Olivier Guez - El siglo de los dictadores

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Todos eran hombres. Fanáticos, ególatras, paranoicos, mitómanos…
A pesar de haber actuado en diferentes partes del mundo, tuvieron características comunes: arengaron a sus pueblos, inventaron celebraciones espectaculares y manipularon las propagandas y los medios de comunicación. El objetivo era depurar y someter al enemigo y, en nombre de la purificación, desataron la muerte.
Los capítulos de este libro analizan a los dictadores en el poder, aquellos que en sus orígenes no eran nada, pero se convirtieron en líderes carismáticos que ejercieron una violencia sin precedentes. Olivier Guez nos entrega un libro impactante que desnuda las maniobras políticas, las vidas personales y la imagen pública de los tiranos que gobernaron durante todo el siglo xx.

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2 El 26 de abril de 1915, Italia firmó con la Entente el Tratado de Londres, que contenía una lista de promesas territoriales como premio por su entrada en el conflicto.1 Un movimiento de vacilación del gobierno frente al Parlamento hostil a la guerra desencadenó una enorme crisis política, llamada del Radioso Maggio , durante la cual los grupos intervencionistas se manifestaron en las calles. Finalmente, el 24 de mayo, los italianos le declararon la guerra a Austria-Hungría. Mussolini partió hacia el frente en septiembre, en el cuerpo de los bersaglieri, combatió –como todos los futuros jerarcas de su régimen– y fue herido, y siguió escribiendo artículos incendiarios para Il Popolo d’Italia . Ahora, él también pertenecía a la Trincerocrazia , la aristocracia de las trincheras, nacida en la violencia de la guerra y que, por sus sacrificios, estaba llamada a tomar el mando al volver la paz. El año 1917 fue el de las rupturas: el de la derrota de Caporetto2 el 24 de octubre, que dio lugar a un llamado al pueblo para la defensa de la patria, y el de la Revolución Bolche­vi­que, que provocó la salida de Rusia del conflicto. Con ese acto, Lenin traicionó la causa sagrada de la guerra y sirvió a la victoria de los Im­perios centrales. “Una paz que asesina a la revolución: ¡esa es la obra maestra de Lenin!”, podía leerse en Il Popolo d’Italia . A partir de esa fecha, Mussolini se volvió un enemigo acérrimo del bolchevismo. El 24 de octubre de 1917, un ataque austro-alemán perforó el frente italiano, provocando la derrota del 2º ejército y un repliegue hasta el Piave, con un saldo de 30.000 muertos y 275.000 prisioneros.

3Este término designaba en su origen al emblema de la autoridad de los magistrados en la antigua Roma y luego fue tomado por algunos grupos revolucionarios italianos en el siglo XIX.

4El poeta marchó con sus hombres sobre la ciudad de Fiume, que los Aliados se negaban a entregarle a Italia, y creó allí un Estado independiente. La aventura terminó en diciembre de 1920, tras una intervención del ejército italiano.

5Ese nombre recordaba a la policía política creada en 1917 por el poder bolchevique para perseguir a sus enemigos.

6Este término, proveniente del latín Dux , utilizado para designar a un jefe de guerra, adquirió el significado de guía en la izquierda revolucionaria italiana del siglo XIX.

7Su nombre era Organizzazione per la Vigilanza e la Repressione dell’Antifascismo, y fue creada en 1927.

8Los ideales del fascismo de 1919 convertidos en mitos entre los más radicalizados, que estaban libres de todo compromiso con los conservadores.

9El giro antisemita fue anunciado en julio de 1938 y tomó cuerpo con las leyes de septiembre de 1938, que excluían a los judíos de la sociedad italiana.

10Dino Grandi fue ministro de Relaciones Exteriores de 1929 a 1932, embajador en Londres hasta 1939, y luego ministro de Justicia y presidente de la Cámara de Fasci y Corporaciones, y se mantuvo muy cerca de la Corona.

3

Stalin, el “Lenin de hoy”, o cómo Stalin se convirtió en Stalin

Nicolas Werth

“Stalin concentró un poder ilimitado”, y no era seguro “que pudiera ejercerlo con bastante circunspección […]”. “Stalin es demasiado brutal, y ese defecto, perfectamente tolerable en nuestro medio, ya no lo es en las funciones de secretario general. Les propongo entonces a los camaradas estudiar una manera de remover a Stalin de ese puesto”.

Lenin dictó estos breves comentarios asesinos el 23 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923, pocas semanas antes del ataque cerebral que lo apartaría definitivamente de la vida política. Estas notas (que junto con otras páginas dedicadas a los principales líderes comunistas –Trotski, Bujarin, Zinóviev, Kámenev y Piatakov– fueron denominadas en forma impropia el “testamento de Lenin”) fueron guardadas bajo siete llaves hasta el discurso secreto de Jruschov en el XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956. ¿Se puede llegar a decir que realmente eran secretas? En realidad, les habían sido comunicadas a algunos pocos dirigentes del Partido en el XIII Congreso del Partido, que se llevó a cabo en mayo de 1924, pocos meses después del fallecimiento de Lenin (el 21 de enero anterior): en cuanto a los colegas de Stalin en el Politburó, la instancia más alta del Partido, habían sido puestos al corriente mucho antes. También fueron publicadas en Occidente en 1925, gracias a dos comunistas antiestalinistas, Boris Suvarin, dirigente comunista francés, y Max Eastman, periodista socialista norteamericano, que había conseguido el “testamento de Lenin” durante un viaje que ha­bía efectuado a la Unión Soviética en 1924. Cuando se publicaron estas notas en Occidente, Stalin consiguió, bajo amenaza, que Trotski y Nadezhda Krúpskaya, la viuda de Lenin, escribieran en el Pravda que se trataba de una falsificación.

Pero Stalin debió abordar con un hándicap mayor las luchas de sucesión que se desarrollaron incluso antes de la muerte de Lenin. Un hándicap más grande que ese desprecio final del Maestro, que, por añadidura, había cortado toda relación personal con Stalin en los últimos días anteriores a su ataque cerebral, como consecuencia de una agresión verbal particularmente grosera de este último contra Nadezhda Krúpskaya.11

Este hándicap influiría en forma fundamental y definitiva en el estilo de las relaciones de Stalin con los demás dirigentes bolcheviques de su generación. Debía demostrar permanentemente que no había “traicionado al leninismo”, y por eso odiaba profundamente a Trotski: precisamente porque este había desarrollado el tema de la “Revolu­ción traicionada” por Stalin. Este último le dedicaría una enorme energía a reconstruirse una perfecta legitimidad política, reescribiendo la historia del bolchevismo, redactando su propia hagiografía, construyendo su concepción de un sistema central en torno a su persona. Hasta fines de los años 30, hasta que se eliminó a la “vieja guardia leninista”, Stalin fue en realidad un dirigente a la defensiva, que ponía a prueba constantemente el grado de devoción personal de todos hacia su persona, dominaba a sus colaboradores más cercanos instrumentalizando sus menores “fallas biográficas” (una adhesión anterior al menchevismo, un desvío con respecto a la “línea” del Partido, relaciones familiares o amistosas con “enemigos de la Revolución”, etc.) y perseguía a todos los que pudieran conservar en su memoria el último conflicto entre el Maestro y el discípulo.

El ascenso

Pero en primer lugar, antes de abordar el núcleo del tema –es decir, la forma en que Stalin logró imponerse a la cabeza del Partido Bolchevique durante los seis años siguientes a la “muerte política” de Lenin (cinco años después de su muerte real, en enero de 1924)–, volvamos brevemente a su trayectoria antes de 1922-1923. Porque en ese momento, cinco años después de la toma del poder por parte de los bolcheviques en octubre de 1917, Stalin ya era uno de los principales dirigentes bolcheviques y uno de los más cercanos colaboradores de Lenin, contrariamente a la leyenda difundida por Trotski, según la cual Stalin habría sido en esa época solo un oscuro apparátchik , un “hombre del aparato”, gris y sin envergadura.

Cuando, en la década de 1920, se les pidió a las personalidades comu­nistas que entregaran una breve noticia autobiográfica para ser publicada, Stalin fue uno de los pocos dirigentes que recordó sin ambages una infancia de pobreza y privaciones. Sus padres fueron siervos de nacimiento, antes de la abolición de la servidumbre en 1861. Su padre, Vissarión Dzhugashvili –un modesto zapatero georgiano instalado en la pequeña ciudad de Gori–, fue asesinado en una riña, cuando su hijo Soso, el futuro Stalin (nacido en diciembre de 1879), tenía solo diez años. En 1894, inscribieron a Soso Dzhugashvili en el seminario de Tiflis: era la única manera de que pudiera continuar sus estudios. Allí se educó durante cinco años y, al mismo, tiempo frecuentó círculos de tendencia marxista. Se ha atribuido a la orientación teológica de los estudios del joven Stalin el estilo didáctico, lleno de figuras de estilo oratorias, tan característica de la prosa estaliniana. En 1899, expulsaron a Dzhugashvili del seminario por faltar con frecuencia. Como muchos estudiantes de su generación, “iba al pueblo” y militaba en grupúsculos socialistas en contacto con el mundo obrero de las grandes ciudades del Cáucaso, Tiflis y sobre todo Bakú, la gran ciudad del petróleo, a orillas del mar Caspio. Primer arresto, en abril de 1902, y una condena a tres años de deportación en Siberia, de donde se evadió –como la mayoría de los deportados políticos– a principios de 1904. Al regresar al Cáucaso, se unió a los círculos bolcheviques locales, en un momento en el que los socialdemócratas se dividían entre mencheviques y bolcheviques, ascendió rápidamente en el pequeño ambiente revolucionario caucasiano y redactó su primer panfleto ( Una rápida mirada sobre las divergencias en el Partido ), cuyo sectarismo didáctico y vehemente le llamó la atención a Lenin. A fines de 1905, “Koba” (su sobrenombre en la clandestinidad revolucionaria),12 que había sido designado como delegado bolchevique para el Cáucaso –una promoción fulgurante al cabo de dos años de militancia–, se encontró con Lenin, por primera vez, en la conferencia que tuvo lugar en Tampere, Finlandia, y en cuyo transcurso los dirigentes bolcheviques se pronunciaron sobre su participación en la campaña para la elección de la primera Duma. A los veintiséis años, Stalin entró al “primer círculo” leninista. En abril de 1906, en el IV Congreso del Partido Socialdemócrata, que se realizó en Estocolmo, Koba representó a la corriente bolchevique caucásica, muy minoritaria frente a los mencheviques georgianos, en pleno auge tras su éxito en las elecciones de la Duma. Al año siguiente, estuvo involucrado en algunas “expropiaciones revolucionarias” ( hold-up de bancos), supuestamente con el fin de alimentar las cajas del Partido. En la polémica que se desarrolló en el seno mismo del Partido Bolche­vique sobre esas prácticas, Lenin apoyó firmemente esas “acciones de partisanos”. Entre 1908 y 1913, Stalin (el “Hombre de Acero”, el nuevo apodo revolucionario de Dzhugashvili) alternó arrestos, condenas y deportaciones, seguidas por inmediatas fugas y períodos de clandestinidad. En 1912, fue nombrado, por cooptación, en el Comité Central del Partido Bolchevique, convirtiéndose así en uno de los diez principales dirigentes del movimiento clandestino. De modo que Lenin desempeñó un papel decisivo en su promoción. Consciente de la importancia crucial del problema de las nacionalidades para la causa revolucionaria, impulsó precisamente a Stalin a exponer el punto de vista marxista sobre esta cuestión: en 1913 apareció El marxismo y la cuestión nacional , un opúsculo a propósito del cual Lenin se refirió al “maravilloso georgiano” en una carta a Gorki. Gracias a este texto –sin gran originalidad–, en el que afirmaba que “la cuestión nacional en el Cáucaso solo puede resolverse llevando a las naciones y los pueblos atrasados a la corriente general de una cultura superior”, Stalin se convirtió en el especialista del Partido en política de las nacionalidades. En febrero de 1913, fue nuevamente arrestado. Lo enviaron a Turujansk (Siberia oriental), la más alejada y aislada de las regiones de deportación del Imperio ruso, y esta vez permaneció allí cuatro años, hasta la caída del zarismo, en febrero de 1917.

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