Una noche, cuando ambos amigos se despidieron, ella se paró en seco y de repente:
-¿Por qué no?
-¿Por qué no el qué?
-¿No te gusto?
-Ya te he dicho muchas veces que eres perfecta.
-¿Perfecta cómo qué y para qué?
-¡Todo son preguntas, Cloe! No es necesario contestar a todas las preguntas.
-Para mí sí. Tú me gustas.
-No te puedo gustar porque no me conoces. No te puede gustar el recipiente si no has probado la bebida que contiene.
-Linch, de verdad, eso sí que no es necesario. Si quieres que sólo seamos amigos eso es lo que seremos, pero dime que no te gusto y ya está, me conformaré con eso.
-Sería una mentira.
-Sería una verdad porque no hay nada que me demuestre lo contrario.
-Hemos pasado casi dos meses juntos, es más de lo que te puedo dar. Me gusta tu compañía, aprendo de ti.
-No, Hermann, ya basta, creo que ya sabes suficiente sobre mí.
-Nunca se sabe suficiente sobre nada y sobre ti menos. Podría pasarme años contemplándote y aprendiendo.
-Ahórratelos.
Sin despedidas, sin miramientos, tan directa, tan sincera. La perfección huyendo de aquel muchacho que seguía impávido esperando en la misma acera donde le dejó su amiga. Se quedó parado, petrificado, un largo tiempo, pensando en su pérdida, pero sin remordimientos y sin pena. Había aprendido mucho durante aquel verano y sabía que en algún momento los caminos que tan perfectamente se creen diseñar de forma aislada, tienden a confluir en uno solo.
Después de aproximadamente una hora abandonó el lugar de su ficticia derrota para irse a casa a dormir y rememorar todos los momentos que pasó al lado de aquella humana.
Y la humana, llorando desconsoladamente en un bar, encontró consuelo, sin ni siquiera tener que pedirlo, en otro humano, que como tal, y siendo portador de una gran alma, tenía un nombre. Se llamaba Set.
***
El hecho de que todo hombre o animal tenga alma, no es algo fortuito, es algo que el hombre o animal gana a lo largo de los años por méritos propios. Esto es algo que Hermann aprendió de un gran hombre. Y Set tenía un alma.
Era suya casi desde el momento que supo hablar y razonar, era suya por su bondad, su extrema bondad, ¿Cómo negar a un hombre bueno su alma? Set la merecía porque el alma es algo de merecer, desde que tenía aproximadamente siete años.
Era una mañana soleada, Set vivía en una humilde casa (por llamarlo de alguna forma) y su madre, enferma de cáncer, dormitaba en una pequeña cama cerca de una ventana.
Al presentir su muerte, al mirar el alma de Set, un alma que ya no estaba ligada a este mundo, sólo pudo decirle a su madre:
-Estarás mejor, yo iré a buscarte cuando sea mi tiempo, no te preocupes mamá.
Y así, el alma de la madre de Set partió; y así fue también como Set obtuvo su alma. Alma que fue engrosando año tras año y vivencia tras vivencia porque ese niño siempre fue bueno, siempre se portó bien, nunca obró mal.
Nadie merecía más que Set tener su propia alma, y nadie más que Set merecía conocer a Cloe y enamorarse de ella.
La bondad reconoce todas las cosas buenas, por tanto: ¿Qué mejor que la perfección?
Cuando Set tenía doce años se tiró sin pensarlo a un lago que había cerca de su casa para salvar a una de sus hermanas que se debatía entre la vida y la muerte, ya que era demasiado pequeña para haber aprendido a nadar. La salvó.
Un año después ayudó a un amigo a no caer en las drogas, a mirar algo más allá, a pensar que la vida podía ser mejor. Ahora Johan es abogado de éxito y tiene una gran familia.
Tres años más tarde, su abuela, la que tanto había cuidado de él y de sus cinco hermanos, falleció. Él, a pesar de no ser el mayor de los hermanos, se encargó del funeral y de todo lo que eso conllevaba. No dejó llorar a sus hermanos ni más ni menos de lo necesario.
Realizó una gran tarea como voluntario en numerosos centros: fue bombero, incluso cuidó de animales en su propia casa sin tener él siquiera de qué alimentarse. En fin, Set era bondad, y no por todo lo relatado hasta ahora, sino por mucho más que no se nombra en estas líneas.
Al final, tuvo que trabajar como camarero en un bar. No era su pasión, pero a su modo, podía aún ayudar a gente, aún era capaz de ayudar, de comprender y escuchar a todo aquel que se sentara en la barra de su bar para beber una copa y conversar. Él pensaba:
-Todo el mundo tiene problemas, y los problemas los solucionan bebiendo, así ¿qué mejor que ser camarero para poder ayudar a la gente?
En cierto modo, este pensamiento le consolaba de no poder hacer cosas más grandes. Y por otra parte, tenía razón, todo el mundo tenía problemas y muchos los solucionaban de la misma ridícula forma. Esto es algo que también Linch ya había observado en otras ocasiones. Gente deprimida, angustiada, que sale con sus amigos a tomar algo, que sus amigos se van, que sus amigos nunca llegan y él o ella permanecen en el bar, bebiendo una copa. En verdad -pensaba Hermann- todo son excusas.
El alcohol, como comprendía él, no era una forma de castigo, sino una recompensa. Era una escapada, pero no “la escapada”, era algo casual o no, pero no debía ser algo rutinario, o más bien necesario.
Estaba cansado de ver gente en los bares pidiendo una copa tras otra sin ninguna finalidad. Esperando el suave balanceo o la fuerte marejada para dormir por fin en paz con su propia conciencia. Y eso era solo lo que él y Set como condición de camarero podían ver. Detrás, después de todo aquello, eran tantos los que bebían en sus casas que Hermann temblaba tan sólo ante la posibilidad de estar sólo en su isla de contención y austeridad, viendo a lo lejos marineros que encaraban peligrosas tormentas.
La historia de cómo surgió el amor entre la muchacha perfecta y el bondadoso camarero la conocería años después, volviendo a hablar con Cloe.
Aquella noche, una puerta se abrió en el bar donde trabajaba. Entró una hermosa chica, no miró a nadie, aunque todo el mundo la miraba a ella. No había mucha gente en el bar, pero sí la suficiente para que el escrutinio fuera completo.
Sintiendo el peso de las miradas acuciantes, Cloe se dirigió hacia el único lugar que parecía seguro. Eligió la barra, ya que, tras un vistazo rápido hacia delante, no vio a nadie sentado allí. En realidad no vio ni siquiera al camarero, el que iba a atenderle aquella noche y muchas otras noches más.
-¿Me puedes poner un whisky?
-¿Con qué te lo pongo?
-Solo.
-Como quieras, aunque no creo que sea lo mejor.
Cloe se contuvo, no quería discutir con nadie, al menos con nadie más aquella noche, pero le molestó que el camarero no acatara sus órdenes. Ante la penetrante mirada de ella, él se disculpó y fue a por la bebida.
El ensimismamiento llegó a Cloe más o menos a mitad de su pedido. El fuego que fluía hacia abajo había calmado su sed de venganza. Aprovechó para mirar en derredor, aún no había observado el local y se dio cuenta que aquello no tenía nada de particular, una barra situada en frente de la puerta principal más iluminada que el resto del espacio y poco más. Las mesas tenían muy poca iluminación, así que Cloe no podía distinguir los rostros de la gente que estaba sentada en ellas. Bien mirado, tampoco le importaba.
Normalmente la gente que suele conocer en bares solo espera una cosa de ella y, claro, normalmente no es una buena conversación. Le sorprendió que el intrépido camarero se atreviera otra vez a hablar con ella.
-Todos te miran aquí ¿sabes?
-No me importa.
-Debes estar acostumbrada a que te miren.
-Puede.
-Oye, sé que he empezado con mal pie. No quería ser entrometido, pero intentaba ayudarte.
-No importa, es que no es un buen momento para mí.
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