Ariel Senosiain - Messi. El genio incompleto

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¿Por qué Messi, el mejor jugador de la historia, no logró ganar ningún título con la selección mayor argentina?
En este libro están las respuestas. El experimentado periodista Ariel Senosiain hizo 68 entrevistas y consiguió lo que nadie pudo: que hablasen hasta el padre del propio Messi, el DT Alejandro Sabella y el ex presidente de la FIFA Joseph Blatter. La recreación vívida de las jugadas clave son un regalo para los amantes del fútbol y el agudo análisis conquista a todos los lectores. Una lectura atrapante. Un relato épico.

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Meléndez fue a la carga. García asegura que ni siquiera pudieron insistirle: “No pasó de una charla con Ginés. Quedó zanjado ahí mismo. Leo no cambia de opinión”. Y descarta una de las primeras leyendas: “Nooo, hombre... ¡De ninguna manera le ofrecimos dinero! Las decisiones de corazón no se compran”.

El Mundial sub 17 en Finlandia se jugó en agosto de 2003; entre noviembre y diciembre, se desarrolló el Mundial sub 20 en Emiratos Árabes Unidos. Los españoles parecían tener más ganas que los argentinos de que Messi jugara para Argentina. Sigue Souto: “Siempre estábamos con los españoles. Cuando estábamos en Emiratos, salimos a caminar con el delegado del Valencia, que le preguntó a Tocalli por qué no habíamos llevado a ese chaval que era mejor que todos los que teníamos. De vuelta al hotel Hugo no paraba de insultarse: ‘¡Soy un boludo! Y nadie me ayuda, ¿cómo puede ser que tengan que avivarme de afuera?’”. Ya eran demasiados indicios. Suficientes como para activar el plan.

El 30 de marzo de 2004, en el Monumental, antes del 1-0 de la selección mayor a Ecuador por las Eliminatorias, se dio el siguiente diálogo entre Tocalli y Julio Humberto Grondona:

–Hay un fenómeno en España. Tenemos que pagarle el pasaje y traerlo a jugar.

–Me contó algo Villar. ¿Qué querés hacer?

–Dos amistosos. Lo hacemos jugar y lo blindamos.

–Organizalos. Yo después me encargo del trámite en la FIFA.

En esa época, bastaba un partido oficial en una selección juvenil para que ese futbolista luego no pudiera actuar en la mayor de otra asociación. Pero rastrear a este jugador en particular no parecía sencillo: nadie en la AFA había tenido contacto con él. Nadie lo había visto.

Tocalli le dio una directiva a Omar Souto: “Ubicá a Leo Messi”. Tiempos artesanales, el camino fue de esos que se valoran a la distancia. Tuvo el sabor de la dificultad. Souto recuerda la cronología: “Me fui del predio de Ezeiza a un locutorio de Monte Grande. Pedí una guía telefónica de Rosario, solo sabíamos que era rosarino. Arranqué la página donde estaban los números de los Messi, hice una llamada cualquiera a mi casa para justificar que había entrado y volví al predio a rastrearlo. A la primera cercana que ubiqué fue a la abuela. La abuela de Lionel me pasó el contacto del tío. El tío, el del padre. Llamé al padre, me presenté y le dije que queríamos contar con su hijo, con el detalle de que le erré al nombre: siempre había escuchado que Leo es el apodo de los Leonardo”.

No era común que la AFA pagara un viaje de un juvenil desde el exterior. La excusa serían dos partidos, uno contra Paraguay en Buenos Aires, el martes 29 de junio, y otro contra Uruguay en Colonia, cuatro días después. Messi se sumó a los compañeros el viernes 25, un día después de su cumpleaños número 17; viajó a Rosario para pasar el fin de semana y se reintegró el lunes 28. “Tocalli nos dijo que íbamos a jugar un par de partidos por Leo. En realidad, hoy es Leo para todos, pero en ese momento sabíamos muy poco de él. La primera impresión de las prácticas es que la tenía atada”, recuerda Pablo Zabaleta, uno de los que armarían relación con Leo con el paso de los años. “Tenía cara de asustado en los primeros entrenamientos”, asegura Souto. “Sabíamos que se iba a sumar uno del Barcelona, pero no más que eso”, agrega Pablo Alvarado, integrante del plantel. “Me acuerdo que en una práctica me tiró un caño de taco que nunca había visto”, suma Federico Almerares, que como centrodelantero lo disfrutaría de cerca.

Luis Segura, entonces presidente de Argentinos y cercano al núcleo de la AFA, reconoce que “no lo podíamos decir en ese momento, pero la única razón del amistoso era asegurarnos a Messi. Ojo, nadie imaginaba lo que iba a ser ese pibe”. Los rivales ya habían sido invitados y si la certificación del rótulo de partidos oficiales en la FIFA sería un hecho, el escenario no podía ser un problema: “Apenas Julio (Grondona) sacó el tema, yo propuse jugarlo en nuestra cancha. La habíamos reinaugurado hacía poco. Para el club resultó una jornada especial: fue el primer partido de la historia que una selección argentina disputó en Juan Agustín García y Boyacá”.

El 26 de diciembre de 2003, se había jugado algo similar a un partido de un seleccionado juvenil en la cancha de Argentinos: el sub 20 había enfrentado a un combinado de figuras históricas del club en la reinauguración del estadio. No sería el último acto de esos tiempos. El 10 de agosto de 2004, año del centenario, un amistoso contra River sirvió para ponerle al estadio el nombre de Diego Armando Maradona, cuarenta y dos días antes de que debutara allí quien cargaría con el peso de ese apellido.

El Argentina-Paraguay se jugó con varios detalles. Las entradas populares costaron 5 pesos; las plateas, 10. Las estimaciones de público oscilan entre los 200 y 500 espectadores, no más. La tribuna de la calle Boyacá estaba vacía; simplemente se veían, aprovechando la ubicación frente a las cámaras, banderas que decían: “Fuerza Kirchner, fuera el FMI”. Corría junio de 2004: la historia sin fin.

“Nos cagamos de frío esa noche”, es el primer recuerdo de Souto. El compromiso no invitaba: jornada hábil, noche invernal, pronóstico de lluvia. Encima, podía verse en vivo por TyC Sports. Los periodistas de la transmisión sabían que el partido podría llegar a tener un atractivo. “Nos enteramos pocos días antes de que teníamos que hacer la transmisión. Y sabíamos que venía especialmente un pibe que decían que era un fenómeno. Pero si alguien recuerda hoy el partido es solo por lo que vino después”, cuenta el periodista Héctor Gallo, que aquella noche, un par de metros dentro del campo de juego, antes del encuentro daba un par de líneas sobre los titulares para luego decir: “Hay una presentación en el banco de suplentes. Va a jugar unos minutos en el segundo tiempo. Lionel Messi, un chico rosarino que a los 12 años ya fue presentado en el Barcelona, que va a hacer la pretemporada con el equipo catalán y que tiene una cláusula de rescisión de contrato a los 17 años, atención, de 15 millones de euros”.

Los jugadores paraguayos también supieron del partido con poca antelación. El arquero titular era Antony Silva, que una década y media después llegaría a Huracán: “Fue todo repentino. Armaron nuestro equipo de apuro; incluso algunos de nosotros ya no éramos de la categoría, habíamos jugado el Mundial sub 20 anterior. Sabíamos que había un chico que tenía la posibilidad de jugar para España y que supuestamente era un fenómeno. Y sí, ya ese día fue un fenómeno”. Igual sucedió con el árbitro del partido, Gabriel Brazenas: “Me llamaron el día anterior. Me explicaron por qué se jugaba. Menos mal que tenía las famosas planillas FIFA en mi casa... Si de algo me lamento es de no haberles sacado una foto”.

Mario Quinteros, fotógrafo de Clarín , le contó al periodista Andrés Eliceche para la revista Anfibia que llegó a la cancha con el encargo claro: “No importa el partido, importa Messi”. Los fotógrafos no suelen tener problemas en pasar por situaciones que a la mayoría le generaría incomodidad. “¿Quién es Messi?”, preguntó Quinteros cerca del banco de suplentes. “Soy yo”, le respondió la razón del partido.

La foto nunca salió: en el diario Clarín del 30 de junio, no había lugar para ninguna imagen en el recuadro menor destinado al partido. El día anterior, el anuncio del encuentro requería la ayuda de una lupa: ocupaba menos de cuatro líneas, junto a la fecha del partido que determinaría un ascenso a Primera C y a las incorporaciones de Los Andes.

El equipo juntaba promesas que serían realidad y otras que sufrirían la falta de certezas a futuro del fútbol. Nereo Champagne atajaría en San Lorenzo y en 2012 pasaría de Olimpo de Bahía Blanca al Leganés español. Pablo Zabaleta jugaría el Mundial 2014 y doce años en Inglaterra. Ezequiel Garay completaría apenas trece encuentros en la primera de Newell’s y quince temporadas en la élite del fútbol europeo. Ricardo Villalba, en ese momento en las inferiores de River, pasaría la mayor parte de su carrera en el ascenso. Lautaro Formica, que había conocido a Messi en las infantiles de Newell’s, pasaría por el fútbol griego y en 2019 ascendería a la B Nacional con Estudiantes de Río Cuarto. Juan Manuel Torres, que había debutado a los 17 en Racing, jugaría sus últimos años en ámbitos diversos: en Chaco For Ever en 2016 y en el Aktobe de Kazajistán en 2017. René Lima, elegante volante central zurdo, no encontraría lugar en River; en su derrotero internacional, en 2016 pasaría por Murciélagos de Sinaloa, México. Matías Abelairas superaría los 100 partidos en River y jugaría en ligas como la escocesa, la rumana y la chipriota. Pablo Barrientos ya había debutado en San Lorenzo, adonde volvería dos veces. A Ezequiel Lavezzi, que se convertiría en amigo de Messi, Estudiantes de Buenos Aires lo había transferido al Genoa italiano; sería titular en la final del Mundial 2014 de mayores. Pablo Vitti, después de prometer en Central, pasaría por doce clubes en diez años.

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