Es posible que muchas veces sientas que no te tocan los roles protagónicos, que no eres la figura principal de algunos milagros conocidos, pero esta actitud loable de Andrés, que fue reconocida para siempre, no es poca cosa ante los ojos de Dios.
De forma silenciosa, sin grandes pretensiones, hoy puedes presentarle a Dios a una persona también. Como sucedió en esas dos ocasiones, él puede hacer milagros grandes con esas personas después. Está en nuestras manos qué haremos con ese deber.
Aroma a sábado - 13 de marzo
“El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de agua” (Isa. 35:7).
Mi hermana nació en una provincia argentina que tiene unas sierras hermosas con arroyos muy característicos, limpios y caudalosos.
Con mi familia nos tocó vivir varios años en la capital de esa provincia, y los fines de semana solíamos ir a las afueras a pasar tiempo tranquilos en la naturaleza. El campamento adventista se encontraba a una hora de la ciudad, así que era uno de nuestros destinos acostumbrados.
Allí había un arroyo que, en una parte de su recorrido, dejaba una pileta natural en la que muchas veces se hacían bautismos y más adelante se convertía en cascada que caía sobre una olla. De niña recuerdo que pasábamos horas nadando en ese arroyo bastante profundo.
Aquel sábado de tarde, varios años después, me encontraba sentada al lado de ese mismo arroyo. Solo que ahora estaba prácticamente seco. Solo corría un hilo de agua, y en algunos lugares directamente se cortaba la corriente. Al borde había unas hojas de sauce llorón que, colgando, acariciaban la tierra, como queriendo consolarla por la ausencia de agua. La sequía era seria. La paradoja, profunda. Era curioso que el sauce que lloraba fuera en ese momento el que consolara. Pero así estamos muchas veces, consolándonos en una Tierra que pierde la cuenta de sus años de sequía y de dolor.
El paisaje, una vez verde, ahora era en su mayoría marrón.
Pero vi, inesperadamente, una flor amarilla que nacía entre algunos juncos; juncos de esos acariciados por las lloronas hojas del sauce. Representaba la esperanza nacida en medio de la pobreza; la esperanza que nosotros, en nuestra tristeza, tenemos la obligación de compartir; la esperanza que permanecerá hasta que haya estanques y manantiales de agua por todos lados otra vez, aguas cavadas en el desierto, torrentes en la soledad.
Leí el capítulo 35 de Isaías en silencio, con oración, y recordé lo que se dijo sobre este profeta en Profetas y reyes : “¿Qué importaba que el mensajero del Señor hubiese de encontrar oposición y resistencia? Isaías había visto al Rey, a Jehová de los ejércitos; había oído el canto de los serafines: ‘Toda la tierra está llena de su gloria’ (Isa. 6:3) [...]. Durante el cumplimiento de su larga y ardua misión, recordó siempre esa visión” (p. 230).
Recordemos nosotros también a dónde estamos yendo y que, aunque casi todo se seque, aún hay esperanza.
Objetos cotidianos - 14 de marzo
“Pero tú aumentarás mis fuerzas como las del búfalo; seré ungido con aceite fresco” (Sal. 92:10).
Las cajas de música consisten en un cilindro giratorio que tiene muescas en relieve. Cuando estas, al girar, tropiezan con las láminas del teclado de metal, se reproducen melodías breves. Podríamos pensar en ellas como precursoras de los CD, aunque con un repertorio más que limitado. La reproducción se activa con el movimiento de una manivela. Hay cajitas de varios tamaños y muchas de ellas tienen una bailarina que se mueve al compás de la melodía que suena.
En mi habitación tengo una cajita musical de muchos años, parte de una colección de antigüedades traídas de Europa. No conozco a su fabricante, aunque me gusta pensar en quién habrá sido su dueño antes, sobre qué mueble habrá estado...
Lo curioso con estos aparatos es que se necesita paciencia, aunque sea en esos momentos en que se da vuelta a la manivela. No se activa simplemente con tocarlo, como pasa con casi todo hoy en día.
Su melodía dura seis minutos. Así que paré seis minutos para escucharla, y para recordar que tengo que ser paciente conmigo misma también. Es bueno y sano que en nuestro día encontremos momentos para hacer una pausa, respirar, pensar, orar y reunir fuerzas para seguir.
La melodía comenzó muy vivaz, pero fue haciéndose cada vez más lenta. No dejó de ser hermosa en ninguna de sus etapas o velocidades. Lo que me sorprendió fue que, al dejar de sonar, la rocé sin querer y comenzó a sonar otra vez, como si hubiera recuperado fuerzas.
Recordé ese tiempo gratuito que muchas veces se nos otorga, como esas fuerzas adicionales que creíamos que se habían terminado, pero descubrimos que siguen presentes.
Dios también puso en nosotros un intrincado sistema de funcionamiento, con engranajes y piezas delicadas que fueron colocadas intencionalmente para reproducir la melodía de nuestra vida.
Es importante que nos demos ese descanso, y también que recordemos que hay fuerzas donde a veces parecen haberse acabado.
En la Biblia hay muchas menciones de personas cuyas fuerzas flaqueaban y Dios las levantó y fortaleció.
No sé cómo te encuentras hoy, pero busca alguno de esos versículos, ora y ten paciencia. Las fuerzas vendrán, ya sea para ti o para que las uses para ayudar a alguien más que parece haberse rendido.
Dios pregunta - 15 de marzo
“–Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mat. 16:15, NVI).
Cierto sábado de tarde, un pastor dijo que había tres preguntas importantes que debíamos hacernos: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?
Varias veces luché para responder la primera pregunta, y al leer la Biblia veo que muchos personajes también lo hicieron.
Pero, cuando leemos la pregunta que Jesús hace acerca de su identidad, la formulación es bastante diferente. No imagino a Jesús con una preocupación adolescente acerca de lo que la gente pensaba de él. No es que estuviese sufriendo una crisis de identidad o cuestionando su valor propio. Su identidad y su autoestima no dependían de la opinión de los demás. (Tampoco deberían hacerlo las nuestras.)
Jesús no necesitaba saber quién era o qué pensaba la gente de él, pero los discípulos sí. Nosotros también.
Esta pregunta, además de tan profunda y antigua, es sumamente personal y actual. Es incluso más importante que las otras tres mencionadas. A fin de cuentas, para entender quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, es necesario conocer al YO SOY y tener un concepto claro de lo que creemos y sabemos acerca de él.
Si tenemos una vida diaria de comunión con Dios, no debería ser difícil tener cientos de cosas para decir acerca de él.
El problema es que muchas veces no lo conocemos y nos conformamos con lo que otros nos cuentan de él. O, peor aún, creemos las características negativas que otras personas le atribuyen, distorsionadas por el enemigo. Buscamos nuestras propias respuestas a estos interrogantes en vez de ir a la Roca. Nos valemos de la ciencia para investigar nuestros orígenes y trazamos de forma independiente los planes más sofisticados para llegar hacia donde queremos ir. Y, en el medio, nos olvidamos de que él tiene respuestas para esas tres preguntas y muchas más. Nos olvidamos de que no hay comienzo ni fin que entender, si no conocemos al Alfa y la Omega.
No, Dios no se vale de lo que nosotros creemos de él para existir. Sin embargo, toda nuestra existencia tambalea si no sabemos quién es él.
Su Palabra nos revela una y otra vez características que nos pueden dar fundamento y evidencia suficiente para creer, disipar dudas, generar respuestas a esas tres preguntas nuestras, y dirigir a otras personas a él.
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