir y el árbitro interpretó que quise pegarle. No sé… Me echó. Lo que yo quería era sacármelo para seguir adelante. Ya está”.
También había viajado Cristina Cubero, periodista del diario Mundo Deportivo , de Barcelona: “Lo había conocido el año anterior, en la pretemporada del Barça en China. Ronaldinho me dijo ‘ese será mejor que yo’. Estaba embarazada y tenía a tope el instinto maternal. Enseguida vi a ese chico que hablaba muy poco y me interesó saber quién era, qué pensaba. Le prometí que cuando debutara en su selección, allí estaría”.
Así fue. Y lo entrevistó en los días previos: “Me contó que Maradona era muy importante para los chicos argentinos de su edad. Que si iban a la casa de conocidos de sus padres, él y los otros niños se quedaban viendo goles de Maradona. Me habló del río de su ciudad, un río turbio. Y le pregunté por qué era tan callado pese a que los argentinos son tan famosos por hablar mucho. Respondió que a él le gustaba más escuchar que hablar, que así podía formar su opinión”.
Cubero también habló con él después del partido. Lo vio en el hotel, llorando todavía, “abrumado. Me decía ‘no puede ser, jugué solo un minuto y medio. No me van a convocar más’. Y yo atiné a recordarle cómo había sido su primer gol oficial en el Barcelona, tres meses previos a su partido con el seleccionado: se lo hizo al Albacete, a pase de Ronaldinho y por arriba del arquero, exactamente igual que uno que le habían anulado equivocadamente minutos antes. ‘Verás que también aquí tendrás otra oportunidad’”.
Luego, Messi hablaría en el aeropuerto de Barcelona, a su regreso. “Lo pasé, me venía agarrando y yo quería soltarme para seguir. El árbitro creyó que le había tirado un codazo. –Y terminó el relato sin entender todavía la expulsión–: Pasó lo que pasó”. Solo el tiempo y las siguientes convocatorias fueron sacándole el temor de no volver a jugar donde había soñado hacerlo. En ese momento no podía ocurrírsele, por ejemplo, que llegaría a ser el máximo goleador de la historia de la selección argentina.
Matthäus volvería a verlo en distintos ámbitos, tales como entregas de premios y alguna ceremonia de la FIFA: “Nos encontramos varias veces. Cada encuentro se caracterizó por un gran respeto mutuo. De aquel partido nunca hablamos. A mí me sigue sorprendiendo que lleve un período tan largo en tan buen nivel de juego. Es genial, uno de los mejores cinco futbolistas de la eternidad”.
Distinto fue lo de Vilmos Vanczák. Su trayectoria no le permitió enfrentar nuevamente a Messi. Argentina y Hungría no volvieron a cruzarse, y solo podría haberse medido en un partido de Champions, pero no tuvo la suerte de disputarla en los clubes donde jugó: el Újpest, de Hungría; el Sint-Truiden, de Bélgica; nueve años en el Sion, de Suiza y dos en el Puskás Akadémia. “Desafortunadamente no volví a verlo. Quizás él hoy no recuerde lo que sucedió”, cree Vilmos. O quiere creer.
Obviamente, Messi tiene presente la jugada. No la olvidará. Durante más de trece años esa expulsión fue la única de su carrera. “Me permitiría una broma si pudiera hablar con él: fui el primero que logró que le sacaran una roja”, se anima el húngaro. El final también es suyo: “Estoy contento de estar en su historia. En algún punto para mí es un orgullo”.
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