Lothar Matthäus aporta la voz disidente: “La roja estuvo justificada. Le pegó un codazo a uno de mis jugadores. Evidentemente quería empezar a mostrar sus condiciones, por lo que le vi la tristeza en los ojos cuando tuvo que irse de la cancha. Parecía decepcionado consigo mismo”.
Markus Merk, el otro villano de la historia, o el que debió desentrañar la trampa y no pudo hacerlo, había sido elegido por la Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol como el mejor árbitro del mundo en 2004. La controvertida expulsión a la figura naciente no le impediría repetir el logro en ese 2005.
Según escribió Luis Calvano en el diario Olé , Merk solo atinó a decir “ no comment ” cuando los periodistas lo abordaron a la salida del vestuario, interesados en saber qué había visto para expulsar al invitado de honor de la fiesta. El tiempo ubica, suaviza y permite el diálogo. Ahora, la insistencia sí trae frutos: Merk responde.
Dentista de profesión y con un pasado de diecinueve años de trayectoria como árbitro, vive en Otterbach, un municipio cercano a Kaiserslautern con menos de 5000 habitantes. Desde allí se refiere a la jugada que quedaría en la historia: “Aún hoy me siguen reclamando por esa acción. Todavía me conmueve haber dirigido aquel partido”.
En su caso, pide que el contacto se realice mediante correo electrónico. Y la respuesta sobre la famosa expulsión es digna de un experto en conceder y leer entrevistas, a juzgar por el detalle del final: “Creí que le había pegado, por supuesto. Él se apartó y tiró el golpe hacia atrás. En el campo interpreté que el golpe había sido mucho más violento. Pero no tuvo intención. Me engañó el jugador húngaro. Desafortunadamente, habría bastado con una tarjeta amarilla para Lionel Messi. Habría sido la mejor y más justa decisión. Yo habría sido más feliz y nadie se habría ofendido. Ciertamente fue un hito en la carrera de Lionel y su posterior desarrollo. ¡Pero no me invitará a su partido despedida! (Risas)”. Así redacta Merk, incluido el “risas”: para copiar (traducir en realidad) y pegar.
“Siempre traté de proteger a los artistas del fútbol –sigue Markus–. Los virtuosos como él tienen que ser personajes fuertes, calmos, que no entren en las provocaciones. Que no se contaminen con el intento de destrucción del juego. Fue interesante cómo, con el correr de los años, Lionel Messi se ganó cada vez más respeto de los rivales. Además, su habilidad y su ojo para diversas situaciones le permitieron evitar los duelos. Por todo eso no es común el juego sucio contra él. También por su personalidad. Ya en sus inicios era un jugador reservado, tanto con el árbitro, como con los rivales”.
Después de caminar sin saber adónde mirar, probablemente con mezcla de vergüenza y rabia, Messi enfiló hacia la salida. La cámara lo perdió cuando se le acercaron Sorin (“quería sacudirle la energía negativa; ‘esto no es nada’, le decía”) y Hugo Tocalli. Sí lo tomó primero consolado por el médico Donato Villani (“no llorés, no tenés nada por qué llorar”) y luego acompañado por el masajista Marcelo D’Andrea, conocido como Daddy.
D’Andrea llevaba cinco años trabajando en la mayor. Ya tenía buena relación con Leo y, con los años, ese vínculo quedaría sellado a fuego. “Siempre espero a los jugadores que se van expulsados. Es una manera de acompañarlos en la mala –dice y recuerda puntualmente ese momento–: Me surgió abrazarlo rumbo al pasillo. Le dije que se fuera con la frente alta. Entramos juntos en el vestuario, le pedí que se bañara y que se tranquilizara. Lo hizo, pero igualmente estaba caído. Muy caído. Tan chico de edad y de físico dentro de un plantel de jugadores de nombre, no podía entender lo que había pasado”.
A los 21 minutos 12 segundos de aquel segundo tiempo de un partido, cuyo resultado no se movería y tampoco importaría demasiado, Messi se perdió en el pasillo rumbo al vestuario. La imagen podría haber fundido a negro, aunque quedaba media hora de juego.
En el estadio estaba el portugués José Mourinho. El entrenador había llegado a la mañana desde Londres junto a Fernando Hidalgo, por entonces representante, entre otros, de Hernán Crespo. Mourinho quería ver justamente a Crespo, a quien empezaría a dirigir en el Chelsea inglés. El entrenador que luego dirigiría a Inter, Real Madrid y Manchester United ya había ganado una Champions, la de la temporada anterior con el Porto, pero Pekerman no lo reconoció o por lo menos no demostró registrarlo en el saludo. Hidalgo cuenta que “a los dos nos pareció una boludez la expulsión. Sabíamos que era un pibe que prometía mucho y que la selección argentina usaría ese amistoso para hacerlo jugar. Igualmente Mourinho no lo conocía demasiado”. Ya tendría tiempo para estudiarlo.
Trece años después, Messi recordaría en TyC Sports: “No lo podía creer cuando me expulsaron. Llegué al vestuario y me puse a llorar. Vinieron varios a consolarme: Ayala, Sorin, Maxi, Crespo. Pero yo no podía más”.
“Lo que lloraba en el vestuario ese chico...”, recuerda Tocalli. “Lo arropamos. Tenía una tremenda culpa”, acota Zabaleta. “En ese momento, además de la vergüenza, tenía miedo de lo que pudiera pensar el técnico. Me salió decirle muy convencido que la bronca no se la iba a sacar nadie, pero que iba a jugar en la selección hasta cuando se cansara”, imaginó Sorin. “Estaba muy caído. Le decíamos que se quedara tranquilo. Que todo iba a quedar en una anécdota”, coincide Crespo. “Tengo la imagen de cómo trataba de consolarlo Ayala. El Ratón, una eminencia”, elogia Bernardi al capitán de aquel equipo. Pero a Ayala lo perjudica su memoria: “Son muy pocos los partidos que recuerdo bien. De hecho, en la concentración de la Copa América 2019, una noche Scaloni empezó a hablarme de ese día y le dije que yo no había jugado, que lo había visto por televisión. Perdí la cena que me apostó”.
La familia Messi no había viajado a Hungría. Era uno de los primeros partidos que Jorge, su padre, no vivía en persona. Antes lo había acompañado en el viaje a Barcelona para probarse, se quedó solo con él cuando la hermana de Leo no quiso quedarse en la nueva ciudad (los otros dos hermanos y la madre también regresaron a Rosario) y estuvo en Holanda para verlo destacarse plenamente en el Mundial sub 20. No solo eso, también era quien lo activaba en sus distracciones durante sus partidos en la adolescencia. Pero ya habrá tiempo para recordar esos momentos. Ahora la narración sigue remitiendo a lo que sucedió en Budapest, a casi 12.000 kilómetros de donde Jorge miraba todo por televisión.
“Hablé cuando terminó el partido. Estaba angustiado. ¿La verdad? Estaba hecho mierda. Creía que era culpa suya, no había manera de levantarlo. Y menos a la distancia”, recuerda quien caminaría toda su carrera a la par, también en la representación.
Messi se quedó con un récord negativo que tenía Cristian González. El 8 de noviembre de 1995, en un 1-0 de Brasil en el Monumental, el Kily fue expulsado en su debut en el seleccionado por una infracción que cometió 3 minutos después de su ingreso. González conoció a Messi en octubre de ese año y le contó lo vivido: “Le dije que la historia es larga. Que tendría tiempo. Que si yo llevaba diez años en la selección, él podría hacer lo mismo. Me quedé corto... Y también lo chicaneé: lo había visto con la camiseta 18 y es la que usaba yo. ‘¿Me querés borrar?’, le pregunté”.
Víctor Tujschinaider, de TyC Sports, fue uno de los pocos periodistas argentinos enviados a Budapest. En el estadio no pudo entrevistar a Messi porque lo vio “desolado”. Sí lo hizo en el hotel donde la delegación estaba alojada, no sin antes hacerle entender que no pretendía acorralarlo con preguntas, sino darle la oportunidad para que contara su versión: “Le prometí que simplemente le ponía el micrófono. Que él dijera lo que sentía, que se descargara”.
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