Por alguna razón, ella había sentido la necesidad de devolverme lo que le había regalado, aunque les había asegurado que no hacía falta. Pensé que en la clase les había enseñado algo, pero la lección finalmente me la estaba dando ella.
¡Qué hermoso sería si fuésemos más agradecidos, si diéramos alegremente parte de lo que tenemos para mostrar gratitud por las innumerables bendiciones que se nos otorgan desinteresadamente, si creyéramos como un deber y placer el hecho de demostrar gratitud de forma premeditada!
Marco Tulio Cicerón dijo que “la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás”.
Por otro lado, William Arthur Ward afirmó: “Si se siente gratitud y no se la expresa, es como envolver un regalo y no darlo”.
Nunca podremos retribuir todo lo que Dios nos ha dado, pero a veces no hacemos ni siquiera un intento. La gratitud en sí puede ser uno de los mejores presentes que lleguemos a dar como criaturas.
¿Cómo podríamos hoy mostrar un gesto de gratitud hacia el Creador?
¿A quién podríamos hacer sonreír hoy con un gesto similar?
Encuentros con Jesús - 5 de febrero
“Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos” (Luc. 24:28).
Dos personajes que los lectores de los evangelios probablemente no identificamos con los seguidores habituales de Jesús en las narraciones previas recorrían los doce kilómetros entre Emaús y Jerusalén.
Hay muchas similitudes en la historia de estos personajes y la nuestra. Muchas veces caminamos tristes, con ojos cargados de lágrimas y manos cargadas de decepción. Muchas veces no somos los protagonistas de grandes eventos que quedan registrados.
Parecemos, como estos hombres, personajes secundarios. Pero siempre hay “doce kilómetros” que Dios puede usar para despertarnos y recordarnos las verdades que están en su Palabra.
Cada día, él se dispone a hacer esa caminata con nosotros, incluso cuando, como aquellos discípulos, caminamos alejándonos de él. Nos hace preguntas para que reflexionemos y nos demos cuenta de que aquel que estamos esperando está en realidad a nuestro lado.
Con nuestras palabras, muchas veces, sin darnos cuenta, damos evidencia de que realmente las cosas se están cumpliendo como debían cumplirse, y aun así permanecemos sorprendidos y chasqueados como si no conociéramos a nuestro Salvador.
Estos hombres habían escuchado el testimonio de las mujeres que habían ido al sepulcro, pero nada parecía alcanzar.
¿Hasta dónde le exigimos evidencias a nuestra razón?
Jesús, con amor pero firmeza en su voz, los reprendió, y más adelante amagó con irse.
“Si los discípulos no hubiesen insistido en su invitación, no habrían sabido que su compañero de viaje era el Señor resucitado. Cristo nunca impone su compañía a nadie. Se interesa en quienes lo necesitan. Gustosamente entrará en el hogar más humilde y alegrará el corazón más sencillo. Pero si los hombres son demasiado indiferentes para pensar en el Huésped celestial o pedirle que more con ellos, pasa de largo. Así muchos sufren una gran pérdida. No conocen a Cristo más de lo que lo conocieron los discípulos mientras caminaban con él por el camino” ( El Deseado de todas las gentes , p. 741).
Hoy nos da doce kilómetros para que en su presencia podamos recordar quién es, para que nuestro corazón arda, para que lo invitemos a permanecer con nosotros un rato más y luego salgamos corriendo, sin importar las distancias, a contar que él está vivo. No demos ocasión a que pase de largo.
Aroma a sábado - 6 de febrero
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Hace más de cincuenta años, Don y Carol Richardson llegaron a Papúa, la región noroccidental de Papúa Nueva Guinea. Eran un matrimonio misionero, que llegaba con su hijo de siete meses.
Carol era enfermera y atendía a las personas de la tribu que estaba ahí, los sawi , conocidos por ser caníbales y cazadores de cabezas. Les enseñaron higiene y reglas básicas de cuidado de la salud.
Cuando Don logró aprender el idioma, comenzó a contarles la historia de Jesús, pero quedó sorprendido al ver su reacción al hablarles de Judas. Acostumbrados a ufanarse de ser una tribu muy traicionera, que por medio de sus artimañas lograba engañar a sus enemigos para después comerlos, vieron a Judas como el héroe.
A Don se le hacía cada vez más difícil contarles del amor de Dios.
En un enfrentamiento que hubo entre dos tribus vecinas, Don amenazó al jefe sawi con irse; ya no aguantaba más estas luchas. Como la gente no quería verse privada del cuidado sanitario que esta familia les proveía, decidieron hacer las paces con la otra tribu. Y en ese momento fue que Don descubrió la forma perfecta de ilustrar el amor de Dios por nosotros.
Esta tribu tenía la costumbre de engañar; su palabra no valía nada, pero si un hombre entregaba a su hijo a la otra tribu, eso era un pacto que demostraba que habría paz entre ellos mientras el niño estuviera vivo. Eso convertía al dador del hijo en alguien digno de confianza.
Don aprovechó esto para explicar que existe un Dios en el cielo que dio a su hijo para que hubiese paz entre los pueblos y que, mientras él estuviese vivo, podíamos creer que el pacto se mantendría vigente también. Pero la mejor noticia de todas es que ese “hijo de paz”, como ellos lo llamaban, está vivo para nosotros hoy.
Este padre, al entender lo que Don le explicaba, ayudó a convencer a toda la tribu del amor de Dios.
Cientos de personas lo aceptaron y la tribu entera se convirtió y dejó el canibalismo. Se erigió una enorme iglesia que sigue en pie.
¿Qué le dejarás hacer a ese “hijo de paz” en tu vida hoy?
Objetos cotidianos - 7 de febrero
“Después de estas cosas el rey Asuero engrandeció a Amán hijo de Hamedata agagueo, y lo honró, y puso su silla sobre todos los príncipes que estaban con él” (Est. 3:1).
Seguramente en alguna fiesta jugaste al juego de la silla. No era posible que dos personas se sentaran en el mismo asiento.
En este caso, el trono lo ocupaba Asuero, y le había dado a Amán una silla que, por lo que leemos, era bastante especial y le confería cierta autoridad. Todos se arrodillaban ante Amán, pero para él eso no era suficiente. Mardoqueo no lo hacía y esto lo airaba.
¿Qué nos pasa cuando algo o alguien se interpone en el camino de lo que nosotros creemos que es lo mejor? ¿Cómo reaccionamos cuando no podemos manejar las circunstancias y las personas a nuestra manera? ¿Qué pasa por nuestra mente cuando los planes de Dios, la respuesta de alguien, o una eventualidad, van en contra de nuestro “sabio” parecer? ¿Quién está sentado en el trono de nuestro corazón?
Los siervos del rey le preguntaban a Mardoqueo, cada día, por qué él traspasaba la orden del rey. Mardoqueo, cada día, tomaba la decisión de tener en el trono de su corazón a Dios. A Amán no le alcanzó con atrapar a Mardoqueo, sino que planeó destruir a todos los judíos del reino (uno de los tantos resultados de vivir por el orgullo).
En cambio, en Ester 6:1 al 12 vemos de forma muy marcada uno de los resultados de tener a Dios en el trono. En este libro no se menciona a Dios, pero lo vemos actuar de forma maravillosa. Si Dios está en el trono de tu corazón, no habrá lugar para nadie más y los resultados hablarán solos.
Que tu orgullo no te llene de ira ni se adueñe de una silla que no llega a ser trono, como esa que le dio Asuero a Amán. Que el príncipe de este mundo no te venda un poder falso. Que en cada cavidad de tu corazón haya una pata del trono donde, cada día, se siente el Rey del universo.
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