Pekerman dejó en el banco a la promesa y dispuso este equipo titular para enfrentar a Hungría: Leonardo Franco; Lionel Scaloni, Roberto Ayala, Gabriel Heinze, Sorin; Luis González, Bernardi, Maxi Rodríguez; Andrés D’Alessandro; Lisandro López y Crespo .
Hungría era un rival de tercer orden. Un mes después, perdería un partido clave como local ante Suecia y terminaría en cuarto lugar en su grupo de las Eliminatorias para Alemania 2006, con lo que se perdería el quinto mundial consecutivo. Su técnico era Lothar Matthäus, el histórico futbolista alemán que suma su testimonio gracias a su agente de prensa: “Sabía que en el banco de Argentina esperaría un jugador joven y especial. Me habían hablado de un niño prodigio”.
El árbitro fue el alemán Markus Merk, que también sabía lo que sucedía:
“Cualquier persona interesada en el fútbol estaba al tanto de la joya sentada en el banco y que podría ser su debut internacional. Es cierto que no podía aventurar todo lo que vendría después”.
En la soleada tarde en Budapest, Argentina tuvo la iniciativa, aunque necesitó de un par de pelotas aéreas para convertir. A los 18 minutos, llegó un centro preciso de Sorin, que aprovechó Rodríguez con su histórica capacidad para ubicarse en el lugar clave. Maxi ya se destacaba por su intuición, su permanente atención mientras se desarrolla la jugada y su vocación goleadora para imponerse incluso con dos centrodelanteros en el área, Lisandro López y Crespo.
Sin embargo, a la media hora de juego, en un ataque húngaro sin atinadas coberturas defensivas en el seleccionado de Pekerman, Roberto Ayala persiguió al delantero en vez de frenarse y dejarlo adelantado. El punta de 1,85 m, Sándor Torghelle, que en esa época jugaba por única temporada de su carrera en el fútbol inglés (en el Crystal Palace), empató parcialmente.
La nueva ventaja sucedió recién a los 16 minutos del segundo tiempo. D’Alessandro envió un córner al punto penal y desde atrás irrumpió Gabriel Heinze. El cabezazo, seco, resultó inatajable para Gábor Király, conocido por atajar con pantalones grises del estilo de los joggings .
En la transmisión pareció que Pekerman dispuso el ingreso de Messi luego de ese segundo gol. En realidad, lo había llamado un par de minutos antes. De hecho, Leo no vio el cabezazo de Heinze porque, justo en ese momento, estaba pasando su camiseta por su cabeza. Pekerman le dio indicaciones por espacio de 40 segundos, luego se le acercó Tocalli durante otros 20 y, antes de que entrara, el técnico volvió a marcarle algo en 10 segundos; en total, un minuto y 10 segundos de recomendaciones, una proporción absurda para lo que sería su intervención en la cancha.
En Hungría no solo Matthäus tenía el dato de quién podría entrar: “Antes del encuentro todos hablaban especialmente de un joven entre ellos. Decían que era muy bueno, pero verdaderamente nosotros no lo conocíamos. Apenas entró, demostró su calidad. Enseguida entendí que se trataba de un gran talento. Claro, ese día no tuvo mucho tiempo para jugar”, anticipa Vilmos Vanczák.
A los 18 minutos 15 segundos de ese complemento, Messi ingresó por Lisandro López. Apenas había cumplido 18 años y llevaba la 18 en la espalda. Hugo Tocalli fue quien le dio un par de conceptos: “Siempre fuimos simples con José. Le dije simplemente que se fijara que desde la derecha podía enganchar, pero si tenía que moverse detrás del 9, que también lo hiciera”.
Con su ingreso se cerraba el círculo: todas las notas periodísticas durante la semana anterior habían apuntado a la coincidencia del rival. Diego Maradona también había debutado contra Hungría en la selección mayor. En su caso, con 16 años y 4 meses, y la camiseta número 19. Aquel 27 de febrero de 1977 en la Bombonera, la recomendación de César Luis Menotti fue similar a la de Tocalli: “Haga lo que sabe y muévase por toda la cancha”, le dijo antes de hacerlo entrar por Leopoldo Jacinto Luque con el partido 5-1 (así terminaría).
Desde el ingreso de Messi todo fue tan veloz como efímero en la tarde de Budapest. Leo saludó a Lisandro al entrar, recibió la palmada de Lucas Bernardi (“fue una forma de decirle que disfrutara, que jugara sin responsabilidad”) y se ubicó por la derecha. Listo para demostrar, enseguida se mostró.
“Toqué dos pelotas”, es el recuerdo actual de Messi. En realidad, fueron tres. Su primera participación, inmediata, fue un pase hacia atrás a Scaloni, que jugaba de lateral. Y enseguida quiso juntarse con D’Alessandro por adentro. Abierto y detrás del 9, las dos alternativas que le habían pedido. Antes de cumplirse los 19 minutos, Bernardi lo buscó en tres cuartos de cancha:
“Lo que más queríamos era verlo, que entrara en juego. Así como no sabíamos lo que podría venir con los años, tampoco podía imaginar que con ese pase quedaría en la historia”.
Sin un wing clásico a quien marcar, Vilmos Vanczák debía vigilar a Messi. Con la inercia de una defensa que achicaba hacia atrás, le había dejado espacio para recibir y Messi pudo girar. Pero antes de que llegara al cuarto paso en su aceleración, Vanczák lo sujetó de la camiseta. Sin querer otra cosa que seguir con la pelota, Messi tiró dos manotazos hacia atrás para desatarse del agarrón; el primero dio apenas en el pecho del defensor rival y el segundo, en el cuello. Vanczák simuló que había sido en la cara. Boca arriba en el suelo, se tocó el rostro y se miró la mano, como si se fijara si tenía sangre.
Después de casi una década y media, el villano de la historia evoca el momento: “Recibió el balón y me pasó muy rápido. Pensé que tenía que detenerlo y lo eché hacia atrás. Quiso escaparse y tiró un golpe. Honestamente, me tocó un poco, pero actué como si hubiese sido más fuerte. No era para roja”.
Sorin, Scaloni, Bernardi y Heinze no pudieron darle vuelta la decisión a Merk. Tampoco D’Alessandro, quien como jugaba en el Wolfsburgo sabía alemán, pudo decirle en su idioma que se estaba apurando y hasta le preguntó si quería ser figura. El resto no sabía cómo frenarlo.
“Lo primero que hice fue mirar al árbitro. Y lo vi ensimismado. Temí que quisiera figurar expulsando a una futura estrella mundial. Le hablamos en todos los idiomas posibles: inglés, español, lo que nos surgía. Lo rodeamos. Le decíamos que ni siquiera había reaccionado, simplemente había querido sacarse de encima el brazo del rival. Merk no quería ni dialogar. ‘Te vas a arrepentir’, le marcábamos. Y no hubo caso”, repasa Sorin como si fuera hoy. “No podíamos hacerle entender que era injusto y que estaba echando a un chico. Le dije cuatro o cinco palabras en inglés y otras barbaridades”, suma Bernardi.
A los 19 minutos 45 segundos de aquel complemento, apenas una vuelta y media del minutero después de su ingreso, el árbitro alemán amonestó a Vanczák y expulsó a Messi.
En la transmisión en vivo para la Argentina no llegó a escucharse el apellido de uno de los protagonistas:
–No le hizo nada –dijo sobre la repetición Alejandro Fabbri, desde los estudios de TyC Sports en la transmisión en vivo.
–Si hubo un golpe fue en el pecho… –agregó Walter Nelson. Y siguió–: No me digas que va a echar a los dos... Las patadas que le dieron a Maxi Rodríguez y ni amonestó... Los va a echar a Messi y al jugador húngaro, acordate. Están desesperados para hacerle entender que no lo puede echar, no se puede creer.
–¿Por esto echarlo?
–Si no es amarilla, es roja, seguro. No, amarilla, bueno... Amarilla para... Y roja para Messi, ¿viste? No se puede creer. La bronca que tiene...
La jugada adquirió importancia con el tiempo y la dimensión que tomó el expulsado. Para el periodismo húngaro fue una jugada más, sin sentido para analizarla después del partido. Y lo que no hicieron en su momento tampoco lo hicieron después: “En mi país no recuerdan la jugada. Pero en YouTube aparece enseguida con mi nombre. Varias veces me preguntaron si realmente soy yo”, cuenta Vanczák, que nunca había tenido que remitirse a ese momento. Hasta ahora: “Yo no era un jugador así. Te digo más, no quise simular para que a Messi lo echaran. Me preocupaba más que me sacaran una tarjeta a mí. Simulé para evitar la mía, no para provocar la de él”. Sí, la expulsión de Messi nació no solo de una simulación, inédita para quien fingió, sino también de una manera de esquivar el castigo propio.
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